𝓔𝓵 𝓬𝓲𝓼𝓷𝓮 𝓭𝓮𝓵 𝓕𝓮𝔂𝔀𝓲𝓵𝓭
Las noches en el Velvet Hollow nunca eran iguales, pero cada tercera luna, el aire cambiaba, y todo el Feywild latía bajo las tablas de un mismo escenario.
Porque esa noche... el cisne del Crepúsculo se presentaba.
El escenario no era cualquiera, era una cama elevada, rodeada de cortinas translúcidas perfumadas de miel y durazno. Detrás, un dosel en forma de corazón con detalles dorados.
Cada show, era para él, un ritual de adoración, y ahí estaba él. Cassiel.
Sus pasos eran lentos, su cuerpo estaba envuelto en telas brillantes y cortas, siempre dejando piel expuesta en los lugares correctos.
Su cabello era una cascada dorada que jamás llevaba trenzada, y todos sabían lo que eso significaba.
Entre los elfos, trenzar el cabello era un gesto reservado a los amantes, entregar una cadena para sujetarlo, una propuesta de cortejo.
Y él... jamás aceptaba cadenas. Pero aceptaba todo lo demás: perfumes, dulces raros, cartas, joyas.
Sonreía. Saludaba con la mano, a veces tomaba un regalo, a veces no. A veces se detenía solo para mirar a alguien, y luego marcharse.
La taberna entera estaba contenida. Nadie quería perderse el momento en que Cassiel elegiría a alguien para su número final. Porque era costumbre: cada show, una persona era invitada a sentarse sobre el escenario.
Y con suerte, Cassiel cantaba... solo para esa persona. Mujer. Hombre. Fae. No importaba.
Justo antes de llegar a su trono imaginario entre las cortinas, el elfo se detuvo. Había algo que no esperaba ver, un rostro no habitual, con una espléndida caja adornada entre terciopelo rojo.
— ... Qué interesante —murmuró, no estaba claro si se refería al regalo o a quien lo sostenía— No sé si me intrigas tú... o tu elección de empaque. Pero algo aquí merece que me detenga.
Dio un paso más cerca, no le importaba invadir el espacio de los demás, deberían incluso estar agradecidos.
— No suelo quedarme con intrigas por mucho tiempo. — agregó con una sonrisa. — ¿Cuál es tu nombre?
Porque esa noche... el cisne del Crepúsculo se presentaba.
El escenario no era cualquiera, era una cama elevada, rodeada de cortinas translúcidas perfumadas de miel y durazno. Detrás, un dosel en forma de corazón con detalles dorados.
Cada show, era para él, un ritual de adoración, y ahí estaba él. Cassiel.
Sus pasos eran lentos, su cuerpo estaba envuelto en telas brillantes y cortas, siempre dejando piel expuesta en los lugares correctos.
Su cabello era una cascada dorada que jamás llevaba trenzada, y todos sabían lo que eso significaba.
Entre los elfos, trenzar el cabello era un gesto reservado a los amantes, entregar una cadena para sujetarlo, una propuesta de cortejo.
Y él... jamás aceptaba cadenas. Pero aceptaba todo lo demás: perfumes, dulces raros, cartas, joyas.
Sonreía. Saludaba con la mano, a veces tomaba un regalo, a veces no. A veces se detenía solo para mirar a alguien, y luego marcharse.
La taberna entera estaba contenida. Nadie quería perderse el momento en que Cassiel elegiría a alguien para su número final. Porque era costumbre: cada show, una persona era invitada a sentarse sobre el escenario.
Y con suerte, Cassiel cantaba... solo para esa persona. Mujer. Hombre. Fae. No importaba.
Justo antes de llegar a su trono imaginario entre las cortinas, el elfo se detuvo. Había algo que no esperaba ver, un rostro no habitual, con una espléndida caja adornada entre terciopelo rojo.
— ... Qué interesante —murmuró, no estaba claro si se refería al regalo o a quien lo sostenía— No sé si me intrigas tú... o tu elección de empaque. Pero algo aquí merece que me detenga.
Dio un paso más cerca, no le importaba invadir el espacio de los demás, deberían incluso estar agradecidos.
— No suelo quedarme con intrigas por mucho tiempo. — agregó con una sonrisa. — ¿Cuál es tu nombre?
Las noches en el Velvet Hollow nunca eran iguales, pero cada tercera luna, el aire cambiaba, y todo el Feywild latía bajo las tablas de un mismo escenario.
Porque esa noche... el cisne del Crepúsculo se presentaba.
El escenario no era cualquiera, era una cama elevada, rodeada de cortinas translúcidas perfumadas de miel y durazno. Detrás, un dosel en forma de corazón con detalles dorados.
Cada show, era para él, un ritual de adoración, y ahí estaba él. Cassiel.
Sus pasos eran lentos, su cuerpo estaba envuelto en telas brillantes y cortas, siempre dejando piel expuesta en los lugares correctos.
Su cabello era una cascada dorada que jamás llevaba trenzada, y todos sabían lo que eso significaba.
Entre los elfos, trenzar el cabello era un gesto reservado a los amantes, entregar una cadena para sujetarlo, una propuesta de cortejo.
Y él... jamás aceptaba cadenas. Pero aceptaba todo lo demás: perfumes, dulces raros, cartas, joyas.
Sonreía. Saludaba con la mano, a veces tomaba un regalo, a veces no. A veces se detenía solo para mirar a alguien, y luego marcharse.
La taberna entera estaba contenida. Nadie quería perderse el momento en que Cassiel elegiría a alguien para su número final. Porque era costumbre: cada show, una persona era invitada a sentarse sobre el escenario.
Y con suerte, Cassiel cantaba... solo para esa persona. Mujer. Hombre. Fae. No importaba.
Justo antes de llegar a su trono imaginario entre las cortinas, el elfo se detuvo. Había algo que no esperaba ver, un rostro no habitual, con una espléndida caja adornada entre terciopelo rojo.
— ... Qué interesante —murmuró, no estaba claro si se refería al regalo o a quien lo sostenía— No sé si me intrigas tú... o tu elección de empaque. Pero algo aquí merece que me detenga.
Dio un paso más cerca, no le importaba invadir el espacio de los demás, deberían incluso estar agradecidos.
— No suelo quedarme con intrigas por mucho tiempo. — agregó con una sonrisa. — ¿Cuál es tu nombre?
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
