Solemos mentir acerca de nuestras historias, o sobre nosotros mismos. Especialmente, cuando es por proteger a las personas que amamos.
Mi historia no es la más épica de todas; nací un 31 de octubre de 1976 y mi madre, bruja que decidió alejarse del mundo mágico y cantante en una banda de rock en decadencia, nos abandonó a mi padre y a mí al poco tiempo. Aunque tampoco recuerdo mucho de aquella época; atacaron Kinsale cuando era un bebé y mi padre, pese a ser un mago habilidoso, no pudo hacer nada para evitar su muerte. Eso ocurrió a principios del 79, según mis fuentes. Aún no sé por qué sigo viva. Tal vez fue el destino quien cruzó en mi camino a mi salvador... y el hombre del que me enamoré. Pero no es momento de hablar de él, al menos, por ahora.
Ese joven me entregó a una familia que, pese a que ya tenía descendencia, me acogió y me trató como una hija más. Así que bajo los nombres de Sylvia Anna, pasé a ser la menor de los hermanos de la familia Urquart-McGonagall.
Me crié mayormente entre Londres y Hogsmeade, siempre dependiendo de mis "hermanos" mayores (especialmente de Isobel), aunque no se me permitía estar en Hogwarts salvo contadísimas excepciones. Dumbledore lo permitió por ser una “circunstancia especial”, como él lo llamaba. Todo sea dicho, hasta que Minerva y su marido me adoptaron, intentaron buscar parientes vivos con los que dejarme, pero sólo quedaba mi madre y ésta renunció a mí en reitreradas ocasiones, así que... Creo que salí ganando, ciertamente.
No fue nada fácil esperar que desarrollase mis poderes; podría haber nacido sin ellos, ser una squib... Se habían arriesgado demasiado acogiéndome, pero toda duda se disipó el día que hice levitar un plato mientras Rosmerta me cuidaba. Y el día que me llegó la carta de admisión del colegio… ¡nunca vi a Minerva tan contenta!
Mis años en Hogwarts fueron… especiales. Que me seleccionaran para Ravenclaw levantó muchas ampollas (y algún que otro galeón) pero no trascendió a mayores. Todos querían que fuera a su Casa, pero sólo Filius salió ganando. En cuanto a los alumnos, es un tema que es mejor no tocar. Muchos me conocían, otros empezaban a hacerlo ... y eso me limitó bastante a la hora de hacer amigos. Pero de todos modos los conseguí, ¡a día de hoy, sigo siendo amiga de Harry Potter!
Mis tres primeros años en Hogwarts no fueron especialmente destacables, a excepción del año y medio que estuve de intercambio en el Colegio Ilvermorny, asignada a la Casa de la Horned Serpent. Empecé a saber lo que me gustaba y a descubrir facultades que ignoraba que tenía.
Aquí es donde la historia da un giro inesperado; al volver de mi intercambio, en mi cuarto curso en Hogwarts allá por el año 1991 (iba a cumplir quince), mis sospechas de que podía utilizar la Legeremancia quedaron confirmadas. Me metí por accidente en la mente del profesor Quirinus Quirrel mientras tomábamos el té y lo que vi me espantó por completo. Corrí a contárselo a la única persona que sabía que iba a creerme: mi salvador, Severus Snape. Ah, también empecé a trabajar en el pueblo, con Rosmerta. Qué le iba a hacer, necesitaba dinero y tener la cabeza ocupada.
Sin embargo, en mi quinto año todavía no lograba controlar ese don. Lockhart era un inútil de manual que encima no me ayudó en absoluto y, por no saber dominar ese arte, casi me expulsan del colegio, poniendo en riesgo mis TIMOs. Meterme por accidente en la cabeza de Severus no fue buena idea, ¡pero qué podía hacer! Claro que… aquel incidente fue bastante esclarecedor. Descubrí la verdad acerca de mi vida, la verdad completa. Que Severus había estado en la masacre de Kinsale y fue él quien me salvó. Pasé semanas sin hablarles, ni a él ni a Minerva. Aproveché ese tiempo para reflexionar y de paso, convertirme en animaga. Fue mi manera de pedir disculpas a mi madre. A fin de cuentas, hicieron lo que consideraron mejor para mí.
