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    | Considerando un cambio de faceclaim de Vicky
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  • Hmm ultimamente hay demasiados libros en mi coleccion... +Apretaba el mango de la tijera que sujeta en ladiestra haciendo que esta se abra y cierre con una pequeña sonrisa en sus labios. Parecia estar en un espacio completamente en blanco a excepcion de diferentes pilas de libros alrededor de ella+
    Hmm ultimamente hay demasiados libros en mi coleccion... +Apretaba el mango de la tijera que sujeta en ladiestra haciendo que esta se abra y cierre con una pequeña sonrisa en sus labios. Parecia estar en un espacio completamente en blanco a excepcion de diferentes pilas de libros alrededor de ella+
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  • "Dime qué carencia tienes y te diré con que Don serás bendecido."

    1• Primer Códice.

    🀢 - El Códice del Discernimiento

    La Sabiduría y la Claridad Mental.

    Don: Otorga la habilidad para ver a través de la confusión, el engaño y las emociones intensas.

    Con este don, se pueden tomar decisiones basadas en la lógica y la verdad de una situación.

    2• Segundo Códice.

    🀆 - El Códice de la Primera Voluntad.

    El Valor y la Pasión.

    Don: Este don se activa cuando el portador se enfrenta a una situación paralizante.

    Le da una oleada de coraje, permitiéndole dar el primer paso (enfrentar un miedo, empezar un proyecto, confesar un sentimiento).

    3• Tercer Códice.

    🀛 - Códice de la Provisión

    El Dinero y la Estabilidad.

    Don :Comienza a atraer de forma sutil las "casualidades" o los encuentros que pueden derivar en ganancias financieras o en estabilidad económica a largo plazo (un contacto inesperado, un cambio de empleo que aparece, una inversión que resulta ser exitosa).

    4• Cuarto Códice.

    🂭 - El Códice del Ciclo Cumplido

    El Desapego y la Ruptura.

    Don : Otorga la capacidad de liberarse emocionalmente del pasado.

    Permite al portador dejar de sentirse atado por viejas culpas, amores perdidos o resentimientos, facilitando la curación emocional y el seguir adelante.

    5• Quinto Códice.

    🂾 - El Códice del Mandato Mayor

    La Fuerza y el Liderazgo.

    Don : El portador irradia una autoridad y confianza inusual. Hace que la gente lo escuche, lo respete y confíe en sus palabras.

    Es la fuerza interna manifestada como liderazgo sutil.
    "Dime qué carencia tienes y te diré con que Don serás bendecido." 1• Primer Códice. 🀢 - El Códice del Discernimiento La Sabiduría y la Claridad Mental. Don: Otorga la habilidad para ver a través de la confusión, el engaño y las emociones intensas. Con este don, se pueden tomar decisiones basadas en la lógica y la verdad de una situación. 2• Segundo Códice. 🀆 - El Códice de la Primera Voluntad. El Valor y la Pasión. Don: Este don se activa cuando el portador se enfrenta a una situación paralizante. Le da una oleada de coraje, permitiéndole dar el primer paso (enfrentar un miedo, empezar un proyecto, confesar un sentimiento). 3• Tercer Códice. 🀛 - Códice de la Provisión El Dinero y la Estabilidad. Don :Comienza a atraer de forma sutil las "casualidades" o los encuentros que pueden derivar en ganancias financieras o en estabilidad económica a largo plazo (un contacto inesperado, un cambio de empleo que aparece, una inversión que resulta ser exitosa). 4• Cuarto Códice. 🂭 - El Códice del Ciclo Cumplido El Desapego y la Ruptura. Don : Otorga la capacidad de liberarse emocionalmente del pasado. Permite al portador dejar de sentirse atado por viejas culpas, amores perdidos o resentimientos, facilitando la curación emocional y el seguir adelante. 5• Quinto Códice. 🂾 - El Códice del Mandato Mayor La Fuerza y el Liderazgo. Don : El portador irradia una autoridad y confianza inusual. Hace que la gente lo escuche, lo respete y confíe en sus palabras. Es la fuerza interna manifestada como liderazgo sutil.
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  • Ella es, a simple vista, una tatuadora. Su estudio huele a tinta fresca, desinfectante y secretos, un espacio tranquilo donde la gente acude para plasmar permanencia y vida sobre el cambio. Pero bajo su tranquila fachada humana reside un alma marcada por el exilio.

    Ella fue el equilibrio, mejor conocida como ( Mizan ) un ser que conservó sus alas etéreas pero perdió su lugar en las paredes celestiales. Su castigo no fue caer al Infierno, sino ser condenada a observar la humanidad desde su propio nivel, sin intervenir directamente.

    No busca el pecado, sino la carencia: el vacío más profundo que les impide avanzar. Si el humano es digno del juicio, silenciosamente les entrega uno de "Los 5 Códices".

    Estos fragmentos de la Ley Divina no son bendiciones garantizadas, son mandatos para juzgar su destino hacia el cielo o el infierno.

    Ella entrega la Regla , pero se mantiene al margen. Su exilio le enseñó que el destino no está escrito, sino que es una obra que el humano debe terminar.

    Ella solo pone la tinta, tanto en la piel como en el alma, y es el humano quien decide si usa esa ley para su redención o su condenación.
    Ella es, a simple vista, una tatuadora. Su estudio huele a tinta fresca, desinfectante y secretos, un espacio tranquilo donde la gente acude para plasmar permanencia y vida sobre el cambio. Pero bajo su tranquila fachada humana reside un alma marcada por el exilio. Ella fue el equilibrio, mejor conocida como ( Mizan ) un ser que conservó sus alas etéreas pero perdió su lugar en las paredes celestiales. Su castigo no fue caer al Infierno, sino ser condenada a observar la humanidad desde su propio nivel, sin intervenir directamente. No busca el pecado, sino la carencia: el vacío más profundo que les impide avanzar. Si el humano es digno del juicio, silenciosamente les entrega uno de "Los 5 Códices". Estos fragmentos de la Ley Divina no son bendiciones garantizadas, son mandatos para juzgar su destino hacia el cielo o el infierno. Ella entrega la Regla , pero se mantiene al margen. Su exilio le enseñó que el destino no está escrito, sino que es una obra que el humano debe terminar. Ella solo pone la tinta, tanto en la piel como en el alma, y es el humano quien decide si usa esa ley para su redención o su condenación.
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  • EL ECO DE LA DEUDA ANTIGUA

    *Hice sonar mi laud haciendo vibrar las cuerdas *

    —El junco tiembla sin viento en la orilla del lago,
    ¿Qué mano invisible tejió esta densa niebla?
    Hay un sendero que se pierde, incierto, en la montaña,
    Cada paso es un eco de un juramento olvidado.
    No hay mapa para el alma, solo el camino andado.
    La linterna tiembla en la ventana, un secreto a media luz;
    ¿Es el fantasma del ayer quien acecha o soy yo mismo?
    El destino se presenta con un rostro de doble máscara,
    Ni el sabio conoce la suma de las cosechas del pasado.
    Solo el corazón presiente la inminente balanza.
    El río fluye sin cesar, llevando agua que ya pasó,
    Y cada gota regresa, transformada en rocío o tempestad.
    Lo que se dio en silencio, hoy se pide con estruendo.
    Si siembras pena, el fruto amargo ha de ser cosechado,
    Pues el Cielo, aunque mudo, lleva eterna cuenta.—
    🌙 EL ECO DE LA DEUDA ANTIGUA 🌙 *Hice sonar mi laud haciendo vibrar las cuerdas * —El junco tiembla sin viento en la orilla del lago, ¿Qué mano invisible tejió esta densa niebla? Hay un sendero que se pierde, incierto, en la montaña, Cada paso es un eco de un juramento olvidado. No hay mapa para el alma, solo el camino andado. La linterna tiembla en la ventana, un secreto a media luz; ¿Es el fantasma del ayer quien acecha o soy yo mismo? El destino se presenta con un rostro de doble máscara, Ni el sabio conoce la suma de las cosechas del pasado. Solo el corazón presiente la inminente balanza. El río fluye sin cesar, llevando agua que ya pasó, Y cada gota regresa, transformada en rocío o tempestad. Lo que se dio en silencio, hoy se pide con estruendo. Si siembras pena, el fruto amargo ha de ser cosechado, Pues el Cielo, aunque mudo, lleva eterna cuenta.—
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  • El Edén
    Fandom Hazbin Hotel
    Categoría Otros
    // Rp con: Lilith Magne //


