• El claro guardaba un silencio pesado, roto solo por el sonido tenue de garras escarbando la tierra húmeda. Bajo capas de musgo, raíces entrelazadas y siglos de olvido, Lysandra yacía sellada en una prisión de cristal natural, su cuerpo preservado por un hechizo antiguo que había resistido el paso del tiempo.

    Un pequeño zorro, herido y exhausto, cavaba con desesperación. Su pelaje, manchado de sangre, temblaba con cada movimiento débil. No guiado por razón, sino por un instinto primitivo, algo en su interior lo arrastraba hacia ese punto olvidado del bosque, donde la magia antigua aún susurraba en la tierra.

    Era 1950. El mundo había cambiado de formas que la vieja magia jamás pudo prever. Las guerras, el dolor humano, y la indiferencia hacia lo natural habían debilitado las barreras que protegían el sello. La vida titilante del pequeño zorro, su lucha por sobrevivir, fue la chispa que el destino eligió para romper el equilibrio.

    Con un crujido sordo, la cúpula de cristal comenzó a resquebrajarse. Grietas finas se extendieron como telarañas, dejando escapar un primer soplo de aire antiguo. Lysandra, atrapada en un letargo profundo, sintió cómo el frío real se apoderaba de sus pulmones olvidados. Su pecho se alzó en un movimiento torpe, buscando un aliento que no sabía que necesitaba.

    Sus párpados temblaron antes de abrirse lentamente. La luz del claro, distinta y ajena, inundó sus ojos. Instintivamente, su mano emergió de la tierra removida, temblorosa, como la de un recién nacido.

    El zorro, exhausto por su esfuerzo, se desplomó junto a ella, jadeando débilmente.

    Con lentitud, Lysandra giró su rostro hacia la pequeña criatura, comprendiendo, en un nivel más profundo que las palabras, el sacrificio que había hecho por ella.
    El la había liberado.
    Y ahora, ella no permitiría que su historia terminara así.
    El claro guardaba un silencio pesado, roto solo por el sonido tenue de garras escarbando la tierra húmeda. Bajo capas de musgo, raíces entrelazadas y siglos de olvido, Lysandra yacía sellada en una prisión de cristal natural, su cuerpo preservado por un hechizo antiguo que había resistido el paso del tiempo. Un pequeño zorro, herido y exhausto, cavaba con desesperación. Su pelaje, manchado de sangre, temblaba con cada movimiento débil. No guiado por razón, sino por un instinto primitivo, algo en su interior lo arrastraba hacia ese punto olvidado del bosque, donde la magia antigua aún susurraba en la tierra. Era 1950. El mundo había cambiado de formas que la vieja magia jamás pudo prever. Las guerras, el dolor humano, y la indiferencia hacia lo natural habían debilitado las barreras que protegían el sello. La vida titilante del pequeño zorro, su lucha por sobrevivir, fue la chispa que el destino eligió para romper el equilibrio. Con un crujido sordo, la cúpula de cristal comenzó a resquebrajarse. Grietas finas se extendieron como telarañas, dejando escapar un primer soplo de aire antiguo. Lysandra, atrapada en un letargo profundo, sintió cómo el frío real se apoderaba de sus pulmones olvidados. Su pecho se alzó en un movimiento torpe, buscando un aliento que no sabía que necesitaba. Sus párpados temblaron antes de abrirse lentamente. La luz del claro, distinta y ajena, inundó sus ojos. Instintivamente, su mano emergió de la tierra removida, temblorosa, como la de un recién nacido. El zorro, exhausto por su esfuerzo, se desplomó junto a ella, jadeando débilmente. Con lentitud, Lysandra giró su rostro hacia la pequeña criatura, comprendiendo, en un nivel más profundo que las palabras, el sacrificio que había hecho por ella. El la había liberado. Y ahora, ella no permitiría que su historia terminara así.
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  • Bajo el cielo claro del mediodía, Caelard caminaba solo hacia el corazón del bosque, donde las sombras más viejas y putrefactas del mundo se reunían: el nido vampírico de la región. Durante meses, había tolerado su existencia, eligiendo no provocar una guerra abierta... pero ya era suficiente.

    Sus pasos resonaban firmes mientras el viento agitaba su capa negra y la luz del sol acariciaba su gabardina blanca. No había intención de sigilo; no esta vez. Con un gesto fluido, desenrolló su látigo imbuido de energía radiante, el cual chisporroteó como una serpiente viva en su mano.

