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    The apothecary diaries
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    Nombre real: Loulan
    Alias: Shisui
    Procedencia: Clan Shi
    Título: Segunda Consorte Pura del Pabellón Granate
    Ocupación secundaria: Sirvienta encubierta bajo el nombre de Shisui

    Personalidad

    • Como Loulan:
    Loulan es una figura enigmática y distante. Criada bajo la estricta influencia de una madre autoritaria, aparenta ser una marioneta sin emociones. Sin embargo, tras esta fachada se oculta una mujer de fuerte voluntad, profundamente preocupada por su familia y los miembros más jóvenes del Clan Shi.

    • Como Shisui:
    Su alter ego es una joven vivaz, curiosa y conversadora. Inocente en apariencia, Shisui tiene una pasión evidente por los insectos, a los que colecciona con entusiasmo. Es alegre, pero también capaz de mostrarse seria y reflexiva.

    Talentos y Habilidades
    • Inteligencia
    • Manipulación
    • Disfráz y espionaje
    • Entomología

    Relaciones
    • Maomao y Xiaolan: Amigas cercanas cuando se hacía pasar por Shisui.
    • Suirei: su hermana

    Para más información: https://kusuriya.fandom.com/wiki/Loulan
    Nombre real: Loulan Alias: Shisui Procedencia: Clan Shi Título: Segunda Consorte Pura del Pabellón Granate Ocupación secundaria: Sirvienta encubierta bajo el nombre de Shisui 🌈 Personalidad • Como Loulan: Loulan es una figura enigmática y distante. Criada bajo la estricta influencia de una madre autoritaria, aparenta ser una marioneta sin emociones. Sin embargo, tras esta fachada se oculta una mujer de fuerte voluntad, profundamente preocupada por su familia y los miembros más jóvenes del Clan Shi. • Como Shisui: Su alter ego es una joven vivaz, curiosa y conversadora. Inocente en apariencia, Shisui tiene una pasión evidente por los insectos, a los que colecciona con entusiasmo. Es alegre, pero también capaz de mostrarse seria y reflexiva. 🌟Talentos y Habilidades • Inteligencia • Manipulación • Disfráz y espionaje • Entomología 🫂 Relaciones • Maomao y Xiaolan: Amigas cercanas cuando se hacía pasar por Shisui. • Suirei: su hermana Para más información: https://kusuriya.fandom.com/wiki/Loulan
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  • ⟡ ݁₊ . ¿Qué eres tú? ⊹ ࣪ ˖
    Categoría Original
    La habitación era sorprendentemente hermosa.
    Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica.

    Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón.
    Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás.

    No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente.

    Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía.

    ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞

    Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo.
    El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre.

    "Ebrietas dijo que este sería distinto..."

    Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué?
    ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos?

    —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró.
    Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio.
    Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte.

    Así que siguió leyendo. Como un buen chico.

    Pasaron minutos. O tal vez siglos.
    La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera.

    Hasta que escuchó pasos.

    Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza.
    Pasos que no deberían estar allí.

    Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular.

    ¿Quién era este soñador?
    No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba.

    Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás.
    Una sonrisa vacía.

    —¡Ah... al fin! A quien buscaba.

    Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación.
    — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas.

    Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
    Los ojos no parpadeaban.
    El tono era suave, casi dulce.

    —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices?

    La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no.

    ⋆˚꩜。 𝐊𝐲𝐨
    La habitación era sorprendentemente hermosa. Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica. Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón. Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás. No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente. Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía. ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞ Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo. El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre. "Ebrietas dijo que este sería distinto..." Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué? ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos? —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró. Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio. Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte. Así que siguió leyendo. Como un buen chico. Pasaron minutos. O tal vez siglos. La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera. Hasta que escuchó pasos. Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza. Pasos que no deberían estar allí. Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular. ¿Quién era este soñador? No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba. Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás. Una sonrisa vacía. —¡Ah... al fin! A quien buscaba. Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación. — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas. Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza. Los ojos no parpadeaban. El tono era suave, casi dulce. —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices? La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no. ⋆˚꩜。 [Heaven.01]
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  • Los ha visto temblar.
    No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje.
    Por la espera de una mirada que no llega.
    Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia.

