Carmina salió de casa una mañana soleada con ganas de estirar las piernas y respirar el aire fresco. Caminaba por el parque de su vecindario, disfrutando de la brisa y el canto de los pájaros, cuando algo llamó su atención al pie de un árbol: una pequeña piedra en forma de corazón, perfectamente lisa y rodeada de flores silvestres. Parecía haber sido colocada allí con cariño, como una simple decoración, pero para Carmina tenía un aire especial, casi como si le estuviera sonriendo.
Se inclinó para observarla más de cerca, y en un impulso juguetón, la tomó entre sus manos, sintiendo su superficie suave y cálida por el sol. Sabía que probablemente era parte del ambiente del parque, algo dejado por alguien para dar un toque bonito al lugar, pero en ese momento no pudo resistirse. La guardó en el bolsillo de su abrigo y, con una sonrisa, se alejó del parque, sintiendo un pequeño secreto cómplice en su bolsillo.
Durante el camino de regreso, la piedra la hacía sonreír sin razón aparente. De alguna manera, ese simple hallazgo le había alegrado la mañana. Cuando llegó a casa, colocó la piedra en su mesa de noche y pensó en lo encantador que sería encontrar estos pequeños tesoros en cada paseo. Decidió que, la próxima vez que saliera, llevaría consigo una piedra especial de su jardín para dejarla en el parque, como un intercambio secreto con quien quiera que disfrutara de esas pequeñas decoraciones.
Desde entonces, Carmina continuó sus paseos por el vecindario, dejando y encontrando pequeñas sorpresas en el parque. Su pequeño acto de llevarse aquella piedra en forma de corazón había abierto un mundo de juegos secretos y felices momentos compartidos con desconocidos, transformando cada salida en una aventura llena de sonrisas.
Carmina salió de casa una mañana soleada con ganas de estirar las piernas y respirar el aire fresco. Caminaba por el parque de su vecindario, disfrutando de la brisa y el canto de los pájaros, cuando algo llamó su atención al pie de un árbol: una pequeña piedra en forma de corazón, perfectamente lisa y rodeada de flores silvestres. Parecía haber sido colocada allí con cariño, como una simple decoración, pero para Carmina tenía un aire especial, casi como si le estuviera sonriendo.
Se inclinó para observarla más de cerca, y en un impulso juguetón, la tomó entre sus manos, sintiendo su superficie suave y cálida por el sol. Sabía que probablemente era parte del ambiente del parque, algo dejado por alguien para dar un toque bonito al lugar, pero en ese momento no pudo resistirse. La guardó en el bolsillo de su abrigo y, con una sonrisa, se alejó del parque, sintiendo un pequeño secreto cómplice en su bolsillo.
Durante el camino de regreso, la piedra la hacía sonreír sin razón aparente. De alguna manera, ese simple hallazgo le había alegrado la mañana. Cuando llegó a casa, colocó la piedra en su mesa de noche y pensó en lo encantador que sería encontrar estos pequeños tesoros en cada paseo. Decidió que, la próxima vez que saliera, llevaría consigo una piedra especial de su jardín para dejarla en el parque, como un intercambio secreto con quien quiera que disfrutara de esas pequeñas decoraciones.
Desde entonces, Carmina continuó sus paseos por el vecindario, dejando y encontrando pequeñas sorpresas en el parque. Su pequeño acto de llevarse aquella piedra en forma de corazón había abierto un mundo de juegos secretos y felices momentos compartidos con desconocidos, transformando cada salida en una aventura llena de sonrisas.