⚠️trigger warning: Aviso importante. Este monorol contiene temas NSFW: Lenguaje malsonante (fuerte), dolor físico y alusión a violencia. Abstenerse de leer si se es extremandamente sensible.

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“Día tras día, aquí apostado. De pie como una puta estatua. En silencio. Mirada perdida y silencios largos. Algo que, por otro lado, agradezco. Las palabras me han parecido siempre una puta pérdida de tiempo… Dia tras día aquí, como un perro apaleado atado a un poste. Callado, observando. Eso es lo que soy: un guardián sin palabras. Como un buen sirviente a las ordenes de un oro que no basta para pagar mis pecados.

Ella hablaba. Siempre hablaba. Se quejaba, suspiraba, lanzaba preguntas que no pensaba responder, que no podía realmente, responder. ¿Para qué? ¿Qué coño podría decirle yo? Que el mundo es una absoluta mierda y que lo único que puede hacer es acostumbrarse. Ya lo sabe, aunque no quiera verlo en este momento. Y si no lo sabe todavía, lo aprenderá. El mundo se encarga de enseñarlo a golpes. Aunque luego dejó de hablar…

A veces me mira esperando algo. Una palabra, un gesto que le haga ver, que le diga que todavía soy humano. Y yo permanezco quieto, como si estuviera hecho de piedra. Como una dichosa sombra. Porque si abro la boca, ¿qué crees que va a salir? Veneno. Maldiciones. O peor: una verdad que no quiero ni debo darle. Y no quiero verla romperse porque no es mi deber, porque no es mi responsabilidad. Porque yo no sé juntar los pedazos de nadie, ni siquiera los míos.

Lord Tywin se jacta de llamarme su guardián, el de ella, por supuesto. Que es mi deber, que es mi obligación, pero no soy más que una sombra. Me digo que estoy aquí por obligación, que es costumbre, que es lo único que sé hacer: vigilar. Poner el cuerpo en medio de la espada y quien sea que intente tocarla. Eso sí se me da bien: matar. Todo lo demás… no. Echo de menos matar. Soy más útil allí afuera haciendo cumplir la voluntad del Rey. No aquí. Aquí no…

La más puta y jodida verdad es que me quedé aqui porque realmente ya no tengo a dónde ir. Si no estoy aquí, ¿qué soy entonces? ¿Un perro sin amo? Vagaría de taberna en taberna, vendiendo mi espada al mejor postor, esperando a que alguien más rápido o más joven me atravesara con su espada y me dejase tirado en la mierda. Al menos aquí tengo una cadena que me sujeta, una excusa para no perderme del todo. Pero… ¿Cuánto tiempo crees que voy a aguantar? Debí de haberme largado cuando tuve ocasión.

En el silencio me encuentro bien. Donde no hay explicaciones, ni palabras, ni insultos. Donde puedo recordar el sonido del acero. Porque el silencio habla más de lo que realmente yo mismo quiero. Habla de soledad, de miedo, de un perro harto hasta la saciedad y que ahora muerde menos de lo que ladra porque no puede. Me recuerda lo que no digo. Lo que me guardo y encierro cuando la escucho llorar o maldecir. Lo que me arde por dentro y no tengo permiso para soltar: que entiendo su rabia, su miedo, su cadena. Porque realmente no son tan distintas de la mía.

Qué jodida ironía: el mundo me teme por mi voz, por mi espada, por la sangre de mis manos, por mi bocaza descarnada, y lo que de verdad me destroza es callar. Porque en el silencio, escucho todo lo que he intentado enterrar. Y cuanto más callo, más fuerte gritan los recuerdos. El fuego. La risa de Gregor. El hedor a carne quemada. Los juramentos podridos de caballeros hipócritas. Callar me protege, sí. Como a todos en esta mierda de ciudad infestada de ratas. Pero también me mata lento. Porque en el silencio, no hay nadie más a quien culpar. Solo yo.