12/ene/2023



Tenía la garganta irritada de tanto toser. Ya ni la miel le disminuía el dolor. La fiebre no le baja ni con baños tibios, antipiréticos ni nada que sirviera como remedio antiguo para disminuir la temperatura.

Llevaba en cama cerca de una semana, y no había visos de que fuera a mejorar. Mallory la obligó a ir a una clínica cercana para que la revisaran, Irene se negó en rotundo, así que su compañera de habitación hizo que el doctor la visitara en el dormitorio. Le recetó varios medicamentos que casi se rehusaba tomar, pero la resistencia de Mallory era más fuerte que su propia voluntad.

“Si no te lo tomas me resfriaré yo también, tonta”, le decía, tratando de sonar lo más seria posible. Sin embargo, Irene podía notar cierta preocupación en su voz. Aquello la hacía mínimamente feliz.

Porque su relación con su compañera de habitación se había enfriado notoriamente, podía decirse que Mallory la evitaba, apenas pasaba tiempo en la habitación más allá del estrictamente necesario. Ya no le dedicaba sonrisas y sus ojos estaban más tristes de lo normal. Incluso había dejado de participar en clase, cuando era la primera siempre en levantar la mano y responder a todo lo que el profesor de turno preguntaba. Era una sabelotodo.

Todo cambió una mañana en la que Irene no podía salir de la cama. Aquel día tenían un examen importante, y su cabeza le pesaba como si llevase el mundo encima. Prácticamente se arrastró hasta clase, hizo el examen como buenamente pudo y poco después se desplomó sobre su asiento. Se quedó dormida y se despertó varias horas después, metida en su cama, con la respiración acompasada de Mallory, quien tenía la cabeza reposada sobre una pequeña almohada a su lado.

A pesar de haber sido tan cruel con ella, Mallory seguía a su lado. Apenas le dirigía la palabra, pero le tenía la medicación preparada y siempre un plato caliente sobre el escritorio. Irene no tenía palabras suficientes para agradecerle lo que estaba haciendo por ella.



*



Estaba dándose una ducha con agua tibia cuando oyó voces al otro lado de la puerta. Reconoció la de Mallory de inmediato, sonaba como entonces: alegre, feliz y sin rencores.

Pero no estaba sola, había otra voz femenina que le acompañaba. Irene se secó y se vistió con rapidez, abriendo la puerta y encontrándose a su compañera junto a una chica rubia de ojos claros. Nunca la había visto en clase, por lo que supuso que era alguna amiga o tal vez alguna de las modelos con las que Mallory hablaba de vez en cuando para sus prácticas de anatomía.

“Hasta mañana”, dijo entonces la chica rubia, despidiéndose también de Irene puesto que la había visto sentarse en la cama. “Espero que te recuperes”

“Eso intento, gracias”, respondió, y fijó su atención en su mochila. Se veía con las fuerzas suficientes como para volver a clase al día siguiente.

Lo que no esperaba ver era que, en el pasillo, aquella chica desconocida compartiera un beso con Mallory, haciendo que el mundo se le cayera a los pies. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Cuando la castaña cerró la puerta, le sonrió de manera triste.

“¿Seguro que te encuentras bien? ¿Podrás aguantar siete horas de clase sin desmayarte?”. Se fue acercando a Irene con paso firme, sentándose a su lado y tocándole la frente. Alzó las cejas, no muy convencida.

A Irene poco le importaba la fiebre o su malestar. Sin rodeos, la enfrentó.

“¿Por qué la has besado delante mía?”

Mallory no respondió de inmediato. Miró sus manos y luego se levantó, aplanándose el vestido que llevaba y que se le había subido casi hasta las rodillas.

“¿Acaso no puedo hacer lo mismo que tú? Soy una zorra, ¿no? Pues voy a comportarme como una”, respondió de manera fulminante. Se dirigió a su lado de la habitación y recogió sus cosas, volvía a esconderse en la biblioteca, a pesar de no ser el mejor lugar para ponerse a estudiar.



