• Esa espera silenciosa… por alguien que sabes que no va a volver.
    Tan eterna como la esperanza que insiste en no morir, aunque duela sostenerla.

    Cuántas noches en desvelo pasó Carmina, dibujando en su mente los caminos que nunca fueron, los escenarios donde todo salía bien:
    donde Nicolás no desaparecía aquella noche, donde sí cumplían la cita prometida, donde su historia seguía, sencilla y luminosa, como lo hacen las vidas que no conocen el golpe de la tragedia.

    Un suspiro escapó de sus labios, pesado, resignado, mientras yacía recostada en su cama observando el techo.
    Un suspiro que parecía devolverla a la realidad, una realidad que nunca pidió, pero que tuvo que aprender a sostener entre sus manos.

    ¿Qué dolor más cruel que el de una ausencia sin nombre, sin tumba, sin adiós?
    Un duelo sin cierre, porque siempre queda esa voz que susurra:
    ¿Y si sigue por ahí, vivo?

    El anhelo es terco, espera una llamada, una carta, un mensaje,
    un simple “estoy bien” que calme la angustia de los años.
    Pero el tiempo pasa, y el silencio duele más que la certeza.

    ¿Cómo seguir adelante, si el alma se aferra al consuelo triste de extrañar?
    A veces, amar se vuelve eso:
    recordar a quien ya no está, y vivir con la herida abierta, aprendiendo a caminar con ella, sin dejarla atrás.

    El cuerpo continúa —porque la vida no espera—, pero en algún rincón de su pensamiento, donde la nostalgia duerme hecha nudo,
    Carmina sigue preguntándose, bajito, como quien no quiere romper el encanto:
    ¿Y si... algún día regresa?
    Esa espera silenciosa… por alguien que sabes que no va a volver. Tan eterna como la esperanza que insiste en no morir, aunque duela sostenerla. Cuántas noches en desvelo pasó Carmina, dibujando en su mente los caminos que nunca fueron, los escenarios donde todo salía bien: donde Nicolás no desaparecía aquella noche, donde sí cumplían la cita prometida, donde su historia seguía, sencilla y luminosa, como lo hacen las vidas que no conocen el golpe de la tragedia. Un suspiro escapó de sus labios, pesado, resignado, mientras yacía recostada en su cama observando el techo. Un suspiro que parecía devolverla a la realidad, una realidad que nunca pidió, pero que tuvo que aprender a sostener entre sus manos. ¿Qué dolor más cruel que el de una ausencia sin nombre, sin tumba, sin adiós? Un duelo sin cierre, porque siempre queda esa voz que susurra: ¿Y si sigue por ahí, vivo? El anhelo es terco, espera una llamada, una carta, un mensaje, un simple “estoy bien” que calme la angustia de los años. Pero el tiempo pasa, y el silencio duele más que la certeza. ¿Cómo seguir adelante, si el alma se aferra al consuelo triste de extrañar? A veces, amar se vuelve eso: recordar a quien ya no está, y vivir con la herida abierta, aprendiendo a caminar con ella, sin dejarla atrás. El cuerpo continúa —porque la vida no espera—, pero en algún rincón de su pensamiento, donde la nostalgia duerme hecha nudo, Carmina sigue preguntándose, bajito, como quien no quiere romper el encanto: ¿Y si... algún día regresa?
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    || Bueno, le voy a seguir la corriente a la "altota que puede bajarme el cereal".
    #ConoceTuPersonaje

    ¿Dónde vive?
    En una torre situada en el centro del.jardin eterno de Avalon, mas alláde los restos de Albion, cruzando el mar interior. Si llegaste a Neverland, ya te pasaste.

    ¿A qué se dedica?
    Es el guardian del equilibrio en el mundo, aunque generalmente se dedica al oscio y molestar al Conde de Saint Germain.

    ¿Cómo es? (Personalidad)
    Despreocupado y desapegado de las cosas materiales, de las emociones y de las motivaciones del ser humano. A menudo recurre al humor para evadir la seriedad de la situación, al sarcasmo para ocultar la agresividad, y la falsa modestia para recibir elogios.

    ¿Cómo es? (Apariencia)
    Generalmente se presenta como un hombre joven en sus 30, cabello largo y blanco. Alto, tal vez 1.82m; y delgado, su complexiónes atlética, aunque no le falta mucho musculo. Ojos púrpura y aretes de flores.

    Aunque otras veces se presenta como un viejo de larga barba y decrépito, tal y como en las leyendas. Sin embargo, nadie sabe su forma verdadera.

    ¿Cómo se describiría?
    Alto, guapo, fuerte y un chico muy buena onda; aunque te puede abandonar cuando la situación se pone tensa, pero regresa al último minuto.

    ¿Cómo lo describirían los demás?
    Gracioso, un payaso sin remedio, un desobligado haragán. Fou lo detesta, es un idiota hijo de ##$$@.

    ¿Cuáles son sus virtudes?
    Un gran consejero y fiel compañero, pese a sus acertijos sin sentido, siempre trata de hacer pensar a los demás antes de darles la respuesta.

    ¿Y sus defectos?
    Tiende a ser arrogante y muy lengua floja a la hora de decir lo que piensa. Su despreocupacion es algo que le ha dejado donde se encuentra: encerrado en Avalon. Ademas, suele no intervenir en los eventos humanos aun cuando lo necesitan. Es caprichoso.

    ¿Quiénes son sus amigos?
    Fujimaru Ritsuka, Artoria Pendragon, Nicolás Flamel, Conde de Saint Germain, Albus Dumbledore, Chespirito, el viejo Odin, Scáthach y Arquimides.

    ¿Cómo reacciona cuando se enfada?
    Muchas veces sonrie y proyecta su enojo con acciones bruscas, pero sin borrar la sonrisa. Una reaccion muy extrema es la de permanecer en silencio, sin decir chistes ocurrentes.

    ¿Qué ha perdido?
    La libertad al estar encerrado en Avalon y tambiénel reino que estaba ayudando a formar.

    ¿Quién conoce sus secretos?
    Nadie.

    ¿Tiene algún sueño recurrente?
    El de tener un show de cocina, usando un solo delantal (?).

    ¿A quién ama?
    A 🌸𝒀𝒂𝒆 𝑴𝒊𝒌𝒐 八重神子🌸 .

    ¿Qué le hace reír?
    Puede usar cualquier cosa para reir, pero mas que nada burlarse de los demás.

    ¿Y llorar?
    Quetzalcóatl cuando practica con él sus llaves.

    ¿Qué historias le gustan?
    Todas las historias, en especial aquellas en las que el ser humano crea milagros y superan las expectativas que los dioses ya han dictado.

