Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento.

Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada.

Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca.
El general palidece.

—¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido.

Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden:
—¡Matad a las intrusas!

Ladeo la cabeza, genuinamente confundida.
No llego a moverme.

Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad.
Silencio.

Miro a la elfa.
Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue.

Cuando entramos, la atmósfera cambia.
Allí nos espera un clon de Jennifer.
No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer.

La elfa se gira hacia mí.

—Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso.

La miro.

—No sigo órdenes —respondo—.
Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder.

El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad.
La elfa no duda más.
Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella.

Una presencia.
No tiene forma definida, pero habla.
—Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte.

La elfa se endereza.
Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía.

Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo.

—Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo.
Este ente aceptó.
Pero no por mí.

Clava su mirada en la mía.

—Lo hizo para estar cerca de ti.
Y de Jennifer.

El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio.
Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota.
La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe.

El ente ya no está.
Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles.
Exhalo despacio.

—Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo.
Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención.

Mi tiempo.
Tan preciado.
Tan escaso.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento. Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada. Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca. El general palidece. —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido. Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden: —¡Matad a las intrusas! Ladeo la cabeza, genuinamente confundida. No llego a moverme. Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad. Silencio. Miro a la elfa. Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue. Cuando entramos, la atmósfera cambia. Allí nos espera un clon de Jennifer. No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer. La elfa se gira hacia mí. —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso. La miro. —No sigo órdenes —respondo—. Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder. El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad. La elfa no duda más. Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella. Una presencia. No tiene forma definida, pero habla. —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte. La elfa se endereza. Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía. Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo. —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo. Este ente aceptó. Pero no por mí. Clava su mirada en la mía. —Lo hizo para estar cerca de ti. Y de Jennifer. El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio. Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota. La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe. El ente ya no está. Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles. Exhalo despacio. —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo. Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención. Mi tiempo. Tan preciado. Tan escaso.
Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento.

Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada.

Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca.
El general palidece.

—¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido.

Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden:
—¡Matad a las intrusas!

Ladeo la cabeza, genuinamente confundida.
No llego a moverme.

Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad.
Silencio.

Miro a la elfa.
Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue.

Cuando entramos, la atmósfera cambia.
Allí nos espera un clon de Jennifer.
No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer.

La elfa se gira hacia mí.

—Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso.

La miro.

—No sigo órdenes —respondo—.
Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder.

El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad.
La elfa no duda más.
Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella.

Una presencia.
No tiene forma definida, pero habla.
—Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte.

La elfa se endereza.
Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía.

Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo.

—Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo.
Este ente aceptó.
Pero no por mí.

Clava su mirada en la mía.

—Lo hizo para estar cerca de ti.
Y de Jennifer.

El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio.
Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota.
La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe.

El ente ya no está.
Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles.
Exhalo despacio.

—Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo.
Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención.

Mi tiempo.
Tan preciado.
Tan escaso.
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