La decisión de Inari
* Rol con 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 *
Llegó el día de la noche más larga del año: el Tōji, conocido comúnmente como el solsticio de invierno.
Aquella mañana, Kazuo se levantó temprano para bajar a la ciudad a los pies del monte Inari. Su primera tarea fue recoger la bolsa de yuzu olvidada en el puesto de comida del señor Yamamoto, quien había guardado la fruta con amabilidad. Más tarde, se dirigió a la tienda de telas y kimonos de la señora Fujimoto. Allí, la dueña del lujoso local tenía listas las prendas de la pareja: ambas piezas en un elegante color turquesa, cuidadosamente diseñadas siguiendo las indicaciones de Elizabeth.
Los kimonos eran un auténtico espectáculo visual. Los bordados y los exquisitos detalles los convertían en verdaderas obras de arte.
Kazuo agradeció enormemente a la señora Fujimoto por su trabajo impecable, como siempre. Con sus encargos hechos, se dispuso a regresar al templo, no sin antes detenerse en una pastelería para comprar unos dulces típicos que serían el desayuno de ambos.
Al llegar al templo, el sol apenas comenzaba a asomarse débilmente entre las nubes. Probablemente Elizabeth todavía estaría durmiendo, así que Kazuo tenía tiempo suficiente para alistar todo lo necesario para el ritual de purificación y preparar el desayuno.
Llevó el té, los dulces y el yuzu a las termas. Con paciencia, llenó una alberca de madera utilizando un balde, hasta que estuvo completa. Luego troceó los frutos de yuzu y los dejó caer al agua. Decidió añadir también algunas ramas de romero, una planta poco común en la región pero conocida en muchas culturas por sus propiedades purificadoras. El agua pronto adquirió un aroma cítrico y herbal embriagador.
Con el baño y el desayuno listos, Kazuo regresó al templo. Al entrar en su dormitorio, encontró a Elizabeth todavía dormida en el lecho que compartían. Se recostó a su lado y, con suaves caricias, la despertó.
—Mi vida… Hoy es el día. Tengo algo preparado en las termas —dijo con dulzura.
Elizabeth, adormilada, se estiró en la cama, su cabello carmesí desordenado. Sus palabras terminaron de despertarla.
—¿Qué? ¿Es hoy? ¿Cómo llegó tan rápido? ¡No estoy preparada para esto! —exclamó con nerviosismo.
Kazuo le dedicó una sonrisa cálida y acarició su rostro entre sus manos.
—Estamos preparados, mi amor. Confío plenamente en nosotros y en lo que sentimos —le susurró con extrema ternura.
Finalmente, logró que Elizabeth se levantara, y juntos se dirigieron a las termas.
Al llegar, todo estaba dispuesto. La alberca llena de agua cálida con yuzu y romero desprendía un vapor fragante. En el agua flotaba una bandeja con dos tacitas de té y los dulces que Kazuo había comprado.
Ambos iniciaron el rito: sumergirse en esas aguas para purificar el espíritu y atraer buena suerte y longevidad, algo que ambos deseaban con fervor. Disfrutaron del desayuno mientras se vertían mutuamente la infusión con cuencos hechos con sus manos. Era un acto íntimo y sagrado, reservado únicamente para ellos.
Terminado el ritual de Yuzuyu, se vistieron con los kimonos diseñados por la señora Fujimoto. Con amor y cuidado, se ayudaron mutuamente a ponerse cada prenda.
Kazuo quedó sin aliento al ver a Elizabeth lista. Era como una diosa; su belleza rivalizaba con la de las rosas más perfectas.
Esperaron pacientemente hasta el ocaso, cuando la línea que separa el mundo humano del de los espíritus es más débil. Tomados de la mano, caminaron por el sendero que cruzaba un viejo torii rojo.
Kazuo se detuvo frente al torii, extendió su mano hacia la estructura y la envolvió en llamas azules, tan brillantes como sus ojos. Tomó la mano de Elizabeth y la acercó a la suya, rodeándola también con aquel fuego que, aunque parecía intenso, no quemaba; apenas emitía un leve frío.