    Adicional.
    Le gusta la mantequilla de maní.
    Fou no lo ha perdonado por arrojarlo de la torre de Avalon.
    || Bueno, le voy a seguir la corriente a la "altota que puede bajarme el cereal". #ConoceTuPersonaje ¿Dónde vive? En una torre situada en el centro del.jardin eterno de Avalon, mas alláde los restos de Albion, cruzando el mar interior. Si llegaste a Neverland, ya te pasaste. ¿A qué se dedica? Es el guardian del equilibrio en el mundo, aunque generalmente se dedica al oscio y molestar al Conde de Saint Germain. ¿Cómo es? (Personalidad) Despreocupado y desapegado de las cosas materiales, de las emociones y de las motivaciones del ser humano. A menudo recurre al humor para evadir la seriedad de la situación, al sarcasmo para ocultar la agresividad, y la falsa modestia para recibir elogios. ¿Cómo es? (Apariencia) Generalmente se presenta como un hombre joven en sus 30, cabello largo y blanco. Alto, tal vez 1.82m; y delgado, su complexiónes atlética, aunque no le falta mucho musculo. Ojos púrpura y aretes de flores. Aunque otras veces se presenta como un viejo de larga barba y decrépito, tal y como en las leyendas. Sin embargo, nadie sabe su forma verdadera. ¿Cómo se describiría? Alto, guapo, fuerte y un chico muy buena onda; aunque te puede abandonar cuando la situación se pone tensa, pero regresa al último minuto. ¿Cómo lo describirían los demás? Gracioso, un payaso sin remedio, un desobligado haragán. Fou lo detesta, es un idiota hijo de ##$$@. ¿Cuáles son sus virtudes? Un gran consejero y fiel compañero, pese a sus acertijos sin sentido, siempre trata de hacer pensar a los demás antes de darles la respuesta. ¿Y sus defectos? Tiende a ser arrogante y muy lengua floja a la hora de decir lo que piensa. Su despreocupacion es algo que le ha dejado donde se encuentra: encerrado en Avalon. Ademas, suele no intervenir en los eventos humanos aun cuando lo necesitan. Es caprichoso. ¿Quiénes son sus amigos? Fujimaru Ritsuka, Artoria Pendragon, Nicolás Flamel, Conde de Saint Germain, Albus Dumbledore, Chespirito, el viejo Odin, Scáthach y Arquimides. ¿Cómo reacciona cuando se enfada? Muchas veces sonrie y proyecta su enojo con acciones bruscas, pero sin borrar la sonrisa. Una reaccion muy extrema es la de permanecer en silencio, sin decir chistes ocurrentes. ¿Qué ha perdido? La libertad al estar encerrado en Avalon y tambiénel reino que estaba ayudando a formar. ¿Quién conoce sus secretos? Nadie. ¿Tiene algún sueño recurrente? El de tener un show de cocina, usando un solo delantal (?). ¿A quién ama? A [ripple_lime_bison_158] . ¿Qué le hace reír? Puede usar cualquier cosa para reir, pero mas que nada burlarse de los demás. ¿Y llorar? Quetzalcóatl cuando practica con él sus llaves. ¿Qué historias le gustan? Todas las historias, en especial aquellas en las que el ser humano crea milagros y superan las expectativas que los dioses ya han dictado. Adicional. Le gusta la mantequilla de maní. Fou no lo ha perdonado por arrojarlo de la torre de Avalon.
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  • A veces, Carmina se preguntaba si algo en ella estaba roto.

    No era tristeza lo que sentía, no exactamente. Era más bien una especie de calma vacía, como si su pecho supiera desde siempre que el amor —el de verdad, ese que desborda— no estaba hecho para ella. Observaba a los demás con una mezcla de ternura y desconcierto. Le parecía hermoso cómo podían entregarse con tanta naturalidad, con ese fervor ciego que sólo nace del deseo de pertenecer a otro.

    Pero ella no.
    Ella nunca sintió esa urgencia.

    Solo una vez se había enamorado con todas las letras, de Nicolás, el hijo de los panaderos. Lo recordaba con la nitidez cruel de lo irrepetible: su risa torpe, el olor a harina en su ropa, las conversaciones que se quedaban flotando en el aire cuando él se iba. Pero desde que desapareció, sin dejar rastro ni despedida, algo en ella se cerró como una flor ante el frío. Y desde entonces, no volvió a sentir algo similar por nadie.

    Sus días se deslizaban entre los deberes, las pequeñas rutinas y las conversaciones donde fingía entender el fuego que describían los demás. Decía que no había encontrado a la persona adecuada, que tal vez era exigente. Mentiras suaves, inofensivas. Porque la verdad era más silenciosa y más dura: no sabía cómo se sentía amar. No como lo hacían otros. No como le habían dicho que debía sentirse.

    Y sin embargo, cada noche, cuando el mundo bajaba el volumen y el eco de sí misma la alcanzaba, ese deseo —ese maldito deseo— seguía allí, como una astilla bajo la piel.

    Una parte de ella lo anhelaba. Ser mirada de forma distinta. Ser elegida. Ser querida con esa intensidad que jamás había experimentado otra vez.

    Y entonces, en uno de esos momentos en los que el alma se cansa de contenerse, se atrevió a murmurar al vacío:

    "Dios, si mi destino es estar sola, quítame este deseo de ser amada."

    Porque no dolía la soledad, no realmente.
    Lo que dolía era ese anhelo sin sentido, esa sed sin agua, ese hueco sin forma que ni siquiera sabía cómo llenar.

