• El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Zaphiro soltó un pequeño quejido al intentar levantarse. Sus músculos aún dolían deliciosamente por la noche ardiente que había compartido con Anyel, una de esas que le dejaban la piel marcada, el corazón aún acelerado, y la sensación de estar completa en sus brazos. Se estiró entre las sábanas revueltas, girando la cabeza para mirar a su novio dormido, tan tranquilo, y no pudo evitar sonreír con ternura.

    -Ahora regreso mi amor... -murmuró bajito, acariciándole el cabello antes de obligarse a salir de la cama.

    Cada paso fue lento, como si todavía flotara en esa nube de placer y calma, pero la emoción de que aquel día comenzarían su viaje le dio energía suficiente para entrar a la cocina. Puso a calentar un poco de café, cortó fruta y empezó a preparar algo sencillo pero hecho con cariño, todo mientras tarareaba bajito, con esa sonrisa boba que sólo él lograba sacar de ella.

    Cuando todo estuvo listo, tomó una bandeja y camino de regreso a la habitación dejando con cuidado el desayuno en una pequeña mesita que tenían en la habitación, antes de acercarse a su lado e inclinarse dejando suaves besos sobre su rostro

    -Buenos días, dormilón…es hora de levantarse -le dijo con suavidad, mientras seguía besando su rostro de forma juguetona antes de terminar sobre sus labios en un pequeño beso- Ya esta el desayuno mi amor...

    Anyel Martnes
    El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Zaphiro soltó un pequeño quejido al intentar levantarse. Sus músculos aún dolían deliciosamente por la noche ardiente que había compartido con Anyel, una de esas que le dejaban la piel marcada, el corazón aún acelerado, y la sensación de estar completa en sus brazos. Se estiró entre las sábanas revueltas, girando la cabeza para mirar a su novio dormido, tan tranquilo, y no pudo evitar sonreír con ternura. -Ahora regreso mi amor... -murmuró bajito, acariciándole el cabello antes de obligarse a salir de la cama. Cada paso fue lento, como si todavía flotara en esa nube de placer y calma, pero la emoción de que aquel día comenzarían su viaje le dio energía suficiente para entrar a la cocina. Puso a calentar un poco de café, cortó fruta y empezó a preparar algo sencillo pero hecho con cariño, todo mientras tarareaba bajito, con esa sonrisa boba que sólo él lograba sacar de ella. Cuando todo estuvo listo, tomó una bandeja y camino de regreso a la habitación dejando con cuidado el desayuno en una pequeña mesita que tenían en la habitación, antes de acercarse a su lado e inclinarse dejando suaves besos sobre su rostro -Buenos días, dormilón…es hora de levantarse -le dijo con suavidad, mientras seguía besando su rostro de forma juguetona antes de terminar sobre sus labios en un pequeño beso- Ya esta el desayuno mi amor... [Anyel01]
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  • Ese día el ascensor había fallado. Se detuvo entre el tercer y cuarto piso. Durante los vientisiete minutos que estuvo atrapada, Alaska contó las respiraciones de la mujer que compartía el espacio con ella (unas 37 respiraciones por minuto, lo que era un indicador de pánico) y registro cada uno de sus suspiros de ansiedad. Sin contar que la mujer hablaba demasiado. No fue peligroso. Fue ruidoso. Cuando la puerta se abrió finalmente, Alaska salió sin decir una sola palabra, pero cada paso hacia su apartamento era más rígido que el anterior.

    Ese mismo día, de pie frente a su ventana, hizo lo que siempre hacía cuando el mundo exterior parecía filtrarse demasiado: evaluar variables.

    — El apartamento tiene 47 metros cuadrados, 3 ventanas, 1 puerta principal, y 35 vecinos cuyos horarios he mapeado. . . Y aún así, la probabilidad de interacciones no deseadas sigue siendo del 63.7%

    Se acercó a la ventana, apartó la cortina y asomó su rostro, sintiendo los rayos cálidos sobre su piel.