En mi sexto año... Bueno, hay quien dice que me escapé, yo prefiero condiderar que me tomé unas vacaciones improvisadas. Está bien, admito que no fue sensato. Pero necesitaba pensar. Analizarlo todo. Entonces me di cuenta de que gracias a mi recién adquirida condición de animaga, podía saldar la deuda que había contraído con Severus: podría ser sus ojos donde él no llegase. Él, aunque quisiera, no podía engañarme u ocultarme nada. Podría vigilar a Harry, y nadie sospecharía. Así que le pedí que me dejara formar parte de su plan.
El Torneo de los Tres Magos fue especialmente complicado. Primero, porque era (o se suponía que era) mi último año en el colegio. Segundo, porque muchas viejas heridas se reabrieron, vigilar a Harry empezó a ser complicado. Tenía que cumplir mi papel sin faltar a nada, ni a mis estudios o mi trabajo y sin que nadie se diera cuenta. Hice todo cuanto buenamente pude, aunque nada salió como esperaba. Eso incluyó el posponer mis ÉXTASIS al año siguiente. Perdí a uno de mis mejores amigos y… y no sé muy bien cómo, lo que comenzó como un sentimiento de deuda, se transformó en un cariño infinito y un amor que no esperaba. Suena ridículo, ¿eh? Pues para mí no lo era. Aunque sí fue doloroso. Tal vez me atreva a hablar de ello más adelante. Lo que sí os puedo adelantar es que estuve cierto tiempo viviendo con él antes de mudarme a Londres.
La llegada de Umbridge supuso una vez más un obstáculo a superar; el retorno de Quien-Vosotros-Sabéis era un hecho que el Ministerio se empeñaba en ocultar, hasta el punto de infiltrarse en el colegio. Por aquel entonces, como os había dicho, yo había pospuesto mis EXTASIS durante un año por varios motivos, entre ellos, poder dedicarme a un proyecto conjunto con Severus, que no había dejado de insistir en ello desde que empezase a trabajar en Las Tres Escobas: una tienda de alquimia en el pueblo.
También me inscribí en el ED. Harry necesitaba ayuda, Umbridge no enseñaba nada y yo tenía acceso a materiales que la nueva dirección del colegio consideraba prohibidos. Aún no sé cómo conseguimos salir vivos, ni del Departamento de Misterios, ni de los castigos de la loca de Umbridge. Ni, por supuesto, de la prisión en que se había convertido el colegio. Saqué mis ÉXTASIS con una media de "Supera las Expectativas".
Habiéndome convertido en Alquimista, con el favor de Dumbledore para poder seguir accediendo a la biblioteca del colegio, mi vida se complicó aún más. Tenía que medir muy bien mis pasos, y pese a la situación más normalizada con Severus, en fin… había que caminar con pies de plomo. Se avecinaba una guerra horrible, y ninguno podíamos evitarla. Tuve que mentir a mi madre prometiéndole que me iría, cuando no pensaba marcharme de Reino Unido. La noche en que murió Dumbledore fue, posiblemente, de las más complicadas que tuve. Tener que fingir que yo, más que nadie, odiaba a Severus Snape por lo que había hecho, sabiendo toda la verdad, me desgarraba por dentro. Pero tenía una misión que cumplir. Así que cerré la tienda y empecé a seguirle la pista a Harry y sus amigos después de conocer que iban tras los Horrocruxes; hice cosas que a día de hoy todavía me pesan, y que por desgracia son más heridas que parecen no cerrarse nunca.
Volví al colegio: no iba a permitir que destruyeran mi hogar. La despedida más amarga que he tenido en mi vida, de nuevo, se repite con aquel hombre al que imploré por todos los medios que no acudiera a la llamada del Señor Tenebroso. Pero acudió. Cumplió su misión y se convirtió en un héroe cuya memoria luego intentaron empañar.
No permitiré que su recuerdo se mancille con las palabras de unos pocos que desean destruir la memoria de quienes cayeron para que otros permaneciesen con vida. Y por eso, de hoy en adelante, habrás de llamarme Sylvia Anna Snape.