    Y Carmina siguió ahí, quieta, respirando despacio.
    Con los ojos abiertos.
    Con el pecho intacto.
    Y el corazón, aún callado, escuchando el murmullo de una ausencia que no sabía cómo nombrar.
    A veces, Carmina se preguntaba si algo en ella estaba roto. No era tristeza lo que sentía, no exactamente. Era más bien una especie de calma vacía, como si su pecho supiera desde siempre que el amor —el de verdad, ese que desborda— no estaba hecho para ella. Observaba a los demás con una mezcla de ternura y desconcierto. Le parecía hermoso cómo podían entregarse con tanta naturalidad, con ese fervor ciego que sólo nace del deseo de pertenecer a otro. Pero ella no. Ella nunca sintió esa urgencia. Solo una vez se había enamorado con todas las letras, de Nicolás, el hijo de los panaderos. Lo recordaba con la nitidez cruel de lo irrepetible: su risa torpe, el olor a harina en su ropa, las conversaciones que se quedaban flotando en el aire cuando él se iba. Pero desde que desapareció, sin dejar rastro ni despedida, algo en ella se cerró como una flor ante el frío. Y desde entonces, no volvió a sentir algo similar por nadie. Sus días se deslizaban entre los deberes, las pequeñas rutinas y las conversaciones donde fingía entender el fuego que describían los demás. Decía que no había encontrado a la persona adecuada, que tal vez era exigente. Mentiras suaves, inofensivas. Porque la verdad era más silenciosa y más dura: no sabía cómo se sentía amar. No como lo hacían otros. No como le habían dicho que debía sentirse. Y sin embargo, cada noche, cuando el mundo bajaba el volumen y el eco de sí misma la alcanzaba, ese deseo —ese maldito deseo— seguía allí, como una astilla bajo la piel. Una parte de ella lo anhelaba. Ser mirada de forma distinta. Ser elegida. Ser querida con esa intensidad que jamás había experimentado otra vez. Y entonces, en uno de esos momentos en los que el alma se cansa de contenerse, se atrevió a murmurar al vacío: "Dios, si mi destino es estar sola, quítame este deseo de ser amada." Porque no dolía la soledad, no realmente. Lo que dolía era ese anhelo sin sentido, esa sed sin agua, ese hueco sin forma que ni siquiera sabía cómo llenar. Y Carmina siguió ahí, quieta, respirando despacio. Con los ojos abiertos. Con el pecho intacto. Y el corazón, aún callado, escuchando el murmullo de una ausencia que no sabía cómo nombrar.
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  • El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa.

    Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía.

    Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio.

    Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices.

    La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante.

    Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió.

    —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida.

    Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
    El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa. Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía. Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio. Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices. La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante. Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió. —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida. Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
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  • 𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬.

    — AU era moderna con Charles Grey

    Cada año la familia entera se reunía en Howick Hall por Navidad, y todo miembro de los Grey, sin importar en qué rincón del mundo se encontrara, viajaba de vuelta a Inglaterra solo para pasar las fiestas juntos.

    Siendo una línea familiar que se remontaba al siglo XIV, la familia Grey tenía una serie de tradiciones navideñas un tanto peculiares, mantenidas hasta el día de hoy solo por los más conservadores de la familia. Sin embargo, entre todas ellas, la más "normal" era la del tronco navideño.

    Cada año sin falta, un miembro de la familia debía encargarse de preparar el dichoso postre sin importar sus habilidades culinarias. De hecho, el año pasado la tarea había recaído en el primo séptimo, quien había presentado el peor tronco navideño que Jean había probado en toda su corta vida: un bizcocho apelmazado, con un relleno inexistente y un chocolate quemado.
    Ese día nadie se lo había terminado, y el primo séptimo había tenido una cara larga toda la noche hasta que se abrieron los regalos y recibió una Nintendo Switch.

    Por suerte, este año la responsabilidad había recaído en la tía segunda, quien era una pastelera talentosa que incluso tenía su propia patisserie en París. La tía segunda se había ofrecido incluso a preparar todos los postres, lo que garantizó que se comería un tronco delicioso.

    Luego de la cena, como se esperaba el postre, de repente todos comenzaron a hablar de la tradición del tronco navideño, dejando de lado las preguntas incómodas y los alardes de los primos que Jean no veía durante todo el año. La única excepción era Charles, quien vivía lo suficientemente cerca como para cruzarse con él con frecuencia (más bien vivían prácticamente juntos).

    Cuando se sirvió el mencionado y especial postre, todos, tras probar el primer bocado, comenzaron a llenar a la tía de alabanzas. Jean alzó la vista hacia sus primos, todos habían probado el postre e, infaltablemente, Charles también. De hecho, parecía ir por su segunda porción.

    Debido a esto, una historia se le vino a la mente, y no pudo evitar compartirla.

    —¿Conocen la historia del tronco navideño? —preguntó Jean, rompiendo el diálogo alegre de los primos.

    Al ver que había captado algo de interés, prosiguió:
    —El tronco navideño proviene del "Yule log". Un tronco de madera que se decoraba con hojas y ramas. Se encendía en la chimenea y tenía que permanecer ardiendo hasta la doceava noche de Navidad. Si se apagaba antes de esa fecha, se decía que traería desgracias y mala suerte.

    Con un tinte más sombrío, Jean agregó:
    —¿Qué clase de tronco será este? —mientras cortaba un trocito del bizcocho con el tenedor y lo probaba.

    Los primos alzaron una ceja. ¿Qué clase de historia tan lúgubre era esta para una ocasión tan feliz?

    Jean masticó lentamente, como para darle cierto suspenso a su deliberación, pero al final, asintió.

    —Mhm. —Dijo, mirando a su tía con aprobación. —Está delicioso, tía. Como siempre, ha hecho un excelente trabajo.

    La susodicha, ignorante del ambiente incómodo entre los primos, le sonrió al pequeño niño de la familia y siguió con lo suyo: bebiéndose su quinceavo vaso de sidra. Había tenido un año difícil...

    Charles, sin inmutarse, acostumbrado a la forma de ser de su primo, se relamió los labios para limpiarse los restos de chocolate y levantó la vista hacia él, rompiendo el tenso silencio.

    —Solo es un tronco, ¿cómo podría traer desgracias?

    Esa simple pregunta dio pie a Jean para que continuara hablando bastante entusiasmado del tema. Quién sabe si Charles lo había hecho adrede o simplemente porque estaba completamente aburrido y dispuesto a escuchar la verborrea de su pequeño primo genio.

    Jean se encogió de hombros y sonrió.
    —En general, las tradiciones son prácticas que obedecen a una lógica simbólica. Con el paso del tiempo, esta lógica se va perdiendo, y llegamos al presente, donde realizamos muchas prácticas sin saber por qué. Aunque, hay otras que son simplemente un buen marketing. Como ese sombrero rojo —dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia su prima que, hasta el momento, solo miraba.

    —¿Qué hay con mi gorro? —dijo la prima a la defensiva.

    —¿Por qué Santa Claus tiene un traje rojo y no uno, por ejemplo, de color verde y marrón?

    Los primos se rieron y miraron a Jean como si estuviera diciendo una gran tontería. Pero, al pensarlo mejor, fueron apagando sus carcajadas. En realidad, lo que decía era una buena pregunta…

    —¿Por qué? —inquirió un primo, mirándolo con los ojos entrecerrados. Pero el relato del niño había captado completamente su atención.

    —Bueno, para explicarlo, tendríamos que remontarnos a varios siglos atrás…

    Y así, un Jean complacido, comenzó a relatar los orígenes históricos de Santa Claus, desde San Nicolás y de cómo, gracias a una publicidad de Coca-Cola, se popularizó su característico traje rojo y blanco.