***



21/ene/2023



Ojeaba una revista sin mucho entusiasmo, pues su atención estaba en la chica con la que compartía habitación. Se estaba maquillando y de vez en cuando Irene podía ver cómo le devolvía la mirada a través del espejo, era entonces cuando reaccionaba y leía algo sin enterarse demasiado. Era una revista de crónica rosa, en la que famosos de tres al cuarto daban exclusivas que no le interesaban en absoluto.

“¿Puedes ayudarme a cerrarme la cremallera?”, le pidió. Llevaba un vestido negro que le llegaba hasta las rodillas, de escote joya y de acabado mate, aunque con una tira de brillo más o menos por la cintura. Con un nudo en la garganta, Irene se levantó y le cerró el vestido, tirando de la cremallera hacia arriba. “¿Cómo estoy?”

Irene no respondió. Sabía que Mallory había preguntado para provocarla, o al menos así lo percibía ella. La chica se quedó algo perpleja ante la mirada triste de Irene, que cuando estuvo a punto de marcharse, encontró el valor para dedicarle unas palabras.

“Serás la más guapa de toda la galería”.

Mallory se marchó con las mejillas enrojecidas.



*



Eran cerca de las doce de la noche e Irene seguía despierta. Había intentado de todo para que el sueño hiciera de las suyas, pero no había manera. Cada vez que cerraba los ojos, su mente viajaba al momento que había compartido con Mallory y se reprimía a sí misma el haber sido tan estúpida. Habían pasado meses y la relación entre ellas seguía estancada. Marina le animaba, le hacía ver los ‘pequeños avances’ que había conseguido, pero de poco importaba puesto que Mallory seguía evitándola como la peste.

Acabó cogiendo su móvil, cotilleando un poco sus redes sociales para entretenerse, cuando el sonido del pestillo la alertó. Se levantó sobre el colchón y esperó un buen rato, pero nadie entraba en la habitación. Preocupada, se levantó y se acercó al pequeño salón donde había una tímida luz encendida. Pudo ver a Mallory sentada en el sofá, con los zapatos quitados y el rostro teñido de negro, era más que evidente que había llorado y el maquillaje se le había corrido.

Se percató entonces de qué había pasado. No era sólo maquillaje lo que ensuciaba su angelical rostro, un manotazo teñía su mejilla y ella había tratado de quitárselo, ensuciándose las manos y parte del vestido. Era una pintura azul oscuro, que casi no se notaba en el vestido, pero si sobre su inmaculada piel.

“¿Qué te ha pasado?”, preguntó mientras se arrodillaba. Mallory comenzó a llorar de nuevo, y sin pensárselo dos veces, se lanzó al suelo donde Irene la acogió y la meció, calmándola. No dijo nada, Irene tampoco insistió. Sólo tenía que llorar hasta vaciarse.

Cuando parecía que ya había pasado todo, Irene la llevó al baño. Preparó la bañera con agua caliente y comenzó a desvestir a Mallory, que no oponía resistencia. Primero el vestido, luego la ropa interior, hasta quedar prácticamente desnuda. Entonces la metió en el agua, Irene al otro lado de la bañera, de rodillas en el suelo, comenzó a lavar su piel con sumo cuidado.

Sabía que tenía a Mallory completamente desnuda frente a ella, no era la primera vez que la veía así. Y a pesar de haberse acostado con ella sin saberlo, habían tenido esa intimidad propia de desconocidos que se buscan como balas de cañón, para luego destrozarse mutuamente. Esta vez era diferente. Estaba desnuda, por completo, siendo únicamente su largo cabello castaño lo que cubría parte de su cuerpo. Las manos de Irene iban de un lado para otro, primero enjabonando y luego con agua limpia; y cuando no quedó rastro alguno de pintura, se dio la vuelta e invitó a Mallory a levantarse, rodeándola con una toalla y secándola con parsimonia.