    Es curioso, piensa.
    Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor.

    Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío.
    Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través.
    De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco.
    De ser tocados por manos que nunca se extienden.

    Ellos insisten.
    Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza.
    La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada.

    ¿Y qué es esa persona, realmente?
    Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo.
    No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más.
    Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro.

    A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien.
    Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro.
    Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente.
    Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos.

    Es una tragedia callada, repetida infinitamente.
    No amar y no ser amado, sino depender.
    Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda.

    Atropos, al final, corta igual.
    Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
    Los ha visto temblar. No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje. Por la espera de una mirada que no llega. Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia. Es curioso, piensa. Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor. Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío. Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través. De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco. De ser tocados por manos que nunca se extienden. Ellos insisten. Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza. La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada. ¿Y qué es esa persona, realmente? Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo. No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más. Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro. A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien. Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro. Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente. Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos. Es una tragedia callada, repetida infinitamente. No amar y no ser amado, sino depender. Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda. Atropos, al final, corta igual. Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
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  • -Todos somos marionetas en las manos de alguien o algo al menos una vez, pues la experiencia se obtiene al enfrentar las diferentes situaciones que nos presenta la vida.
    -Todos somos marionetas en las manos de alguien o algo al menos una vez, pues la experiencia se obtiene al enfrentar las diferentes situaciones que nos presenta la vida.
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  • [SideBlackHole]

    Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub.

    Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso.

    El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados.

    Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos.

    No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse.

    Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada.

    Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae.

    Sencillamente hermoso.

    El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma.

    Las preparaciones del rito habían terminado.
    Solo faltaba abrir el portal.
    Se arrodilló sobre ella.

    Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento.

    El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida.

    Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano.

    El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
    [SideBlackHole] Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub. Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso. El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados. Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos. No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse. Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada. Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae. Sencillamente hermoso. El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma. Las preparaciones del rito habían terminado. Solo faltaba abrir el portal. Se arrodilló sobre ella. Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento. El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida. Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano. El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
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  • La vibra de vitalidad fluyó mucho más fuerte que cualquier otra luciérnaga cercana a ella, mortal, criatura salvaje, bicho, planta... todo lo que la rodeaba fue desplazada a segundo plano, cuando sus ojos celestes como el cielo fueron reemplazados con unos preciosos ojos dorados como el nectar, pudiendo notar ese hilo particular que siempre danzaba flojita en la vida eterna divina. Era ese hilo vital, de Morfeo, que siempre lo vió gris... un color ni malo ni bueno, pero si le dolía el corazón ver...

    ¡Por fin vibró!, cobró sentido, tembló como una gota de lluvia que se fusiona con un charco, con el mar, con la vida.

    Ella sonrió.

    Sin poder siquiera despertar del todo, soltó una risa plena, una risa de travesura y rebeldía, una risa de encanto y admiración.

    Abrió los brazos en cuánto salió al hermoso prado verde, fuera de la casa, y volvió a tararear su melodía. La melodía creada para Morfeo.

    Danzando por el pasto, con una sonrisa de dicha.

    Tal vez no era nada, para ningún Dios, tal vez no era siquiera nada para nadie. Pero para ella, Hebe, la Diosa de la vitalidad, saber que había conseguido un instante de vitalidad y luz para quien si merecía tenerlo, era bello, la verdadera luz de esperanza.

    Su corazón y emociones la estaban asfixiando en la garganta, lo sentía como un pelotón de sonidos fuertes alocar su inocente corazón.

    Sus ojos dorados, sus verdaderos ojos, brillaron, desplegando sus eternas vibras de energía, danzarinas, la felicidad de compartir su luz ... Era más de lo que su propio corazón latiente podía manejar, ella no arrebató vitalidad como era el miedo común en mortales...

    Esta vez había conseguido dar, lo que por tanto tiempo esperó obsequiar.