    Cuando los primeros sirvientes —vampiros rasos, humanos corrompidos, y bestias deformes— se arrojaron sobre él, Caelard no se detuvo. Con movimientos elegantes y brutales, su látigo destrozó filas enteras, arrancando carne, quemando hueso, reduciendo a polvo todo aquello que osara acercarse. Cada golpe era preciso, cada grieta de energía iluminaba el campo de batalla como relámpagos en plena tormenta.

    Sangre negra y roja empapaba el terreno cuando Caelard llegó a las puertas principales del nido. Sus ojos, ahora completamente teñidos de rojo intenso, reflejaban la furia contenida y la resolución de siglos de tragedia heredada.

    Los líderes aguardaban adentro: antiguos vampiros, poderosos y astutos. Pero Caelard no dudó. De un tirón, su espada mágica flotante se colocó en su mano libre, vibrando con un zumbido sediento. Con movimientos fluidos y mortales, combinó su látigo y su espada en una danza de destrucción absoluta. Cada líder caía, uno tras otro, sin misericordia, sin palabras, sólo con la fría justicia de quien ha visto demasiado dolor.

    Cuando el último líder cayó de rodillas, derrotado, Caelard limpió la sangre de su espada y caminó hasta la sala del consejo, donde un antiguo espejo mágico transmitía reuniones entre los nidos vampíricos de la región.

    Se plantó frente al espejo, observando cómo múltiples rostros pálidos y sorprendidos se reunían al otro lado, mirándolo con horror.

    Con voz firme, serena pero cargada de una promesa de venganza, Caelard habló:

    —Escuchad bien... No hay más advertencias. No hay más treguas. —Sus ojos rojos brillaron como carbones encendidos—. Yo soy **Caelard Blad Teppesh**, y uno por uno, vendré por ustedes. No habrá escondite. No habrá redención. Solo el fin.

    Y con un movimiento seco de su capa, rompió el espejo en mil fragmentos, declarando la guerra final a todos los horrores de la noche.
    La cacería había comenzado.
    Bajo el cielo claro del mediodía, Caelard caminaba solo hacia el corazón del bosque, donde las sombras más viejas y putrefactas del mundo se reunían: el nido vampírico de la región. Durante meses, había tolerado su existencia, eligiendo no provocar una guerra abierta... pero ya era suficiente. Sus pasos resonaban firmes mientras el viento agitaba su capa negra y la luz del sol acariciaba su gabardina blanca. No había intención de sigilo; no esta vez. Con un gesto fluido, desenrolló su látigo imbuido de energía radiante, el cual chisporroteó como una serpiente viva en su mano. Cuando los primeros sirvientes —vampiros rasos, humanos corrompidos, y bestias deformes— se arrojaron sobre él, Caelard no se detuvo. Con movimientos elegantes y brutales, su látigo destrozó filas enteras, arrancando carne, quemando hueso, reduciendo a polvo todo aquello que osara acercarse. Cada golpe era preciso, cada grieta de energía iluminaba el campo de batalla como relámpagos en plena tormenta. Sangre negra y roja empapaba el terreno cuando Caelard llegó a las puertas principales del nido. Sus ojos, ahora completamente teñidos de rojo intenso, reflejaban la furia contenida y la resolución de siglos de tragedia heredada. Los líderes aguardaban adentro: antiguos vampiros, poderosos y astutos. Pero Caelard no dudó. De un tirón, su espada mágica flotante se colocó en su mano libre, vibrando con un zumbido sediento. Con movimientos fluidos y mortales, combinó su látigo y su espada en una danza de destrucción absoluta. Cada líder caía, uno tras otro, sin misericordia, sin palabras, sólo con la fría justicia de quien ha visto demasiado dolor. Cuando el último líder cayó de rodillas, derrotado, Caelard limpió la sangre de su espada y caminó hasta la sala del consejo, donde un antiguo espejo mágico transmitía reuniones entre los nidos vampíricos de la región. Se plantó frente al espejo, observando cómo múltiples rostros pálidos y sorprendidos se reunían al otro lado, mirándolo con horror. Con voz firme, serena pero cargada de una promesa de venganza, Caelard habló: —Escuchad bien... No hay más advertencias. No hay más treguas. —Sus ojos rojos brillaron como carbones encendidos—. Yo soy **Caelard Blad Teppesh**, y uno por uno, vendré por ustedes. No habrá escondite. No habrá redención. Solo el fin. Y con un movimiento seco de su capa, rompió el espejo en mil fragmentos, declarando la guerra final a todos los horrores de la noche. La cacería había comenzado.
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  • "Caminando con los Muertos" (Extra)

    Noche de luna nueva, la segunda desde el final del invierno, el bosque bajo la guardia del brujo se encuentra bañado en la más profunda oscuridad. La luna le ha dado la espalda al sol, esta noche, estas tierras le pertenecen a ella y a la primavera infantil, a sus hijas, incluso a las que ya no están cuyo eco resuena aún en los oídos de aquellos que les deseen escuchar... y en el destino de aquellos que se ganaron su rencor.

    El brujo está presente porque se lo permiten, porque se le necesita y porque habrá de servir. En su piel desnuda van marcados los símbolos de su familia, de los guerreros que abren caminos y los guardianes del hogar, de la energía que engendra y el cazador que provee, del fuego que no quema, que protege y abriga, que arde y compra con su vida la supervivencia de los suyos.

    Bajo sus pies, un circulo de invocación se dibuja en el fango maloliente. Ni siquiera los insectos se atreven a acercarse, las líneas profundas irradian la sensación de la muerte prematura.

    La luna de esta noche le susurra palabras de libertad a los oídos de las criaturas no muertas, pero tampoco vivas, les invita a recorrer una vez más las tierras, como bruma espectral. Es ese momento, esa brecha entre el nacimiento y el fallecimiento que una vez dio paso a la muerte de la niña y al nacimiento del demonio, lo que también abre las puertas a los fantasmas de las mujeres de su familia, brujas generosas que aceptaron acudir al llamado de su hijo, primo, sobrino, nieto...

    El brujo se arrodilla en el centro del círculo y agacha la cabeza. Frente a él hay un cuerpo, una joven maldita, un vientre herido por la desnaturalización, infértil; ella está cansada y desea abandonar, desea terminar su ciclo fuera de la vista de una sociedad de moral ficticia que está lejos de comprenderle, ella yace arrodillada frente a él, nerviosa y abrumada, pero también decidida y en paz consigo misma.

    — Tranquila, te prometo que no sentirás nada. Ellas conocen tu dolor y no permitirán que se repita —le susurra el brujo, con voz cálida y protectora.

    Los huesos malditos están hundidos en la ciénaga, ellas y él están en la orilla.
    En el agua estancada la encontró, al agua estancada le regresó.

    El pantano no siente rencor hacia la muerte, al contrario, le da la bienvenida en un abrazo cariñoso que cuida y atesora cada fibra, cada pedacito de carne cadavérica. Y donde hay muerte y putrefacción, también se acomoda el demonio y el pecado. Ni siquiera ellos son rechazados por el pantano.

    Cuando el brujo cierra los ojos y extiende los brazos a sus lados, como entregándose a las mujeres suyas, el ritual da comienzo. De sus manos brotan llamas que avanzan hacia sus hombros y más allá.

    — Ante el ojo vacío de la Madre Primera le ofrezco la semilla que cayó en tierra dañada, el alma quebrada, el fuego que purifica. Recibe a esta, tu hija mutilada, acúnala en tus brazos como la madre debió tener y no como la que le negó el fruto, y le daré a su alma la oportunidad de cobrar todas sus deudas.

    La joven, atenta a cada palabra que sale de la boca del brujo, sonríe, y los fantasmas de las mujeres alrededor también le sonríen justo antes de empezar a cantar en una lengua antigua y pagana.

    Las llamas se extienden a través del cuerpo del brujo, tocan el suelo lodoso y conectan con la joven. Ella grita de espanto al ver sus piernas desnudas ardiendo, pero pronto se da cuenta de que no siente dolor alguno, sólo el éxtasis de la mujer libre de cadenas. Su cuerpo se consume en las llamas entre risas de histeria, sus brazos se alzan al cielo y hacia la luna invisible.

    La hija regresa junto a su verdadera madre.

    El fuego no se apaga, baila alrededor del brujo cuando este se pone de pie y camina, pasando por encima de los restos ardientes de la joven, para acercarse a la ciénaga. Ni siquiera se apaga mientras, en medio del fervor de las mujeres fantasmas, sus piernas se hunden en el agua estancada.

    El brujo recuerda, como si hubiera sido ayer, aquella vez que tuvo a Side entre sus brazos temblando de placer, cada vez que esa voz susurrante le llamó "monstruo", los labios dulces que acariciando los suyos.

    Ella, el eco de un ciclo interrumpido, pero que jamás debió ser detenido, es la dueña de los huesos que yacen bajo el agua estancada adonde también van a parar las lágrimas del brujo tras caer de sus mejillas.

    El fuego no se apaga, tampoco ilumina demasiado, la oscuridad es sobrecogedora, excepto por la pequeña chispa que brota de los restos de la joven quemada. Las fantasmas la llaman, le señalan el camino: "sigue el fuego", le dicen, "sigue el fuego". Y así lo hace, dejándose llevar por el rastro que dejó el brujo, "sigue el fuego", la pequeña semilla avanza, "sigue el fuego", hay cientos de criaturas de la noche negra y el submundo que querrían devorarla, "sigue el fuego y estarás a salvo", porque las fantasmas la protegen.

    Tolek se agacha para tocar los huesos y contagiarle sus llamas, el agua le llega hasta los hombros, la pequeña alma levita, se desliza confiando en el fuego, ese que siempre acompañó a las brujas, y se apropia de los huesos marchitos.

    El fango del fondo reconoce la nueva vida, resuena con esta, responde a la guía de las fantasmas y a las intenciones del brujo, quien también comienza a recitar un conjuro con el que cubre a los huesos por raíces en un abrazo protector, raíces que pronto se convierten en un grueso tallo palpitante que crece, poco a poco, hacia la superficie, mientras otros más pequeños se transforman en hojas gigantes, aunque no verdes sino negras como las sombras, sombras que ni la luz del fuego del brujo pueden doblegar, sombras de esencia demoníaca.

    Un loto color del ébano se alza por encima de la superficie, cerrado y ardiendo en llamas, palpita con la nueva vida que guarda en su interior.

    El brujo lo contempla, su ceño se frunce con el peso de la extrañeza: el loto está cerrado, ¿Tendrá que esperar?

    Esperará. Las llamas arderán cuanto haga falta, alimentarán a las raíces oscuras cuanto haga falta, consumirán lo que haga falta.

    #ElBrujoCojo §iძ𝑬
    "Caminando con los Muertos" (Extra) Noche de luna nueva, la segunda desde el final del invierno, el bosque bajo la guardia del brujo se encuentra bañado en la más profunda oscuridad. La luna le ha dado la espalda al sol, esta noche, estas tierras le pertenecen a ella y a la primavera infantil, a sus hijas, incluso a las que ya no están cuyo eco resuena aún en los oídos de aquellos que les deseen escuchar... y en el destino de aquellos que se ganaron su rencor. El brujo está presente porque se lo permiten, porque se le necesita y porque habrá de servir. En su piel desnuda van marcados los símbolos de su familia, de los guerreros que abren caminos y los guardianes del hogar, de la energía que engendra y el cazador que provee, del fuego que no quema, que protege y abriga, que arde y compra con su vida la supervivencia de los suyos. Bajo sus pies, un circulo de invocación se dibuja en el fango maloliente. Ni siquiera los insectos se atreven a acercarse, las líneas profundas irradian la sensación de la muerte prematura. La luna de esta noche le susurra palabras de libertad a los oídos de las criaturas no muertas, pero tampoco vivas, les invita a recorrer una vez más las tierras, como bruma espectral. Es ese momento, esa brecha entre el nacimiento y el fallecimiento que una vez dio paso a la muerte de la niña y al nacimiento del demonio, lo que también abre las puertas a los fantasmas de las mujeres de su familia, brujas generosas que aceptaron acudir al llamado de su hijo, primo, sobrino, nieto... El brujo se arrodilla en el centro del círculo y agacha la cabeza. Frente a él hay un cuerpo, una joven maldita, un vientre herido por la desnaturalización, infértil; ella está cansada y desea abandonar, desea terminar su ciclo fuera de la vista de una sociedad de moral ficticia que está lejos de comprenderle, ella yace arrodillada frente a él, nerviosa y abrumada, pero también decidida y en paz consigo misma. — Tranquila, te prometo que no sentirás nada. Ellas conocen tu dolor y no permitirán que se repita —le susurra el brujo, con voz cálida y protectora. Los huesos malditos están hundidos en la ciénaga, ellas y él están en la orilla. En el agua estancada la encontró, al agua estancada le regresó. El pantano no siente rencor hacia la muerte, al contrario, le da la bienvenida en un abrazo cariñoso que cuida y atesora cada fibra, cada pedacito de carne cadavérica. Y donde hay muerte y putrefacción, también se acomoda el demonio y el pecado. Ni siquiera ellos son rechazados por el pantano. Cuando el brujo cierra los ojos y extiende los brazos a sus lados, como entregándose a las mujeres suyas, el ritual da comienzo. De sus manos brotan llamas que avanzan hacia sus hombros y más allá. — Ante el ojo vacío de la Madre Primera le ofrezco la semilla que cayó en tierra dañada, el alma quebrada, el fuego que purifica. Recibe a esta, tu hija mutilada, acúnala en tus brazos como la madre debió tener y no como la que le negó el fruto, y le daré a su alma la oportunidad de cobrar todas sus deudas. La joven, atenta a cada palabra que sale de la boca del brujo, sonríe, y los fantasmas de las mujeres alrededor también le sonríen justo antes de empezar a cantar en una lengua antigua y pagana. Las llamas se extienden a través del cuerpo del brujo, tocan el suelo lodoso y conectan con la joven. Ella grita de espanto al ver sus piernas desnudas ardiendo, pero pronto se da cuenta de que no siente dolor alguno, sólo el éxtasis de la mujer libre de cadenas. Su cuerpo se consume en las llamas entre risas de histeria, sus brazos se alzan al cielo y hacia la luna invisible. La hija regresa junto a su verdadera madre. El fuego no se apaga, baila alrededor del brujo cuando este se pone de pie y camina, pasando por encima de los restos ardientes de la joven, para acercarse a la ciénaga. Ni siquiera se apaga mientras, en medio del fervor de las mujeres fantasmas, sus piernas se hunden en el agua estancada. El brujo recuerda, como si hubiera sido ayer, aquella vez que tuvo a Side entre sus brazos temblando de placer, cada vez que esa voz susurrante le llamó "monstruo", los labios dulces que acariciando los suyos. Ella, el eco de un ciclo interrumpido, pero que jamás debió ser detenido, es la dueña de los huesos que yacen bajo el agua estancada adonde también van a parar las lágrimas del brujo tras caer de sus mejillas. El fuego no se apaga, tampoco ilumina demasiado, la oscuridad es sobrecogedora, excepto por la pequeña chispa que brota de los restos de la joven quemada. Las fantasmas la llaman, le señalan el camino: "sigue el fuego", le dicen, "sigue el fuego". Y así lo hace, dejándose llevar por el rastro que dejó el brujo, "sigue el fuego", la pequeña semilla avanza, "sigue el fuego", hay cientos de criaturas de la noche negra y el submundo que querrían devorarla, "sigue el fuego y estarás a salvo", porque las fantasmas la protegen. Tolek se agacha para tocar los huesos y contagiarle sus llamas, el agua le llega hasta los hombros, la pequeña alma levita, se desliza confiando en el fuego, ese que siempre acompañó a las brujas, y se apropia de los huesos marchitos. El fango del fondo reconoce la nueva vida, resuena con esta, responde a la guía de las fantasmas y a las intenciones del brujo, quien también comienza a recitar un conjuro con el que cubre a los huesos por raíces en un abrazo protector, raíces que pronto se convierten en un grueso tallo palpitante que crece, poco a poco, hacia la superficie, mientras otros más pequeños se transforman en hojas gigantes, aunque no verdes sino negras como las sombras, sombras que ni la luz del fuego del brujo pueden doblegar, sombras de esencia demoníaca. Un loto color del ébano se alza por encima de la superficie, cerrado y ardiendo en llamas, palpita con la nueva vida que guarda en su interior. El brujo lo contempla, su ceño se frunce con el peso de la extrañeza: el loto está cerrado, ¿Tendrá que esperar? Esperará. Las llamas arderán cuanto haga falta, alimentarán a las raíces oscuras cuanto haga falta, consumirán lo que haga falta. #ElBrujoCojo [SideBlackHole]
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  • **"Sombras sobre el agua"**

    La noche había caído, y el bosque entero parecía contener la respiración. Bajo el manto de estrellas, entre ramas susurrantes, el lago brillaba como un espejo de obsidiana, roto apenas por los reflejos de la luna.

    Caelard dejó caer la gabardina blanca sobre una roca cercana. Sus botas crujieron sobre el suelo húmedo al acercarse a la orilla. La camisa negra, ceñida al torso, cayó poco después, revelando cicatrices que contaban historias que nadie había escuchado por completo. Respiró hondo; el aroma del agua y la tierra mojada llenaba el aire.

    Entró sin prisa, dejando que el frío del lago le envolviera la piel como un guante helado. El primer contacto fue punzante, una aguja de hielo atravesando cada fibra de su ser. Pero no retrocedió. Jamás lo hacía.

    El agua subió hasta su pecho, sus hombros. Cerró los ojos. Su cabello rojizo, normalmente lacio y ordenado, flotó desordenadamente alrededor de su rostro. Bajo la superficie, el murmullo del mundo exterior desaparecía: no había vampiros, no había batallas, no había recuerdos.

    Solo Caelard… y el latido solitario de su corazón.

    Pasó una mano por su rostro, lavando el polvo del camino y las marcas de la última pelea. Cada gota que caía llevaba un peso invisible, como si el agua pudiera limpiar no sólo su cuerpo, sino también las viejas culpas que arrastraba.

    Cuando emergió del agua hasta la cintura y alzó la vista, la luna lo observaba —fría, distante— pero también eterna. Como él.

    Una leve sonrisa, casi imperceptible, cruzó su rostro.

    *"Mañana vendrán más monstruos,"* pensó. *"Mañana cargaré la espada de nuevo."*

    Pero esta noche, en este momento robado a la oscuridad, **era sólo un hijo de la noche buscando su redención bajo las estrellas.**
    **"Sombras sobre el agua"** La noche había caído, y el bosque entero parecía contener la respiración. Bajo el manto de estrellas, entre ramas susurrantes, el lago brillaba como un espejo de obsidiana, roto apenas por los reflejos de la luna. Caelard dejó caer la gabardina blanca sobre una roca cercana. Sus botas crujieron sobre el suelo húmedo al acercarse a la orilla. La camisa negra, ceñida al torso, cayó poco después, revelando cicatrices que contaban historias que nadie había escuchado por completo. Respiró hondo; el aroma del agua y la tierra mojada llenaba el aire. Entró sin prisa, dejando que el frío del lago le envolviera la piel como un guante helado. El primer contacto fue punzante, una aguja de hielo atravesando cada fibra de su ser. Pero no retrocedió. Jamás lo hacía. El agua subió hasta su pecho, sus hombros. Cerró los ojos. Su cabello rojizo, normalmente lacio y ordenado, flotó desordenadamente alrededor de su rostro. Bajo la superficie, el murmullo del mundo exterior desaparecía: no había vampiros, no había batallas, no había recuerdos. Solo Caelard… y el latido solitario de su corazón. Pasó una mano por su rostro, lavando el polvo del camino y las marcas de la última pelea. Cada gota que caía llevaba un peso invisible, como si el agua pudiera limpiar no sólo su cuerpo, sino también las viejas culpas que arrastraba. Cuando emergió del agua hasta la cintura y alzó la vista, la luna lo observaba —fría, distante— pero también eterna. Como él. Una leve sonrisa, casi imperceptible, cruzó su rostro. *"Mañana vendrán más monstruos,"* pensó. *"Mañana cargaré la espada de nuevo."* Pero esta noche, en este momento robado a la oscuridad, **era sólo un hijo de la noche buscando su redención bajo las estrellas.**
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  • Bosque encantado
    Categoría Original
    Elixen había salido de la ciudad por un rato, tanta aglomeración de personas lo habían asfixiado, claro, el no estaba acostumbrado a ellos y todo tan de repente lo hacia huir.

    Con sus alas voló hacia el cielo y con rapidez llegó a su destino, un bosque, tan tranquilo como peligroso, lleno de animales, se sentiría Blancanieves si hubieran enanitos. . . Aunque, no era tan solo un bosque, era una tierra mágica, en cuanto posó sus pies allí pudo sentir todas las vibras no humanas que habían.

    Por un momento los animales se habían asustado pero el con total delicadeza se acercó a ellos hasta tomarles confianza, se dio cuenta que allí podía estar en su formal natural, un ángel mitad humano pero su lado humano estaba lejos de el, ya que su madre lo había criado.

    - Quizás quedarme un rato aquí sea bueno, por lo menos para relajar mi mente. -
    Elixen había salido de la ciudad por un rato, tanta aglomeración de personas lo habían asfixiado, claro, el no estaba acostumbrado a ellos y todo tan de repente lo hacia huir. Con sus alas voló hacia el cielo y con rapidez llegó a su destino, un bosque, tan tranquilo como peligroso, lleno de animales, se sentiría Blancanieves si hubieran enanitos. . . Aunque, no era tan solo un bosque, era una tierra mágica, en cuanto posó sus pies allí pudo sentir todas las vibras no humanas que habían. Por un momento los animales se habían asustado pero el con total delicadeza se acercó a ellos hasta tomarles confianza, se dio cuenta que allí podía estar en su formal natural, un ángel mitad humano pero su lado humano estaba lejos de el, ya que su madre lo había criado. - Quizás quedarme un rato aquí sea bueno, por lo menos para relajar mi mente. -
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • Termina de cocinar los pescado que atrapo en la madrugada, usando el calor de Chroma, desde la soledad de unas ruinas de piedras tragadas por un bosque que ha crecido sobre sus cimientos, afortunadamente un río cercano provee agua y alimento suficiente
    — Ten.

    El tenno lanza un filete cocido y es atrapado en el aire por las fauces de si Vulpafila que rodea como tentáculo el filete con su lengua y saborea su premio.
    — Buen chico.

    Posteriormente el pelirrojo comienza a saborear su propio filete cocido, menos mal tenía algunas especias para darle más sabor, dejando sobre una losa de piedra su máscara, hasta cierra los ojos para volver a sentir la realidad en este breve lapso donde finalmente el titiritero, el alma de Chroma o el corazón del Warframe se vale por si mismo para existir.
    Termina de cocinar los pescado que atrapo en la madrugada, usando el calor de Chroma, desde la soledad de unas ruinas de piedras tragadas por un bosque que ha crecido sobre sus cimientos, afortunadamente un río cercano provee agua y alimento suficiente — Ten. El tenno lanza un filete cocido y es atrapado en el aire por las fauces de si Vulpafila que rodea como tentáculo el filete con su lengua y saborea su premio. — Buen chico. Posteriormente el pelirrojo comienza a saborear su propio filete cocido, menos mal tenía algunas especias para darle más sabor, dejando sobre una losa de piedra su máscara, hasta cierra los ojos para volver a sentir la realidad en este breve lapso donde finalmente el titiritero, el alma de Chroma o el corazón del Warframe se vale por si mismo para existir.
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  • Un amigo inusual

    Cada que tenia oportunidad, Akane hacia sus escapadas al bosque luego que autobus escolar la dejaba frente a su casa, la pequeña aprovechaba los días que sus madres no estaban en casa para visitar a su nuevo amigo, un lobo enorme quien siempre se alegraba cuando ella lo visitaba. Akane procuraba llevarle alguna que otra cosilla para que el lobo comiera, aunque esto era más como una golosina para la enorme bestia, ya que la pequeña no era consciente de la cantidad de comida que la bestia ingería.

    Akane quería adoptarlo, pero no estaba segura si sus madres aceptasen al gran lobo, por lo que ella no le había dada un nombre.
    Un amigo inusual Cada que tenia oportunidad, Akane hacia sus escapadas al bosque luego que autobus escolar la dejaba frente a su casa, la pequeña aprovechaba los días que sus madres no estaban en casa para visitar a su nuevo amigo, un lobo enorme quien siempre se alegraba cuando ella lo visitaba. Akane procuraba llevarle alguna que otra cosilla para que el lobo comiera, aunque esto era más como una golosina para la enorme bestia, ya que la pequeña no era consciente de la cantidad de comida que la bestia ingería. Akane quería adoptarlo, pero no estaba segura si sus madres aceptasen al gran lobo, por lo que ella no le había dada un nombre.
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  • ≿La mejor manera que conoce para no dejar ver sus emociones es aquella forma... Estaría fuera de la casa que compartía con su diosa, aunque para el las voces del bosque jamas se callaban, comunicándose con el, y provocando mayor agobio y frustración≾

    Ya se que fue mi culpa, no necesitan recordarme cada 5 minutos...
    ≿La mejor manera que conoce para no dejar ver sus emociones es aquella forma... Estaría fuera de la casa que compartía con su diosa, aunque para el las voces del bosque jamas se callaban, comunicándose con el, y provocando mayor agobio y frustración≾ Ya se que fue mi culpa, no necesitan recordarme cada 5 minutos...
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  • —Es el primer cumpleaños que pasa lejos de su familia y, a pesar de ser un hombre adulto, lo cierto es que empieza a notar bastante el sentimiento de desarraigo. Espera, ¿es su cumpleaños si técnicamente no ha nacido y ha viajado más de treinta años en el pasado? Los viajes en el tiempo son un auténtico quebradero de cabeza. Aun así es la primera vez que pasa ese dia solo. Siempre acostumbrado a la presencia de sus padres, de sus tíos Sam y Hati, del resto de su familia no sanguinea. Así que, contra todo pronóstico y lejos del RJ que acostumbraba a celebrar "fiestones" por todo lo alto, hoy ha pasado su cumpleaños solo en el bosque, entrenando.

    Para cuando vuelve al pantano, al campamento, entra dentro de la cabaña donde le han permitido asearse mientras dure su estancia y entra directamente a la ducha—


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    —Es el primer cumpleaños que pasa lejos de su familia y, a pesar de ser un hombre adulto, lo cierto es que empieza a notar bastante el sentimiento de desarraigo. Espera, ¿es su cumpleaños si técnicamente no ha nacido y ha viajado más de treinta años en el pasado? Los viajes en el tiempo son un auténtico quebradero de cabeza. Aun así es la primera vez que pasa ese dia solo. Siempre acostumbrado a la presencia de sus padres, de sus tíos Sam y Hati, del resto de su familia no sanguinea. Así que, contra todo pronóstico y lejos del RJ que acostumbraba a celebrar "fiestones" por todo lo alto, hoy ha pasado su cumpleaños solo en el bosque, entrenando. Para cuando vuelve al pantano, al campamento, entra dentro de la cabaña donde le han permitido asearse mientras dure su estancia y entra directamente a la ducha— #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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    "Cómo domar a tu Monstruo (sin darte cuenta)"

    Akane escuchaba atenta mientras sus ojos se llenaban de emoción al escuchar el relato de su compañera del kinder, con graan dramatismo digno de una pelicula palomera de horror. La niña juraba que había visto un monstruo aterrador en el bosque durante un campamento con su familia. La pequeña mitad ogresa y demonio sintió que algo en esa historia hacia que le picara la curiosidad. ¿Y si no era un monstruo, sino otro ser especial como ella? ¡Tenía que averiguarlo!

    Esperó pacientemente el día perfecto para su aventura: sus madres no estarían en casa por la tarde, así que podría darse el lujo de escaparse un rato. Cuando finalmente llegó el momento, fingió entrar a casa como toda niña responsable y en cuanto el autobús escolar desapareció de vista, ¡pum! Se acomodo su mochila amarilla en la espalda, partió al bosque con la emoción zumbándole en el pecho.

    El lugar era más grande de lo que imaginaba, pero ella se sentía una exploradora experta. Caminó y caminó, revisando cada rincón con sus pequeños ojos astutos, hasta que empezó a dudar ¿Y si su amiga se había confundido? Justo en ese instante, un ruido extraño rompió el silencio. Akane pegó un salto, tragó saliva y miró hacia lo más profundo del bosque. Ahí estaba. Una enorme criatura la observaba, inmóvil.

    "¡Era real!" Sin dudar, corrió hacia el supuesto monstruo, pero algo extraño pasó. La criatura, un majestuoso lobo de pelaje castaño, abrió los ojos con terror y salió corriendo como si hubiera visto a algo más aterrador que un monstruo. “¡Espera, no corras!”, gritó Akane, pero el lobo no escuchó. Así que ella aceleró, sin notar que ahora corría más rápido de lo que cualquier niña humana podría. Antes de darse cuenta, lo alcanzó.

    El lobo temblaba. ¿Le tenía miedo? Akane inclinó la cabeza, confundida, y luego decidió hacer lo más lógico para una niña de seis años: se acercó con calma y lo abrazó. “Tranquilo, ya somos amigos,” murmuró con dulzura. El lobo dejó escapar un respiro largo y, sin darse cuenta, Akane había domado a la gran bestia.
    Ahora solo quedaba un pequeño problema. Si lo llevaba a casa… ¿qué dirían sus madres?
    "Cómo domar a tu Monstruo (sin darte cuenta)" Akane escuchaba atenta mientras sus ojos se llenaban de emoción al escuchar el relato de su compañera del kinder, con graan dramatismo digno de una pelicula palomera de horror. La niña juraba que había visto un monstruo aterrador en el bosque durante un campamento con su familia. La pequeña mitad ogresa y demonio sintió que algo en esa historia hacia que le picara la curiosidad. ¿Y si no era un monstruo, sino otro ser especial como ella? ¡Tenía que averiguarlo! Esperó pacientemente el día perfecto para su aventura: sus madres no estarían en casa por la tarde, así que podría darse el lujo de escaparse un rato. Cuando finalmente llegó el momento, fingió entrar a casa como toda niña responsable y en cuanto el autobús escolar desapareció de vista, ¡pum! Se acomodo su mochila amarilla en la espalda, partió al bosque con la emoción zumbándole en el pecho. El lugar era más grande de lo que imaginaba, pero ella se sentía una exploradora experta. Caminó y caminó, revisando cada rincón con sus pequeños ojos astutos, hasta que empezó a dudar ¿Y si su amiga se había confundido? Justo en ese instante, un ruido extraño rompió el silencio. Akane pegó un salto, tragó saliva y miró hacia lo más profundo del bosque. Ahí estaba. Una enorme criatura la observaba, inmóvil. "¡Era real!" Sin dudar, corrió hacia el supuesto monstruo, pero algo extraño pasó. La criatura, un majestuoso lobo de pelaje castaño, abrió los ojos con terror y salió corriendo como si hubiera visto a algo más aterrador que un monstruo. “¡Espera, no corras!”, gritó Akane, pero el lobo no escuchó. Así que ella aceleró, sin notar que ahora corría más rápido de lo que cualquier niña humana podría. Antes de darse cuenta, lo alcanzó. El lobo temblaba. ¿Le tenía miedo? Akane inclinó la cabeza, confundida, y luego decidió hacer lo más lógico para una niña de seis años: se acercó con calma y lo abrazó. “Tranquilo, ya somos amigos,” murmuró con dulzura. El lobo dejó escapar un respiro largo y, sin darse cuenta, Akane había domado a la gran bestia. Ahora solo quedaba un pequeño problema. Si lo llevaba a casa… ¿qué dirían sus madres?
    Me encocora
    Me enjaja
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