Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC.
La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho.
Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa.
—¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo.
Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura.
Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos.
La cámara de la memoria se detiene allí.
Daemon alzando al niño.
Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano.
Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho.
Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa.
—¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo.
Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura.
Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos.
La cámara de la memoria se detiene allí.
Daemon alzando al niño.
Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano.
Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC.
La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho.
Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa.
—¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo.
Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura.
Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos.
La cámara de la memoria se detiene allí.
Daemon alzando al niño.
Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano.
Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
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