    — Los apartamentos son organismos compartidos. Pasillos. Ascensores. Escaleras. Gente. —pausa breve— Pero una casa. . . no tiene eso. Una casa es un perímetro cerrado. . .

    Cerró la ventana, fue hacia su libreta y abrió una página en blanco. En la parte superior escribió: "Cosas por hacer: Reubicación. Mudarme a una casa"

    — Si —susurró, y fue la conclusión mas lógica a la que llegó— lo mejor será conseguir una casa para vivir. . . Ahora solo necesito conseguir una casa en alquiler que mi sueldo de empleada en la tienda pueda pagar...
    Ese día el ascensor había fallado. Se detuvo entre el tercer y cuarto piso. Durante los vientisiete minutos que estuvo atrapada, Alaska contó las respiraciones de la mujer que compartía el espacio con ella (unas 37 respiraciones por minuto, lo que era un indicador de pánico) y registro cada uno de sus suspiros de ansiedad. Sin contar que la mujer hablaba demasiado. No fue peligroso. Fue ruidoso. Cuando la puerta se abrió finalmente, Alaska salió sin decir una sola palabra, pero cada paso hacia su apartamento era más rígido que el anterior. Ese mismo día, de pie frente a su ventana, hizo lo que siempre hacía cuando el mundo exterior parecía filtrarse demasiado: evaluar variables. — El apartamento tiene 47 metros cuadrados, 3 ventanas, 1 puerta principal, y 35 vecinos cuyos horarios he mapeado. . . Y aún así, la probabilidad de interacciones no deseadas sigue siendo del 63.7% Se acercó a la ventana, apartó la cortina y asomó su rostro, sintiendo los rayos cálidos sobre su piel. — Los apartamentos son organismos compartidos. Pasillos. Ascensores. Escaleras. Gente. —pausa breve— Pero una casa. . . no tiene eso. Una casa es un perímetro cerrado. . . Cerró la ventana, fue hacia su libreta y abrió una página en blanco. En la parte superior escribió: "Cosas por hacer: Reubicación. Mudarme a una casa" — Si —susurró, y fue la conclusión mas lógica a la que llegó— lo mejor será conseguir una casa para vivir. . . Ahora solo necesito conseguir una casa en alquiler que mi sueldo de empleada en la tienda pueda pagar...
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  • No nací para esto. Me hicieron así.

    Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo.

    Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta.

    A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas.

    A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte.

    A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti.

    Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más.

    Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre.

    ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos.

    Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva.

    ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí.

    No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    No nací para esto. Me hicieron así. Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo. Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta. A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas. A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte. A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti. Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más. Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre. ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos. Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva. ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí. No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
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  • {La luna apenas lograba filtrarse entre las nubes negras que cubrían el cielo. Las ruinas de la ciudad se extendían a lo lejos.}

    {Frente a mí, entre la bruma, emergió el espíritu que esperaba. A quién no había invocado hace muchos años. Un corcel alado de sombra, tan oscuro cómo la noche, y sus alas extendidas. Sus ojos vacíos, ardientes, se clavaron en mis ojos.}

    {Sostuve la mirada, mientras el viento agitaba mí cabello.}

    —Así que… Aquí estás...

    {Susurré, mientras mis dedos se apretaban sobre la empuñadura de la espada.}

    {El espíritu inclinó ligeramente la cabeza. Ambos nos mirábamos, unidos en un encuentro planeado por el mismo destino.}


    {Con una voz grave, metálica y demoníaca, el espíritu rompió el silencio.}

    —Han pasado muchos años, pequeña neko… Dime, ¿aún conservas el libro de transformación que los espíritus te entregaron como obsequio?

    {Sus ojos espectrales se posaron con insistencia en mis orejas felinas, y su mirada descendió hacia mi cola, que se movía inquieta.}

    —Ah… ya lo entiendo.

