ragazza italiana
  • Género Femenino
  • Raza Humana
  • Fandom OC
  • Dueña de Negocio
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 1 de octubre
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  • Se unió en agosto 2023
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    Acción , Aventura , Comedia , Contemporáneo , Drama , Romance , Slice of Life , Suspenso , Original , Terror
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  • Mi lista de enemigos mortales incluye:
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    Luego recordaré el resto. (?)
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    || Tengo que dejar de escuchar a The Marias 🫠
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  • El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa.

    Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía.

    Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio.

    Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices.

    La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante.

    Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió.

    —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida.

    Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
    El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa. Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía. Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio. Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices. La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante. Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió. —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida. Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
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  • El cansancio pesaba como plomo sobre los frágiles hombros de Carmina, quien dedicaba cada día a mantener en pie el negocio familiar: aquella vieja tienda de conveniencia fundada por su abuelo muchos años atrás. Ahora, ese pequeño local era el sustento de ella y su abuela, el último hilo que las mantenía a flote tras tantas pérdidas.

    Esa noche, tras cenar en silencio y tomar un baño caliente, Carmina se dejó caer sobre la cama sin siquiera cambiar la expresión cansada de su rostro. Solo alcanzó a conectar su celular al cargador antes de hundir la cabeza en la almohada. En cuestión de segundos, el sueño comenzó a arrastrarla, aunque ella juraría que seguía despierta… simplemente acostada, inmóvil, con la vista perdida en el techo.

    Todo a su alrededor comenzó a tornarse difuso, como si un filtro opaco cubriera la realidad. Una niebla suave, casi imperceptible, envolvía su habitación. “Es el cansancio,” pensó, convencida de que solo estaba en esa frontera extraña entre el sueño y la vigilia.

    Entonces lo sintió.

    Unos brazos la rodearon por la espalda, envolviéndola en un abrazo cálido, apacible, profundamente familiar. No se asustó. Al contrario, su cuerpo se relajó como si lo hubiera estado esperando desde siempre. De reojo, distinguió una figura masculina tras ella… y supo, sin dudar, que lo conocía.

    Él empezó a murmurarle algo al oído, pero las palabras no lograban tomar forma: eran apenas un zumbido suave, como ruido blanco que acariciaba su mente sin dejarse entender.

    Carmina quiso girarse, quería verlo con claridad. Confirmar lo que su corazón ya le gritaba: “¿Eres tú?” Pero le era imposible moverse. Su cuerpo permanecía inmóvil, atrapado en esa bruma cálida e inestable. Hasta que, con un esfuerzo desesperado, finalmente logró voltearse.

    Por un instante, lo vio.

    Ese rostro… tan amado, tan añorado. Él le sonrió, como si todo estuviera bien.

    Y entonces desapareció.

    Carmina despertó de golpe, sola en su cama. Las luces seguían encendidas. El celular aún cargaba en la mesita de noche. El cuarto estaba exactamente igual que antes, pero el aire se sentía más frío.

    Solo había sido un sueño.

    Un sueño más.

    Tal vez la única manera en que volvería a verlo.

    Y su ausencia, una vez más, volvió a doler como una herida que nunca cerró.
    El cansancio pesaba como plomo sobre los frágiles hombros de Carmina, quien dedicaba cada día a mantener en pie el negocio familiar: aquella vieja tienda de conveniencia fundada por su abuelo muchos años atrás. Ahora, ese pequeño local era el sustento de ella y su abuela, el último hilo que las mantenía a flote tras tantas pérdidas. Esa noche, tras cenar en silencio y tomar un baño caliente, Carmina se dejó caer sobre la cama sin siquiera cambiar la expresión cansada de su rostro. Solo alcanzó a conectar su celular al cargador antes de hundir la cabeza en la almohada. En cuestión de segundos, el sueño comenzó a arrastrarla, aunque ella juraría que seguía despierta… simplemente acostada, inmóvil, con la vista perdida en el techo. Todo a su alrededor comenzó a tornarse difuso, como si un filtro opaco cubriera la realidad. Una niebla suave, casi imperceptible, envolvía su habitación. “Es el cansancio,” pensó, convencida de que solo estaba en esa frontera extraña entre el sueño y la vigilia. Entonces lo sintió. Unos brazos la rodearon por la espalda, envolviéndola en un abrazo cálido, apacible, profundamente familiar. No se asustó. Al contrario, su cuerpo se relajó como si lo hubiera estado esperando desde siempre. De reojo, distinguió una figura masculina tras ella… y supo, sin dudar, que lo conocía. Él empezó a murmurarle algo al oído, pero las palabras no lograban tomar forma: eran apenas un zumbido suave, como ruido blanco que acariciaba su mente sin dejarse entender. Carmina quiso girarse, quería verlo con claridad. Confirmar lo que su corazón ya le gritaba: “¿Eres tú?” Pero le era imposible moverse. Su cuerpo permanecía inmóvil, atrapado en esa bruma cálida e inestable. Hasta que, con un esfuerzo desesperado, finalmente logró voltearse. Por un instante, lo vio. Ese rostro… tan amado, tan añorado. Él le sonrió, como si todo estuviera bien. Y entonces desapareció. Carmina despertó de golpe, sola en su cama. Las luces seguían encendidas. El celular aún cargaba en la mesita de noche. El cuarto estaba exactamente igual que antes, pero el aire se sentía más frío. Solo había sido un sueño. Un sueño más. Tal vez la única manera en que volvería a verlo. Y su ausencia, una vez más, volvió a doler como una herida que nunca cerró.
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    ♪⁠~Bésame; junta tus labios con los míos otra vez.
    Que quiero amarte y decirte lo que sé, pero no encuentro las palabras, bésame. ♪⁠~
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