• —¿Quién está al otro lado de la línea? Un ser que ha sido llamado "monstruo" en más de una ocasión. Injustamente, por supuesto; todos saben que los monstruos no saben amar.
    —¿Quién está al otro lado de la línea? Un ser que ha sido llamado "monstruo" en más de una ocasión. Injustamente, por supuesto; todos saben que los monstruos no saben amar.
    Me gusta
    5
    3 turnos 0 maullidos
  • ¡I Demon Ninja!

    En el patio del kinder, mientras sus compañeras corren y jugar, Akane se acomoda debajo de un árbol con su libreta y sus lápices de colores. La pequeña prodigio del dibujo, con la lengua apenas asomando de concentración, empieza a dibujar su yo adulta, una demonio de piel verde, cuernos puntiagudos, cola ondulante y un traje ninja que haría orgullosa a su madre Yuna. "Soy la reina ninja del inframundo."

    Pronto, sus compañeras se acercan curiosas, hasta que ven el dibujo. “¡Qué miedo! ¿Esa eres tú?” dice una de ellas con ojos abiertos como platos. Akane pone su mejor cara seria y responde con voz grave: “Sí... Y si me enojan, me transformo en esto. Así que mejor no me hagan enfadar.” Sus compañeras gritan y salen corriendo en desbandada mientras Akane suelta una carcajada que hace eco por todo el patio.
    Momentos después, la profesora, con el rostro lleno de una mezcla de indignación y confusión, llega junto a Akane.

    Akane, con su pequeño cuerpo tambaleándose por el corredor del kinder, sigue a la profesora mientras observa que la llevan a la oficina del director. Al cruzar la puerta y ver a su madre Sasha Ishtar esperando, Akane frena por un instante, pero no porque tenga miedo, en realidad es mucho más divertida en su mente de niña traviesa.

    “Esto es peor de lo que pensaba,” piensa, tragándose una sonrisa. “Mami Sasha está aquí. Seguro que el director ya está temblando porque somos una familia de demonios. ¡Apuesto a que cree que, si me porto mal, Mami se transforma en un dragón gigante! ¿O será que él cree que yo ya tengo poderes mágicos?”


    la profesora y Akane entran a la oficina, esta no es la primera vez, por lo que Sasha, con los brazos cruzados pero una leve sonrisa que no logra ocultar. “Akane,” dice con voz solemne, “¿qué hiciste ahora?”

    Akane, sin poder contener la risa, responde: “¡Madre, creo que le tienen miedo a mi transformación!” Sasha niega con la cabeza mientras trata de no reírse, sabiendo que su hija había heredado su chispa y travesura. Y mientras la profesora intenta explicar la situación, Sasha le responde con calma: “No se preocupe, ella solo está... explorando su creatividad.”

    Mientras los adultos hablan, Akane siente que su imaginación vuela más alto, y para mantener su compostura, juega con sus manos, fingiendo estar pensativa. Pero cuando Sasha gira para mirarla con un ligero levantamiento de ceja, ella suelta una risita apenas audible.

    “Si Mamá supiera que el director cree que somos como los monstruos de las películas…” piensa mientras se muerde el labio para no estallar en carcajadas.