    {Prosiguió con una risa oscura y algo burlona.}

    —Por eso sentí esa energía al acercarme. Has liberado tu verdadero ser. Sin embargo, tu sangre sigue contaminada por lo humano. Esa debilidad jamás te permitirá alcanzar la fuerza absoluta. ¿Acaso no fue por eso que tus propios padres te ocultaron entre los humanos? Lo hicieron para que sobrevivieras.

    {Al escuchar esas palabras, un escalofrío recorrió mi piel. Mis manos se cerraron con fuerza en torno al mango de mi espada.}

    —Silencio. No te convoqué para escuchar tus lamentos.

    {Por mí tono de voz, el espíritu se irguió, pero no respondió. La fuerza de mi mirada lo obligó a callar.
    Su trabajo era obedecerme.}

    —Tengo un deber que cumplir. Mi aliado me ha encomendado una misión. Pero antes, necesito de tu ayuda...
    {La luna apenas lograba filtrarse entre las nubes negras que cubrían el cielo. Las ruinas de la ciudad se extendían a lo lejos.} {Frente a mí, entre la bruma, emergió el espíritu que esperaba. A quién no había invocado hace muchos años. Un corcel alado de sombra, tan oscuro cómo la noche, y sus alas extendidas. Sus ojos vacíos, ardientes, se clavaron en mis ojos.} {Sostuve la mirada, mientras el viento agitaba mí cabello.} —Así que… Aquí estás... {Susurré, mientras mis dedos se apretaban sobre la empuñadura de la espada.} {El espíritu inclinó ligeramente la cabeza. Ambos nos mirábamos, unidos en un encuentro planeado por el mismo destino.} {Con una voz grave, metálica y demoníaca, el espíritu rompió el silencio.} —Han pasado muchos años, pequeña neko… Dime, ¿aún conservas el libro de transformación que los espíritus te entregaron como obsequio? {Sus ojos espectrales se posaron con insistencia en mis orejas felinas, y su mirada descendió hacia mi cola, que se movía inquieta.} —Ah… ya lo entiendo. {Prosiguió con una risa oscura y algo burlona.} —Por eso sentí esa energía al acercarme. Has liberado tu verdadero ser. Sin embargo, tu sangre sigue contaminada por lo humano. Esa debilidad jamás te permitirá alcanzar la fuerza absoluta. ¿Acaso no fue por eso que tus propios padres te ocultaron entre los humanos? Lo hicieron para que sobrevivieras. {Al escuchar esas palabras, un escalofrío recorrió mi piel. Mis manos se cerraron con fuerza en torno al mango de mi espada.} —Silencio. No te convoqué para escuchar tus lamentos. {Por mí tono de voz, el espíritu se irguió, pero no respondió. La fuerza de mi mirada lo obligó a callar. Su trabajo era obedecerme.} —Tengo un deber que cumplir. Mi aliado me ha encomendado una misión. Pero antes, necesito de tu ayuda...
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  • Escena 1: La noche de Seúl
    Fandom OC
    Categoría Original
    La metrópolis de Seúl dormía bajo un manto de luces parpadeantes y sombras alargadas. En un callejón angosto, bañado por la tenue luz amarillenta de una farola solitaria, jadeaba un hombre corpulento. Su respiración era un estertor ahogado, el sabor metálico de la sangre inundaba su boca. Intentó incorporarse, apoyándose torpemente contra el frío ladrillo de la pared, pero un peso implacable sobre su pecho se lo impidió.

    Sobre él, la figura oscura de Orion se movía con una gracia felina, invisible casi por completo en la penumbra. No había rastro de emoción en su rostro, solo una fría determinación en sus ojos oscuros mientras observaba el lento declive de su presa. En su mano enguantada, la daga de combate brillaba fugazmente al reflejar la luz distante.

    El hombre en el suelo balbuceó algo en coreano, una súplica desesperada que Orion ignoró por completo. En cambio, se inclinó ligeramente y susurró en un ruso gutural, una lengua que su víctima seguramente no entendería en sus últimos momentos de lucidez: "Спокойной ночи, грешник." (Buenas noches, pecador).

