• A primera hora de la mañana La Gran Maestra Interina se encontraba en el campo de la salida secundaria de la ciudad. Tocaba entrenamiento con sus caballeros, si bien no se llevó a todos, si citó a unos 60 a los que entrenaría personalmente.

    Risueña, alegre, despreocupada, un alma libre y hasta rebelde eran algunas de las características por las que se le conocía pero, en el entrenamiento era dura. No llevaba ni dos horas con ellos cuando a más de la mitad de los caballeros ya los tenía abatidos en el suelo, era fuerte, y tenía que serlo puesto que Mondstadt dependía de ella y no pensaba defraudarlos y, a pesar de ser querida y respetada por todos sus caballeros, en los entrenamientos y con el calor del momento más de uno se frustraba y le tocaba lidiar con ello.

    -En este momento estamos entrenando. Es aquí donde pueden equivocarse, donde pueden corregir y mejorar cada una de sus técnicas.

    Decía mientras caminaba entre los soldados blandiendo su espada. Se puso frente a uno de los caballeros que la había insultado frustrado y sin verlo directamente a él dice para todos.

    -En el campo de batalla el enemigo no les va a dar segundas oportunidades. Un cuerpo muerto termina solo siendo un cuerpo muerto. Ustedes eligieron ser caballeros, Caballeros de Favonius, pero cada una de sus vidas están sobre los hombros de sus capitanes y mía. Al final de la batalla, quien cargará con sus muertes seré yo. Tienen esposas, hijos, padres, madres, hermanos, hermanas, amigos, y a mi ¿A caso quieren les entregue la noticia a sus familias de su fallecimiento?. Ninguno de ustedes es solo un número en mi lista a quien pago cada mes, a algunos los conozco desde la academia otros se enlistaron por el Maestro Varka o por mi hay caballeros jóvenes y quienes llevan más tiempo que yo siéndolo, arriesgan sus vidas día a día cuando patrullan fuera de la ciudad, cuando escoltan gente en encargos, cuando hay olas de Hilichurls y otros monstruos.

    Los caballeros se miraban entre ellos, asintiendo, miraron hacia abajo, hacia los lados, murmuraron entre ellos.

    -Mis caballeros no pueden morir hasta haber acabado a 200 enemigos por cuenta propia en una guerra.

    Dijo lo último con una sonrisa y una mirada quebrada, pues, sabía que, aunque no había ninguna guerra próxima, era totalmente verdad que arriesgaban sus vidas día a día. Los caballeros empuñaros sus espadas alzándolas al cielo gritando motivados y hasta disculpándose con ella. El soldado a sus pies se levanta se disculpó e hizo una reverencia a la que Jean le sonrió.

    -Quiero parejas y entrenen entre ustedes. Ataquen, contraataquen y defiéndanse uno del otro.
    A primera hora de la mañana La Gran Maestra Interina se encontraba en el campo de la salida secundaria de la ciudad. Tocaba entrenamiento con sus caballeros, si bien no se llevó a todos, si citó a unos 60 a los que entrenaría personalmente. Risueña, alegre, despreocupada, un alma libre y hasta rebelde eran algunas de las características por las que se le conocía pero, en el entrenamiento era dura. No llevaba ni dos horas con ellos cuando a más de la mitad de los caballeros ya los tenía abatidos en el suelo, era fuerte, y tenía que serlo puesto que Mondstadt dependía de ella y no pensaba defraudarlos y, a pesar de ser querida y respetada por todos sus caballeros, en los entrenamientos y con el calor del momento más de uno se frustraba y le tocaba lidiar con ello. -En este momento estamos entrenando. Es aquí donde pueden equivocarse, donde pueden corregir y mejorar cada una de sus técnicas. Decía mientras caminaba entre los soldados blandiendo su espada. Se puso frente a uno de los caballeros que la había insultado frustrado y sin verlo directamente a él dice para todos. -En el campo de batalla el enemigo no les va a dar segundas oportunidades. Un cuerpo muerto termina solo siendo un cuerpo muerto. Ustedes eligieron ser caballeros, Caballeros de Favonius, pero cada una de sus vidas están sobre los hombros de sus capitanes y mía. Al final de la batalla, quien cargará con sus muertes seré yo. Tienen esposas, hijos, padres, madres, hermanos, hermanas, amigos, y a mi ¿A caso quieren les entregue la noticia a sus familias de su fallecimiento?. Ninguno de ustedes es solo un número en mi lista a quien pago cada mes, a algunos los conozco desde la academia otros se enlistaron por el Maestro Varka o por mi hay caballeros jóvenes y quienes llevan más tiempo que yo siéndolo, arriesgan sus vidas día a día cuando patrullan fuera de la ciudad, cuando escoltan gente en encargos, cuando hay olas de Hilichurls y otros monstruos. Los caballeros se miraban entre ellos, asintiendo, miraron hacia abajo, hacia los lados, murmuraron entre ellos. -Mis caballeros no pueden morir hasta haber acabado a 200 enemigos por cuenta propia en una guerra. Dijo lo último con una sonrisa y una mirada quebrada, pues, sabía que, aunque no había ninguna guerra próxima, era totalmente verdad que arriesgaban sus vidas día a día. Los caballeros empuñaros sus espadas alzándolas al cielo gritando motivados y hasta disculpándose con ella. El soldado a sus pies se levanta se disculpó e hizo una reverencia a la que Jean le sonrió. -Quiero parejas y entrenen entre ustedes. Ataquen, contraataquen y defiéndanse uno del otro.
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  • Razor se encontraba en Liyue ya desde hacía un par de días. Temprano salió de la posada y fue a puestos de comida donde comió hasta llenarse, Lisa le había enseñado a ahorrar, usar y ganar moras para pagar sus necesidades en ciudades.

    Después de desayunar, el albino se encontraba frente al tablón de encargos y misiones tratando de leer los boletines con las peticiones de los ciudadanos.

    -¿Dr...dr...ar...gar....tos....e...en... Tia...n...hen...gh...?
    Razor se encontraba en Liyue ya desde hacía un par de días. Temprano salió de la posada y fue a puestos de comida donde comió hasta llenarse, Lisa le había enseñado a ahorrar, usar y ganar moras para pagar sus necesidades en ciudades. Después de desayunar, el albino se encontraba frente al tablón de encargos y misiones tratando de leer los boletines con las peticiones de los ciudadanos. -¿Dr...dr...ar...gar....tos....e...en... Tia...n...hen...gh...?
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  • 𝑨𝒔𝒔𝒖𝒎𝒆.

    Habían pasado unos cuantos meses desde que fue suspendido indefinidamente de la academia arcana, por motivos poco usuales. Desde entonces se dedicó a viajar por diferentes lugares, tomando la profesión de aventurero y mercenario, comenzó con pequeños encargos, buscar cosas, reunir ingredientes para alquimistas y gente que se dedica a la medicina natural, luego pasó a cazar bestias que podrían ser peligrosas para la gente, toda clase de monstruos, algunos eran verdaderas aberraciones.

    Pudo prevalecer ya que siempre fue bueno al blandir la espada, pero también era muy bueno con los hechizos, usando la magia tanto para atacar como para defenderse. Mezclando ambos talentos, fue poco a poco haciéndose un nombre en algunos gremios, lo que también llevaría a recibir otro tipo de encargos y misiones, esta vez más complejos e incluso mucho más riesgosos.

    Fue entonces que llego el día, tuvo que ir a unas antiguas ruinas y encargarse de unos bandidos, aunque no fue solo, ya que otros mercenarios habían sido contratados para lo mismo, deshacerse de aquellos delincuentes. Estos usaban las ruinas como una guarida para planificar y llevar a cabo escaramuzas a mercaderes ambulantes, transportistas, servicios de carretas y uno que otro viajero ocasional, pero un día en que un noble fue atacado y asesinado, había sido la gota que rebaso el vaso.

    Así, Iskald y otros mercenarios irrumpieron en esas antiguas ruinas. Lo que pasó fue una verdadera masacre, muchos bandidos serían asesinados por los aventureros y mercenarios que se prestaron para llevar a cabo el trabajo, pero también caerían del otro lado. Ese fue el día en que Iskald, un joven de tan solo 18 años cruzo la línea, cometió el primer asesinato de su vida al matar a un bandido que estuvo a punto de asesinar a un camarada. Por supuesto, hizo lo correcto en ese momento, cumplió con lo que había que hacer, proteger a su compañero, acabar con la vida de ese bandido. Su espada se había bañado en sangre, mientras los demás cumplían el resto del trabajo, él se quedó un buen rato y en silencio mirando ese cadáver, vio como su vida se apagó ante sus ojos, siendo él su verdugo.

    “El primer asesinato siempre es el más difícil”, es lo que dicen.

    Iskald reflexionó, sabía que tarde o temprano iba a tener que matar otra vez. Sabía que su victima era una persona peligrosa y que cegar su vida, a la larga, serviría para un bien mayor.

    Después de eso tendría otros trabajos más, y entre esas misiones volvió a encargarse de otros bandidos, volvió a matar. Incluso en los caminos a veces estos intentaban asaltarle y no quedaba otra, matar o morir. Empezó a ser más fácil de sobrellevar, poco a poco se iría forjando, se iría acostumbrando.

    Pero a veces no podía evitar pensar:
    “¿Algún día me perderé en esto?”
    “¿Qué pasa si empiezo a agarrarle el gusto?”
    “¿Y si hubiera una guerra y me viese forzado a participar?”

    Eran las muchas interrogantes que invadían lo profundo de su mente, pero por ahora no le quedaba más que asumir.
    𝑨𝒔𝒔𝒖𝒎𝒆. Habían pasado unos cuantos meses desde que fue suspendido indefinidamente de la academia arcana, por motivos poco usuales. Desde entonces se dedicó a viajar por diferentes lugares, tomando la profesión de aventurero y mercenario, comenzó con pequeños encargos, buscar cosas, reunir ingredientes para alquimistas y gente que se dedica a la medicina natural, luego pasó a cazar bestias que podrían ser peligrosas para la gente, toda clase de monstruos, algunos eran verdaderas aberraciones. Pudo prevalecer ya que siempre fue bueno al blandir la espada, pero también era muy bueno con los hechizos, usando la magia tanto para atacar como para defenderse. Mezclando ambos talentos, fue poco a poco haciéndose un nombre en algunos gremios, lo que también llevaría a recibir otro tipo de encargos y misiones, esta vez más complejos e incluso mucho más riesgosos. Fue entonces que llego el día, tuvo que ir a unas antiguas ruinas y encargarse de unos bandidos, aunque no fue solo, ya que otros mercenarios habían sido contratados para lo mismo, deshacerse de aquellos delincuentes. Estos usaban las ruinas como una guarida para planificar y llevar a cabo escaramuzas a mercaderes ambulantes, transportistas, servicios de carretas y uno que otro viajero ocasional, pero un día en que un noble fue atacado y asesinado, había sido la gota que rebaso el vaso. Así, Iskald y otros mercenarios irrumpieron en esas antiguas ruinas. Lo que pasó fue una verdadera masacre, muchos bandidos serían asesinados por los aventureros y mercenarios que se prestaron para llevar a cabo el trabajo, pero también caerían del otro lado. Ese fue el día en que Iskald, un joven de tan solo 18 años cruzo la línea, cometió el primer asesinato de su vida al matar a un bandido que estuvo a punto de asesinar a un camarada. Por supuesto, hizo lo correcto en ese momento, cumplió con lo que había que hacer, proteger a su compañero, acabar con la vida de ese bandido. Su espada se había bañado en sangre, mientras los demás cumplían el resto del trabajo, él se quedó un buen rato y en silencio mirando ese cadáver, vio como su vida se apagó ante sus ojos, siendo él su verdugo. “El primer asesinato siempre es el más difícil”, es lo que dicen. Iskald reflexionó, sabía que tarde o temprano iba a tener que matar otra vez. Sabía que su victima era una persona peligrosa y que cegar su vida, a la larga, serviría para un bien mayor. Después de eso tendría otros trabajos más, y entre esas misiones volvió a encargarse de otros bandidos, volvió a matar. Incluso en los caminos a veces estos intentaban asaltarle y no quedaba otra, matar o morir. Empezó a ser más fácil de sobrellevar, poco a poco se iría forjando, se iría acostumbrando. Pero a veces no podía evitar pensar: “¿Algún día me perderé en esto?” “¿Qué pasa si empiezo a agarrarle el gusto?” “¿Y si hubiera una guerra y me viese forzado a participar?” Eran las muchas interrogantes que invadían lo profundo de su mente, pero por ahora no le quedaba más que asumir.
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  • Sus días de relax habían llegado a su fin. Volvía a enfundar el negro para cumplir con el encargo que la chica de cabellos azules había dejado en sus manos. Aunque había sido un encuentro corto y sutil, había voces en su cabeza que le decían que iban a reencontrarse más de una vez, así que lo mejor era tenerla contenta. Tras esa faz de dulce niña se escondía algo que poco tenía que ver con lo que mostraba de cara al público.

    Más o menos, como ella misma. ¿Quién se iba a imaginar que una simple dibujante sin carrera, que se divertía pintando por las calles era en realidad una asesina a sueldo? El que fuera tan solitaria y con un gusto excelso por el vino y ciertos excesos podía ser una pista más que determinante, la vestimenta cara que solía llevar no podía proceder únicamente de esos encargos y los dibujos que vendía por la calle. Y, por supuesto, su propio hogar. Un loft en una de las zonas más prestigiosas de la ciudad. Si bien poco decorado, necesitaba espacio para su propia soledad, para dejar pasar el rato entre armas pulcramente limpias y suciedad en las uñas debido a los ataques de inspiración que necesitaba plasmar en un lienzo antes de que la epifanía pictórica terminase.

    Pero esa noche no había sitio para epifanías. No había sitio para su nombre. Esa noche Tahara desaparecía para convertirse en la joven promesa que ya era, cargando a su espalda con un maletín que poco llamaba la atención en medio del montón de gente que se agolpaba en la fiesta que se estaba celebrando en la azotea del hotel Meleys, en pleno centro de la ciudad.

    Dandelion no necesitó llevar información. Tenía todo lo que necesitaba en su memoria. Qué lástima de mundo, debía cargarse al anfitrión de la fiesta. Un chico bastante mono aunque ya peinaba ciertas canas, ataviado con un precioso traje y con un maltrecho gusto por las drogas de diseño. Algo que no debió probar.

    Se coló entre la muchedumbre como una invitada más, llevando un traje negro que se ajustaba a sus medidas, camisa blanca impoluta y un lazo que le servía cual pajarita. El cabello castaño lo tenía recogido en un moño alto, donde varios mechones se escapaban alrededor de su rostro. Y un mínimo de maquillaje, habiendo engañado a su vecina de arriba; pocas veces se había visto tan guapa. Pocas veces se lo decía a sí misma, pero esa noche era… diferente. No iba a liquidar a distancia como estaba acostumbraba, llevaba un pequeño revólver escondido en algún lugar de su ropa, lo suficientemente holgada como para que nadie lo detectase.

    Arribó a la fiesta casi pasadas las doce, cuando todos estaban a medio camino entre la lucidez y la obnubilación. El olor a alcohol caro se mascaba en el ambiente, sudor entremezclado con perfumes inasequibles para el populacho creaba un ambiente tóxico para cualquier sobrio que quedase en pie en aquel lugar.

    Dandelion no dejó de mirar a su objetivo de aquella noche. Debía conseguir pillarlo a solas, pero pocas veces sus guardaespaldas se alejaban. Era un incordio verse encajonada en aquel lugar, ¿por qué no había subido a la azotea contigua y de un disparo certero terminaba con su encargo? No, García no quería eso. Quería ver su lado más sanguinario y poderoso. Que no se dejase llevar por lo fácil.

    Y que era mejor tener a esa chica de cabellos azules contenta.

    Así que aprovechó la única ocasión que encontró para colarse en las habitaciones más privadas de la fiesta, de un golpe noqueó al enorme guardaespaldas que su objetivo acompañaba hasta para ir a mear. El cuerpo cayó inerte al suelo, pero Dandelion fue capaz de sostenerlo y dejarlo en silencio sobre la costosa alfombra que llegaba casi a la puerta de los lavabos.

    Entonces entró y cerró la puerta tras de sí. Todavía podía oír el chorro cuando la voz anodina del objetivo se quejó de su falta de intimidad.

    —¡Venga ya, Richard! ¿Es que ni mear puedo hacerlo solo?

    —Qué voz tan anodina para un rostro tan inmaculado como el tuyo —murmuró Dandelion, haciendo que el pobre capo se girase y un charco se formase sobre sus pies, ensuciando sus caros zapatos con su propia orina.

    —¿Y tú quién coño eres?

    —Eso no te importa. Tan sólo debería importarte algo. O… más bien, alguien —y dicho aquello, se acercó con sigilo a su objetivo. Parecía estar encantado con tener a una chica guapa para él esa noche, poco le importaba si era en los simples servicios. En peores lugares había estado. Embriagado por su belleza, Dandelion sacó una minúscula navaja y se la clavó en el cuello, por el lado romo—. ¿Acaso te creías que iba a acostarme contigo? ¿Tú, un simple hombre? Qué pena me das.

    Acto seguido, con una rapidez sobrehumana, sacó el pequeño revólver y se lo colocó bajo la mandíbula, disparando utilizando la mano del contrario. La bala, pequeña pero rápida, le atravesó el cráneo. La agonía duró poco más de unos segundos.

    —Hyweon te manda recuerdos.

    Antes de que nadie más se diese cuenta, limpió el revólver y lo depositó con suma delicadeza en las manos del objetivo inerte. Con rapidez pero con encanto al mismo tiempo, escapó por las escaleras traseras del enorme edificio, dejando que el viento nocturno del largo verano, demasiado fresco a esas horas, le enfriase la piel. Tahara disfrutaba de esas noches de verano, con un trabajo recién hecho y la promesa de un pago más que merecido.
    Sus días de relax habían llegado a su fin. Volvía a enfundar el negro para cumplir con el encargo que la chica de cabellos azules había dejado en sus manos. Aunque había sido un encuentro corto y sutil, había voces en su cabeza que le decían que iban a reencontrarse más de una vez, así que lo mejor era tenerla contenta. Tras esa faz de dulce niña se escondía algo que poco tenía que ver con lo que mostraba de cara al público. Más o menos, como ella misma. ¿Quién se iba a imaginar que una simple dibujante sin carrera, que se divertía pintando por las calles era en realidad una asesina a sueldo? El que fuera tan solitaria y con un gusto excelso por el vino y ciertos excesos podía ser una pista más que determinante, la vestimenta cara que solía llevar no podía proceder únicamente de esos encargos y los dibujos que vendía por la calle. Y, por supuesto, su propio hogar. Un loft en una de las zonas más prestigiosas de la ciudad. Si bien poco decorado, necesitaba espacio para su propia soledad, para dejar pasar el rato entre armas pulcramente limpias y suciedad en las uñas debido a los ataques de inspiración que necesitaba plasmar en un lienzo antes de que la epifanía pictórica terminase. Pero esa noche no había sitio para epifanías. No había sitio para su nombre. Esa noche Tahara desaparecía para convertirse en la joven promesa que ya era, cargando a su espalda con un maletín que poco llamaba la atención en medio del montón de gente que se agolpaba en la fiesta que se estaba celebrando en la azotea del hotel Meleys, en pleno centro de la ciudad. Dandelion no necesitó llevar información. Tenía todo lo que necesitaba en su memoria. Qué lástima de mundo, debía cargarse al anfitrión de la fiesta. Un chico bastante mono aunque ya peinaba ciertas canas, ataviado con un precioso traje y con un maltrecho gusto por las drogas de diseño. Algo que no debió probar. Se coló entre la muchedumbre como una invitada más, llevando un traje negro que se ajustaba a sus medidas, camisa blanca impoluta y un lazo que le servía cual pajarita. El cabello castaño lo tenía recogido en un moño alto, donde varios mechones se escapaban alrededor de su rostro. Y un mínimo de maquillaje, habiendo engañado a su vecina de arriba; pocas veces se había visto tan guapa. Pocas veces se lo decía a sí misma, pero esa noche era… diferente. No iba a liquidar a distancia como estaba acostumbraba, llevaba un pequeño revólver escondido en algún lugar de su ropa, lo suficientemente holgada como para que nadie lo detectase. Arribó a la fiesta casi pasadas las doce, cuando todos estaban a medio camino entre la lucidez y la obnubilación. El olor a alcohol caro se mascaba en el ambiente, sudor entremezclado con perfumes inasequibles para el populacho creaba un ambiente tóxico para cualquier sobrio que quedase en pie en aquel lugar. Dandelion no dejó de mirar a su objetivo de aquella noche. Debía conseguir pillarlo a solas, pero pocas veces sus guardaespaldas se alejaban. Era un incordio verse encajonada en aquel lugar, ¿por qué no había subido a la azotea contigua y de un disparo certero terminaba con su encargo? No, García no quería eso. Quería ver su lado más sanguinario y poderoso. Que no se dejase llevar por lo fácil. Y que era mejor tener a esa chica de cabellos azules contenta. Así que aprovechó la única ocasión que encontró para colarse en las habitaciones más privadas de la fiesta, de un golpe noqueó al enorme guardaespaldas que su objetivo acompañaba hasta para ir a mear. El cuerpo cayó inerte al suelo, pero Dandelion fue capaz de sostenerlo y dejarlo en silencio sobre la costosa alfombra que llegaba casi a la puerta de los lavabos. Entonces entró y cerró la puerta tras de sí. Todavía podía oír el chorro cuando la voz anodina del objetivo se quejó de su falta de intimidad. —¡Venga ya, Richard! ¿Es que ni mear puedo hacerlo solo? —Qué voz tan anodina para un rostro tan inmaculado como el tuyo —murmuró Dandelion, haciendo que el pobre capo se girase y un charco se formase sobre sus pies, ensuciando sus caros zapatos con su propia orina. —¿Y tú quién coño eres? —Eso no te importa. Tan sólo debería importarte algo. O… más bien, alguien —y dicho aquello, se acercó con sigilo a su objetivo. Parecía estar encantado con tener a una chica guapa para él esa noche, poco le importaba si era en los simples servicios. En peores lugares había estado. Embriagado por su belleza, Dandelion sacó una minúscula navaja y se la clavó en el cuello, por el lado romo—. ¿Acaso te creías que iba a acostarme contigo? ¿Tú, un simple hombre? Qué pena me das. Acto seguido, con una rapidez sobrehumana, sacó el pequeño revólver y se lo colocó bajo la mandíbula, disparando utilizando la mano del contrario. La bala, pequeña pero rápida, le atravesó el cráneo. La agonía duró poco más de unos segundos. —Hyweon te manda recuerdos. Antes de que nadie más se diese cuenta, limpió el revólver y lo depositó con suma delicadeza en las manos del objetivo inerte. Con rapidez pero con encanto al mismo tiempo, escapó por las escaleras traseras del enorme edificio, dejando que el viento nocturno del largo verano, demasiado fresco a esas horas, le enfriase la piel. Tahara disfrutaba de esas noches de verano, con un trabajo recién hecho y la promesa de un pago más que merecido.
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  • Huía del calor infernal de la ciudad. Últimamente pasaba más tiempo en compañía de la soledad, el mar y la arena que con compañía humana. Incluso los encargos habían disminuido drásticamente, no sabía si por el calor o porque la gente subyugada había aprendido la lección y no había que asustarlos. O, simplemente, sus jefes preferían pasar el verano tranquilos y en el próximo otoño se cobrarían los impagos con importantes intereses.

    Lo único que tenía Tahara en la playa era paz. Tenía toda una habitación dedicada a la pintura; si cualquiera quisiera pisar su casa, tendría que ir al sofá. Claro que había una gran excepción: Baxter era el rey de la casa, podía hacer lo que quisiera: corretear por la casa, escaparse a la playa y volver empapado, ladrarle a los desconocidos o incluso hurgar en sus pinturas y crear cuadros esperpénticos que de cierto renombre podrían valer millones. ¿Por qué se lo permitía?

    Fácil. Porque Tahara sabía que Baxter no haría nada si ella no se lo pidiera.

    Aún era un cachorro y las ganas de jugar seguían intactas, pero su entrenamiento como profesional de las sombras iba tal cual se había planeado. Su propio tutor se dedicó a ello, imponiendo una disciplina disfrazada de juegos que hizo que el boyero de berna la atacase sin rechistar. Tal vez debía empezar su trabajo más pronto que tarde, y Tahara ya no estaría protegida en los trabajos sencillos como hasta ahora. Aunque era la mejor en su trabajo, siempre la reservaban para las largas distancias.

    El verano transcurría con serenidad. Los días monótonos y sencillos, perdida en un mundo de silencio y soledad. No echaba de menos a la gente. Disfrutaba estando sola. Le permitía conversar consigo misma, rumiar aquellos recuerdos que tanto echaba de menos. Le permitía observar el comportamiento de la gente; recordar sus vidas y descubrir ciertas mentiras que la vecina silenciosa atesoraba en su fuero interno. Ser testigo de infidelidades y amores prohibidos, amores adolescentes y corazones rotos. Amistades de verano y peleas de críos.

    A veces esa soledad pesaba. A veces, aunque sólo fuese por unos segundos, echaba de menos la compañía humana. La voz mandona y aguardientosa de García, el extraño cabello azul de Hyweon o las visitas inesperadas de su vecina de arriba con un tupper vacío o pinturas para adornar su piel. Qué extraño el ser humano, colmado de deseos que chocaban entre sí. A veces, Amón trataba de entenderlos, pero era algo que escapaba de su control. Eran curiosos y lejanos, algo que no llegaba a comprender por mucho que los estudiaba.

    Y esta chiquilla solitaria, cuyo animal de cuatro patas hablaba un extraño idioma a base de ladridos, a base de gruñidos y miradas cargadas de amor perruno. Gimoteos cuando tenía hambre, gruñidos cuando algún extraño se acercaba. ¿Era acaso eso el amor? Esa palabra que tantas veces había escuchado pero que nunca había sentido. ¿O sí? ¿Eran los demonios capaces de amar? Siempre había sido un mero espectador, desde la inocencia más pura al deseo más incontrolable. Podía sentir las llamadas emociones a través de Tahara y su corazón demasiado roto, escocían como el agua oxigenada en una herida abierta. Chisporroteaba en su interior.

    Parecía infeliz, a veces. Parecía feliz, conforme en su soledad. Como un luto eterno, detenido en el tiempo hasta que llegase alguien lo suficientemente valiente como para romper su corazón de piedra y hacerla feliz de nuevo. Hasta entonces, tendría que conformarse.
    Huía del calor infernal de la ciudad. Últimamente pasaba más tiempo en compañía de la soledad, el mar y la arena que con compañía humana. Incluso los encargos habían disminuido drásticamente, no sabía si por el calor o porque la gente subyugada había aprendido la lección y no había que asustarlos. O, simplemente, sus jefes preferían pasar el verano tranquilos y en el próximo otoño se cobrarían los impagos con importantes intereses. Lo único que tenía Tahara en la playa era paz. Tenía toda una habitación dedicada a la pintura; si cualquiera quisiera pisar su casa, tendría que ir al sofá. Claro que había una gran excepción: Baxter era el rey de la casa, podía hacer lo que quisiera: corretear por la casa, escaparse a la playa y volver empapado, ladrarle a los desconocidos o incluso hurgar en sus pinturas y crear cuadros esperpénticos que de cierto renombre podrían valer millones. ¿Por qué se lo permitía? Fácil. Porque Tahara sabía que Baxter no haría nada si ella no se lo pidiera. Aún era un cachorro y las ganas de jugar seguían intactas, pero su entrenamiento como profesional de las sombras iba tal cual se había planeado. Su propio tutor se dedicó a ello, imponiendo una disciplina disfrazada de juegos que hizo que el boyero de berna la atacase sin rechistar. Tal vez debía empezar su trabajo más pronto que tarde, y Tahara ya no estaría protegida en los trabajos sencillos como hasta ahora. Aunque era la mejor en su trabajo, siempre la reservaban para las largas distancias. El verano transcurría con serenidad. Los días monótonos y sencillos, perdida en un mundo de silencio y soledad. No echaba de menos a la gente. Disfrutaba estando sola. Le permitía conversar consigo misma, rumiar aquellos recuerdos que tanto echaba de menos. Le permitía observar el comportamiento de la gente; recordar sus vidas y descubrir ciertas mentiras que la vecina silenciosa atesoraba en su fuero interno. Ser testigo de infidelidades y amores prohibidos, amores adolescentes y corazones rotos. Amistades de verano y peleas de críos. A veces esa soledad pesaba. A veces, aunque sólo fuese por unos segundos, echaba de menos la compañía humana. La voz mandona y aguardientosa de García, el extraño cabello azul de Hyweon o las visitas inesperadas de su vecina de arriba con un tupper vacío o pinturas para adornar su piel. Qué extraño el ser humano, colmado de deseos que chocaban entre sí. A veces, Amón trataba de entenderlos, pero era algo que escapaba de su control. Eran curiosos y lejanos, algo que no llegaba a comprender por mucho que los estudiaba. Y esta chiquilla solitaria, cuyo animal de cuatro patas hablaba un extraño idioma a base de ladridos, a base de gruñidos y miradas cargadas de amor perruno. Gimoteos cuando tenía hambre, gruñidos cuando algún extraño se acercaba. ¿Era acaso eso el amor? Esa palabra que tantas veces había escuchado pero que nunca había sentido. ¿O sí? ¿Eran los demonios capaces de amar? Siempre había sido un mero espectador, desde la inocencia más pura al deseo más incontrolable. Podía sentir las llamadas emociones a través de Tahara y su corazón demasiado roto, escocían como el agua oxigenada en una herida abierta. Chisporroteaba en su interior. Parecía infeliz, a veces. Parecía feliz, conforme en su soledad. Como un luto eterno, detenido en el tiempo hasta que llegase alguien lo suficientemente valiente como para romper su corazón de piedra y hacerla feliz de nuevo. Hasta entonces, tendría que conformarse.
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  • -Una intensa brisa de otoño sopla sobre la pequeña cabaña de la joven Kamado; vestida con ropa ligera y cubierta bajo sus sabanas a horas de la tarde, se dispuso a tomar una pequeña siesta ya que necesitaba reponer energias para la noche. Le habían llegado varios encargos en su pequeño negocio de costura y necesitaba estar al 100%-

    -Sin embargo, no podía dormir, siempre había tenido problemas para conciliar el sueño por las tardes.. asi que solo estaba recostada, observando como los arboles se agitaban con la brsia a traves de la ventana-

    —...Creo que se aproxima una tormenta, quizá debería revisar las goteras....
    -Una intensa brisa de otoño sopla sobre la pequeña cabaña de la joven Kamado; vestida con ropa ligera y cubierta bajo sus sabanas a horas de la tarde, se dispuso a tomar una pequeña siesta ya que necesitaba reponer energias para la noche. Le habían llegado varios encargos en su pequeño negocio de costura y necesitaba estar al 100%- -Sin embargo, no podía dormir, siempre había tenido problemas para conciliar el sueño por las tardes.. asi que solo estaba recostada, observando como los arboles se agitaban con la brsia a traves de la ventana- —...Creo que se aproxima una tormenta, quizá debería revisar las goteras....
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  • 活 ─ ¿Ya habrá nuevos encargos para hoy? ¡Espero que sean mas emocionantes!
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  • —Después de la escapada a la piscina el domingo, aún le cuesta asimilar que tiene que ser una persona productiva y que contribuye a la sociedad. Aunque su contribución sea, más que nada, contraproducente y en cierto sentido ilegal. Pero el trabajo es el trabajo y los encargos y distribuciones no se hacen solos.

    #Personaje3D #3D #Comunidad3D
    —Después de la escapada a la piscina el domingo, aún le cuesta asimilar que tiene que ser una persona productiva y que contribuye a la sociedad. Aunque su contribución sea, más que nada, contraproducente y en cierto sentido ilegal. Pero el trabajo es el trabajo y los encargos y distribuciones no se hacen solos. #Personaje3D #3D #Comunidad3D
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  • La serpiente observa el frasco, olfateando su interior, llamando su atención.
    El frasco se deshizo y el líquido se dirigió a las fauses de la serpiente.
    Una vez leyó el papel en el que venía la poción él quedó impresionado.

    -Ya era hora, una ladrona competente...
    Tendré muchos encargos para ti [eniy4]...
    La serpiente observa el frasco, olfateando su interior, llamando su atención. El frasco se deshizo y el líquido se dirigió a las fauses de la serpiente. Una vez leyó el papel en el que venía la poción él quedó impresionado. -Ya era hora, una ladrona competente... Tendré muchos encargos para ti [eniy4]...
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  • Adelante pasa, ya casi termino con esto. Si tienes un pedido solamente dime que necesitas ~

    -En esos momentos el Maestro de las Artes Arcanas se encontraba puliendo y perfeccionando sus habilidades de creación de armas con uno de los mejores herreros de los 7 reinos, el mismo le había ofrecido trabajar a medio tiempo en su fragua para ayudar al Alquimista a perfeccionar este maravilloso arte.

    Alex tuvo pocas oportunidades de probar el famoso acero de aquel viejo herrero, y era uno de los mejores; su filo podía cortar fácilmente la mayoría de los materiales como si fuera mantequilla en cuchillo caliente. El mutante haría lo que fuera para aprender los antiguos secretos detrás de su arte de herrería, por lo que comenzó a realizar encargos menores para algunos clientes del pueblo donde ahora este se encontraba-
    Adelante pasa, ya casi termino con esto. Si tienes un pedido solamente dime que necesitas ~ -En esos momentos el Maestro de las Artes Arcanas se encontraba puliendo y perfeccionando sus habilidades de creación de armas con uno de los mejores herreros de los 7 reinos, el mismo le había ofrecido trabajar a medio tiempo en su fragua para ayudar al Alquimista a perfeccionar este maravilloso arte. Alex tuvo pocas oportunidades de probar el famoso acero de aquel viejo herrero, y era uno de los mejores; su filo podía cortar fácilmente la mayoría de los materiales como si fuera mantequilla en cuchillo caliente. El mutante haría lo que fuera para aprender los antiguos secretos detrás de su arte de herrería, por lo que comenzó a realizar encargos menores para algunos clientes del pueblo donde ahora este se encontraba-
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