    ¡I Demon Ninja! En el patio del kinder, mientras sus compañeras corren y jugar, Akane se acomoda debajo de un árbol con su libreta y sus lápices de colores. La pequeña prodigio del dibujo, con la lengua apenas asomando de concentración, empieza a dibujar su yo adulta, una demonio de piel verde, cuernos puntiagudos, cola ondulante y un traje ninja que haría orgullosa a su madre Yuna. "Soy la reina ninja del inframundo." Pronto, sus compañeras se acercan curiosas, hasta que ven el dibujo. “¡Qué miedo! ¿Esa eres tú?” dice una de ellas con ojos abiertos como platos. Akane pone su mejor cara seria y responde con voz grave: “Sí... Y si me enojan, me transformo en esto. Así que mejor no me hagan enfadar.” Sus compañeras gritan y salen corriendo en desbandada mientras Akane suelta una carcajada que hace eco por todo el patio. Momentos después, la profesora, con el rostro lleno de una mezcla de indignación y confusión, llega junto a Akane. Akane, con su pequeño cuerpo tambaleándose por el corredor del kinder, sigue a la profesora mientras observa que la llevan a la oficina del director. Al cruzar la puerta y ver a su madre [SashaIshtar] esperando, Akane frena por un instante, pero no porque tenga miedo, en realidad es mucho más divertida en su mente de niña traviesa. “Esto es peor de lo que pensaba,” piensa, tragándose una sonrisa. “Mami Sasha está aquí. Seguro que el director ya está temblando porque somos una familia de demonios. ¡Apuesto a que cree que, si me porto mal, Mami se transforma en un dragón gigante! ¿O será que él cree que yo ya tengo poderes mágicos?” la profesora y Akane entran a la oficina, esta no es la primera vez, por lo que Sasha, con los brazos cruzados pero una leve sonrisa que no logra ocultar. “Akane,” dice con voz solemne, “¿qué hiciste ahora?” Akane, sin poder contener la risa, responde: “¡Madre, creo que le tienen miedo a mi transformación!” Sasha niega con la cabeza mientras trata de no reírse, sabiendo que su hija había heredado su chispa y travesura. Y mientras la profesora intenta explicar la situación, Sasha le responde con calma: “No se preocupe, ella solo está... explorando su creatividad.” Mientras los adultos hablan, Akane siente que su imaginación vuela más alto, y para mantener su compostura, juega con sus manos, fingiendo estar pensativa. Pero cuando Sasha gira para mirarla con un ligero levantamiento de ceja, ella suelta una risita apenas audible. “Si Mamá supiera que el director cree que somos como los monstruos de las películas…” piensa mientras se muerde el labio para no estallar en carcajadas.
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • ¿Y si ser quien yo soy no fue mi decisión
    Por qué de mi voz ha de salir "perdón"?
    Dime, si "así es la vida" es tu excusa,
    los monstruos no nacen, se hacen, ¿o no?
    ¿Y si ser quien yo soy no fue mi decisión Por qué de mi voz ha de salir "perdón"? Dime, si "así es la vida" es tu excusa, los monstruos no nacen, se hacen, ¿o no?
    Me gusta
    Me encocora
    4
    4 turnos 0 maullidos

  • Portal Rojo.
    #Libre


    — Los Portales rojos aunque son buenos en cuánto a encontrar tesoros valiosos o para derrotar jefes, no dan mucha experiencia ahora que subí de nivel. Así que siento que sólo estoy ejercitándome cuando ingreso a uno con mi nivel actual, no son de mucha ayuda.

    Sung Jin-Woo apartó algunas ramas del camino que se cruzaban en su visión normal y observó a su alrededor. Soltó un suspiro decepcionado. Se había encontrado con éste portal por accidente mientras estaba en uno de rango A, pero no le brindaba ninguna emoción.

    — Hasta ahora los monstruos que me he encontrado son de nivel inferior y no he podido encontrar ningún jefe que me sirva para mí ejército de sombras, dudaría si hay uno, sin embargo, el Portal aún no se cierra por lo que debe de haberlo.

    No tenía de otra más que seguir buscando en esa basta nieve y frío que podría congelar hasta el último de los huesos, al menos, ya había dejado de ser un cazador débil y ahora podía soportar eso y mucho más.
    Portal Rojo. #Libre — Los Portales rojos aunque son buenos en cuánto a encontrar tesoros valiosos o para derrotar jefes, no dan mucha experiencia ahora que subí de nivel. Así que siento que sólo estoy ejercitándome cuando ingreso a uno con mi nivel actual, no son de mucha ayuda. Sung Jin-Woo apartó algunas ramas del camino que se cruzaban en su visión normal y observó a su alrededor. Soltó un suspiro decepcionado. Se había encontrado con éste portal por accidente mientras estaba en uno de rango A, pero no le brindaba ninguna emoción. — Hasta ahora los monstruos que me he encontrado son de nivel inferior y no he podido encontrar ningún jefe que me sirva para mí ejército de sombras, dudaría si hay uno, sin embargo, el Portal aún no se cierra por lo que debe de haberlo. No tenía de otra más que seguir buscando en esa basta nieve y frío que podría congelar hasta el último de los huesos, al menos, ya había dejado de ser un cazador débil y ahora podía soportar eso y mucho más.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • El Beso Robado de Artemisa
    Fandom Olimpo
    Categoría Original
    Las llamas de la fragua rugían como bestias encadenadas en las profundidades del Olimpo. El metal candente chisporroteaba bajo el martillo, enviando destellos dorados a la penumbra de la caverna. El aire estaba cargado de humo, calor y el aroma ferroso del trabajo en la forja.

