• —Si me descuidan un segundo, se quedan sin perro. (?)
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  • Con una bonita compañía, como adoro a los perros que se acercan al santuario por curiosidad, es agradable el afecto que me dan
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  • *Así que, al comenzar a hablar sobre Halloween, las horas pasaron, y Elios tuvo que irse porque le tocaba ir a trabajar por la mañana.
    Pero Cal y Adam continuaron hablando sobre el terror...*

    —El frío viene... Y aquel que susurra en la oscuridad prepara una trampa para que los perros te huelan y vengan por ti desde ángulos...
    —Has visto lo que no debías, y sabes demasiado. Las mentes como tú nunca pueden encontrar el descanso.
    —La llamada de Cthulhu se disfraza con flautas babeantes y estúpidas, sin razón, desde las profundidades del cosmos, y al usar la llave de plata no pudiste regresar tras cruzar el umbral.
    —Al mirar al abismo, descubriste esa locura que hay en las montañas, y Erick Zahn no hacía música de este universo...
    —Ratas en las paredes en la habitación cerrada, y Pickman pintaba lo indecible...
    —Pero eso es una nimiedad. El caos reptante sí es aterrador. Faraón de Egipto, y el doctor Dexter con sus panteras...
    —Pero mantente tranquilo. Cuando Ubbo Sathla despierte, no habrá más diferencias entre nosotros...
    *Así que, al comenzar a hablar sobre Halloween, las horas pasaron, y Elios tuvo que irse porque le tocaba ir a trabajar por la mañana. Pero Cal y Adam continuaron hablando sobre el terror...* —El frío viene... Y aquel que susurra en la oscuridad prepara una trampa para que los perros te huelan y vengan por ti desde ángulos... —Has visto lo que no debías, y sabes demasiado. Las mentes como tú nunca pueden encontrar el descanso. —La llamada de Cthulhu se disfraza con flautas babeantes y estúpidas, sin razón, desde las profundidades del cosmos, y al usar la llave de plata no pudiste regresar tras cruzar el umbral. —Al mirar al abismo, descubriste esa locura que hay en las montañas, y Erick Zahn no hacía música de este universo... —Ratas en las paredes en la habitación cerrada, y Pickman pintaba lo indecible... —Pero eso es una nimiedad. El caos reptante sí es aterrador. Faraón de Egipto, y el doctor Dexter con sus panteras... —Pero mantente tranquilo. Cuando Ubbo Sathla despierte, no habrá más diferencias entre nosotros...
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  • Ya que estaba de visita a la ciudad y aún tenía semanas hasta volver a su trabajo, estuvo paseando durante ese día. Todavía le sorprendía lo ajetreado que podía ser el ir por las calles, pero aprendió a tomar caminos menos concurridos.

    El sol ya se estaba ocultando, las farolas de la plaza por donde pasaba estaban encendidas, iluminando de forma cálida el ambiente.

    Se tomó el tiempo de ir más despacio para observar mejor. Todavía habían algunos grupos charlando, otros de padres e hijos jugando, personas con perros paseando... no demasiado. La plaza se veía vacía en algunas zonas. Un de ellas fue donde se detuvo al ver una banca. Pensó en tomarse un momento ahí para descansar.

    Al tomar asiento, de repente escuchó un chillido de un niño que hizo que se girar a ver. Solo era un berrinche, pero ese sonido le hizo entrecerrar los ojos, llevando la diestra hacia su propia garganta, la cual estaba cubierta por el cuello largo de la camiseta, tapando la cicatriz. Gritar de esa manera no podía ser bueno para las cuerdas vocales... Ah, a veces extrañaba el poder hablar.

    Pensar en ello lo llevó al momento del accidente que, de forma entrenada, lo desvió para pensar en otra cosa. Dar vueltas en ese recuerdo solo servía para amargarlo un poco.

    Ahí es que se dio cuenta de pasos acercándose. Automáticamente se enderezó y quitó la mano de su cuello. Para distraerse, sacó una pequeña librera de su chaqueta y un lápiz, usualmente usaba ambas cosas para comunicarse cuando era muy necesario, pero ahora las utilizó para empezar a trazar un bosquejo cartográfico de la plaza. Apenas un mini-mapa.
    Ya que estaba de visita a la ciudad y aún tenía semanas hasta volver a su trabajo, estuvo paseando durante ese día. Todavía le sorprendía lo ajetreado que podía ser el ir por las calles, pero aprendió a tomar caminos menos concurridos. El sol ya se estaba ocultando, las farolas de la plaza por donde pasaba estaban encendidas, iluminando de forma cálida el ambiente. Se tomó el tiempo de ir más despacio para observar mejor. Todavía habían algunos grupos charlando, otros de padres e hijos jugando, personas con perros paseando... no demasiado. La plaza se veía vacía en algunas zonas. Un de ellas fue donde se detuvo al ver una banca. Pensó en tomarse un momento ahí para descansar. Al tomar asiento, de repente escuchó un chillido de un niño que hizo que se girar a ver. Solo era un berrinche, pero ese sonido le hizo entrecerrar los ojos, llevando la diestra hacia su propia garganta, la cual estaba cubierta por el cuello largo de la camiseta, tapando la cicatriz. Gritar de esa manera no podía ser bueno para las cuerdas vocales... Ah, a veces extrañaba el poder hablar. Pensar en ello lo llevó al momento del accidente que, de forma entrenada, lo desvió para pensar en otra cosa. Dar vueltas en ese recuerdo solo servía para amargarlo un poco. Ahí es que se dio cuenta de pasos acercándose. Automáticamente se enderezó y quitó la mano de su cuello. Para distraerse, sacó una pequeña librera de su chaqueta y un lápiz, usualmente usaba ambas cosas para comunicarse cuando era muy necesario, pero ahora las utilizó para empezar a trazar un bosquejo cartográfico de la plaza. Apenas un mini-mapa.
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  • **La mujer alienígena se quedo dormida sobre la raiz de un árbol junto a sus dos perros amigos que le acompañan.**
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  • — ¿Sabes qué? Hubiera preferido que Firulais fuera de esos perros que no muerden pero si juzgan.
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  • —Ya es viernes, el día perfecto para fingir que la vida no es una puta mierda de perro.
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  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    ​El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...​Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos.
    Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada.
    ​Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, ​Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista.
    ​Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse.

    Entra en la cafetería.
    El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno

    ──Un americano grande - pide al llegar su turno
    ​La barista asiente, sin mirarla.
    ​Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, ​a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana.

    ​Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento.
    ​La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa)
    ​Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla.
    ​Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...​Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad.
    ​Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual.
    ​El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto.

    ── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro
    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ ​El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...​Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos. Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada. ​Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, ​Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista. ​Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse. Entra en la cafetería. El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno ──Un americano grande - pide al llegar su turno ​La barista asiente, sin mirarla. ​Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, ​a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana. ​Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento. ​La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa) ​Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla. ​Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...​Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad. ​Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual. ​El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto. ​ ── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro
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  • Para volverte sabio, debes aprender a escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano... Es lo que aprendí junto con Cal de su maestro Zaratustra...

    *Adam estaba curándose a sí mismo luego de un día agitado.*

    —Aunque Cal es más devota que yo, ahora que pienso, no sé en dónde podría ser etiquetado...
    Para volverte sabio, debes aprender a escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano... Es lo que aprendí junto con Cal de su maestro Zaratustra... *Adam estaba curándose a sí mismo luego de un día agitado.* —Aunque Cal es más devota que yo, ahora que pienso, no sé en dónde podría ser etiquetado...
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  • Q-que?! E-espera... Cómo que se canceló la fiesta de disfraces?!... Ya tenía puesto mi disfraz de Krypto el super perro...

    *Deja ver qué debajo de su traje estaba completamente preparado usando un traje de Superman; ahora se siente triste y avergonzado...*
    Q-que?! E-espera... Cómo que se canceló la fiesta de disfraces?!... Ya tenía puesto mi disfraz de Krypto el super perro... *Deja ver qué debajo de su traje estaba completamente preparado usando un traje de Superman; ahora se siente triste y avergonzado...*
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