Deus mortuus est. Omnia in vacuum redire debent.
A través de los siglos, ríos de tinta han fluido en aras de los esquivos y míticos Baali. Son el enemigo quintaesencial, la imagen (no) viva de la perversión y la maldad; temidos incluso entre los hijos de Caín, practicantes de hechicería blasfema y adoradores de seres que la Historia debió sepultar para siempre.
Nadie conoce a ciencia cierta sus orígenes, y solo los académicos más osados han intentado siquiera teorizar sobre ellos. Los rumores de las Arpías más antiguas hablan de un rito sacrílego, el castigo de un Antediluviano a un grupo de herejes que pretendían hacer de sus crímenes una doctrina, un nido para la maldad; pero el Antiguo, enfurecido, los humilló al lanzarlos al mismo pozo donde aquellos necios ofrecían sus sacrificios a los dioses oscuros y, tras verter un poco de su vitae en éste, los abandonó a su suerte. De esa noche fatídica, emergieron tres nuevos cainitas, y a ellos puede culpárseles por dar origen a este clan demoníaco.
La mayoría piensa que los Baali solo se guían por su apetito de destrucción, intentando despertar a seres milenarios de malignidad inefable: Los Atados a la Tierra, demonios que, expulsados del Paraíso y derrotados en su revuelta infame, se establecieron en la Tierra, acumulando poder, riquezas y servidores, hasta que fueron obligados a caer en sopor, sus seguidores exterminados, sus cultos forzados a caer en el olvido. Pero los Baali no olvidan; y muchos de ellos buscan propiciar el Apocalipsis, trayendo de vuelta a la realidad a estos entes inefables, para ofrecerles la existencia misma como carnada a cambio de la destrucción total, del regreso inevitable al vacío y la oscuridad.
Pero algunos otros, una minúscula parte, creen que la misión de los Baali es justo lo contrario. Que su maldad desmedida, que sus ritos escalofriantes y su herejía deleznable sirven para un propósito siniestro, pero necesario: aplacar los apetitos de Los Atados a la Tierra, y así evitar que se manifiesten en toda su impía gloria. No obstante, fuese por supervivencia, fuese por conveniencia, los Baali se han ocultado entre las filas de otros Clanes, al grado de que muchos vampiros los consideran una línea extinta; y, por ello, nadie puede decir con certeza cuáles son sus intenciones, su credo, sus historias detrás de las horrísonas leyendas que se cuentan de ellos.
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Alrund es un Baali, un vampiro que, en teoría, ni siquiera debería existir. Su paso por los siglos lo ha llenado de conocimientos oscuros, de saberes perdidos y nombres prohibidos; pero, sobre todo, de un nihilismo recalcitrante, y de la cínica certeza de que la catástrofe es inminente, y nadie logrará salvarse de ella. Antaño hijo de Nergal, siguió con fanática devoción sus enseñanzas, dedicado en cuerpo y alma a acrecentar su poder mediante las ofrendas a Los Atados a la Tierra; pero, en algún punto de su historia, la Orden de Moloch logró reclutarlo, probablemente gracias al desencanto que las masacres eternas y los apetitos insaciables de sus amos oscuros causaron en él, tras centurias de sacrificios, ceremonias tenebrosas, y orgías depravadas. Fue entonces cuando sus actos deleznables adquirieron un propósito, y su depravación se convirtió en un instrumento, antes que un fin. Sin embargo, no hay nobleza en su actuar, sino un hambre incesante de poder, sabiduría prohibida, y placeres de todo tipo: ayudar a evitar que el mundo acabe es necesario para poder seguir disfrutando de todo ello. ¿Por qué apresurar el final de la fiesta?
En las Últimas Noches, Alrund existe como un recuerdo de que la maldad auténtica repta entre las sombras, diseminando perdición y atrayendo a los incautos con promesas fatuas, a cambio de lo más sagrado que un ser humano puede tener: su alma. Alrund es, pues, el abogado del diablo: seductor irrefrenable que usa a otros como moneda de cambio, inmerso en una cruzada profana, en la que ambos bandos sirven a la oscuridad.