    Entre las sombras, una figura se movía con la ligereza de una criatura salvaje. Artemisa avanzó con paso sigiloso, sus ojos plateados recorriendo cada rincón del taller. La caverna olía a ceniza y esfuerzo, un mundo tan distinto al suyo, donde la brisa acariciaba los árboles y el suelo crujía bajo las pezuñas de los ciervos.

    —Sabía que eras hábil, Hefesto, pero nunca te había visto crear con tanta devoción.

    La luz del fuego titiló sobre su piel, resaltando el resplandor níveo de sus brazos y el destello afilado de su mirada. Se acercó con la misma audacia con la que enfrentaba a los monstruos del bosque, sin temor a las llamas ni al sudor que perlaba el ambiente.

    —No busco armas. Busco una promesa.

    Se inclinó con la misma rapidez con la que una flecha abandona la cuerda de un arco. Sus labios, fríos como la brisa nocturna que se desliza entre los árboles, encontraron los de Hefesto, quemados por el fuego perpetuo de su fragua. Al principio, el contraste fue un choque de mundos, la gélida caricia de la diosa contra el calor abrasador del herrero. Pero, por un instante, ese roce se fundió en un equilibrio perfecto: el frío conteniendo el ardor, el fuego derritiendo el hielo.

    El contacto fue fugaz, apenas un suspiro, como la brisa que mece las hojas en la espesura. No hubo ternura ni duda, solo la certeza de un gesto robado, un desafío en forma de caricia. Sus labios se apartaron con la misma rapidez con la que se habían encontrado, dejando tras de sí un rastro de lo que pudo ser, de lo que jamás volvería a repetirse.

    Artemisa sonrió con el destello de la travesura brillando en sus ojos.

    —Prométeme que nunca forjarás cadenas para mí.

    No esperó respuesta. Con la agilidad de un ciervo en fuga, se deslizó entre las sombras y desapareció, llevándose consigo el aroma de los bosques y el eco de su risa.

    @Hefesto
    Las llamas de la fragua rugían como bestias encadenadas en las profundidades del Olimpo. El metal candente chisporroteaba bajo el martillo, enviando destellos dorados a la penumbra de la caverna. El aire estaba cargado de humo, calor y el aroma ferroso del trabajo en la forja. Entre las sombras, una figura se movía con la ligereza de una criatura salvaje. Artemisa avanzó con paso sigiloso, sus ojos plateados recorriendo cada rincón del taller. La caverna olía a ceniza y esfuerzo, un mundo tan distinto al suyo, donde la brisa acariciaba los árboles y el suelo crujía bajo las pezuñas de los ciervos. —Sabía que eras hábil, Hefesto, pero nunca te había visto crear con tanta devoción. La luz del fuego titiló sobre su piel, resaltando el resplandor níveo de sus brazos y el destello afilado de su mirada. Se acercó con la misma audacia con la que enfrentaba a los monstruos del bosque, sin temor a las llamas ni al sudor que perlaba el ambiente. —No busco armas. Busco una promesa. Se inclinó con la misma rapidez con la que una flecha abandona la cuerda de un arco. Sus labios, fríos como la brisa nocturna que se desliza entre los árboles, encontraron los de Hefesto, quemados por el fuego perpetuo de su fragua. Al principio, el contraste fue un choque de mundos, la gélida caricia de la diosa contra el calor abrasador del herrero. Pero, por un instante, ese roce se fundió en un equilibrio perfecto: el frío conteniendo el ardor, el fuego derritiendo el hielo. El contacto fue fugaz, apenas un suspiro, como la brisa que mece las hojas en la espesura. No hubo ternura ni duda, solo la certeza de un gesto robado, un desafío en forma de caricia. Sus labios se apartaron con la misma rapidez con la que se habían encontrado, dejando tras de sí un rastro de lo que pudo ser, de lo que jamás volvería a repetirse. Artemisa sonrió con el destello de la travesura brillando en sus ojos. —Prométeme que nunca forjarás cadenas para mí. No esperó respuesta. Con la agilidad de un ciervo en fuga, se deslizó entre las sombras y desapareció, llevándose consigo el aroma de los bosques y el eco de su risa. @Hefesto
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    30
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    3
    1 turno 0 maullidos
  • El eco de las voces de aquel auditorio llegaba amortiguado hasta el pasillo detrás del escenario. Jack Tessaro estaba de pie en mitad de aquel reducido espacio, revisando mentalmente los puntos clave de la charla que iba a ofrecer. A su lado, también de pie, Martin Hammond observaba la pantalla de su teléfono con la expresión calmada que lo caracterizaba.

    —La sala está llena —comentó Hammond sin levantar la vista—. Tienes un público atento.

    Jack dejó ir un ligero suspiro y se pasó una mano por el cabello.

    —Ya, bueno... Hasta que les cuente la parte desagradable. Ahí es cuando empiezan a removerse en los asientos.

    Hammond dejó escapar una ligera risa nasal.

    —Bueno, no han venido a escuchar cuentos de hadas. Saben porqué están aquí.

    Jack ladeó la cabeza con una media sonrisa que se tornó demasiado fugaz.

    —No, vinieron a convencerse de que entienden a los monstruos.

    Uno de los profesores de la Universidad se asomó por la puerta del escenario y les hizo una señal. Cinco minutos. Jack asintió y ajustó el reloj en su muñeca.

    Hammond lo estudió por un instante antes de hablar.

    —Tienes esa mirada.

    Jack arqueó una ceja.

    —¿Qué mirada?

    —La de cuando recuerdas demasiado.

    Jack desvió la vista hacia el suelo por un segundo antes de enderezarse.

    —No se trata de mí esta vez.

    Hammond soltó un leve resoplido.

    —No. Pero todo lo que vas a decir ahí fuera está marcado por lo que hemos visto. No finjas que no lo sabes.

    El silencio se hizo palpable entre los dos. Luego, Jack inspiró profundamente y sacudió los hombros, removiéndose la tensión.

    —No he venido a debatir con Freud, Hammond.

    Su compañero esbozó una sonrisa rápida.

    —Entonces haz lo tuyo. Cuéntales lo que necesitan saber.

    Jack echó un último vistazo al escenario antes de avanzar.

    —Siempre lo hago.

    El murmullo del auditorio se volvió mucho más solemne cuando su figura apareció bajo las luces.
    El eco de las voces de aquel auditorio llegaba amortiguado hasta el pasillo detrás del escenario. Jack Tessaro estaba de pie en mitad de aquel reducido espacio, revisando mentalmente los puntos clave de la charla que iba a ofrecer. A su lado, también de pie, Martin Hammond observaba la pantalla de su teléfono con la expresión calmada que lo caracterizaba. —La sala está llena —comentó Hammond sin levantar la vista—. Tienes un público atento. Jack dejó ir un ligero suspiro y se pasó una mano por el cabello. —Ya, bueno... Hasta que les cuente la parte desagradable. Ahí es cuando empiezan a removerse en los asientos. Hammond dejó escapar una ligera risa nasal. —Bueno, no han venido a escuchar cuentos de hadas. Saben porqué están aquí. Jack ladeó la cabeza con una media sonrisa que se tornó demasiado fugaz. —No, vinieron a convencerse de que entienden a los monstruos. Uno de los profesores de la Universidad se asomó por la puerta del escenario y les hizo una señal. Cinco minutos. Jack asintió y ajustó el reloj en su muñeca. Hammond lo estudió por un instante antes de hablar. —Tienes esa mirada. Jack arqueó una ceja. —¿Qué mirada? —La de cuando recuerdas demasiado. Jack desvió la vista hacia el suelo por un segundo antes de enderezarse. —No se trata de mí esta vez. Hammond soltó un leve resoplido. —No. Pero todo lo que vas a decir ahí fuera está marcado por lo que hemos visto. No finjas que no lo sabes. El silencio se hizo palpable entre los dos. Luego, Jack inspiró profundamente y sacudió los hombros, removiéndose la tensión. —No he venido a debatir con Freud, Hammond. Su compañero esbozó una sonrisa rápida. —Entonces haz lo tuyo. Cuéntales lo que necesitan saber. Jack echó un último vistazo al escenario antes de avanzar. —Siempre lo hago. El murmullo del auditorio se volvió mucho más solemne cuando su figura apareció bajo las luces.
    Me gusta
    2
    1 turno 0 maullidos
  • La neblina se arremolinaba en la pradera cuando Ghost sintió la presencia. No se inmutó cuando la sombra se movió con rapidez inhumana, cerrando la distancia en un parpadeo. Colmillos afilados relampaguearon en la penumbra antes de hundirse en su cuello.

    Nada.

    El vampiro retrocedió de inmediato, su expresión de furia transformándose en desconcierto. No había sangre, no había sabor. Era como morder un espejismo.

    Ghost suspiró, sacudiendo un poco su cuello como si se quitara el polvo.

    ~ ¿Terminaste?

    El vampiro lo miró con el ceño fruncido, su postura aún tensa.

    —¿Qué eres?

    Ghost le sonrió, encogiéndose de hombros.

    ~ Alguien que no te servirá de cena. Pero, si quieres, puedo ser tu guía.

    El vampiro lo observó por un largo instante, aún con la respiración agitada por la frustración. Pero sus ojos, ocres y hambrientos, escondían algo más profundo: agotamiento.

    —No necesito ayuda.

    ~ ¿Ah, no? —Ghost levantó una ceja—. Déjame adivinar… ¿tienes siglos vagando sin rumbo, incapaz de encontrar un propósito?

    El vampiro gruñó, pero no negó nada.

    ~ Mira, sé que no pediste un guía, pero ya estás aquí. Y aquí no hay víctimas, no hay presas, solo caminos. Y yo puedo enseñarte la salida.

    El vampiro cruzó los brazos, su capa oscura ondeando levemente con la brisa.

    —¿Por qué haces esto?

    Ghost lo miró fijamente, su sonrisa tornándose más suave, casi melancólica.

    ~ Porque a veces, incluso los monstruos se pierden.

    El silencio se extendió entre ellos.

    Finalmente, el vampiro exhaló con resignación.

    —Muéstrame el camino.

    Ghost giró sobre sus talones con las manos en los bolsillos, comenzando a caminar con paso ligero.

    ~ Sígueme. Y oye… la próxima vez que intentes morder a alguien, al menos pregúntale primero. Es de mala educación atacar sin avisar.