*



La mañana siguiente fue extraña. Mallory no se había querido despegar de Irene en toda la noche, durmiendo desnuda en su cama. Irene la arropó como pudo, se alejaba de ella pero Mallory la perseguía, hasta que no tuvo más remedio que abrazarla y que sus cuerpos encajaran casi de forma perfecta entre las sábanas.

Apenas habían compartido palabras, sólo unas cuantas miradas tristes que parecían querer contarlo todo. A Irene el alma se le cayó a los pies, de pura tristeza. Pero no como cuando vio a Mallory con aquella chica rubia, aquello fueron celos; no, esta vez le dolía el pecho de una manera que no sabía explicar. Quería hacer todo lo que estuviera en su mano para hacerla feliz, para verla sonreír de nuevo, para ver ese brillo en sus ojos castaños.

“No te vayas”, fueron las primeras palabras de Mallory al despertar. Irene había tratado de levantarse, pero su fuerza decayó al oír su voz tan maltratada. “Quedémonos aquí hoy, por favor”.

Irene no pudo decir que no.



***



12/may/2023



Habían pasado unos meses desde el incidente, unos meses en las que Mallory asaltaba la cama de Irene en mitad de la noche. Irene caía rendida y cuando se despertaba en mitad de la madrugada, el cuerpo dormido de la chica de ojos castaños estaba apretujado contra el suyo, profundamente dormida. Ella no podía hacer nada más que suspirar mientras las mariposas de su estómago revoloteaban de un lado para otro haciéndola feliz.

Le tocaba turno de tarde en el Andromeda, estaba todo bastante tranquilo pues estaban en plena época de exámenes y poca gente iba al bar más allá de las fiestas reglamentarias. Estando prácticamente vacío a excepción de un par de mesas ocupadas, Irene aprovechaba para mirar sus apuntes de clase, estaba bastante concentrada que no vio cuando Mallory entró y se sentó en la barra frente a sus narices.

“¿No me vas a invitar a una copa, muchacha?”, preguntó en tono burlón.

Irene casi se cayó de bruces al suelo. Dejó los apuntes a un lado y preparó dos cafés para ambas, Mallory no tenía que pedir nada, Irene sabía de memoria lo que le gustaba. Mientras servía el café, puso sus pensamientos en orden. Habían sido dos semanas realmente preciosas, viendo el lado más tierno y temeroso de Mallory cada noche y cada amanecer; había visto cómo volvía poco a poco la alegría a su rostro, cómo sus ojos castaños se iluminaban al verla entrar a clase. Respondía sus mensajes casi al momento, le mandaba fotos un tanto extrañas y pedía su opinión en ciertos momentos de clase que antes suponían un tremendo vacío. Pero le faltaba algo.

Le sirvió el café y se quedó junto a ella. No sabía cómo comenzar la conversación.

“Todavía no te he agradecido lo que has estado haciendo por mí”, murmuró Mallory, y su mirada castaña se ensombreció cuando Irene guardaba silencio.

Tarde, pero logró responder.

“No tienes por qué agradecerme nada. Lo hice porque me preocupo por ti, porque…”, y aquí su voz se tambaleó, desvió la mirada y suspiró, no tenía valor para declararse todavía. “Quiero pedirte perdón por haberte llamado zorra. No lo eres, Mallory. Fue… el enfado del momento”.

Mallory sonrió con gesto triste. Dio un sorbo a su café y comenzó a hablar. “Creo que esa noche había bebido demasiado. Y no voy a esconderme, hacía mucho tiempo que quería hacerlo contigo. Pero no así. Creo que ambas nos equivocamos”.

“¿Sabías que era yo?”

“Por supuesto. Te encanta ‘La princesa prometida’, no dudas en verla cada vez que tienes ocasión. Además, fui yo quién te invité”

“¿A qué te refieres?”

“Esas invitaciones”, aclaró, “las hice yo. No estabas invitada al principio, puesto que te tocaba trabajar. Pero conseguí que te dieran la noche libre y así pudieras divertirte. Conmigo”.