Un orbe salió disparado de sus manos hacia el torii, dejando una estela azul antes de desaparecer al cruzar la puerta. Las llamas se extinguieron lentamente.
Ambos sintieron una mezcla de nerviosismo y emoción. Elizabeth apretó suavemente la mano de Kazuo, dándole la seguridad que necesitaba. Sin dudar, atravesaron juntos el torii, sintiendo una caricia invisible recorrer sus cuerpos, como si emergieran del agua.
Música, luces y risas los recibieron al otro lado. El mundo de los espíritus no era sombrío ni lúgubre. Era un lugar lleno de vida y alegría, donde demonios, espíritus y criaturas sobrenaturales se movían entre un ambiente festivo.
La ciudad era enorme, envuelta en una noche perpetua pero iluminada con lámparas de papel y aceite en todos los colores imaginables. El cielo estaba decorado por enormes peces koi espirituales que flotaban majestuosamente.
Elizabeth observaba todo con fascinación, deteniéndose en cada detalle. Aunque para Kazuo aquel lugar no era nuevo, ver la emoción en los ojos de su amada le hacía redescubrirlo como si fuera la primera vez.
Al fondo, una imponente estructura con una escalera dorada conducía a un majestuoso templo. Allí, las deidades celebraban el solsticio de invierno. En ese lugar se determinaría el destino de ambos.
Llegó el día de la noche más larga del año: el Tōji, conocido comúnmente como el solsticio de invierno.
Aquella mañana, Kazuo se levantó temprano para bajar a la ciudad a los pies del monte Inari. Su primera tarea fue recoger la bolsa de yuzu olvidada en el puesto de comida del señor Yamamoto, quien había guardado la fruta con amabilidad. Más tarde, se dirigió a la tienda de telas y kimonos de la señora Fujimoto. Allí, la dueña del lujoso local tenía listas las prendas de la pareja: ambas piezas en un elegante color turquesa, cuidadosamente diseñadas siguiendo las indicaciones de Elizabeth.
Los kimonos eran un auténtico espectáculo visual. Los bordados y los exquisitos detalles los convertían en verdaderas obras de arte.
Kazuo agradeció enormemente a la señora Fujimoto por su trabajo impecable, como siempre. Con sus encargos hechos, se dispuso a regresar al templo, no sin antes detenerse en una pastelería para comprar unos dulces típicos que serían el desayuno de ambos.
Al llegar al templo, el sol apenas comenzaba a asomarse débilmente entre las nubes. Probablemente Elizabeth todavía estaría durmiendo, así que Kazuo tenía tiempo suficiente para alistar todo lo necesario para el ritual de purificación y preparar el desayuno.
Llevó el té, los dulces y el yuzu a las termas. Con paciencia, llenó una alberca de madera utilizando un balde, hasta que estuvo completa. Luego troceó los frutos de yuzu y los dejó caer al agua. Decidió añadir también algunas ramas de romero, una planta poco común en la región pero conocida en muchas culturas por sus propiedades purificadoras. El agua pronto adquirió un aroma cítrico y herbal embriagador.
Con el baño y el desayuno listos, Kazuo regresó al templo. Al entrar en su dormitorio, encontró a Elizabeth todavía dormida en el lecho que compartían. Se recostó a su lado y, con suaves caricias, la despertó.
—Mi vida… Hoy es el día. Tengo algo preparado en las termas —dijo con dulzura.
Elizabeth, adormilada, se estiró en la cama, su cabello carmesí desordenado. Sus palabras terminaron de despertarla.
—¿Qué? ¿Es hoy? ¿Cómo llegó tan rápido? ¡No estoy preparada para esto! —exclamó con nerviosismo.
Kazuo le dedicó una sonrisa cálida y acarició su rostro entre sus manos.
—Estamos preparados, mi amor. Confío plenamente en nosotros y en lo que sentimos —le susurró con extrema ternura.
Finalmente, logró que Elizabeth se levantara, y juntos se dirigieron a las termas.