    Sin esperar una respuesta, Orion deslizó la daga con una precisión despiadada entre las costillas del hombre. No hubo un grito, solo un gorgoteo ahogado y un espasmo final antes de que el cuerpo quedara inerte. La sangre oscura comenzó a filtrarse por el asfalto sucio, mezclándose con las sombras de la noche.

    Orion retiró la daga con la misma frialdad con la que la había empuñado, limpiando la hoja con un paño oscuro que sacó de su bolsillo. No había satisfacción en sus movimientos, solo la eficiencia de un profesional completando un encargo. Miró el cuerpo sin vida por un instante, sin rastro de remordimiento o triunfo. Era solo un obstáculo eliminado, un nombre tachado de una lista invisible.

    Se incorporó con la misma agilidad silenciosa con la que había llegado. Un último vistazo al callejón, asegurándose de que no hubiera testigos inmediatos, y luego se fundió con las sombras de la noche de Seúl, dejando tras de sí solo el eco silencioso de un acto brutal.
    La metrópolis de Seúl dormía bajo un manto de luces parpadeantes y sombras alargadas. En un callejón angosto, bañado por la tenue luz amarillenta de una farola solitaria, jadeaba un hombre corpulento. Su respiración era un estertor ahogado, el sabor metálico de la sangre inundaba su boca. Intentó incorporarse, apoyándose torpemente contra el frío ladrillo de la pared, pero un peso implacable sobre su pecho se lo impidió. Sobre él, la figura oscura de Orion se movía con una gracia felina, invisible casi por completo en la penumbra. No había rastro de emoción en su rostro, solo una fría determinación en sus ojos oscuros mientras observaba el lento declive de su presa. En su mano enguantada, la daga de combate brillaba fugazmente al reflejar la luz distante. El hombre en el suelo balbuceó algo en coreano, una súplica desesperada que Orion ignoró por completo. En cambio, se inclinó ligeramente y susurró en un ruso gutural, una lengua que su víctima seguramente no entendería en sus últimos momentos de lucidez: "Спокойной ночи, грешник." (Buenas noches, pecador). Sin esperar una respuesta, Orion deslizó la daga con una precisión despiadada entre las costillas del hombre. No hubo un grito, solo un gorgoteo ahogado y un espasmo final antes de que el cuerpo quedara inerte. La sangre oscura comenzó a filtrarse por el asfalto sucio, mezclándose con las sombras de la noche. Orion retiró la daga con la misma frialdad con la que la había empuñado, limpiando la hoja con un paño oscuro que sacó de su bolsillo. No había satisfacción en sus movimientos, solo la eficiencia de un profesional completando un encargo. Miró el cuerpo sin vida por un instante, sin rastro de remordimiento o triunfo. Era solo un obstáculo eliminado, un nombre tachado de una lista invisible. Se incorporó con la misma agilidad silenciosa con la que había llegado. Un último vistazo al callejón, asegurándose de que no hubiera testigos inmediatos, y luego se fundió con las sombras de la noche de Seúl, dejando tras de sí solo el eco silencioso de un acto brutal.
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  • #SeductiveSunday

    Se le filtraron al moreno las fotos que se sacó para la nueva revista de moda. (?)
    #SeductiveSunday Se le filtraron al moreno las fotos que se sacó para la nueva revista de moda. (?)
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    El despertar de la sangre Ishtar.

    El suelo temblaba bajo la presión de una presencia. Akane jadeaba. Su forma Oni Lunar había consumido casi todo lo que tenía, y aun así, no era suficiente. Los músculos quemaban, la energía se dispersaba, y cada fibra de su ser sentía el sello que bloqueaba su evolución total.

    Frente a ella, su rival permanecía en las sombras, sin nombre ni rostro revelado. Pero su poder era palpable… cercano al de Azuka, su hermana. Solo que a diferencia de Azuka, este enemigo no contenía su fuerza. No respetaba el vínculo. Este quería destruirla.

    El ataque vino sin aviso, una ráfaga que cortó el aire. Akane no contraatacó. Solo desvió, apenas un giro de muñeca, lo justo para no morir.

    "¿Parry?" -Se burló la figura desde la penumbra, con una voz antigua.

    Akane sonrió, sus labios ensangrentados y el aliento agitado.

    "Ahora es mi estilo". -Respondió con tono burlesco, como si cada segundo ganado fuera una pequeña victoria.

    La figura volvió a avanzar, implacable, cada paso retumbando como si el mundo se hundiera bajo su peso.

    "Ese juego que estás jugando…" -Murmuró- "¿Es suicidio?"

    Akane se alzó sobre sus pies tambaleantes, con la mirada encendida y una chispa de ironía en los ojos.

    "Tal vez... pero me importa un carajo".

    El ser alzó su mano, y el entorno pareció reaccionar: grietas en el suelo, electricidad en el aire.

    "Entonces hazlo, hazlo. Aún no es suficiente para vencerme".

    "Todavía no he perdido". -Respondió ella con firmeza, como quien está dispuesta a caer mil veces con tal de dar un paso más.

    En ese momento, no se escuchó ningún ataque, ningún rugido. Solo el silencio y un sonido suave: clink. Dos grilletes metálicos aparecieron en sus muñecas. Pero no pesaban. No la ataban. Eran símbolo, no prisión.

    Akane los miró. Sabía lo que representaban: su propio límite. El sello que había contenido su verdadero poder. Y uno a uno… comenzaron a romperse.

    Los fragmentos brillaron antes de tocar el suelo, desintegrándose en polvo azul.

    Desde sus manos, luego su rostro, marcas comenzaron a brillar. Runas antiguas, como cicatrices de poder. La luna, antes oculta por las nubes de la batalla, emergió limpia, clara, como si también estuviera esperando ese momento.

    Akane alzó su vista hacia el enemigo. Ya no tenía miedo. Ya no estaba sellada. Ahora sí. Era suficiente.

    Su cabello azul resplandece con intensidad, y aunque su cuerpo parece humano, sobresalen garras y una cola dracónica hechas completamente de energía luminosa, azul brillante, casi líquida en su movimiento. Estas manifestaciones no son parte de una transformación física, sino el reflejo visual de lo que habita oculto en su interior: un poder ancestral que aún duerme, pero ha comenzado a filtrarse más allá de sus límites. Cada destello de esas extremidades energéticas es un susurro de la criatura que podría despertar, un aviso de que Akane está más cerca que nunca de romper su sello final.
    El despertar de la sangre Ishtar. El suelo temblaba bajo la presión de una presencia. Akane jadeaba. Su forma Oni Lunar había consumido casi todo lo que tenía, y aun así, no era suficiente. Los músculos quemaban, la energía se dispersaba, y cada fibra de su ser sentía el sello que bloqueaba su evolución total. Frente a ella, su rival permanecía en las sombras, sin nombre ni rostro revelado. Pero su poder era palpable… cercano al de Azuka, su hermana. Solo que a diferencia de Azuka, este enemigo no contenía su fuerza. No respetaba el vínculo. Este quería destruirla. El ataque vino sin aviso, una ráfaga que cortó el aire. Akane no contraatacó. Solo desvió, apenas un giro de muñeca, lo justo para no morir. "¿Parry?" -Se burló la figura desde la penumbra, con una voz antigua. Akane sonrió, sus labios ensangrentados y el aliento agitado. "Ahora es mi estilo". -Respondió con tono burlesco, como si cada segundo ganado fuera una pequeña victoria. La figura volvió a avanzar, implacable, cada paso retumbando como si el mundo se hundiera bajo su peso. "Ese juego que estás jugando…" -Murmuró- "¿Es suicidio?" Akane se alzó sobre sus pies tambaleantes, con la mirada encendida y una chispa de ironía en los ojos. "Tal vez... pero me importa un carajo". El ser alzó su mano, y el entorno pareció reaccionar: grietas en el suelo, electricidad en el aire. "Entonces hazlo, hazlo. Aún no es suficiente para vencerme". "Todavía no he perdido". -Respondió ella con firmeza, como quien está dispuesta a caer mil veces con tal de dar un paso más. En ese momento, no se escuchó ningún ataque, ningún rugido. Solo el silencio y un sonido suave: clink. Dos grilletes metálicos aparecieron en sus muñecas. Pero no pesaban. No la ataban. Eran símbolo, no prisión. Akane los miró. Sabía lo que representaban: su propio límite. El sello que había contenido su verdadero poder. Y uno a uno… comenzaron a romperse. Los fragmentos brillaron antes de tocar el suelo, desintegrándose en polvo azul. Desde sus manos, luego su rostro, marcas comenzaron a brillar. Runas antiguas, como cicatrices de poder. La luna, antes oculta por las nubes de la batalla, emergió limpia, clara, como si también estuviera esperando ese momento. Akane alzó su vista hacia el enemigo. Ya no tenía miedo. Ya no estaba sellada. Ahora sí. Era suficiente. Su cabello azul resplandece con intensidad, y aunque su cuerpo parece humano, sobresalen garras y una cola dracónica hechas completamente de energía luminosa, azul brillante, casi líquida en su movimiento. Estas manifestaciones no son parte de una transformación física, sino el reflejo visual de lo que habita oculto en su interior: un poder ancestral que aún duerme, pero ha comenzado a filtrarse más allá de sus límites. Cada destello de esas extremidades energéticas es un susurro de la criatura que podría despertar, un aviso de que Akane está más cerca que nunca de romper su sello final.
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  • Canguro descontrolado...
    Fandom Brok the InvestiGator/Crossover
    Categoría Otros
    **Los cielos de los Drums se oscurecían, ya anticipando la noche o la usual lluvia qué suele haber todos los días. La gente alrededor del lugar, haciendo lo que mejor saben hacer: no hacer nada. "tribot, esto..." "tribot, otro..." se escuchan entre el lugar. El parque se siente todavía más solitario; solo poca gente que decide dejar de ser un inútil y estirar las piernas. Y ahí en medio del solitario lugar, se encuentra nuestro querido canguro, Sin; sentado en una banca, su cuerpo blandito resalta igual que una mancha en una camisa blanca. Su mirada hacia abajo, sus orejas hacia atrás, la forma que aprieta esa gorra de policía entre sus manos o como da pequeños golpecitos en el suelo con su pata... cualquiera de las 4 señalan lo mismo: que el canguro esta... angustiado, aunque ya es costumbre verlo así al pobre... pero no... no es su simple dolor de divorciado qué ya hasta aprece qué se le pegó esa cara deprimida... no... algo más hay... arrepentimiento quizás?... como no va a estar arrepentid si cometió el error más grande que ha hecho, almenos desde su punto de vista; traicionar a su amigo y casi robar... trás un dolor por el divorcio, el grandullón fue con su mejor amigo, RJ, y le invitó a ir juntos a tomar algo. RJ, como el buen amigo que es, acepto, sin saber que había caído en una trampa... el oso terminó despertando en medio de una calle desconocida, en ropa interior y al lado de una tienda, justo siendo la señora encargada de la tienda la que lo despertó... Sin lo había drogado, le robó el uniforme y aprovechó para infiltrarse en una farmacia y robar Oblivion, medicina tranquilizador que planeaba dársela a su esposa y que pudieran hablar sobre el video falso que inició todo... RJ llegó a tiempo al lugar antes de que Sin terminará su misión, y le hizo recuperar la cabeza después de una... no tan amigable discusión...**

    ...Porque... soy así?... **murmuró y murmuraba el canguro...** porque... siempre daño a otra gente?...

