Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Parte VI - Bajo los escombros.
Un año había pasado desde que Akane llegó a ese mundo. Un año de cacerías compartidas, de risas en la posada, de tardes tranquilas entre campos dorados. Un año en el que, por primera vez, Akane sintió que pertenecía.
El jefe de la aldea a quien ahora llamaba “abuelo” sin pensarlo la había acogido como a una hija. Y ella, poco a poco, había dejado atrás el peso del apellido Ishtar, el eco de Queen, el legado que nunca quiso. Aquí no era heredera, ni arma, ni símbolo, era solo Akane y eso bastaba.
Una tarde, mientras ayudaba a una señora con leña, esta le comentó que su hijo, un aventurero en la ciudad volvería pronto. “Me encantaría que lo conocieras,” dijo con una sonrisa. Akane sonrió también, por primera vez, pensó que no sería mala idea.
Esa noche, la posada estaba llena de cazadores.
Akane se sentó con sus compañeros, compartiendo pan, carne, y planes para la próxima misión. No notó al grupo de forasteros que entró, era normal que viajeros pasaran por la aldea rumbo a la ciudad pero entonces lo sintió.
Un poder violento, hambriento, como una herida abierta en el aire.
Akane volteó, un hombre la miraba fijamente.
Su presencia era como un cuchillo en la atmósfera, ella intentó ignorarlo,
Pero entonces él murmuró: Increíble que incluso las bestias se sienten a la mesa con los humanos, cuando su lugar es el bosque, con las demás bestias.
Las palabras fueron como un disparo al pasado,
Akane recordó al hombre que intentó sellarla, el que la arrojó a este mundo, el que la llamó monstruo.
Se levantó, iba a responder pero no tuvo tiempo.
La espada entró en su estómago como una traición. El dolor fue punzante, absoluto.
Las chicas que atendían gritaron, los cazadores, sus amigos se levantaron pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de magia oscura golpeó el pecho de Akane, lanzándola contra las mesas... Madera rota, sillas volando, sangre en el suelo.
Akane intentó sanar pero no pudo.
La herida estaba envuelta en magia oscura, haciendo que su regeneración no funcionaba.
El sello de su forma lobo no respondía y el mundo se volvió negro.
Horas después, Akane despertó, el dolor seguía ahí, pero la herida había comenzado a cerrarse;
No del todo pero lo suficiente para moverse.
Se arrastró entre los escombros, la posada estaba destruida, el aire olía a humo y sangre.
Y cuando salió al exterior, lo vio:
La aldea ardía, los campos que había recorrido,
el hogar que había aprendido a amar. Todo estaba en llamas.
Akane se quedó quieta, el viento soplaba cenizas sobre su piel y en ese momento, supo que el pasado no la había soltado.
Que el mundo que la había acogido estaba pagando por lo que ella era, o por lo que alguien creía que era.
Un año había pasado desde que Akane llegó a ese mundo. Un año de cacerías compartidas, de risas en la posada, de tardes tranquilas entre campos dorados. Un año en el que, por primera vez, Akane sintió que pertenecía.
El jefe de la aldea a quien ahora llamaba “abuelo” sin pensarlo la había acogido como a una hija. Y ella, poco a poco, había dejado atrás el peso del apellido Ishtar, el eco de Queen, el legado que nunca quiso. Aquí no era heredera, ni arma, ni símbolo, era solo Akane y eso bastaba.
Una tarde, mientras ayudaba a una señora con leña, esta le comentó que su hijo, un aventurero en la ciudad volvería pronto. “Me encantaría que lo conocieras,” dijo con una sonrisa. Akane sonrió también, por primera vez, pensó que no sería mala idea.
Esa noche, la posada estaba llena de cazadores.
Akane se sentó con sus compañeros, compartiendo pan, carne, y planes para la próxima misión. No notó al grupo de forasteros que entró, era normal que viajeros pasaran por la aldea rumbo a la ciudad pero entonces lo sintió.
Un poder violento, hambriento, como una herida abierta en el aire.
Akane volteó, un hombre la miraba fijamente.
Su presencia era como un cuchillo en la atmósfera, ella intentó ignorarlo,
Pero entonces él murmuró: Increíble que incluso las bestias se sienten a la mesa con los humanos, cuando su lugar es el bosque, con las demás bestias.
Las palabras fueron como un disparo al pasado,
Akane recordó al hombre que intentó sellarla, el que la arrojó a este mundo, el que la llamó monstruo.
Se levantó, iba a responder pero no tuvo tiempo.
La espada entró en su estómago como una traición. El dolor fue punzante, absoluto.
Las chicas que atendían gritaron, los cazadores, sus amigos se levantaron pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de magia oscura golpeó el pecho de Akane, lanzándola contra las mesas... Madera rota, sillas volando, sangre en el suelo.
Akane intentó sanar pero no pudo.
La herida estaba envuelta en magia oscura, haciendo que su regeneración no funcionaba.
El sello de su forma lobo no respondía y el mundo se volvió negro.
Horas después, Akane despertó, el dolor seguía ahí, pero la herida había comenzado a cerrarse;
No del todo pero lo suficiente para moverse.
Se arrastró entre los escombros, la posada estaba destruida, el aire olía a humo y sangre.
Y cuando salió al exterior, lo vio:
La aldea ardía, los campos que había recorrido,
el hogar que había aprendido a amar. Todo estaba en llamas.
Akane se quedó quieta, el viento soplaba cenizas sobre su piel y en ese momento, supo que el pasado no la había soltado.
Que el mundo que la había acogido estaba pagando por lo que ella era, o por lo que alguien creía que era.
Parte VI - Bajo los escombros.
Un año había pasado desde que Akane llegó a ese mundo. Un año de cacerías compartidas, de risas en la posada, de tardes tranquilas entre campos dorados. Un año en el que, por primera vez, Akane sintió que pertenecía.
El jefe de la aldea a quien ahora llamaba “abuelo” sin pensarlo la había acogido como a una hija. Y ella, poco a poco, había dejado atrás el peso del apellido Ishtar, el eco de Queen, el legado que nunca quiso. Aquí no era heredera, ni arma, ni símbolo, era solo Akane y eso bastaba.
Una tarde, mientras ayudaba a una señora con leña, esta le comentó que su hijo, un aventurero en la ciudad volvería pronto. “Me encantaría que lo conocieras,” dijo con una sonrisa. Akane sonrió también, por primera vez, pensó que no sería mala idea.
Esa noche, la posada estaba llena de cazadores.
Akane se sentó con sus compañeros, compartiendo pan, carne, y planes para la próxima misión. No notó al grupo de forasteros que entró, era normal que viajeros pasaran por la aldea rumbo a la ciudad pero entonces lo sintió.
Un poder violento, hambriento, como una herida abierta en el aire.
Akane volteó, un hombre la miraba fijamente.
Su presencia era como un cuchillo en la atmósfera, ella intentó ignorarlo,
Pero entonces él murmuró: Increíble que incluso las bestias se sienten a la mesa con los humanos, cuando su lugar es el bosque, con las demás bestias.
Las palabras fueron como un disparo al pasado,
Akane recordó al hombre que intentó sellarla, el que la arrojó a este mundo, el que la llamó monstruo.
Se levantó, iba a responder pero no tuvo tiempo.
La espada entró en su estómago como una traición. El dolor fue punzante, absoluto.
Las chicas que atendían gritaron, los cazadores, sus amigos se levantaron pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de magia oscura golpeó el pecho de Akane, lanzándola contra las mesas... Madera rota, sillas volando, sangre en el suelo.
Akane intentó sanar pero no pudo.
La herida estaba envuelta en magia oscura, haciendo que su regeneración no funcionaba.
El sello de su forma lobo no respondía y el mundo se volvió negro.
Horas después, Akane despertó, el dolor seguía ahí, pero la herida había comenzado a cerrarse;
No del todo pero lo suficiente para moverse.
Se arrastró entre los escombros, la posada estaba destruida, el aire olía a humo y sangre.
Y cuando salió al exterior, lo vio:
La aldea ardía, los campos que había recorrido,
el hogar que había aprendido a amar. Todo estaba en llamas.
Akane se quedó quieta, el viento soplaba cenizas sobre su piel y en ese momento, supo que el pasado no la había soltado.
Que el mundo que la había acogido estaba pagando por lo que ella era, o por lo que alguien creía que era.