    Charles, viéndolo tan contento presumiendo sus conocimientos ante un público interesado, solo pudo reírse para sus adentros: él era feliz comiendo, y Jean era feliz compartiendo lo que sabía sobre el mundo.

    _____________

    | Es un poco random, pero me pareció lindo compartirlo, además de que de este AU no publico mucho jaja. Pronto espero subir de los otros, sobre todo del Jean Victoriano, en fin, solo quiero decirles: ¡Feliz navidad!

    𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬. — AU era moderna con [EarlGrey] — Cada año la familia entera se reunía en Howick Hall por Navidad, y todo miembro de los Grey, sin importar en qué rincón del mundo se encontrara, viajaba de vuelta a Inglaterra solo para pasar las fiestas juntos. Siendo una línea familiar que se remontaba al siglo XIV, la familia Grey tenía una serie de tradiciones navideñas un tanto peculiares, mantenidas hasta el día de hoy solo por los más conservadores de la familia. Sin embargo, entre todas ellas, la más "normal" era la del tronco navideño. Cada año sin falta, un miembro de la familia debía encargarse de preparar el dichoso postre sin importar sus habilidades culinarias. De hecho, el año pasado la tarea había recaído en el primo séptimo, quien había presentado el peor tronco navideño que Jean había probado en toda su corta vida: un bizcocho apelmazado, con un relleno inexistente y un chocolate quemado. Ese día nadie se lo había terminado, y el primo séptimo había tenido una cara larga toda la noche hasta que se abrieron los regalos y recibió una Nintendo Switch. Por suerte, este año la responsabilidad había recaído en la tía segunda, quien era una pastelera talentosa que incluso tenía su propia patisserie en París. La tía segunda se había ofrecido incluso a preparar todos los postres, lo que garantizó que se comería un tronco delicioso. Luego de la cena, como se esperaba el postre, de repente todos comenzaron a hablar de la tradición del tronco navideño, dejando de lado las preguntas incómodas y los alardes de los primos que Jean no veía durante todo el año. La única excepción era Charles, quien vivía lo suficientemente cerca como para cruzarse con él con frecuencia (más bien vivían prácticamente juntos). Cuando se sirvió el mencionado y especial postre, todos, tras probar el primer bocado, comenzaron a llenar a la tía de alabanzas. Jean alzó la vista hacia sus primos, todos habían probado el postre e, infaltablemente, Charles también. De hecho, parecía ir por su segunda porción. Debido a esto, una historia se le vino a la mente, y no pudo evitar compartirla. —¿Conocen la historia del tronco navideño? —preguntó Jean, rompiendo el diálogo alegre de los primos. Al ver que había captado algo de interés, prosiguió: —El tronco navideño proviene del "Yule log". Un tronco de madera que se decoraba con hojas y ramas. Se encendía en la chimenea y tenía que permanecer ardiendo hasta la doceava noche de Navidad. Si se apagaba antes de esa fecha, se decía que traería desgracias y mala suerte. Con un tinte más sombrío, Jean agregó: —¿Qué clase de tronco será este? —mientras cortaba un trocito del bizcocho con el tenedor y lo probaba. Los primos alzaron una ceja. ¿Qué clase de historia tan lúgubre era esta para una ocasión tan feliz? Jean masticó lentamente, como para darle cierto suspenso a su deliberación, pero al final, asintió. —Mhm. —Dijo, mirando a su tía con aprobación. —Está delicioso, tía. Como siempre, ha hecho un excelente trabajo. La susodicha, ignorante del ambiente incómodo entre los primos, le sonrió al pequeño niño de la familia y siguió con lo suyo: bebiéndose su quinceavo vaso de sidra. Había tenido un año difícil... Charles, sin inmutarse, acostumbrado a la forma de ser de su primo, se relamió los labios para limpiarse los restos de chocolate y levantó la vista hacia él, rompiendo el tenso silencio. —Solo es un tronco, ¿cómo podría traer desgracias? Esa simple pregunta dio pie a Jean para que continuara hablando bastante entusiasmado del tema. Quién sabe si Charles lo había hecho adrede o simplemente porque estaba completamente aburrido y dispuesto a escuchar la verborrea de su pequeño primo genio. Jean se encogió de hombros y sonrió. —En general, las tradiciones son prácticas que obedecen a una lógica simbólica. Con el paso del tiempo, esta lógica se va perdiendo, y llegamos al presente, donde realizamos muchas prácticas sin saber por qué. Aunque, hay otras que son simplemente un buen marketing. Como ese sombrero rojo —dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia su prima que, hasta el momento, solo miraba. —¿Qué hay con mi gorro? —dijo la prima a la defensiva. —¿Por qué Santa Claus tiene un traje rojo y no uno, por ejemplo, de color verde y marrón? Los primos se rieron y miraron a Jean como si estuviera diciendo una gran tontería. Pero, al pensarlo mejor, fueron apagando sus carcajadas. En realidad, lo que decía era una buena pregunta… —¿Por qué? —inquirió un primo, mirándolo con los ojos entrecerrados. Pero el relato del niño había captado completamente su atención. —Bueno, para explicarlo, tendríamos que remontarnos a varios siglos atrás… Y así, un Jean complacido, comenzó a relatar los orígenes históricos de Santa Claus, desde San Nicolás y de cómo, gracias a una publicidad de Coca-Cola, se popularizó su característico traje rojo y blanco. Charles, viéndolo tan contento presumiendo sus conocimientos ante un público interesado, solo pudo reírse para sus adentros: él era feliz comiendo, y Jean era feliz compartiendo lo que sabía sobre el mundo. _____________ | Es un poco random, pero me pareció lindo compartirlo, además de que de este AU no publico mucho jaja. Pronto espero subir de los otros, sobre todo del Jean Victoriano, en fin, solo quiero decirles: ¡Feliz navidad!
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  • A sus veintipocos, Carmina siempre responde lo mismo cuando alguien le pregunta si ha estado enamorada: "No, nunca. Nunca me ha pasado." Lo dice con una sonrisa y el tono de quien ha olvidado el sabor de ese sentimiento o de quien, simplemente, jamás lo ha probado. Y cualquiera podría creerle. Al menos hasta que Carmina se queda en silencio, y sus ojos, por unos instantes, parecen viajar a otro tiempo, a otras tardes donde el sol era más cálido y el aire olía a pan fresco.

    Cuando tenía diecisiete años, Carmina se enamoró de Nicolás, su vecino. Era el hijo mayor de la familia que administraba la panadería del vecindario, un lugar al que todos iban en busca de pan recién horneado y, para algunos, de una charla amable. Nicolás era un joven alto, de piel bronceada por el sol, con el cabello castaño largo y despeinado, y unos ojos negros que parecían guardar secretos y sueños. Él cuidaba de los gatos callejeros, que lo seguían por las calles como si fuera uno de ellos. Carmina, intrigada por su forma serena y bondadosa, se había acercado al principio por curiosidad, y luego por una conexión que no entendía del todo.

    Siempre se limitó a ser su amiga, a escucharle con atención cuando él hablaba de lo orgulloso que estaba de su familia o de sus planes para ayudar más en la panadería. Jamás confesó el cariño inmenso que sentía por él. ¿Para qué decirlo?, pensaba. Bastaba con estar cerca y compartir momentos sencillos, con esa paz que le traía el sonido de su voz o la risa que le escapaba cuando un gato le subía al hombro.

    Sin embargo, había momentos en que Nicolás parecía sentir lo mismo. A veces, él dejaba caer palabras tímidas o miradas que parecían decir más de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. Como aquella vez, tras una tarde cuidando gatos, cuando se quedaron en silencio y Nicolás, con las mejillas levemente sonrojadas, le confesó que le gustaba estar cerca de ella. Carmina había desviado la mirada, riendo con nerviosismo, hablando de otra cosa, como si esas palabras no hubieran sido lo que realmente eran: una confesión disfrazada.

    La noche antes de que Nicolás desapareciera, él le había propuesto ir a tomar un café juntos el fin de semana. Carmina, con el corazón en la garganta, apenas pudo asentir, pensando que tal vez ese sería el momento en que ambos dejarían de esconder sus sentimientos. Pero el destino tenía otros planes.

    A la mañana siguiente, Nicolás ya no estaba. Desapareció sin dejar rastro, y aunque nadie sabía qué le había ocurrido exactamente, el vecindario asumió lo peor, al tratarse de un asunto que involucraba problemas con la mafia. Se decía que, sin tener culpa, se había visto atrapado en problemas por culpa de amigos que lo arrastraron sin quererlo a asuntos oscuros. Nicolás siempre fue un joven honesto y trabajador, alguien que quería ayudar a su familia, nada más. Carmina, al enterarse, sintió cómo su mundo se volvía gris. Las palabras de él, su invitación, resonaron en su mente como una broma amarga. Aquel café, aquella posibilidad, se desvaneció antes de poder ser real.

    La noticia le trajo también un eco doloroso del pasado. Recordó cómo su madre, años atrás, había arruinado la vida de su familia al involucrarse con un hombre que estaba ligado a la mafia. Carmina había crecido con el miedo constante de perderlo todo, de que el caos de esa vida secreta estallara un día y los devorara. Ahora, el ciclo parecía repetirse de un modo cruel, llevándose a Nicolás, otro inocente atrapado en una red de la que no pudo escapar.

    En las semanas que siguieron, Carmina visitaba la panadería en silencio, intentando mantenerse fuerte mientras veía a la familia de Nicolás seguir adelante con tristeza en los ojos. A veces, se acercaba a los gatos, los mismos que él había cuidado, como si en ellos pudiera encontrar algo de él, un último vestigio de aquel amor que guardó en silencio.

    Ahora, cuando alguien le pregunta si alguna vez se ha enamorado, Carmina recuerda el brillo de los ojos de Nicolás, sus palabras temblorosas y su invitación. Pero sigue negándolo, porque hablar de ese amor es como abrir una herida que aún no sana, una herida marcada por una promesa rota y una vida truncada por los errores de otros. Así, aquel amor permanece escondido entre las sombras de los años y en la fragancia del pan recién horneado que aún flota en su memoria.

    Sin embargo, guarda dos tesoros que no ha dejado que el tiempo borre: una de las pocas fotos que se tomaron juntos, donde él sonríe y la mira de reojo, y los gatos del vecindario, a quienes cuida como una promesa silenciosa, una manera de mantener vivo el recuerdo de aquel primer y único amor.
    A sus veintipocos, Carmina siempre responde lo mismo cuando alguien le pregunta si ha estado enamorada: "No, nunca. Nunca me ha pasado." Lo dice con una sonrisa y el tono de quien ha olvidado el sabor de ese sentimiento o de quien, simplemente, jamás lo ha probado. Y cualquiera podría creerle. Al menos hasta que Carmina se queda en silencio, y sus ojos, por unos instantes, parecen viajar a otro tiempo, a otras tardes donde el sol era más cálido y el aire olía a pan fresco. Cuando tenía diecisiete años, Carmina se enamoró de Nicolás, su vecino. Era el hijo mayor de la familia que administraba la panadería del vecindario, un lugar al que todos iban en busca de pan recién horneado y, para algunos, de una charla amable. Nicolás era un joven alto, de piel bronceada por el sol, con el cabello castaño largo y despeinado, y unos ojos negros que parecían guardar secretos y sueños. Él cuidaba de los gatos callejeros, que lo seguían por las calles como si fuera uno de ellos. Carmina, intrigada por su forma serena y bondadosa, se había acercado al principio por curiosidad, y luego por una conexión que no entendía del todo. Siempre se limitó a ser su amiga, a escucharle con atención cuando él hablaba de lo orgulloso que estaba de su familia o de sus planes para ayudar más en la panadería. Jamás confesó el cariño inmenso que sentía por él. ¿Para qué decirlo?, pensaba. Bastaba con estar cerca y compartir momentos sencillos, con esa paz que le traía el sonido de su voz o la risa que le escapaba cuando un gato le subía al hombro. Sin embargo, había momentos en que Nicolás parecía sentir lo mismo. A veces, él dejaba caer palabras tímidas o miradas que parecían decir más de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. Como aquella vez, tras una tarde cuidando gatos, cuando se quedaron en silencio y Nicolás, con las mejillas levemente sonrojadas, le confesó que le gustaba estar cerca de ella. Carmina había desviado la mirada, riendo con nerviosismo, hablando de otra cosa, como si esas palabras no hubieran sido lo que realmente eran: una confesión disfrazada. La noche antes de que Nicolás desapareciera, él le había propuesto ir a tomar un café juntos el fin de semana. Carmina, con el corazón en la garganta, apenas pudo asentir, pensando que tal vez ese sería el momento en que ambos dejarían de esconder sus sentimientos. Pero el destino tenía otros planes. A la mañana siguiente, Nicolás ya no estaba. Desapareció sin dejar rastro, y aunque nadie sabía qué le había ocurrido exactamente, el vecindario asumió lo peor, al tratarse de un asunto que involucraba problemas con la mafia. Se decía que, sin tener culpa, se había visto atrapado en problemas por culpa de amigos que lo arrastraron sin quererlo a asuntos oscuros. Nicolás siempre fue un joven honesto y trabajador, alguien que quería ayudar a su familia, nada más. Carmina, al enterarse, sintió cómo su mundo se volvía gris. Las palabras de él, su invitación, resonaron en su mente como una broma amarga. Aquel café, aquella posibilidad, se desvaneció antes de poder ser real. La noticia le trajo también un eco doloroso del pasado. Recordó cómo su madre, años atrás, había arruinado la vida de su familia al involucrarse con un hombre que estaba ligado a la mafia. Carmina había crecido con el miedo constante de perderlo todo, de que el caos de esa vida secreta estallara un día y los devorara. Ahora, el ciclo parecía repetirse de un modo cruel, llevándose a Nicolás, otro inocente atrapado en una red de la que no pudo escapar. En las semanas que siguieron, Carmina visitaba la panadería en silencio, intentando mantenerse fuerte mientras veía a la familia de Nicolás seguir adelante con tristeza en los ojos. A veces, se acercaba a los gatos, los mismos que él había cuidado, como si en ellos pudiera encontrar algo de él, un último vestigio de aquel amor que guardó en silencio. Ahora, cuando alguien le pregunta si alguna vez se ha enamorado, Carmina recuerda el brillo de los ojos de Nicolás, sus palabras temblorosas y su invitación. Pero sigue negándolo, porque hablar de ese amor es como abrir una herida que aún no sana, una herida marcada por una promesa rota y una vida truncada por los errores de otros. Así, aquel amor permanece escondido entre las sombras de los años y en la fragancia del pan recién horneado que aún flota en su memoria. Sin embargo, guarda dos tesoros que no ha dejado que el tiempo borre: una de las pocas fotos que se tomaron juntos, donde él sonríe y la mira de reojo, y los gatos del vecindario, a quienes cuida como una promesa silenciosa, una manera de mantener vivo el recuerdo de aquel primer y único amor.
    Me entristece
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  • Inesperado fue el momento en que su amigo y discípulo, el Conde de Saint Germain y una amiga de él, llegaron a su casa mostrando el lamentable estado del ataque de aquel sujeto que parecía estar aliado a su némesis: el Doctor John Dee. Tras una exhaustiva plática sobre los incidentes que los inmortales tuvieron, pudieron concluir que había un agente en las sombras que era el responsable del regreso del Nigromante de Mortlake. Permitió al Conde y a su amiga descansar en su casa, mientras tanto aquél se encargaría de contactar a otros seres inmortales, pero desgraciadamente, muchos de ellos no mantenían el contacto los unos con los otros. Querían vivir aislados o seguir aquella nueva época sin recordar los viejos tiempos.

    Había contactado a Doris (La bruja de Endor) en una llamada por cobrar hacia Ohai, para ver si había alguien quien ella pudiese contactar.

    [Inicia conversación telefónica.]

    D : ¿Hallo?
    N : ¡Hallo, Doris! soy yo, Nick.
    N : ¡Ah, el encantador Nicolás! ¡Qué sorpresa que llamas, ha pasado tiempo! ¿Qué se te ofrece?
    N : Desgraciadamente... la necesidad, disculpa si te molesto con esto nuevamente.
    D : ¿Nuevamente? Quieres decir que hay peligro una vez más.
    N : Efectivamente, ya he recibido la advertencia de uno de sus aliados, al igual que Francis.
    D : ¿Francis? ¡Ah! ¿Sigue vivo? La última vez que lo vi fue cuando vino a mi cabaña en el bosque, hace un par de años, se veía terrible... la pérdida de su esposa lo mantiene un tanto desquiciado.
    N : Lo sé, todos lamentamos su pérdida, pero él no se ha cansado de investigar. Y justamente él fue atacado también, no salió muy bien que digamos.
    D : Entiendo, y dime ¿Cómo puedo ayudarte?
    N : De la misma forma que la última vez, sin embargo, pienso viajar a través de las Puertas Telúricas, con más prontitud.
    D : Serás fácilmente detectable, Nicolás. ¿Por qué no consultaste a Sophie para esto? Ella tiene mis memorias y está más cerca de ti.
    N : Ya no quiero involucrarla en esto, suficiente dolor carga ella por haber perdido a su hermano. Yo aún cargo con ese peso aún cuando todo a terminado.
    D : Está bien, escucha con atención. Hay algunas personas que pueden ayudarte. Una se encuentra cerca de mi casa y otra está en las profundidades de los bosques de Gales. Tendrás que ingeniartelas para poder convencerla, ella es casi tan longeva como yo. Te activaré la línea telúrica hacia donde tú me digas, pero ésta será la última vez que llamas para algo así, no me gustan estas llamadas de favores sin intenciones de visitar.
    N : Hahaha... está bien, agradezco tu apoyo querida Doris.
    D : Puedo preguntar ¿Qué clase de peligro es al que te enfrentas, querido?
    N : John Dee ha sido resucitado.
    D : Entiendo. . . ¿Tienes alguna prueba?
    N : Alguien quien decía conocerlo y haberse enfrentado a él me lo dijo. . .
    D : ¿Alguien? ¿Quien?
    N : No estoy seguro, pero no es humano aunque lo parece. Tengo que irme, debo moverme antes de que puedan detectarme.
    D : Abriré las líneas telúricas para ti, después me hablarás con más calma de esto.
    N : Gracias Doris, muchas gracias.

    [Fin de la llamada]

    Tras aquella llamada, Nicolás se hallaba en su habitación preparándose para irse y alistarse para afrontar el nevo peligro. Hacer una visita a aquellas personas para convencerlas sería una tarea complicada, debido a que muchos no querían abandonar la comodidad de sus vidas. Se acercó al espejo y gracias a la magia de Doris fue que el cristal comenzó a relucir en un cegador destello que anunciaba que el portal estaba listo para usarse.

    Cruzó el portal el cual estaba listo para dirigirse a ello, la salida lo llevaría hasta un círculo celta, de los pocos que aún permanecían de pie.