    Descendió desde los cielos, con los tres pares de alas extendidas, y tras tocar el suelo comenzó a mirar a su alrededor.
    Rumores habían llegado a sus oídos en el basto reino celestial. Aburrido, paseando por los pasillos, no paraba de oír a sus hermanos hablar una y otra vez de la maravillosa creación que su padre había hecho. Los serafines también parecían de lo más satisfechos.
    No era de extrañar que él no supiera nada al respecto, dejado de lado, como de costumbre, no era la primera vez que se lo excluía de los planes de la creación... Pero, sin embargo, los rumores de la última habían captado su interés y curiosidad.

    Gracias a la magia del cielo, había podido apreciar un poco de lo que era un gran jardín. Eso lo había decepcionado un poco... No encontrando nada singular o especial a lo que había en su tierra celestial... Incluso, apostaba, la vegetación del cielo era mucho más hermosa que la que apreciaba en ese jardín que, luego se enteró, se llamaba "El Edén".
    Se había negado a creer que ese simple jardín era lo que traía tan enloquecido de emoción y felicidad a sus compañeros y hermanos, por lo que tomó la decisión de escabullirse de los cielos y bajar a ver de qué se trataba todo aquello.

    Ahora recorría el lugar andando entre los árboles. Pudo notar algunas pequeñas criaturas cuadrúpedas correr de espanto cuando lo escuchaban acercarse.
    Criaturas de vida finita, por lo que había llegado a averiguar. Cuya existencia efímera no era nada en comparación a la eternidad que vivían los ángeles como él... Entonces ¿Cómo algo tan efímero, tan finito, casi insignificante podía realmente marcar un antes y un después en la tierra creada por su padre? En los planes que los ángeles con tanto esmero y cautela habían planeado. Planes en los que él jamás había podido participar a pesar de las ideas que había propuesto.
    Pero por más que se adentraba en ese extenso jardín, nada encontró que lo hiciera comprender el por qué de la exaltación del cielo... Estaba resignado, creyendo que sólo se trataría del jardín en sí...

    Hasta que de pronto, sus pasos se detuvieron. Una voz llegó hasta sus oídos, suave, hermosa... Una melodía única sin duda y de la voz más exquisita que jamás pudiera haber escuchado, ni siquiera en la eternidad del cielo.
    Se dejó llevar por el ruido, caminando en su dirección entre las plantas, corriendo sus ramas y bordeando árboles; hasta que de pronto lo encontró.
    Una criatura de lo más hermosa, perfecta... Estaba seguro. ¡Esa criatura debía de ser lo que tenía tan revuelto al cielo!

    — Woah.... —

    Exclamó en un susurró apenas audible. Sus ojos brillando, con rostro perplejo ante la mujer delante de sus ojos, metros más allá de donde él se hallaba oculto tras un árbol.
    Intentó no hacer ruido, preguntándose si se espantaría como los animales si lo viera llegar.
    Recargó sus manos en el árbol, sus mejillas teñidas de un suave carmín... Solo por inercia dio un paso al frente, pisando una rama que al crujir delataría su presencia.
    En pánico de ser descubierto, sólo pudo atinar a agacharse tras el árbol, casi abrazándose con sus seis pares de alas mientras cubría sus labios con sus manos... ¿Lo habría visto?....

    Le fue inevitable no asomarse un poco para ver de reojo si es que acaso tal hermosa creación se había percatado de su presencia.
    // Rp con: [He11greatestmom] // Descendió desde los cielos, con los tres pares de alas extendidas, y tras tocar el suelo comenzó a mirar a su alrededor. Rumores habían llegado a sus oídos en el basto reino celestial. Aburrido, paseando por los pasillos, no paraba de oír a sus hermanos hablar una y otra vez de la maravillosa creación que su padre había hecho. Los serafines también parecían de lo más satisfechos. No era de extrañar que él no supiera nada al respecto, dejado de lado, como de costumbre, no era la primera vez que se lo excluía de los planes de la creación... Pero, sin embargo, los rumores de la última habían captado su interés y curiosidad. Gracias a la magia del cielo, había podido apreciar un poco de lo que era un gran jardín. Eso lo había decepcionado un poco... No encontrando nada singular o especial a lo que había en su tierra celestial... Incluso, apostaba, la vegetación del cielo era mucho más hermosa que la que apreciaba en ese jardín que, luego se enteró, se llamaba "El Edén". Se había negado a creer que ese simple jardín era lo que traía tan enloquecido de emoción y felicidad a sus compañeros y hermanos, por lo que tomó la decisión de escabullirse de los cielos y bajar a ver de qué se trataba todo aquello. Ahora recorría el lugar andando entre los árboles. Pudo notar algunas pequeñas criaturas cuadrúpedas correr de espanto cuando lo escuchaban acercarse. Criaturas de vida finita, por lo que había llegado a averiguar. Cuya existencia efímera no era nada en comparación a la eternidad que vivían los ángeles como él... Entonces ¿Cómo algo tan efímero, tan finito, casi insignificante podía realmente marcar un antes y un después en la tierra creada por su padre? En los planes que los ángeles con tanto esmero y cautela habían planeado. Planes en los que él jamás había podido participar a pesar de las ideas que había propuesto. Pero por más que se adentraba en ese extenso jardín, nada encontró que lo hiciera comprender el por qué de la exaltación del cielo... Estaba resignado, creyendo que sólo se trataría del jardín en sí... Hasta que de pronto, sus pasos se detuvieron. Una voz llegó hasta sus oídos, suave, hermosa... Una melodía única sin duda y de la voz más exquisita que jamás pudiera haber escuchado, ni siquiera en la eternidad del cielo. Se dejó llevar por el ruido, caminando en su dirección entre las plantas, corriendo sus ramas y bordeando árboles; hasta que de pronto lo encontró. Una criatura de lo más hermosa, perfecta... Estaba seguro. ¡Esa criatura debía de ser lo que tenía tan revuelto al cielo! — Woah.... — Exclamó en un susurró apenas audible. Sus ojos brillando, con rostro perplejo ante la mujer delante de sus ojos, metros más allá de donde él se hallaba oculto tras un árbol. Intentó no hacer ruido, preguntándose si se espantaría como los animales si lo viera llegar. Recargó sus manos en el árbol, sus mejillas teñidas de un suave carmín... Solo por inercia dio un paso al frente, pisando una rama que al crujir delataría su presencia. En pánico de ser descubierto, sólo pudo atinar a agacharse tras el árbol, casi abrazándose con sus seis pares de alas mientras cubría sus labios con sus manos... ¿Lo habría visto?.... Le fue inevitable no asomarse un poco para ver de reojo si es que acaso tal hermosa creación se había percatado de su presencia.
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    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

    Siempre Ryu...
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [Ryu] La llama que por fin encuentra un hogar Pasaron días. Días de ruido. Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente. Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras. La vaina de Shein apenas me daba tregua. Mi cuerpo seguía siendo mío… mi mente, no tanto. Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara… acudí a Ryu. No buscaba sabiduría. No buscaba consejos. Buscaba… ella. Su presencia. Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna. Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos. Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro. Me observa. Una vez más, me desarma sin tocarme. Y sin moverse un centímetro, dice: Ryu: —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza. Hay que calmar la mente. O lo perderás todo. Sus palabras me atraviesan como un viento frío. Pero no hieren. Entran… y apagan un poco del incendio. Y por primera vez lo entiendo. No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse. Habla de mí. De no perderme. De que… le importo. Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda. Se calma. Encuentra un centro. No lo pienso. No puedo pensarlo. Me acerco. Despacio. Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper. Y la beso. No es un beso impulsivo. Ni torpe. Ni desesperado. Es… una verdad. Una verdad que por fin se atreve a salir. Y Ryu… me lo devuelve. Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina. Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca. Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días. El primer lugar donde Veythra calla. Donde Arc calla. Donde hasta la luna parece escuchar. Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura: Ryu: —¿Y Akane? La pregunta no me hiere. No me confunde. No me detiene. La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado. Y con esa calma recién encontrada, respondo: Lili: —Siempre fuiste tú. Algo en ella se quiebra suavemente. No por dolor… sino por reconocimiento. Entonces el beso vuelve. Y esta vez no es una confesión. Es una promesa. Las caricias llegan… lentas, cuidadosas. Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez. Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso. No necesito describir el resto. Solo esto: El amor no es un estallido. Ni un incendio. Es un calor profundo. Un refugio. Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación. En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo… no escucho a Veythra. No escucho al Caos. No escucho a Arc. Solo escucho a Ryu. A su respiración. A su risa suave cuando me tiembla la voz. A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo. Esa noche no me consumo. Esa noche… me reconstruyo. Siempre Ryu...
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    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

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    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

    Siempre Ryu...
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [Ryu] La llama que por fin encuentra un hogar Pasaron días. Días de ruido. Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente. Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras. La vaina de Shein apenas me daba tregua. Mi cuerpo seguía siendo mío… mi mente, no tanto. Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara… acudí a Ryu. No buscaba sabiduría. No buscaba consejos. Buscaba… ella. Su presencia. Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna. Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos. Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro. Me observa. Una vez más, me desarma sin tocarme. Y sin moverse un centímetro, dice: Ryu: —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza. Hay que calmar la mente. O lo perderás todo. Sus palabras me atraviesan como un viento frío. Pero no hieren. Entran… y apagan un poco del incendio. Y por primera vez lo entiendo. No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse. Habla de mí. De no perderme. De que… le importo. Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda. Se calma. Encuentra un centro. No lo pienso. No puedo pensarlo. Me acerco. Despacio. Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper. Y la beso. No es un beso impulsivo. Ni torpe. Ni desesperado. Es… una verdad. Una verdad que por fin se atreve a salir. Y Ryu… me lo devuelve. Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina. Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca. Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días. El primer lugar donde Veythra calla. Donde Arc calla. Donde hasta la luna parece escuchar. Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura: Ryu: —¿Y Akane? La pregunta no me hiere. No me confunde. No me detiene. La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado. Y con esa calma recién encontrada, respondo: Lili: —Siempre fuiste tú. Algo en ella se quiebra suavemente. No por dolor… sino por reconocimiento. Entonces el beso vuelve. Y esta vez no es una confesión. Es una promesa. Las caricias llegan… lentas, cuidadosas. Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez. Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso. No necesito describir el resto. Solo esto: El amor no es un estallido. Ni un incendio. Es un calor profundo. Un refugio. Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación. En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo… no escucho a Veythra. No escucho al Caos. No escucho a Arc. Solo escucho a Ryu. A su respiración. A su risa suave cuando me tiembla la voz. A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo. Esa noche no me consumo. Esa noche… me reconstruyo. Siempre Ryu...
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    — Una Carta no Escrita a mi Caballero, Mordred.~

    Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena,
    Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías.
    No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición.
    Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación.
    Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise.
    Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir.

    Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija.
    Con pesar y amor,
    Arturia Pendragon, El Rey.

    — Una Carta no Escrita a mi Caballero, Mordred.~ Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena, Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías. No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición. Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación. Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise. Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir. Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija. Con pesar y amor, Arturia Pendragon, El Rey.
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  • JAPON 11.11.2025

    Me desplomé entre los estantes de cereales y sopas instantáneas irónico que cayera justo en el pasillo más colorido de toda la pequeña tienda de conveniencia, podía sentir la sangre caer por mi brazo rasguños provocados por la explosión de un vidrio, el olor metálico de mi sangre mezclándose con el detergente barato del pasillo de un lado. La herida en mi hombro seguía sangrando, pero no lo suficiente como para justificar el temblor en mis manos. No era el dolor físico.
    Hace mucho que no siento eso.
    Era la descarga de la misión. El vacío que llega cuando sobrevives a poco centímetros de la muerte .

    El chaleco táctico aún pesaba sobre mi pecho como plomo, como una condena. Me lo quité con rabia, aventando aún lado. La empleada del turno nocturno me miró desde la caja registradora, demasiado asustada para acercarse, demasiado curiosa para mirar hacia otro lado, talvez sería lo único de lo que hablaría un par de días.

    La operación había sido declarada un fracaso: el objetivo escapó, la extracción de los rehenes se retrasó, y dos agentes inactivos. Pero yo sabía la verdad, una verdad que ellos odiaban admitir, el cargamento nunca llegó a manos del comprador. El intercambio se rompió. La red que financiaba a medio Oriente quedó expuesta. Y era un éxito que se pagaba con cicatrices y silencio, con papeleo por 2 días y regaños por parte de "superiores" que solo hablan y regañan como si ellos fueran quienes arriesgan la vida aquí.

    Llegué a aquella pequeña tienda porque era el único lugar abierto en las afueras, el único sitio donde podía desaparecer entre luces fluorescentes y pasillos llenos de comida empaquetada. El punto de extracción estaba comprometido, y la ciudad aún ardía con patrullas buscando fantasmas. Yo era uno de ellos. Necesitaba agua, necesitaba tiempo, necesitaba un rincón donde mi cuerpo pudiera recordar que seguía vivo y la adrenalina bajara tanto que el dolor se comenzará a hacer presente.

    Me quedé allí, jadeando, con los nudillos rotos y la mandíbula entumecida. No por la pelea. Por lo que siempre viene después. Porque en este trabajo apuestas la vida.
    JAPON 11.11.2025 Me desplomé entre los estantes de cereales y sopas instantáneas irónico que cayera justo en el pasillo más colorido de toda la pequeña tienda de conveniencia, podía sentir la sangre caer por mi brazo rasguños provocados por la explosión de un vidrio, el olor metálico de mi sangre mezclándose con el detergente barato del pasillo de un lado. La herida en mi hombro seguía sangrando, pero no lo suficiente como para justificar el temblor en mis manos. No era el dolor físico. Hace mucho que no siento eso. Era la descarga de la misión. El vacío que llega cuando sobrevives a poco centímetros de la muerte . El chaleco táctico aún pesaba sobre mi pecho como plomo, como una condena. Me lo quité con rabia, aventando aún lado. La empleada del turno nocturno me miró desde la caja registradora, demasiado asustada para acercarse, demasiado curiosa para mirar hacia otro lado, talvez sería lo único de lo que hablaría un par de días. La operación había sido declarada un fracaso: el objetivo escapó, la extracción de los rehenes se retrasó, y dos agentes inactivos. Pero yo sabía la verdad, una verdad que ellos odiaban admitir, el cargamento nunca llegó a manos del comprador. El intercambio se rompió. La red que financiaba a medio Oriente quedó expuesta. Y era un éxito que se pagaba con cicatrices y silencio, con papeleo por 2 días y regaños por parte de "superiores" que solo hablan y regañan como si ellos fueran quienes arriesgan la vida aquí. Llegué a aquella pequeña tienda porque era el único lugar abierto en las afueras, el único sitio donde podía desaparecer entre luces fluorescentes y pasillos llenos de comida empaquetada. El punto de extracción estaba comprometido, y la ciudad aún ardía con patrullas buscando fantasmas. Yo era uno de ellos. Necesitaba agua, necesitaba tiempo, necesitaba un rincón donde mi cuerpo pudiera recordar que seguía vivo y la adrenalina bajara tanto que el dolor se comenzará a hacer presente. Me quedé allí, jadeando, con los nudillos rotos y la mandíbula entumecida. No por la pelea. Por lo que siempre viene después. Porque en este trabajo apuestas la vida.
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