Ahora todo cobraba sentido. Le había resultado extraño que Tahara le diese la noche libre, sabiendo que era de las camareras más eficientes y resolutivas, en una fiesta que se preveía estuviera hasta los topes. Por eso la buscaba entre la multitud, por eso tantas miradas indiscretas y aquella escapada en medio de los jardines de la facultad. Mallory había actuado como sólo conocía a Irene: la niña rica que tenía todo lo que quería sólo con un chasquido de dedos.

“Te comportaste como una zorra porque así es como me comporto yo”, murmuró. “Siempre he sido una zorra contigo y tú siempre has estado ahí, y no me he dado cuenta hasta que te perdí”.

Mallory iba a contestar, pero en ese momento entraron varios muchachos vestidos de calle. Con rapidez se giró e Irene notó cómo su cuerpo se volvía rígido y su mirada se teñía de terror. “Espérame aquí”, le susurró al oído, atendiendo a aquel grupo con rapidez y desapareciendo de la barra, pidiéndole a su compañero de almacén que le cubriera durante un rato, que tenía una urgencia.

“Ese fue quien me lanzó el bote de pintura a la cara”

“¿Ese imbécil?”, señaló al que llevaba la cabeza rapada. “Pues se va a enterar de quién es Irene Callahan”. Se levantó del suelo y vio cómo salía del local camino a un Audi A4 blanco que parecía estar recién estrenado. Se quedó con su matrícula y volvió junto a Mallory. “Tengo un plan. Pero por lo que más quieras, no se lo digas a nadie”.



*



Notaba la mirada inquisitiva de Mallory sobre ella. Habían pasado dos días desde el pequeño incidente en el Andromeda, e Irene estaba más callada de lo normal. Iba a clase, trabajaba en el Andromeda, pero luego desaparecía. Sólo volvía a la habitación el tiempo exacto que utilizaba para ducharse y dormir.  

“¿Dónde te metes?”, le preguntó la segunda noche la chica castaña, haciéndole un hueco en su cama.

Sonriendo, Irene la sacó de la cama y la instó a que se vistiera de negro.

“Ponte la ropa más cómoda posible, ni brillos ni cascabeles. Tengo una sorpresa para ti”.

No dijo nada más, simplemente recogió una bolsa que había guardado en su parte del armario y salieron de la habitación.



*



Caminaron entre las sombras, era medianoche y había poca gente por la calle. Su objetivo no parecía estar tan lejos como para tener que coger el coche, pero el tiempo pasaba y Mallory se notaba cada vez más nerviosa. Irene no soltaba prenda. Sólo le pedía paciencia.

Entonces llegaron a una de las enormes mansiones que sirven de casa para las Hermandades. “Quédate aquí”, le susurró cerca del oído, mientras ella se escurría entre los diversos coches que había aparcados frente a la mansión, de donde salía un insoportable ruido señal de una fiesta posiblemente no autorizada y un mal olor a alcohol barato. Mallory pudo ver la sombra de la chica desaparecer bajo un coche que no pudo reconocer, se había metido bajo el motor y se había acercado el pequeño macuto que llevaba consigo. Unos minutos después, Irene salió corriendo en su dirección con un dispositivo electrónico en su mano. 

“Pulsa el botón”, le dijo en tono alegre. Se notaba en la voz que había llegado corriendo. O tal vez estaba extasiada por ver si su experimento funcionaba. “Venga, no tengas miedo. Va a ser divertidísimo”.

No muy convencida, pero con el corazón en un puño al ver el entusiasmo infantil de Irene, Mallory apretó el botón. Dos segundos después, una bomba casera detonó el coche blanco que había sido víctima del terrorismo casero de Irene Callahan. 

“¿No te parece maravilloso?”

“Has puesto una bomba”, era obvio que sí, pero Mallory no podía creérselo. “¡Has puesto una maldita bomba! ¿Qué se te ha pasado por la cabeza?”

“En que es la cosa más cuerda que pienso hacer esta noche”. Y entonces la besó. Tal como había pasado en su cumpleaños, con las tornas al revés, Irene agarró a la chica castaña por las mejillas y la besó con fuerza, casi como si estuviera desesperada. Al principio notó algo de resistencia, cómo Mallory trataba de escapar de su suave agarre, pero poco a poco se fue calmando y su beso se dio paso a un baile lánguido y húmedo, con sonrisas torpes de por medio y una vergüenza que no sabía que tenían.

Mallory se pasó la lengua por los labios, tratando de esconder una carcajada. Nunca habían hecho algo así por ella. 

“¿Volvemos a casa?”

Irene le tendió la mano. Ella no la soltó en todo el camino. Las mariposas en sus estómagos bailaban desbocadas. 



***



31/may/2023



“¿Qué vas a hacer este verano?”

Estaban tiradas sobre el césped del campus, con los apuntes de la última asignatura del curso olvidados en sus mochilas. La sombra de un espeso árbol las protegía del calor de finales de mayo.

“Supongo que volveré a quedarme con mi madre. Con ella puedo decir que tengo toda la casa para mí sola, y Marina puede venir a hacerme compañía cada vez que le plazca. O yo irme a la suya”. Era a lo que se había acostumbrado. Hacía casi tres años que no veía a su padre, él tampoco se había esforzado mucho para mantener el contacto. Sí, le enviaba dinero y alguna que otra felicitación por su cumpleaños, pero hacía bastante de la última vez que escuchó su voz. Su madre, al menos, hacía el mínimo esfuerzo durante las vacaciones, con charlas sobre salud sexual y pequeñas regañinas por las bombas que tanto le gustaban a Irene. “¿Y tú qué?”

La castaña tardó en contestar. Irene se dio cuenta entonces de que conocía bastante poco acerca de la chica de la que estaba enamorada. Sabía que sus padres eran mayores y que no tenía hermanos, pero Mallory poco contaba sobre ellos. Oyó un suspiro salir de su boca, e Irene se incorporó preocupada.

“Supongo que estaré en casa todo el verano. Cuidaré de mis padres y haré lo que se espera de mí”

“¿Por qué no te vienes conmigo? Así conoces a la loca de Marina, y a la zorra de mi madre”. Alzó las manos en señal de rendición, algo que hizo que Mallory riese con ganas. “O... tal vez podría irme contigo y conocer a tus padres, darles un poquito de alegría a su casa. Porque todo lo pintas lúgubre y triste. Y yo no quiero verte triste”.

Mallory se incorporó. Acogió el rostro de Irene entre sus manos cálidas y le dio un beso tierno, bajando luego la mirada al suelo. Las palabras parecían morir en su garganta.

“No me gusta hablar de mi familia porque, para ellos, soy una decepción”, forzó una sonrisa, y un amago de llanto se instaló en su rostro. “La universidad supuso para mí la libertad que tanto había soñado. Poder hacer y deshacer todo cuanto quisiera, sin estar bajo su escrutinio”.

Se hizo el silencio durante unos segundos, Irene trató de hablar pero Mallory la detuvo.

“Ellos no saben que me gustan las chicas. Me apremian cada verano para que encuentre un 'buen hombre' con el que formar una familia, pero yo no quiero eso. Son muy religiosos y todo lo que se salga de la norma, va contra natura. Incluso piensan que los zurdos los carga el diablo”.

“Vente conmigo. A mi casa”.

Mallory le acarició la mejilla. Miró su reloj y se levantó. Tenían el examen dentro de quince minutos. Irene la imitó, cogiendo su mochila y encaminándose hacia el recóndito edificio que era la facultad de Bellas Artes.



***



12/ago/2023



La casa era enorme. Casi podía competir con su propia mansión. De estilo victoriano, los enormes ventanales eran el gran atractivo del edificio, que por lo demás era una casa bastante sencilla a pesar de su tamaño. Era como la corte española de Felipe II: enorme, pero extremadamente recatada y lúgubre.