    [illusion_magenta_spider_197]
    Inesperado fue el momento en que su amigo y discípulo, el Conde de Saint Germain y una amiga de él, llegaron a su casa mostrando el lamentable estado del ataque de aquel sujeto que parecía estar aliado a su némesis: el Doctor John Dee. Tras una exhaustiva plática sobre los incidentes que los inmortales tuvieron, pudieron concluir que había un agente en las sombras que era el responsable del regreso del Nigromante de Mortlake. Permitió al Conde y a su amiga descansar en su casa, mientras tanto aquél se encargaría de contactar a otros seres inmortales, pero desgraciadamente, muchos de ellos no mantenían el contacto los unos con los otros. Querían vivir aislados o seguir aquella nueva época sin recordar los viejos tiempos. Había contactado a Doris (La bruja de Endor) en una llamada por cobrar hacia Ohai, para ver si había alguien quien ella pudiese contactar. [Inicia conversación telefónica.] D 📲 : ¿Hallo? N 📲 : ¡Hallo, Doris! soy yo, Nick. N 📲 : ¡Ah, el encantador Nicolás! ¡Qué sorpresa que llamas, ha pasado tiempo! ¿Qué se te ofrece? N 📲 : Desgraciadamente... la necesidad, disculpa si te molesto con esto nuevamente. D 📲 : ¿Nuevamente? Quieres decir que hay peligro una vez más. N 📲 : Efectivamente, ya he recibido la advertencia de uno de sus aliados, al igual que Francis. D 📲 : ¿Francis? ¡Ah! ¿Sigue vivo? La última vez que lo vi fue cuando vino a mi cabaña en el bosque, hace un par de años, se veía terrible... la pérdida de su esposa lo mantiene un tanto desquiciado. N 📲 : Lo sé, todos lamentamos su pérdida, pero él no se ha cansado de investigar. Y justamente él fue atacado también, no salió muy bien que digamos. D 📲 : Entiendo, y dime ¿Cómo puedo ayudarte? N 📲 : De la misma forma que la última vez, sin embargo, pienso viajar a través de las Puertas Telúricas, con más prontitud. D 📲 : Serás fácilmente detectable, Nicolás. ¿Por qué no consultaste a Sophie para esto? Ella tiene mis memorias y está más cerca de ti. N 📲 : Ya no quiero involucrarla en esto, suficiente dolor carga ella por haber perdido a su hermano. Yo aún cargo con ese peso aún cuando todo a terminado. D 📲 : Está bien, escucha con atención. Hay algunas personas que pueden ayudarte. Una se encuentra cerca de mi casa y otra está en las profundidades de los bosques de Gales. Tendrás que ingeniartelas para poder convencerla, ella es casi tan longeva como yo. Te activaré la línea telúrica hacia donde tú me digas, pero ésta será la última vez que llamas para algo así, no me gustan estas llamadas de favores sin intenciones de visitar. N 📲 : Hahaha... está bien, agradezco tu apoyo querida Doris. D 📲 : Puedo preguntar ¿Qué clase de peligro es al que te enfrentas, querido? N 📲 : John Dee ha sido resucitado. D 📲 : Entiendo. . . ¿Tienes alguna prueba? N 📲 : Alguien quien decía conocerlo y haberse enfrentado a él me lo dijo. . . D 📲 : ¿Alguien? ¿Quien? N 📲 : No estoy seguro, pero no es humano aunque lo parece. Tengo que irme, debo moverme antes de que puedan detectarme. D 📲 : Abriré las líneas telúricas para ti, después me hablarás con más calma de esto. N 📲 : Gracias Doris, muchas gracias. [Fin de la llamada] Tras aquella llamada, Nicolás se hallaba en su habitación preparándose para irse y alistarse para afrontar el nevo peligro. Hacer una visita a aquellas personas para convencerlas sería una tarea complicada, debido a que muchos no querían abandonar la comodidad de sus vidas. Se acercó al espejo y gracias a la magia de Doris fue que el cristal comenzó a relucir en un cegador destello que anunciaba que el portal estaba listo para usarse. Cruzó el portal el cual estaba listo para dirigirse a ello, la salida lo llevaría hasta un círculo celta, de los pocos que aún permanecían de pie. [illusion_magenta_spider_197]
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  • Hay veces en las que Nicolás hace una que otra travesura en la librería que administra, y realmente no puede contenerse.

    — Buenos días y bienvenidos. . .
    Hay veces en las que Nicolás hace una que otra travesura en la librería que administra, y realmente no puede contenerse. — Buenos días y bienvenidos. . .
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  • Donde hay luz hay oscuridad. Mientras la atención mundana ignora, un depredador silencioso sacia su hambre tomando la vida de las desdichadas victimas que sufrieron la tragedia de cruzarse con él.

    Un rastro de sangre era el único signo del ominoso acto. Un depredador no puede contener su hambre, y menos cuando busca reponer fuerzas.


    ⸻Fuiste bastante entretenido Nicolás.......Tal vez deba buscarte en un futuro próximo.....¿Pero quien será otra buena victima potencial?
    Donde hay luz hay oscuridad. Mientras la atención mundana ignora, un depredador silencioso sacia su hambre tomando la vida de las desdichadas victimas que sufrieron la tragedia de cruzarse con él. Un rastro de sangre era el único signo del ominoso acto. Un depredador no puede contener su hambre, y menos cuando busca reponer fuerzas. ⸻Fuiste bastante entretenido Nicolás.......Tal vez deba buscarte en un futuro próximo.....¿Pero quien será otra buena victima potencial?
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    『 Road to my vengance I. 』
    〔Monorol〕

    —Por lo general soy una persona muy paciente, pero... no voy a permitir que me sigas humillando más por lo ocurrido en el pasado.—

    Diría en presencia de aquella la cual demostraba mayor edad y sapiencia que el mismo Conde. Cualquiera se sentiría bendecido con el oponente si éste fuese un anciano como lo era aquella mujer frente a él, pero él sabía perfectamente que su longevidad la hacían alguien de temer. De hecho, aún con todo ese valor que sacaba a relucir, su interior se hallaba hundido en miedo por la poca fuerza que tenía junto a ella. A fin de cuentas era la legendaria "Bruja de Endor" un ser ancestral que ni reyes serían capaces de ofenderle o reclamarle.

    El destello en su mano seguía acumilando partículas de maná mientras su aura se encargaba de concentrarlo en su mano. En su mente tan solo yacía la idea de continuar recolectando toda la información necesaria para lograr su objetivo de venganza.

    Ella siempre le había tratado bastante mal desde que a uno de sus hijos le había arrebatado los secretos de la manipulación de la magia del fuego, ganandose su repudio y el poco interés en ayudarse mutuamente. Ahora, ya no estaría dispuesto a seguir sufriendo aquel desprecio por un simple capricho que su hijo no pudo manejar. Tenía algo que hacer y si eso implicaba levantarse en contra de los Antiguos Inmemoriales, entonces no dudaría en librar una batalla el solo.