    El vampiro resopló con incredulidad, pero, por primera vez en mucho tiempo, dejó que alguien lo guiara.
    La neblina se arremolinaba en la pradera cuando Ghost sintió la presencia. No se inmutó cuando la sombra se movió con rapidez inhumana, cerrando la distancia en un parpadeo. Colmillos afilados relampaguearon en la penumbra antes de hundirse en su cuello. Nada. El vampiro retrocedió de inmediato, su expresión de furia transformándose en desconcierto. No había sangre, no había sabor. Era como morder un espejismo. Ghost suspiró, sacudiendo un poco su cuello como si se quitara el polvo. ~ ¿Terminaste? El vampiro lo miró con el ceño fruncido, su postura aún tensa. —¿Qué eres? Ghost le sonrió, encogiéndose de hombros. ~ Alguien que no te servirá de cena. Pero, si quieres, puedo ser tu guía. El vampiro lo observó por un largo instante, aún con la respiración agitada por la frustración. Pero sus ojos, ocres y hambrientos, escondían algo más profundo: agotamiento. —No necesito ayuda. ~ ¿Ah, no? —Ghost levantó una ceja—. Déjame adivinar… ¿tienes siglos vagando sin rumbo, incapaz de encontrar un propósito? El vampiro gruñó, pero no negó nada. ~ Mira, sé que no pediste un guía, pero ya estás aquí. Y aquí no hay víctimas, no hay presas, solo caminos. Y yo puedo enseñarte la salida. El vampiro cruzó los brazos, su capa oscura ondeando levemente con la brisa. —¿Por qué haces esto? Ghost lo miró fijamente, su sonrisa tornándose más suave, casi melancólica. ~ Porque a veces, incluso los monstruos se pierden. El silencio se extendió entre ellos. Finalmente, el vampiro exhaló con resignación. —Muéstrame el camino. Ghost giró sobre sus talones con las manos en los bolsillos, comenzando a caminar con paso ligero. ~ Sígueme. Y oye… la próxima vez que intentes morder a alguien, al menos pregúntale primero. Es de mala educación atacar sin avisar. El vampiro resopló con incredulidad, pero, por primera vez en mucho tiempo, dejó que alguien lo guiara.
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Y, al final, ¿por qué estamos vivos aún?
    "¿Es un deja vú?"
    No sé, dime tú.
    ¿Los monstruos nacen, o es cosa de virtud?

    Y, al final, ¿por qué aún intentas luchar?
    ¿Es sólo costumbre, o hay algo más?
    Aunque no lo admitas,
    Al final, no quieres parar.
    Y, al final, ¿por qué estamos vivos aún? "¿Es un deja vú?" No sé, dime tú. ¿Los monstruos nacen, o es cosa de virtud? Y, al final, ¿por qué aún intentas luchar? ¿Es sólo costumbre, o hay algo más? Aunque no lo admitas, Al final, no quieres parar.
    Me gusta
    2
    10 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    No todos los monstruos nacen en la oscuridad, algunos nace a la luz del día, donde nadie puede verlos ni sospechar de ellos...

    Por mucho que oculten su naturaleza... SIEMPRE encuentra la forma de salir 𝐆𝐑𝐀𝐘𝐒𝐎𝐍 𝐀𝐑𝐆𝐄𝐍𝐓
    No todos los monstruos nacen en la oscuridad, algunos nace a la luz del día, donde nadie puede verlos ni sospechar de ellos... Por mucho que oculten su naturaleza... SIEMPRE encuentra la forma de salir [ThxArgent91]
    Me endiabla
    Me encocora
    Me gusta
    6
    0 comentarios 0 compartidos
  • ── Los monstruos más aterradores no son los que tienen los dientes y las garras más afiladas. Esos, al menos, muestran lo que son. No. Los verdaderos monstruos son los que logran apagar sus emociones, los que convierten su alma en un vacío insondable. No sienten remordimiento, ni culpa, ni compasión. Actúan con una ambición tan fría que ni siquiera los depredadores pueden imitar. Porque cuando el alma está muerta, el daño que causa no tiene límites… y lo peor es que ni siquiera les importa. A veces... A veces pienso que estoy al borde de convertirme en uno de ellos.
    ── Los monstruos más aterradores no son los que tienen los dientes y las garras más afiladas. Esos, al menos, muestran lo que son. No. Los verdaderos monstruos son los que logran apagar sus emociones, los que convierten su alma en un vacío insondable. No sienten remordimiento, ni culpa, ni compasión. Actúan con una ambición tan fría que ni siquiera los depredadores pueden imitar. Porque cuando el alma está muerta, el daño que causa no tiene límites… y lo peor es que ni siquiera les importa. A veces... A veces pienso que estoy al borde de convertirme en uno de ellos.
    Me shockea
    1
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados