Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin
La llama que por fin encuentra un hogar
Pasaron días.
Días de ruido.
Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.
La vaina de Shein apenas me daba tregua.
Mi cuerpo seguía siendo mío…
mi mente, no tanto.
Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
acudí a Ryu.
No buscaba sabiduría.
No buscaba consejos.
Buscaba… ella.
Su presencia.
Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.
Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
Me observa.
Una vez más, me desarma sin tocarme.
Y sin moverse un centímetro, dice:
Ryu:
—Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
Hay que calmar la mente.
O lo perderás todo.
Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
Pero no hieren.
Entran… y apagan un poco del incendio.
Y por primera vez lo entiendo.
No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
Habla de mí.
De no perderme.
De que… le importo.
Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
Se calma.
Encuentra un centro.
No lo pienso.
No puedo pensarlo.
Me acerco.
Despacio.
Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.
Y la beso.
No es un beso impulsivo.
Ni torpe.
Ni desesperado.
Es… una verdad.
Una verdad que por fin se atreve a salir.
Y Ryu… me lo devuelve.
Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.
Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
El primer lugar donde Veythra calla.
Donde Arc calla.
Donde hasta la luna parece escuchar.
Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:
Ryu:
—¿Y Akane?
La pregunta no me hiere.
No me confunde.
No me detiene.
La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
Y con esa calma recién encontrada, respondo:
Lili:
—Siempre fuiste tú.
Algo en ella se quiebra suavemente.
No por dolor… sino por reconocimiento.
Entonces el beso vuelve.
Y esta vez no es una confesión.
Es una promesa.
Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.
No necesito describir el resto.
Solo esto:
El amor no es un estallido.
Ni un incendio.
Es un calor profundo.
Un refugio.
Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.
En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
no escucho a Veythra.
No escucho al Caos.
No escucho a Arc.
Solo escucho a Ryu.
A su respiración.
A su risa suave cuando me tiembla la voz.
A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.
Esa noche no me consumo.
Esa noche…
me reconstruyo.
Siempre Ryu...
Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin
La llama que por fin encuentra un hogar
Pasaron días.
Días de ruido.
Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.
La vaina de Shein apenas me daba tregua.
Mi cuerpo seguía siendo mío…
mi mente, no tanto.
Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
acudí a Ryu.
No buscaba sabiduría.
No buscaba consejos.
Buscaba… ella.
Su presencia.
Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.
Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
Me observa.
Una vez más, me desarma sin tocarme.
Y sin moverse un centímetro, dice:
Ryu:
—Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
Hay que calmar la mente.
O lo perderás todo.
Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
Pero no hieren.
Entran… y apagan un poco del incendio.
Y por primera vez lo entiendo.
No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
Habla de mí.
De no perderme.
De que… le importo.
Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
Se calma.
Encuentra un centro.
No lo pienso.
No puedo pensarlo.
Me acerco.
Despacio.
Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.
Y la beso.
No es un beso impulsivo.
Ni torpe.
Ni desesperado.
Es… una verdad.
Una verdad que por fin se atreve a salir.
Y Ryu… me lo devuelve.
Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.
Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
El primer lugar donde Veythra calla.
Donde Arc calla.
Donde hasta la luna parece escuchar.
Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:
Ryu:
—¿Y Akane?
La pregunta no me hiere.
No me confunde.
No me detiene.
La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
Y con esa calma recién encontrada, respondo:
Lili:
—Siempre fuiste tú.
Algo en ella se quiebra suavemente.
No por dolor… sino por reconocimiento.
Entonces el beso vuelve.
Y esta vez no es una confesión.
Es una promesa.
Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.
No necesito describir el resto.
Solo esto:
El amor no es un estallido.
Ni un incendio.
Es un calor profundo.
Un refugio.
Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.
En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
no escucho a Veythra.
No escucho al Caos.
No escucho a Arc.
Solo escucho a Ryu.
A su respiración.
A su risa suave cuando me tiembla la voz.
A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.
Esa noche no me consumo.
Esa noche…
me reconstruyo.
Siempre Ryu...
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
[Ryu]
La llama que por fin encuentra un hogar
Pasaron días.
Días de ruido.
Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.
La vaina de Shein apenas me daba tregua.
Mi cuerpo seguía siendo mío…
mi mente, no tanto.
Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
acudí a Ryu.
No buscaba sabiduría.
No buscaba consejos.
Buscaba… ella.
Su presencia.
Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.
Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
Me observa.
Una vez más, me desarma sin tocarme.
Y sin moverse un centímetro, dice:
Ryu:
—Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
Hay que calmar la mente.
O lo perderás todo.
Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
Pero no hieren.
Entran… y apagan un poco del incendio.
Y por primera vez lo entiendo.
No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
Habla de mí.
De no perderme.
De que… le importo.
Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
Se calma.
Encuentra un centro.
No lo pienso.
No puedo pensarlo.
Me acerco.
Despacio.
Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.
Y la beso.
No es un beso impulsivo.
Ni torpe.
Ni desesperado.
Es… una verdad.
Una verdad que por fin se atreve a salir.
Y Ryu… me lo devuelve.
Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.
Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
El primer lugar donde Veythra calla.
Donde Arc calla.
Donde hasta la luna parece escuchar.
Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:
Ryu:
—¿Y Akane?
La pregunta no me hiere.
No me confunde.
No me detiene.
La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
Y con esa calma recién encontrada, respondo:
Lili:
—Siempre fuiste tú.
Algo en ella se quiebra suavemente.
No por dolor… sino por reconocimiento.
Entonces el beso vuelve.
Y esta vez no es una confesión.
Es una promesa.
Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.
No necesito describir el resto.
Solo esto:
El amor no es un estallido.
Ni un incendio.
Es un calor profundo.
Un refugio.
Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.
En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
no escucho a Veythra.
No escucho al Caos.
No escucho a Arc.
Solo escucho a Ryu.
A su respiración.
A su risa suave cuando me tiembla la voz.
A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.
Esa noche no me consumo.
Esa noche…
me reconstruyo.
Siempre Ryu...