Había hecho verdaderos esfuerzos por encontrar la casa de Mallory, durante los últimos días de clase consiguió que le diera la dirección pero bajo la premisa de que únicamente le enviase cartas escritas a mano. Ambas sabían que era una pérdida de tiempo, que con la mensajería instantánea podrían llevarse horas pegadas al teléfono y sentirse como si estuvieran juntas en mitad de la habitación. Pero el enviar cartas por correo ordinario tenía una magia que se había perdido.

El bajar cada mañana al buzón para ver si había llegado la respuesta, sentir las mariposas en el estómago mientras leía como una colegiala cualquier tontería que la otra hubiera escrito. Una vez, Irene simplemente le envió una foto: se la veía a ella de espaldas, con el cabello suelto, en el preciso instante donde se giraba para mirar atrás. Esa fotografía ahora era su favorita.

Le gustaba la letra de Irene. Tenía cierto toque infantil, como recuerdos de su etapa escolar más básica. Era de las que seguía poniendo una rayita a la letra Q, o todavía utilizaba la cursiva para le letra S. En sus cartas contaba cualquier cosa, desde un día aburrido metida en la piscina, hasta las fechorías que por las noches perpetraba con su mejor amiga.

Ahí sí le tenía envidia. Mallory se había criado en la élite, donde todo son fachadas por delante e insultos por detrás. Siempre había tenido gente con la que hablar, pero de puertas para adentro, estaba muy sola. Incluso sus padres eran bastante crueles con ella.

Pero eso no lo sabía Irene. Ella simplemente se había personificado en aquella casa y llamó al timbre después de no recibir carta alguna de Mallory en tres semanas. No lo tuvo complicado, su madre le daba total libertad para hacer y deshacer, y cuando le contó que se iba a otro estado para ver a una amiga de la universidad, su madre sólo aceptó sin rechistar.

Tardaron en responder. No insistió puesto que oía los pasos que se acercaban a la puerta, y una persona que bien podría ser su abuelo abrió la enorme puerta de madera que separaba el interior de la casa del porche.

“Hola, soy Irene Callahan. Estoy buscando a Mallory Greene. Vive aquí, ¿verdad?”

El decrépito hombre la miró de la cabeza a los pies. ¿Qué tenía de raro? Simplemente iba vestida con camiseta ancha sin mangas y unos pantalones cortos que le venían un poco grandes, unas converse negras y a su lado una pequeña maleta para pasar varios días fuera de casa.

“¿Qué tienes que ver tú con mi hija?”

Se oyeron nuevos pasos en el interior de la casa.

“¿Quién es?”. La voz de Mallory rompió el incómodo silencio. Apareció tras su padre, y su mirada tranquila pasó a una de cierto temor. “No te preocupes, papá. Es una compañera de la universidad”.

Su padre le cerró la puerta en toda la cara. En medio del estupor, Irene no se movió. Tuvo que esperar casi cinco minutos hasta que la puerta volvió a abrirse. Estaba Mallory sola.

La cogió del brazo y la metió en una de las habitaciones vacías. La casa era tan sosa y lúgubre como la personalidad de padre de Mallory. Pocos cuadros y aún menos fotografías adornaban los pasillos, todos eran colores oscuros u opacos, y aunque entrase suficiente luz por los ventanales, todo parecía estar en noche perpetua.

“Dios mío, tu casa es como un maldito velatorio”, dijo en cuanto se instaló en la habitación. Estaba en el piso superior, y allí al menos entraba un poco más de luz.

“¿Cómo se te ocurre venir hasta aquí sin decirme nada, idiota?”.

“Hacía semanas que no escribías. Estaba preocupada”.

“Podrías haberme llamado”.

“Pero así no es divertido. Además, así te conozco un poco más. Y no puedes echarme porque vengo con la maleta a reventar”.

A pesar del desconcierto, logró hacer sonreír a la chica. Todo su cuerpo se moría por tenerla cerca otra vez, pero no quería meter la pata, así que se conformó con coger su mano y salir fuera de la casa a explorar el barrio.



*



Sus padres se habían marchado a una fiesta de etiqueta y las dejaron solas. Seguían sin fiarse de Irene, prácticamente no habían compartido habitación desde que llegó hacía dos noches.

Con la casa a solas, pudieron comportarse como unas chicas de su edad, aunque sin el alcohol del Andromeda por medio. Cenaron, montaron una especie de karaoke barato y bailaron en medio del salón, vestidas en pijama y sin pudor alguno. Compartieron más roces de la cuenta, Irene buscaba a Mallory pero esta le rehuía; sin embargo, podía notar cómo disfrutaba de aquellos roces al ver su cara feliz y completamente alegre. No quedaba nada de la Mallory que había visto cuando llegó a su casa.

Pero la noche no dio para mucho más, y cuando el sueño las alcanzó, Mallory no pudo resistirse y se metió en la cama con ella. Una cama pequeña, nada que ver con la suya, pero era a lo que se había acostumbrado durante los últimos meses. La buscó en mitad de la noche, la desnudó y en medio del júbilo, sus labios chocaron antes de que sus cuerpos se convirtieran en uno solo.

“Había echado de menos esto”, se atrevió a decir Irene. “Me refiero a dormir. Dormir contigo”.

Recibió un suave manotazo por parte de la castaña. Irene hizo amago de morder uno de sus dedos.

“No me voy a esconder y decirte que no he pensado mal”.

“Yo ya no hago esas cosas. El zorrerío se lo dejo a mi madre. Ahora sólo hay una persona con la que deseo estar”.

Mallory se movió y se coló entre sus piernas. A través de la poca luz que entraba por la ventana, podía ver su cuerpo desnudo, cincelado por los mismísimos maestros del Renacimiento. Su mano divagó por su brazo, por su hombro, hasta llegar a su cara. La otra viajó directamente a su pecho, desviándose por su estómago hasta la parte baja de su vientre.

“Eres tan perfecta”, se atrevió a confesar Irene.

El cabello suelto les concedía un mínimo de intimidad. Mientras Mallory se movía en círculos y la mano de Irene desaparecía entre ambas, alguien se acercaba; estaban tan absortas la una en la otra que no se percataron de que habían dejado la puerta entreabierta. Una mirada al otro lado se ensombreció al ver lo que tenía delante, y con cierta parsimonia, cerró la puerta antes de marcharse por donde había venido.



*



El día siguiente comenzó antes de lo esperado. Todavía estaban en la habitación de invitados, cuando un ruido ensordecedor las despertó.

“¡Joder, Irene, vístete!”.

Pero no daba tiempo, y su padre, hecho una furia, apareció por la puerta completamente enrabietado. Mallory sólo atinó a cubrirse con la sábana, mientras Irene se interponía entre padre e hija.

“MALDITA DESVIADA, APÁRTATE DE MI VISTA”, sin hacer caso y sin preocuparse por su casi completa desnudez, Irene forcejeó con él. “QUE TE APARTES, TE HE DICHO. Y TÚ, TÚ… ¿QUÉ HE HECHO YO PARA TENER UNA HIJA ASÍ?”

El hombre continuó luchando hasta que la resistencia de Irene pudo más y acabó marchándose. Entonces pudo ver a Mallory llorar como una niña pequeña, asustada y sin saber a dónde ir. Irene la abrazó y, por unos instantes, estaba bien. Estaban bien.

Una felicidad que sólo duró unos instantes, pues la policía se personificó en la casa y prácticamente desahució a Irene. Con la ropa mal puesta y la maleta tirada a la calle, Mallory la observaba desde la ventana de su habitación.

“Chica, por tu bien, no vuelvas a intentarlo”, le dijo uno de los policías. Con todo pasado, la acompañaron a comisaría y le ayudaron a buscarse un hotel donde pasar la noche antes de volver a su casa. “Has ido a enamorarte de la hija más desgraciada de la ciudad. Todo lo que tienen de ricos, lo tienen de retrógrados. Ya los has visto”.