    —Necesito respuestas, porque no tengo tiempo que seguir perdiendo... ¡Habla!—

    Tras aquella declaración aquel se hallaba totalmente enfocado, sus pupilas se habían contraído en desesperación y la bruja se hallaba firme e indiferente al sufrimiento de éste. Tan sólo una sonrisa ladina se percibió de ella, confiada en que éste no podía hacerle ni un rasguño. Mientras tanto, la acumulación de poder mágico en la palma del chico comenzaba a despedir descargas eléctricas en señal de que la concentración era bastante densa y realmente destructiva. Tanto, que incluso el suelo comenzaban a nacer nuevas grietas y cada vez más profundas.

    Por otro lado, aquella aura carmesí que le rodeaba, era tan intensa que el aroma de de hojas a las brasas comenzó a inundar el lugar junto con un toque de canela que era despedido por parte de la anciana hechicera.

    Era una charla en el que las palabras no iban a solucionar nada, sino sus actos. Ambos liberaron sus respectivas descargas de energía logrando que la cima de aquella montaña fuese tragada por un cegador resplandor que encendió aquel bosque por un instante, como juegos pirotécnicos que con sus variados colores iluminaban el cielo nocturno. Acompañado de un fuerte estruendo que resonó hasta dispersarse en un eco que moría con el pasar de los segundos.

    Aquella pequeña vivienda en la que vivía aquella bruja, fue reducida a polvo, no quedó nada, ni una astilla. Sólo una meseta vacía y seca con aquellos individuos parados frente a frente, separados por lo que serían al menos dos autobuses a lo largo.

    Ambos permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro, como si realmente fuesen a continuar con aquel encuentro que recién iniciaba. No obstante, una corriente gélida cruzó el sitio meciendo ambas cabelleras: la platinada de la bruja y la dorada del "ladrón"; hasta que el cuerpo de éste último titubeó al estar de pie y cayó de frente de lleno contra el suelo. Había sido el perdedor de aquel breve encuentro, algo que él ya había contempado aún estando consciente de su evidente derrota.

    Pesada fue su caída contra el suelo polvoriento, que incluso levantó una nube de partículas de polvo. No emitió quejido al caer, había sido un fuerte golpe, aunque quizás el golpe más fuerte había sido el que recibió al perder a sus seres amados, en este caso Jeanne y sus amigos Gilgamesh, William, Nicolás y Rayne. Quedó inconsciente mientras aquella bruja se acercó al rubio y le miró con indiferencia, reconociendo que para un "ladrón" había tenido bastante valor y descaro por encararla. Pero sin ánimo de cooperar o atender sus heridas, le abandonó en aquella meseta, no sin antes dibijar sobre el suelo cierta torre con un reloj.
    『 Road to my vengance I. 』 〔Monorol〕 —Por lo general soy una persona muy paciente, pero... no voy a permitir que me sigas humillando más por lo ocurrido en el pasado.— Diría en presencia de aquella la cual demostraba mayor edad y sapiencia que el mismo Conde. Cualquiera se sentiría bendecido con el oponente si éste fuese un anciano como lo era aquella mujer frente a él, pero él sabía perfectamente que su longevidad la hacían alguien de temer. De hecho, aún con todo ese valor que sacaba a relucir, su interior se hallaba hundido en miedo por la poca fuerza que tenía junto a ella. A fin de cuentas era la legendaria "Bruja de Endor" un ser ancestral que ni reyes serían capaces de ofenderle o reclamarle. El destello en su mano seguía acumilando partículas de maná mientras su aura se encargaba de concentrarlo en su mano. En su mente tan solo yacía la idea de continuar recolectando toda la información necesaria para lograr su objetivo de venganza. Ella siempre le había tratado bastante mal desde que a uno de sus hijos le había arrebatado los secretos de la manipulación de la magia del fuego, ganandose su repudio y el poco interés en ayudarse mutuamente. Ahora, ya no estaría dispuesto a seguir sufriendo aquel desprecio por un simple capricho que su hijo no pudo manejar. Tenía algo que hacer y si eso implicaba levantarse en contra de los Antiguos Inmemoriales, entonces no dudaría en librar una batalla el solo. —Necesito respuestas, porque no tengo tiempo que seguir perdiendo... ¡Habla!— Tras aquella declaración aquel se hallaba totalmente enfocado, sus pupilas se habían contraído en desesperación y la bruja se hallaba firme e indiferente al sufrimiento de éste. Tan sólo una sonrisa ladina se percibió de ella, confiada en que éste no podía hacerle ni un rasguño. Mientras tanto, la acumulación de poder mágico en la palma del chico comenzaba a despedir descargas eléctricas en señal de que la concentración era bastante densa y realmente destructiva. Tanto, que incluso el suelo comenzaban a nacer nuevas grietas y cada vez más profundas. Por otro lado, aquella aura carmesí que le rodeaba, era tan intensa que el aroma de de hojas a las brasas comenzó a inundar el lugar junto con un toque de canela que era despedido por parte de la anciana hechicera. Era una charla en el que las palabras no iban a solucionar nada, sino sus actos. Ambos liberaron sus respectivas descargas de energía logrando que la cima de aquella montaña fuese tragada por un cegador resplandor que encendió aquel bosque por un instante, como juegos pirotécnicos que con sus variados colores iluminaban el cielo nocturno. Acompañado de un fuerte estruendo que resonó hasta dispersarse en un eco que moría con el pasar de los segundos. Aquella pequeña vivienda en la que vivía aquella bruja, fue reducida a polvo, no quedó nada, ni una astilla. Sólo una meseta vacía y seca con aquellos individuos parados frente a frente, separados por lo que serían al menos dos autobuses a lo largo. Ambos permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro, como si realmente fuesen a continuar con aquel encuentro que recién iniciaba. No obstante, una corriente gélida cruzó el sitio meciendo ambas cabelleras: la platinada de la bruja y la dorada del "ladrón"; hasta que el cuerpo de éste último titubeó al estar de pie y cayó de frente de lleno contra el suelo. Había sido el perdedor de aquel breve encuentro, algo que él ya había contempado aún estando consciente de su evidente derrota. Pesada fue su caída contra el suelo polvoriento, que incluso levantó una nube de partículas de polvo. No emitió quejido al caer, había sido un fuerte golpe, aunque quizás el golpe más fuerte había sido el que recibió al perder a sus seres amados, en este caso Jeanne y sus amigos Gilgamesh, William, Nicolás y Rayne. Quedó inconsciente mientras aquella bruja se acercó al rubio y le miró con indiferencia, reconociendo que para un "ladrón" había tenido bastante valor y descaro por encararla. Pero sin ánimo de cooperar o atender sus heridas, le abandonó en aquella meseta, no sin antes dibijar sobre el suelo cierta torre con un reloj.
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