Cuando la tierra emanaba vapor de su núcleo, sus cordilleras y montañas eran solamente residuos de la destrucción que ocurrió hace muchos años, dónde ninguna especie sobrevivió al impacto. Sin embargo, nadie lo sabía, pero una especie comenzó a nacer de las brasas y del quejido de la corteza herida. Mientras la tierra volvía a la vida, dándole abastecimiento a unas criaturas llamadas "humanos" que sobrepoblaron cada territorio, creando y destruyendo todo a su paso, otras criaturas se adaptaron a la vida subterránea. Un mundo que iba más allá del núcleo vital del planeta y casi inexistente: El inframundo.
En el inframundo existían todo tipo de monstruos, más que todo, era gobernado por grandes señores y cada uno con niveles distintos de poder, pero los que más destacaban eran los príncipes infernales.
Sin embargo, le temían especialmente a uno en su totalidad, ya que habían sido testigos de su crueldad y ambición. Cada paso que daba, estaba acompañado de reverencias por su sola opresión demoníaca que les causaba debilidad en sus rodillas. Nadie sabía con certeza como éste Lord llegó a existir. Algunos rumoreaban que fue él quién causó la destrucción del inicio de la tierra o que acompañaba tal objeto destructivo y debido a haber sobrevivido a tal impacto y magnitud de daño, es que su fuerza incrementó y nada podría destruirlo.
Generalmente siempre utilizaba una máscara desagradable, pero debajo de ésta se ocultaban una mirada intensamente aterradora. Como si fuese una cuchilla que corta las venas en un mínimo roce. Así que nadie se atrevía a mirarle directamente si querían conservar sus vidas. Todos decían que su rostro estaba deformado y por eso, nunca abandonaba la máscara, algunos incluso creían que estaba adherida hasta los huesos de su rostro, pero nunca habían observado bien como para siquiera confirmarlo.
Era la mayor autoridad, los demás príncipes estaban por debajo suyo. Incluso si quería podría deshacerse de ellos y conservar el título como único, sin embargo, nadie entendía porqué nunca lo había hecho. Consideraban que su Señor solamente estaba retrasando algunos asuntos y no tenía prisa en absoluto. O simplemente no le importaba la existencia de otros a su alrededor.
Lo que no sabían es que.. no estaban del todo equivocados.