    **mientras en pobre se terminaba de destrozar en su mente, RJ se acercó al canguro, sorprendentemente no enojado...**

    : hey... sigues aquí?... ya paso rato, se está haciendo tarde... ve a tu casa... no te lo tomes a mal, sabes?, ya te dije que no estoy molesto... **dijo, buscando calmar a su amigo**
    RJ... solo déjame... te conozco... se que estas molesto... solo vuelve a tu casa... **respondió Sin, con una tristeza más que sensible en su voz.**
    : Oh, vamos Sin... solo- ugh, sabes que? Olvídalo... a veces es imposible razonar contigo... solo... cuídate, esta bien?... adiós... amigo... *responde el oso, antes de dar la vuelta e irse...**

    **Sin solo pudo volver a mirar hacia abajo, volviéndose a meter en sus pensamientos.**
    **Los cielos de los Drums se oscurecían, ya anticipando la noche o la usual lluvia qué suele haber todos los días. La gente alrededor del lugar, haciendo lo que mejor saben hacer: no hacer nada. "tribot, esto..." "tribot, otro..." se escuchan entre el lugar. El parque se siente todavía más solitario; solo poca gente que decide dejar de ser un inútil y estirar las piernas. Y ahí en medio del solitario lugar, se encuentra nuestro querido canguro, Sin; sentado en una banca, su cuerpo blandito resalta igual que una mancha en una camisa blanca. Su mirada hacia abajo, sus orejas hacia atrás, la forma que aprieta esa gorra de policía entre sus manos o como da pequeños golpecitos en el suelo con su pata... cualquiera de las 4 señalan lo mismo: que el canguro esta... angustiado, aunque ya es costumbre verlo así al pobre... pero no... no es su simple dolor de divorciado qué ya hasta aprece qué se le pegó esa cara deprimida... no... algo más hay... arrepentimiento quizás?... como no va a estar arrepentid si cometió el error más grande que ha hecho, almenos desde su punto de vista; traicionar a su amigo y casi robar... trás un dolor por el divorcio, el grandullón fue con su mejor amigo, RJ, y le invitó a ir juntos a tomar algo. RJ, como el buen amigo que es, acepto, sin saber que había caído en una trampa... el oso terminó despertando en medio de una calle desconocida, en ropa interior y al lado de una tienda, justo siendo la señora encargada de la tienda la que lo despertó... Sin lo había drogado, le robó el uniforme y aprovechó para infiltrarse en una farmacia y robar Oblivion, medicina tranquilizador que planeaba dársela a su esposa y que pudieran hablar sobre el video falso que inició todo... RJ llegó a tiempo al lugar antes de que Sin terminará su misión, y le hizo recuperar la cabeza después de una... no tan amigable discusión...** ...Porque... soy así?... **murmuró y murmuraba el canguro...** porque... siempre daño a otra gente?... **mientras en pobre se terminaba de destrozar en su mente, RJ se acercó al canguro, sorprendentemente no enojado...** 🐻: hey... sigues aquí?... ya paso rato, se está haciendo tarde... ve a tu casa... no te lo tomes a mal, sabes?, ya te dije que no estoy molesto... **dijo, buscando calmar a su amigo** RJ... solo déjame... te conozco... se que estas molesto... solo vuelve a tu casa... **respondió Sin, con una tristeza más que sensible en su voz.** 🐻: Oh, vamos Sin... solo- ugh, sabes que? Olvídalo... a veces es imposible razonar contigo... solo... cuídate, esta bien?... adiós... amigo... *responde el oso, antes de dar la vuelta e irse...** **Sin solo pudo volver a mirar hacia abajo, volviéndose a meter en sus pensamientos.**
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
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  • ❝ Sargento 𝑻𝒐𝒃𝒊𝒂𝒔 𝑹𝒆𝒂𝒑𝒆𝒓 ❞

    Pronunció con un nombre falso. ¿su misión? Infiltrarse en las fuerzas policiales rumanas y asesinar 𝐞𝐧 𝐬𝐢𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨....

    ¿Quieres ser víctima de Reaper?
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