Al llegar, todo estaba dispuesto. La alberca llena de agua cálida con yuzu y romero desprendía un vapor fragante. En el agua flotaba una bandeja con dos tacitas de té y los dulces que Kazuo había comprado.
Ambos iniciaron el rito: sumergirse en esas aguas para purificar el espíritu y atraer buena suerte y longevidad, algo que ambos deseaban con fervor. Disfrutaron del desayuno mientras se vertían mutuamente la infusión con cuencos hechos con sus manos. Era un acto íntimo y sagrado, reservado únicamente para ellos.
Terminado el ritual de Yuzuyu, se vistieron con los kimonos diseñados por la señora Fujimoto. Con amor y cuidado, se ayudaron mutuamente a ponerse cada prenda.
Kazuo quedó sin aliento al ver a Elizabeth lista. Era como una diosa; su belleza rivalizaba con la de las rosas más perfectas.
Esperaron pacientemente hasta el ocaso, cuando la línea que separa el mundo humano del de los espíritus es más débil. Tomados de la mano, caminaron por el sendero que cruzaba un viejo torii rojo.
Kazuo se detuvo frente al torii, extendió su mano hacia la estructura y la envolvió en llamas azules, tan brillantes como sus ojos. Tomó la mano de Elizabeth y la acercó a la suya, rodeándola también con aquel fuego que, aunque parecía intenso, no quemaba; apenas emitía un leve frío.
Un orbe salió disparado de sus manos hacia el torii, dejando una estela azul antes de desaparecer al cruzar la puerta. Las llamas se extinguieron lentamente.
Ambos sintieron una mezcla de nerviosismo y emoción. Elizabeth apretó suavemente la mano de Kazuo, dándole la seguridad que necesitaba. Sin dudar, atravesaron juntos el torii, sintiendo una caricia invisible recorrer sus cuerpos, como si emergieran del agua.
Música, luces y risas los recibieron al otro lado. El mundo de los espíritus no era sombrío ni lúgubre. Era un lugar lleno de vida y alegría, donde demonios, espíritus y criaturas sobrenaturales se movían entre un ambiente festivo.
La ciudad era enorme, envuelta en una noche perpetua pero iluminada con lámparas de papel y aceite en todos los colores imaginables. El cielo estaba decorado por enormes peces koi espirituales que flotaban majestuosamente.
Elizabeth observaba todo con fascinación, deteniéndose en cada detalle. Aunque para Kazuo aquel lugar no era nuevo, ver la emoción en los ojos de su amada le hacía redescubrirlo como si fuera la primera vez.
Al fondo, una imponente estructura con una escalera dorada conducía a un majestuoso templo. Allí, las deidades celebraban el solsticio de invierno. En ese lugar se determinaría el destino de ambos.
* Rol con [Liz_bloodFlame] *
Llegó el día de la noche más larga del año: el Tōji, conocido comúnmente como el solsticio de invierno.
Aquella mañana, Kazuo se levantó temprano para bajar a la ciudad a los pies del monte Inari. Su primera tarea fue recoger la bolsa de yuzu olvidada en el puesto de comida del señor Yamamoto, quien había guardado la fruta con amabilidad. Más tarde, se dirigió a la tienda de telas y kimonos de la señora Fujimoto. Allí, la dueña del lujoso local tenía listas las prendas de la pareja: ambas piezas en un elegante color turquesa, cuidadosamente diseñadas siguiendo las indicaciones de Elizabeth.
Los kimonos eran un auténtico espectáculo visual. Los bordados y los exquisitos detalles los convertían en verdaderas obras de arte.
Kazuo agradeció enormemente a la señora Fujimoto por su trabajo impecable, como siempre. Con sus encargos hechos, se dispuso a regresar al templo, no sin antes detenerse en una pastelería para comprar unos dulces típicos que serían el desayuno de ambos.
Al llegar al templo, el sol apenas comenzaba a asomarse débilmente entre las nubes. Probablemente Elizabeth todavía estaría durmiendo, así que Kazuo tenía tiempo suficiente para alistar todo lo necesario para el ritual de purificación y preparar el desayuno.
