«POV: Boyka»
Negocio terminado... Sin éxito. Salí de la bodega con gran decepción, yo en serio quería hacer las cosas por las buenas y sin hacer tanto escándalo. —Bueno, se hizo lo que se pudo y aún así salí ganando... ¿Y la gente? —El bar está muerto; ni siquiera quedaron los bartenders, ni hablemos de la clientela. La policía es aterradora para los ineptos.
Seguía decepcionado cuando salí del bar, dejando un local maltrecho a mis espaldas. Ahora debería buscar a otro proveedor, o hacerlo yo mismo... y ganarme una cita con los peces gordos de la ciudad. Es un asunto muy delicado, no debería ser tan imprudente.
La ventisca fría de la noche hizo que, por un instante, olvidara mis asuntos. Hubiese permanecido así de no ser por las melodiosas sirenas de la policía, el grito de la gente y una pronunciada columna de humo que se alzaba hasta el cielo a cuatro cuadras desde donde estoy.
...
«POV: Narrador externo»
Tráfico abundante, calles saturadas en vehículos, un desfile de bocinas que podrían escucharse a cuadras de distancia. Era de esperarse, después de todo nadie quiere perderse las ofertas navideñas. Tantos autos, tantas familias y tantas historias sin contar. No te molesta si nos centramos en una de ellas, ¿verdad?
Una Honda Odyssey, el vehículo ideal para las familias. De un brillante color rojizo, destacando fuertemente entre el resto de automóviles que poco variaban entre el azul o el negro. Allí van los Jhonson, una feliz familia de cuatro integrantes; Mark, un hombre trabajador y padre de dos adorables niños; Sarah, una madre amorosa y ama de casa; Emily, una niña brillante que ama las aves; y por último, pero no menos importante, Tobias, un chiquillo hiperactivo que adora los deportes de contacto.
Todo eran risas, todo era felicidad. Luego de un ajetreado día de compras, ya solo faltaba ir por el árbol de navidad que habían encargado hace un día atrás. Lo único que los interrumpe es el tráfico, pero era una oportunidad perfecta para cantar villancicos navideños... y mantener entretenido a Tobias.
Mark acomoda el espejo retrovisor, dando un fugaz vistazo al par de bendiciones que juegan en los asientos de atrás. Tal vez llegaban a ser problemáticos, berrinchudos y algo malcriados; pero son sus hijos, no podía evitar mirarlos con amor.
Sus ojos giran en otra dirección, encontrando así la dulce mirada de la mujer que dio a luz a esos niños y le permitió ser el hombre más feliz del mundo; su mujer, su querida esposa. Su último deseo fue que ese breve segundo durara para toda la vida, que fuese eterno para nunca tener que abandonar ese bello sentimiento de satisfacción y plenitud.
Claro que se cumplió. Por supuesto que se volvió real. Las bocinas, los gritos de los conductores quejumbrosos, las emisoras que debían hacer del embotellamiento algo más pasajero, fueron interrumpidos abruptamente por el estruendoso sonido del acero siendo aplastado, arrancado y arañado.
Vuelan restos escarlatas sobre los parabrisas cercanos, de ambiguo origen; pintura o sangre, era difícil diferenciarlo entre la confusión.
Su negrura podría perderse fácilmente en la oscuridad de aquella noche sin luna, sin estrellas, repletas de nubes oscuras. Pero la luz de los faros hacían notable su presencia, perceptible a la vista horrorizada del mundo; allí estaba, aplastando una Honda Odyssey bajo sus negras pezuñas, usando gruesas y puntiagudas garras para trocear poco a poco el capó rojizo del vehículo. Era como un niño inquieto tratando de abrir una bolsa de papas fritas.
En su mirada no parece haber arrepentimiento, ya que carece de ojos que expresen su infinita angustia. Sin embargo, de aquellas cuencas vacías, derrama un líquido tan negro como el petróleo, no para de salir y manchan cada centímetro de ese blanquecino cráneo donde la carne está ausente. Continúa con su violento actuar, desmantelando el vehículo hasta dar con los pasajeros que perecieron por la mano del monstruo.
El crujir de la carne y el salpicar de la sangre, eso fue más que suficiente para que la gente reaccionara. Huyen como gallinas, despavoridas empujan a quien sea que tengan enfrente con tal de que su destino no sean las frías fauces de la bestia con los cuernos color carbón.
Su interés parecía dirigido únicamente a los restos de lo que alguna vez fue una bonita historia de amor, ahora mancillada por sus grises y oscuras zarpas.
...
Noche de desastre. Noche de desgracia. Noche de penas. El rugido de las pistolas y su aliento a pólvora hicieron acto de presencia en la avenida, en el escenario donde se lleva a cabo la tragedia, liberando una lluvia de plomo contra aquello que no comprenden, eso que recibe heridas por doquier y ni siquiera así se detiene.
Salta de un auto a otro, los aplasta con la inmensa fuerza que ejerce para lanzarse y el peso aterrador de su cuerpo que cae sin remordimientos sobre los techos hasta hacer chillar a los pobres amortiguadores. Tan veloz como el viento, tan decidido como un depredador, la bestia termina atravesando una tormenta de disparos hasta abalanzarse sobre uno de los policías; no hace falta decir que no sobrevivió.
Los oficiales se dispersan, aterrados e impotentes ante la brutalidad de lo desconocido. Ni siquiera la letalidad de su equipo les permite tener una pizca de calma, pues el monstruo que salió de la nada permanece igual de hambriento e igual de feroz. Los persigue, arrastra sus pezuñas con pesados pasos en busca de las alimañas de las que ansía alimentarse.
Ellos intentan escapar, escondiéndose entre las patrullas que poco demoran en salir volando ante el violento agarre de la fiera. Gradualmente la tragedia fue decorada con caos; vehículos maltrechos, algunos incendiados, cuerpos inertes de personas que soñaban con un mañana y el fuego de la gasolina fugada por los ataques fieros e inhumanos.
«POV: Boyka»
Negocio terminado... Sin éxito. Salí de la bodega con gran decepción, yo en serio quería hacer las cosas por las buenas y sin hacer tanto escándalo. —Bueno, se hizo lo que se pudo y aún así salí ganando... ¿Y la gente? —El bar está muerto; ni siquiera quedaron los bartenders, ni hablemos de la clientela. La policía es aterradora para los ineptos.
Seguía decepcionado cuando salí del bar, dejando un local maltrecho a mis espaldas. Ahora debería buscar a otro proveedor, o hacerlo yo mismo... y ganarme una cita con los peces gordos de la ciudad. Es un asunto muy delicado, no debería ser tan imprudente.
La ventisca fría de la noche hizo que, por un instante, olvidara mis asuntos. Hubiese permanecido así de no ser por las melodiosas sirenas de la policía, el grito de la gente y una pronunciada columna de humo que se alzaba hasta el cielo a cuatro cuadras desde donde estoy.
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«POV: Narrador externo»
Tráfico abundante, calles saturadas en vehículos, un desfile de bocinas que podrían escucharse a cuadras de distancia. Era de esperarse, después de todo nadie quiere perderse las ofertas navideñas. Tantos autos, tantas familias y tantas historias sin contar. No te molesta si nos centramos en una de ellas, ¿verdad?
Una Honda Odyssey, el vehículo ideal para las familias. De un brillante color rojizo, destacando fuertemente entre el resto de automóviles que poco variaban entre el azul o el negro. Allí van los Jhonson, una feliz familia de cuatro integrantes; Mark, un hombre trabajador y padre de dos adorables niños; Sarah, una madre amorosa y ama de casa; Emily, una niña brillante que ama las aves; y por último, pero no menos importante, Tobias, un chiquillo hiperactivo que adora los deportes de contacto.
Todo eran risas, todo era felicidad. Luego de un ajetreado día de compras, ya solo faltaba ir por el árbol de navidad que habían encargado hace un día atrás. Lo único que los interrumpe es el tráfico, pero era una oportunidad perfecta para cantar villancicos navideños... y mantener entretenido a Tobias.
Mark acomoda el espejo retrovisor, dando un fugaz vistazo al par de bendiciones que juegan en los asientos de atrás. Tal vez llegaban a ser problemáticos, berrinchudos y algo malcriados; pero son sus hijos, no podía evitar mirarlos con amor.
Sus ojos giran en otra dirección, encontrando así la dulce mirada de la mujer que dio a luz a esos niños y le permitió ser el hombre más feliz del mundo; su mujer, su querida esposa. Su último deseo fue que ese breve segundo durara para toda la vida, que fuese eterno para nunca tener que abandonar ese bello sentimiento de satisfacción y plenitud.
Claro que se cumplió. Por supuesto que se volvió real. Las bocinas, los gritos de los conductores quejumbrosos, las emisoras que debían hacer del embotellamiento algo más pasajero, fueron interrumpidos abruptamente por el estruendoso sonido del acero siendo aplastado, arrancado y arañado.
Vuelan restos escarlatas sobre los parabrisas cercanos, de ambiguo origen; pintura o sangre, era difícil diferenciarlo entre la confusión.
Su negrura podría perderse fácilmente en la oscuridad de aquella noche sin luna, sin estrellas, repletas de nubes oscuras. Pero la luz de los faros hacían notable su presencia, perceptible a la vista horrorizada del mundo; allí estaba, aplastando una Honda Odyssey bajo sus negras pezuñas, usando gruesas y puntiagudas garras para trocear poco a poco el capó rojizo del vehículo. Era como un niño inquieto tratando de abrir una bolsa de papas fritas.
En su mirada no parece haber arrepentimiento, ya que carece de ojos que expresen su infinita angustia. Sin embargo, de aquellas cuencas vacías, derrama un líquido tan negro como el petróleo, no para de salir y manchan cada centímetro de ese blanquecino cráneo donde la carne está ausente. Continúa con su violento actuar, desmantelando el vehículo hasta dar con los pasajeros que perecieron por la mano del monstruo.
El crujir de la carne y el salpicar de la sangre, eso fue más que suficiente para que la gente reaccionara. Huyen como gallinas, despavoridas empujan a quien sea que tengan enfrente con tal de que su destino no sean las frías fauces de la bestia con los cuernos color carbón.
Su interés parecía dirigido únicamente a los restos de lo que alguna vez fue una bonita historia de amor, ahora mancillada por sus grises y oscuras zarpas.
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Noche de desastre. Noche de desgracia. Noche de penas. El rugido de las pistolas y su aliento a pólvora hicieron acto de presencia en la avenida, en el escenario donde se lleva a cabo la tragedia, liberando una lluvia de plomo contra aquello que no comprenden, eso que recibe heridas por doquier y ni siquiera así se detiene.
Salta de un auto a otro, los aplasta con la inmensa fuerza que ejerce para lanzarse y el peso aterrador de su cuerpo que cae sin remordimientos sobre los techos hasta hacer chillar a los pobres amortiguadores. Tan veloz como el viento, tan decidido como un depredador, la bestia termina atravesando una tormenta de disparos hasta abalanzarse sobre uno de los policías; no hace falta decir que no sobrevivió.
Los oficiales se dispersan, aterrados e impotentes ante la brutalidad de lo desconocido. Ni siquiera la letalidad de su equipo les permite tener una pizca de calma, pues el monstruo que salió de la nada permanece igual de hambriento e igual de feroz. Los persigue, arrastra sus pezuñas con pesados pasos en busca de las alimañas de las que ansía alimentarse.
Ellos intentan escapar, escondiéndose entre las patrullas que poco demoran en salir volando ante el violento agarre de la fiera. Gradualmente la tragedia fue decorada con caos; vehículos maltrechos, algunos incendiados, cuerpos inertes de personas que soñaban con un mañana y el fuego de la gasolina fugada por los ataques fieros e inhumanos.