A ʟᴀ ᴇᴅᴀᴅ ᴅᴇ ʟᴏs ᴄᴜᴀᴛʀᴏ ᴀɴ̃ᴏs ᴅᴇ Vɪᴏʟᴇᴛ.

- ¿Crees que me oye, mamá? -preguntó Violet notando el movimiento de su hermana, la cual ahora daba un par de golpecitos desde dentro del vientre de su madre. Para la pequeña bruja de apenas cuatro años de edad aquello era algo maravilloso, desconocido. Por eso se pasaba horas hablando con la tripa de su madre, porque tenia la esperanza de que cuando su hermanita naciera recordara su voz y las historias que le contaba.

Cuando la pequeña Anna, aun desde el vientre materno golpeó la mano de Violet, la niña miró ilusionada a su madre, porque para ella ahí estaba la única respuesta a su pregunta.
- ¡Me ha oído, mamá! - exclamó mirando rápidamente a su madre.

-Claro que te oye, ma petite Violette…- respondió su madre cogiendo a la niña y alzándola del suelo para terminar sentándola suavemente en su regazo- Y serás la mejor hermana del mundo.
-La voy a querer mucho, mamá- respondió la niña acomodándose contra el cuerpo de su madre, reposando la cabeza contra su pecho y dibujando formas con su dedito sobre el abdomen de Rose.
-Igual que yo os voy a querer a las dos…- respondió la experimentada bruja abrazando a la niña contra su cuerpo.

Aquel día Violet y Rose estaban solas en la Mansión, como cada jueves. Alexander, el marido de Rose y padre de Violet, había ido a San Mungo a rellenar su reserva de la poción que le llevaba manteniendo con vida los últimos casi cinco años. Eran las únicas veces que visitaba el hospital. Ni siquiera acompañaba a Rose a sus revisiones. En su lugar era Violet quien, de la mano de su madre caminaba alegremente por Londres para acompañarla a San Mungo, para confirmar que su embarazo avanzara favorablemente. Violet era demasiado pequeña como para entender nada, por eso ni se planteaba que aquello fuera algo que también debería hacer su padre. Por eso ni siquiera hacía preguntas. Lo que sí sabía la niña es que su madre estaba triste. Todo el tiempo. Y que los únicos momentos del día en que no lo estaba era cuando estaba con Violet.

A ʟᴀ ᴇᴅᴀᴅ ᴅᴇ ʟᴏs sɪᴇᴛᴇ ᴀɴ̃ᴏs ᴅᴇ Vɪᴏʟᴇᴛ.

Los finos dedos de Violet se desplazaban y deslizaban elegantemente por las teclas de marfil del piano del salón. El “Claro de Luna” de Claude Debussy sonaba elegantemente resonando por las paredes de piedra de la mansión y Rose, sentada en la banqueta al lado de Violet sonreía cerrando sus ojos como evocando recuerdos y tiempos mejores.

Y entonces una marabunta de notas discordantes rompió el ambiente, acompañado de una risa infantil mientras la pequeña pelirroja de tres años que se acomodaba en el regazo de su madre se removía intentando escapar de la ira de su hermana mayor.

- ¡Anna! - se quejaba Violet intentando alcanzar a su hermana para pellizcarla en el brazo- ¡Llevo semanas ensayando! ¡Eres tan mala como los muggles! - le espetó Violet.
Rose abrió los ojos.

-Nunca digas eso, Violet- la riñó su madre- Nunca, ¿me has oído? Los muggles no son malos.
-Pero papá dice…- intentó defenderse la niña.
-No me importa lo que diga tu padre… Los muggles no son muggles ni deben ser usados para insultar a nadie, ¿de acuerdo? Prométeme que nunca volverás a decir nada parecido- dijo con ese ligero deje de severidad centrando en ella su mirada.
-Lo prometo, mamá…- respondió la niña bajando la mirada asintiendo suavemente.
Rose miró a la niña de tres años que acababa de fastidiarle el ensayo a su hermana.
-Y tú pídele disculpas a tu hermana… Vamos…- dijo en un tono algo más dulce pero no menos firme.
Por toda respuesta, Anna extendió sus brazos hacia Violet pidiendo un tierno abrazo tratando de evitar una sonrisita. Al final, Violet accedió y la abrazó.
-Si quieres aprender, te enseño, ¿vale? - respondió la niña, algo que pareció entusiasmar a su hermana, quien apremió para bajar del regazo de su madre para sentarse ella misma sobre la banqueta. Pero al ver que no llegaba, termino por sentarse de rodillas.
En aquel momento, la chimenea emitió un suave murmullo y una llamarada de color verde dio paso a Alexander Barrow, quien siquiera saludó a su mujer y a sus hijas. No es que aquel día fuera diferente y algo le hubiera airado, nunca lo hacía. No solía prestar demasiada atención a ninguna de las tres mujeres.

Rose se separó del piano y se acercó a Alexander con la duda en sus ojos, porque sabía exactamente donde había ido su marido. No tenia otra cosa en la cabeza que no fuera la venganza desde hacía ya casi ocho años.
- ¿Qué quieres? - replicó él quitándose el abrigo.
- ¿Dónde has estado? - preguntó ella cogiendo el abrigo que él había tirado sobre el sofá. - ¿Le has encontrado…?
- ¿Te preocupas por mi o por él? - bufó Barrow sirviéndose un vaso de whisky de fuego- Da igual, no respondas… Ya sé la respuesta. No. No le he encontrado. Espero que este muerto.
Rose tragó saliva sintiendo un enorme vacío en el estómago y en su alma. Aun así, miró a las niñas que reían mientras Anna aprendía a tocar.
-No digas esas cosas delante de ellas…- replicó Rose.
-No me importa tu hija, Rose. Solo me importa lo que aprenda la mía. Y la educaré yo
-Son mis hijas. Y no quiero que escuchen esas barbaridades.
-Cierra el pico. Si tanto te preocupa ese asqueroso bastardo o la estúpida de tu hija, largaos de aquí- saltó Alexander alzando la voz. De pronto el piano dejó de sonar, las dos niñas miraban a sus padres.
-Eres un imbécil…- masculló la francesa tirando el abrigo sobre el sofá y girándose para ir a atender a sus hijas- Papá no se encuentra bien… Vamos a dejarle descansar… ¿Quién quiere ir a buscar hadas al bosque? -preguntó Rose.
La idea entusiasmó a las dos niñas, que se bajaron rápidamente de la banqueta apresurándose a correr hacia la puerta trasera.
-No sé cuándo, Rose… pero me lo pagaréis… -dijo Alexander sin siquiera dedicarle una mirada a su mujer.
-Ojalá ardas en el infierno… - respondió Rose saliendo por la puerta trasera para hacer compañía a sus hijas.

A ʟᴀ ᴇᴅᴀᴅ ᴅᴇ ʟᴏs ᴅɪᴇᴄɪsᴇ́ɪs ᴀɴ̃ᴏs ᴅᴇ Vɪᴏʟᴇᴛ

- ¡No tenías ningún derecho a hacer algo así! - le espetó Rose a su marido. Pues aquel día había sido testigo de cómo este destrozaba una vez más las ilusiones de su hija mayor. No hacía mucho tiempo que había dado lugar una fiesta en casa de uno de los amigos de la familia y la joven Violet, aburrida de aquel gentío se había escabullido para tomar aire fresco y recorrer sola algunas calles de Londres. Aquel día había conocido a un chico, o más bien había logrado entablar conversación con un chico, pues este era dos años mayor que ella, sí, pero habían sido compañeros en Hogwarts. Claro que él era Gryffindor… Pero eso había parecido quedar relegado a un segundo puesto para aquellos dos chicos aquel verano, habían pasado el verano juntos de un modo u otro. Él se las ingeniaba para ir hasta Bibury o a veces era la propia Violet quien usaba la red flu para ir a Londres. Todo siempre bajo secreto, o eso pensaban ellos. Pues un día Alexander no había soportado más aquella situación y había decidido atar en corto a su hija. Borró la memoria de la chica y la del muchacho, haciendo que jamás recordasen aquellos días juntos, ni que habían sido el primer amor del otro… Un verano entero resumido a la nada más absoluta y abrumadora.
-No permitiré que nadie de mi familia se relaciones con chusma y escoria de ese calibre- refunfuñó Alexander- Es lo mejor para nosotros. Encontraremos un matrimonio conveniente para ella… Y desde luego no serán unos asquerosos amantes de los muggles o calaña semejante.
- ¿Qué? -Rose no se lo podía creer, aquel hombre se planteaba hacerle a Violet lo mismo que le habían obligado a hacer a ella: casarla con alguien desconocido solo por tener un apellido, solo por buscarla parentesco con un apellido mejor- No, no lo consentiré
-Claro que lo consentirás. Esta es mi casa y estas son mis reglas- exclamó él.
Rose estaba harta de esas conversaciones, de su voz o incluso de estar en la misma habitación que él, así que salió airada del salón y fue al único lugar donde sentía que debía estar. Pues, aunque la chica no recordara nada, lo cierto es que sabía que, en algún rincón de su interior, su hija la necesitaba.
Subió las escaleras y llamó a la puerta de la habitación. Cuando la muchacha le dio paso, Rose entró cerrando la puerta tras de sí.
- ¿Te ha vuelto a gritar? - pregunto Violet. Rose guardó silencio y se acercó a Violet- No deberías dejar que te trate así, mamá…
-Algún día las dos seremos libres, Violet…- dijo Rose de forma algo enigmática acudiendo a rodear en un abrazo el cuerpo de su hija dejando un beso en su sien- ¿Estás bien?
La chiquilla alzó el rostro para mirar a su madre y asintió.
-Llegará el día en que puedas hacer lo que te venga en gana, Violet. Y podrás hacerlo sin rendir cuentas a nadie, te lo prometo… Podrás vivir donde quieras, trabajar de lo que quieras y… amar a quien tú desees…
Aquel discurso era totalmente extraño para Violet, ajena al hecho de que acababan de robarle parte de sus recuerdos más felices.
-Lo sé, mamá… ¿por qué dices eso? - preguntó.
Su madre negó con la cabeza y volvió a abrazarla.
-Me encargaré de protegerte. Siempre. ¿Me oyes? A ti y a Anna…- musitó su madre.
Violet, sin saber porqué se emocionó, notando ligeras lagrimas agolparse en sus ojos, notando el sabor amargo en su garganta.
-Te quiero mamá…- dijo escondiendo su rostro en el hueco del cuello de su madre.
-Y yo a ti, hija…