    Porque si, ella siempre tuvo miedo de que los mortales olvidaran a Morfeo, de que no lo vieran, de que por su culpa, alguien tan especial se perdiera.

    Porque perderse para alguien eterno, no era la muerte. Perderse era no saber si realmente existes, no saber si eres una marioneta del destino, o no saber si siquiera eres... simplemente un hilo más donde las Moiras juegan en contra de la propia voluntad de uno mismo...

    —¡Hoy si me merezco comer mucho helado!~ —exclamó entre risas, mientras seguía danzando para calmar a su tonto corazón.

    La felicidad era sencilla de conseguir...
    O tal vez ella era fácil de hacer feliz.
    La vibra de vitalidad fluyó mucho más fuerte que cualquier otra luciérnaga cercana a ella, mortal, criatura salvaje, bicho, planta... todo lo que la rodeaba fue desplazada a segundo plano, cuando sus ojos celestes como el cielo fueron reemplazados con unos preciosos ojos dorados como el nectar, pudiendo notar ese hilo particular que siempre danzaba flojita en la vida eterna divina. Era ese hilo vital, de Morfeo, que siempre lo vió gris... un color ni malo ni bueno, pero si le dolía el corazón ver... ¡Por fin vibró!, cobró sentido, tembló como una gota de lluvia que se fusiona con un charco, con el mar, con la vida. Ella sonrió. Sin poder siquiera despertar del todo, soltó una risa plena, una risa de travesura y rebeldía, una risa de encanto y admiración. Abrió los brazos en cuánto salió al hermoso prado verde, fuera de la casa, y volvió a tararear su melodía. La melodía creada para Morfeo. Danzando por el pasto, con una sonrisa de dicha. Tal vez no era nada, para ningún Dios, tal vez no era siquiera nada para nadie. Pero para ella, Hebe, la Diosa de la vitalidad, saber que había conseguido un instante de vitalidad y luz para quien si merecía tenerlo, era bello, la verdadera luz de esperanza. Su corazón y emociones la estaban asfixiando en la garganta, lo sentía como un pelotón de sonidos fuertes alocar su inocente corazón. Sus ojos dorados, sus verdaderos ojos, brillaron, desplegando sus eternas vibras de energía, danzarinas, la felicidad de compartir su luz ... Era más de lo que su propio corazón latiente podía manejar, ella no arrebató vitalidad como era el miedo común en mortales... Esta vez había conseguido dar, lo que por tanto tiempo esperó obsequiar. Porque si, ella siempre tuvo miedo de que los mortales olvidaran a Morfeo, de que no lo vieran, de que por su culpa, alguien tan especial se perdiera. Porque perderse para alguien eterno, no era la muerte. Perderse era no saber si realmente existes, no saber si eres una marioneta del destino, o no saber si siquiera eres... simplemente un hilo más donde las Moiras juegan en contra de la propia voluntad de uno mismo... —¡Hoy si me merezco comer mucho helado!~ —exclamó entre risas, mientras seguía danzando para calmar a su tonto corazón. La felicidad era sencilla de conseguir... O tal vez ella era fácil de hacer feliz.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    -"¿Quién eres? ¿Un héroe? ¿Una deidad? ¿Una marioneta? ¿Un prisionero? ¿Cuál de todos estos eres tú?".
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  • Razor se encontraba recostado en uno de los jardines en Mondstadt. Estaba jugando una marioneta que le había regalado Marjorie, la encargada de la tienda de recuerdos.

    —Tal vez.. gustar a Chica explosiva...
    Razor se encontraba recostado en uno de los jardines en Mondstadt. Estaba jugando una marioneta que le había regalado Marjorie, la encargada de la tienda de recuerdos. —Tal vez.. gustar a Chica explosiva...
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    ~El interior del árbol estaba sumido en la total oscuridad. sólo la destellante luz provocaba por el impacto del martillo contra las runas brindaban unos breves instantes de claridad cegadora. Sin embargo, sus ojos no derramaban lágrimas por el brillo del círculo; Las perlas de sus ojos surgían cada vez que miraba la dorada sangre manchando sus brazos desde las manos hasta los codos. Y asimismo golpeaba con más fuerza. Según los martillazos eran dados notaba como su piel, su cuerpo en si, empezaba a romperse, como si fuera una muñeca de porcelana. Pero le daba igual; en ese momento la ira, frustración y tristeza que sentía en ese momento la hacían olvidar, que su cuerpo se fragmentaba. El quería salir, quería reparar el daño que ella estaba haciendo; pero no estaba dispuesta a dejarle aparecer. La bestia intentaba detener sus brazos y alejarla del círculo del Elden, cuál marioneta, más no estaba dispuesta a permitírselo una vez más.

    Un martillazo, otro, otro, todos acompañados de un solemne impacto que resonaba por las paredes con un eco fantasmal.....Hasta que acabó.

    Las runas estaban esparcidas como piezas de un puzzle de oro y santidad; y gran parte de su brazo izquierdo se fragmentó en pedazos, dejando a la vista una oscura sombra. Se arrodilló, agotada y aturdida, mientras parte de su cuerpo empezaba a desprenderse y convertirse en piedra, desde su pierna hasta la cabeza. Involuntariamente, movida por la bestia, sus brazos se abrieron y postrada en el suelo, agachada. finalmente la cabeza, siendo alzada y tomada presa.

    Ya, después de todo lo ocurrido, no le importaba lo que fuera a pasar ahora.
    ~El interior del árbol estaba sumido en la total oscuridad. sólo la destellante luz provocaba por el impacto del martillo contra las runas brindaban unos breves instantes de claridad cegadora. Sin embargo, sus ojos no derramaban lágrimas por el brillo del círculo; Las perlas de sus ojos surgían cada vez que miraba la dorada sangre manchando sus brazos desde las manos hasta los codos. Y asimismo golpeaba con más fuerza. Según los martillazos eran dados notaba como su piel, su cuerpo en si, empezaba a romperse, como si fuera una muñeca de porcelana. Pero le daba igual; en ese momento la ira, frustración y tristeza que sentía en ese momento la hacían olvidar, que su cuerpo se fragmentaba. El quería salir, quería reparar el daño que ella estaba haciendo; pero no estaba dispuesta a dejarle aparecer. La bestia intentaba detener sus brazos y alejarla del círculo del Elden, cuál marioneta, más no estaba dispuesta a permitírselo una vez más. Un martillazo, otro, otro, todos acompañados de un solemne impacto que resonaba por las paredes con un eco fantasmal.....Hasta que acabó. Las runas estaban esparcidas como piezas de un puzzle de oro y santidad; y gran parte de su brazo izquierdo se fragmentó en pedazos, dejando a la vista una oscura sombra. Se arrodilló, agotada y aturdida, mientras parte de su cuerpo empezaba a desprenderse y convertirse en piedra, desde su pierna hasta la cabeza. Involuntariamente, movida por la bestia, sus brazos se abrieron y postrada en el suelo, agachada. finalmente la cabeza, siendo alzada y tomada presa. Ya, después de todo lo ocurrido, no le importaba lo que fuera a pasar ahora.
    Me encocora
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  • 阿兹 Azrael 死亡 ㊄ Michael Morningstar Leo Mornigstar

    {Les hizo llegar un mensaje con algo dentro.
    Al abrirlo, habla un mechon de cabello manchado de sangre divina, sujetado con un liston.. Con mensaje}

    "Recuerdo de la avecilla, pronto sera marioneta de la señorita Aura, este es un recuerdo para que al menos tengan algo"
    [D3ADaz] [MichMorninstar1] [tempest_cyan_elephant_253] {Les hizo llegar un mensaje con algo dentro. Al abrirlo, habla un mechon de cabello manchado de sangre divina, sujetado con un liston.. Con mensaje} "Recuerdo de la avecilla, pronto sera marioneta de la señorita Aura, este es un recuerdo para que al menos tengan algo"
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