Sailor sentía una tristeza muda, difícil de explicar, como una niebla que se aferraba a su pecho sin razón aparente. Era una sensación que no le era familiar; ella, que solía ser el consuelo de los demás, ahora se encontraba sin respuestas para sí misma. Dio vueltas en su habitación, inquieta, deseando escapar de esa pesadez. Entonces, como un destello de luz en medio de la bruma, se le ocurrió una idea: abrir un portal con su magia. No sabía exactamente a dónde quería ir, solo sabía que necesitaba sentir algo distinto.
El portal se abrió en espirales de azul y dorado, y del otro lado la esperaba la vibración de un concierto. Sonaba “Tormenta de Arena” de Dorian, una de sus canciones favoritas. Las luces del escenario danzaban al ritmo del sintetizador, y sin pensarlo, se dejó llevar.
Sailor se movía como si el ritmo hablara directamente a su alma. Sus pies apenas tocaban el suelo, girando sobre sí misma, con los brazos extendidos como si pudiera atrapar el aire. El cabello se agitaba con cada movimiento, y sus manos se alzaban como si estuvieran invocando las estrellas. Sus ojos cerrados no ocultaban una lágrima solitaria que escapó, pero no era solo tristeza: era liberación.
Cada paso, cada giro, cada impulso de su cuerpo era una confesión muda. Había rabia, nostalgia, pero también un anhelo profundo de volver a sentirse viva. Se doblaba hacia adelante, casi tocando el suelo, solo para impulsarse de nuevo hacia arriba, como una ola que se niega a romper. Su silueta, iluminada por los destellos del escenario, parecía más etérea que humana.
Y en medio del caos de luces y sonido, Sailor sonrió. Porque en ese momento, en esa pista de baile que no existía en ningún lugar real, comprendió que estaba sanando. Bailar no le dio todas las respuestas, pero le recordó que, incluso en la tristeza, aún podía sentir.
https://youtu.be/28W-KrHjmK8?si=SLwW9PJBooQsRLA8
El portal se abrió en espirales de azul y dorado, y del otro lado la esperaba la vibración de un concierto. Sonaba “Tormenta de Arena” de Dorian, una de sus canciones favoritas. Las luces del escenario danzaban al ritmo del sintetizador, y sin pensarlo, se dejó llevar.
Sailor se movía como si el ritmo hablara directamente a su alma. Sus pies apenas tocaban el suelo, girando sobre sí misma, con los brazos extendidos como si pudiera atrapar el aire. El cabello se agitaba con cada movimiento, y sus manos se alzaban como si estuvieran invocando las estrellas. Sus ojos cerrados no ocultaban una lágrima solitaria que escapó, pero no era solo tristeza: era liberación.
Cada paso, cada giro, cada impulso de su cuerpo era una confesión muda. Había rabia, nostalgia, pero también un anhelo profundo de volver a sentirse viva. Se doblaba hacia adelante, casi tocando el suelo, solo para impulsarse de nuevo hacia arriba, como una ola que se niega a romper. Su silueta, iluminada por los destellos del escenario, parecía más etérea que humana.
Y en medio del caos de luces y sonido, Sailor sonrió. Porque en ese momento, en esa pista de baile que no existía en ningún lugar real, comprendió que estaba sanando. Bailar no le dio todas las respuestas, pero le recordó que, incluso en la tristeza, aún podía sentir.
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Sailor sentía una tristeza muda, difícil de explicar, como una niebla que se aferraba a su pecho sin razón aparente. Era una sensación que no le era familiar; ella, que solía ser el consuelo de los demás, ahora se encontraba sin respuestas para sí misma. Dio vueltas en su habitación, inquieta, deseando escapar de esa pesadez. Entonces, como un destello de luz en medio de la bruma, se le ocurrió una idea: abrir un portal con su magia. No sabía exactamente a dónde quería ir, solo sabía que necesitaba sentir algo distinto.
El portal se abrió en espirales de azul y dorado, y del otro lado la esperaba la vibración de un concierto. Sonaba “Tormenta de Arena” de Dorian, una de sus canciones favoritas. Las luces del escenario danzaban al ritmo del sintetizador, y sin pensarlo, se dejó llevar.
Sailor se movía como si el ritmo hablara directamente a su alma. Sus pies apenas tocaban el suelo, girando sobre sí misma, con los brazos extendidos como si pudiera atrapar el aire. El cabello se agitaba con cada movimiento, y sus manos se alzaban como si estuvieran invocando las estrellas. Sus ojos cerrados no ocultaban una lágrima solitaria que escapó, pero no era solo tristeza: era liberación.
Cada paso, cada giro, cada impulso de su cuerpo era una confesión muda. Había rabia, nostalgia, pero también un anhelo profundo de volver a sentirse viva. Se doblaba hacia adelante, casi tocando el suelo, solo para impulsarse de nuevo hacia arriba, como una ola que se niega a romper. Su silueta, iluminada por los destellos del escenario, parecía más etérea que humana.
Y en medio del caos de luces y sonido, Sailor sonrió. Porque en ese momento, en esa pista de baile que no existía en ningún lugar real, comprendió que estaba sanando. Bailar no le dio todas las respuestas, pero le recordó que, incluso en la tristeza, aún podía sentir.
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