Llevó el té, los dulces y el yuzu a las termas. Con paciencia, llenó una alberca de madera utilizando un balde, hasta que estuvo completa. Luego troceó los frutos de yuzu y los dejó caer al agua. Decidió añadir también algunas ramas de romero, una planta poco común en la región pero conocida en muchas culturas por sus propiedades purificadoras. El agua pronto adquirió un aroma cítrico y herbal embriagador.
Con el baño y el desayuno listos, Kazuo regresó al templo. Al entrar en su dormitorio, encontró a Elizabeth todavía dormida en el lecho que compartían. Se recostó a su lado y, con suaves caricias, la despertó.
—Mi vida… Hoy es el día. Tengo algo preparado en las termas —dijo con dulzura.
Elizabeth, adormilada, se estiró en la cama, su cabello carmesí desordenado. Sus palabras terminaron de despertarla.
—¿Qué? ¿Es hoy? ¿Cómo llegó tan rápido? ¡No estoy preparada para esto! —exclamó con nerviosismo.
Kazuo le dedicó una sonrisa cálida y acarició su rostro entre sus manos.
—Estamos preparados, mi amor. Confío plenamente en nosotros y en lo que sentimos —le susurró con extrema ternura.
Finalmente, logró que Elizabeth se levantara, y juntos se dirigieron a las termas.
Al llegar, todo estaba dispuesto. La alberca llena de agua cálida con yuzu y romero desprendía un vapor fragante. En el agua flotaba una bandeja con dos tacitas de té y los dulces que Kazuo había comprado.
Ambos iniciaron el rito: sumergirse en esas aguas para purificar el espíritu y atraer buena suerte y longevidad, algo que ambos deseaban con fervor. Disfrutaron del desayuno mientras se vertían mutuamente la infusión con cuencos hechos con sus manos. Era un acto íntimo y sagrado, reservado únicamente para ellos.
Terminado el ritual de Yuzuyu, se vistieron con los kimonos diseñados por la señora Fujimoto. Con amor y cuidado, se ayudaron mutuamente a ponerse cada prenda.
Kazuo quedó sin aliento al ver a Elizabeth lista. Era como una diosa; su belleza rivalizaba con la de las rosas más perfectas.
Esperaron pacientemente hasta el ocaso, cuando la línea que separa el mundo humano del de los espíritus es más débil. Tomados de la mano, caminaron por el sendero que cruzaba un viejo torii rojo.
Kazuo se detuvo frente al torii, extendió su mano hacia la estructura y la envolvió en llamas azules, tan brillantes como sus ojos. Tomó la mano de Elizabeth y la acercó a la suya, rodeándola también con aquel fuego que, aunque parecía intenso, no quemaba; apenas emitía un leve frío.
Un orbe salió disparado de sus manos hacia el torii, dejando una estela azul antes de desaparecer al cruzar la puerta. Las llamas se extinguieron lentamente.
Ambos sintieron una mezcla de nerviosismo y emoción. Elizabeth apretó suavemente la mano de Kazuo, dándole la seguridad que necesitaba. Sin dudar, atravesaron juntos el torii, sintiendo una caricia invisible recorrer sus cuerpos, como si emergieran del agua.
Música, luces y risas los recibieron al otro lado. El mundo de los espíritus no era sombrío ni lúgubre. Era un lugar lleno de vida y alegría, donde demonios, espíritus y criaturas sobrenaturales se movían entre un ambiente festivo.
La ciudad era enorme, envuelta en una noche perpetua pero iluminada con lámparas de papel y aceite en todos los colores imaginables. El cielo estaba decorado por enormes peces koi espirituales que flotaban majestuosamente.
Elizabeth observaba todo con fascinación, deteniéndose en cada detalle. Aunque para Kazuo aquel lugar no era nuevo, ver la emoción en los ojos de su amada le hacía redescubrirlo como si fuera la primera vez.
Al fondo, una imponente estructura con una escalera dorada conducía a un majestuoso templo. Allí, las deidades celebraban el solsticio de invierno. En ese lugar se determinaría el destino de ambos.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible