Escena 1: La noche de Seúl
La metrópolis de Seúl dormía bajo un manto de luces parpadeantes y sombras alargadas. En un callejón angosto, bañado por la tenue luz amarillenta de una farola solitaria, jadeaba un hombre corpulento. Su respiración era un estertor ahogado, el sabor metálico de la sangre inundaba su boca. Intentó incorporarse, apoyándose torpemente contra el frío ladrillo de la pared, pero un peso implacable sobre su pecho se lo impidió.
Sobre él, la figura oscura de Orion se movía con una gracia felina, invisible casi por completo en la penumbra. No había rastro de emoción en su rostro, solo una fría determinación en sus ojos oscuros mientras observaba el lento declive de su presa. En su mano enguantada, la daga de combate brillaba fugazmente al reflejar la luz distante.
El hombre en el suelo balbuceó algo en coreano, una súplica desesperada que Orion ignoró por completo. En cambio, se inclinó ligeramente y susurró en un ruso gutural, una lengua que su víctima seguramente no entendería en sus últimos momentos de lucidez: "Спокойной ночи, грешник." (Buenas noches, pecador).
Sin esperar una respuesta, Orion deslizó la daga con una precisión despiadada entre las costillas del hombre. No hubo un grito, solo un gorgoteo ahogado y un espasmo final antes de que el cuerpo quedara inerte. La sangre oscura comenzó a filtrarse por el asfalto sucio, mezclándose con las sombras de la noche.
Orion retiró la daga con la misma frialdad con la que la había empuñado, limpiando la hoja con un paño oscuro que sacó de su bolsillo. No había satisfacción en sus movimientos, solo la eficiencia de un profesional completando un encargo. Miró el cuerpo sin vida por un instante, sin rastro de remordimiento o triunfo. Era solo un obstáculo eliminado, un nombre tachado de una lista invisible.
Se incorporó con la misma agilidad silenciosa con la que había llegado. Un último vistazo al callejón, asegurándose de que no hubiera testigos inmediatos, y luego se fundió con las sombras de la noche de Seúl, dejando tras de sí solo el eco silencioso de un acto brutal.
Sobre él, la figura oscura de Orion se movía con una gracia felina, invisible casi por completo en la penumbra. No había rastro de emoción en su rostro, solo una fría determinación en sus ojos oscuros mientras observaba el lento declive de su presa. En su mano enguantada, la daga de combate brillaba fugazmente al reflejar la luz distante.
El hombre en el suelo balbuceó algo en coreano, una súplica desesperada que Orion ignoró por completo. En cambio, se inclinó ligeramente y susurró en un ruso gutural, una lengua que su víctima seguramente no entendería en sus últimos momentos de lucidez: "Спокойной ночи, грешник." (Buenas noches, pecador).
Sin esperar una respuesta, Orion deslizó la daga con una precisión despiadada entre las costillas del hombre. No hubo un grito, solo un gorgoteo ahogado y un espasmo final antes de que el cuerpo quedara inerte. La sangre oscura comenzó a filtrarse por el asfalto sucio, mezclándose con las sombras de la noche.
Orion retiró la daga con la misma frialdad con la que la había empuñado, limpiando la hoja con un paño oscuro que sacó de su bolsillo. No había satisfacción en sus movimientos, solo la eficiencia de un profesional completando un encargo. Miró el cuerpo sin vida por un instante, sin rastro de remordimiento o triunfo. Era solo un obstáculo eliminado, un nombre tachado de una lista invisible.
Se incorporó con la misma agilidad silenciosa con la que había llegado. Un último vistazo al callejón, asegurándose de que no hubiera testigos inmediatos, y luego se fundió con las sombras de la noche de Seúl, dejando tras de sí solo el eco silencioso de un acto brutal.
La metrópolis de Seúl dormía bajo un manto de luces parpadeantes y sombras alargadas. En un callejón angosto, bañado por la tenue luz amarillenta de una farola solitaria, jadeaba un hombre corpulento. Su respiración era un estertor ahogado, el sabor metálico de la sangre inundaba su boca. Intentó incorporarse, apoyándose torpemente contra el frío ladrillo de la pared, pero un peso implacable sobre su pecho se lo impidió.
Sobre él, la figura oscura de Orion se movía con una gracia felina, invisible casi por completo en la penumbra. No había rastro de emoción en su rostro, solo una fría determinación en sus ojos oscuros mientras observaba el lento declive de su presa. En su mano enguantada, la daga de combate brillaba fugazmente al reflejar la luz distante.
El hombre en el suelo balbuceó algo en coreano, una súplica desesperada que Orion ignoró por completo. En cambio, se inclinó ligeramente y susurró en un ruso gutural, una lengua que su víctima seguramente no entendería en sus últimos momentos de lucidez: "Спокойной ночи, грешник." (Buenas noches, pecador).
Sin esperar una respuesta, Orion deslizó la daga con una precisión despiadada entre las costillas del hombre. No hubo un grito, solo un gorgoteo ahogado y un espasmo final antes de que el cuerpo quedara inerte. La sangre oscura comenzó a filtrarse por el asfalto sucio, mezclándose con las sombras de la noche.
Orion retiró la daga con la misma frialdad con la que la había empuñado, limpiando la hoja con un paño oscuro que sacó de su bolsillo. No había satisfacción en sus movimientos, solo la eficiencia de un profesional completando un encargo. Miró el cuerpo sin vida por un instante, sin rastro de remordimiento o triunfo. Era solo un obstáculo eliminado, un nombre tachado de una lista invisible.
Se incorporó con la misma agilidad silenciosa con la que había llegado. Un último vistazo al callejón, asegurándose de que no hubiera testigos inmediatos, y luego se fundió con las sombras de la noche de Seúl, dejando tras de sí solo el eco silencioso de un acto brutal.
Tipo
Grupal
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