La sombra de su madre apareció y corrió las cortinas, y durante el resto del verano, Irene ya no supo nada más de ella. Lo último que pudo ver de Mallory fueron los ojos llorosos teñidos de miedo.



***



17/sep/2023



Había reunido suficiente dinero como para alquilar una pequeña casa en los alrededores del campus. No tuvo otra opción, pues tardó tanto en hacer la petición, que cuando la hizo, ya no quedaban plazas. Ni individuales ni dobles.

Estaba bien. Tenía lo indispensable. Una habitación, un baño, la cocina y el salón. Estaba equipada y amueblada de manera simple. Parecía acogedora. Pero a Irene le faltaba lo más importante: la chica de la que se había enamorado.

Porque no volvió a tener noticias de ella. Ninguna carta, ningún mensaje, ninguna foto, ninguna llamada. Era como si se la hubiera tragado la tierra. Marina consiguió entretenerla el resto del verano, pero la vuelta a la facultad se le hizo cuesta arriba. Esperaba verla, aunque fuera de pasada; no fue así. No estaba en ninguna parte, no se había matriculado ese curso. Irene sólo quería llorar.

Poco o nada quedaba de la alegría de Irene. Iba a clase, apenas participaba y trabajaba por las tardes en el Andromeda. Muchas chicas se le acercaban en busca de una copa gratis y algo más; Irene no se prestaba a ninguna de las dos cosas.



***



11/oct/2023



El tiempo pasaba sin que apenas se diese cuenta. Pronto, el calor del otoño dio paso al fresco del invierno, y una mañana, al dirigirse a su coche, oyó un maullido que la alertó. Buscó entre las ruedas y el motor; escondido en un lugar minúsculo, había un gatito callejero que se le escapaba de entre los dedos, le arañaba las manos cada vez que trataba de cogerlo y le gruñía cuando consiguió atraparlo. Estaba sucio y una pata parecía tenerla herida, pues se la relamía constantemente cuando lo tuvo entre las manos.

Irene se saltó ese día las clases. No eran tan importantes. Preparó una palangana con agua tibia y algo de jabón, y metió al gatito —que resultó ser hembra— en la palangana para lavarlo. El agua pronto se puso gris, continuó jugando con ella hasta que el animalito dejó de tratar de escaparse.



*



Dos días después consiguió llevarla al veterinario. Le había estado curando la pata, y a tenor de las palabras del profesional, parecía que curaría bien. Le recomendó pautas para alimentarla, y que una protectora se hiciera cargo de ella. Irene se negó.

“Ha sido como una señal. Para que siente la cabeza y me convierta en una adulta responsable”. Los recuerdos de la última vez que vio a Mallory la asaltaron, y sólo cuando la patita de la gata le rozó la mejilla, estuvo absorta en la nada.

“Entonces, tendrás que buscarle un nombre”. Le extendió una cartilla para que la rellenase. “Calisto. ¿Por qué? Si puede saberse”, preguntó después de que Irene le devolviese la cartilla.

“Por el mito de Calisto y Artemisa”.



*



Pasaban los días, y Calisto crecía y se recuperaba rápidamente. Resultó ser más dócil de lo que parecía en un principio, pronto se dejó tocar y pocas veces se quejaba si Irene estaba cerca. Tenía su pequeña cama en un rincón de la habitación, aunque la mayoría de las noches conseguía subirse a la cama y dormir al lado de su improvisada dueña.

La alegría parecía volver al rostro de la chica de ojos grises. Era más afable en el Andromeda, y en clase participaba un poquito más, aunque fuera mayormente en los seminarios. Sus notas habían subido después de un inicio bastante caótico, y la vida parecía volver a la normalidad después de tanto tiempo.

“Tienes una carta esperándote en la oficina del director”, la profesora de Grabado se le acercó al final de la clase, lo dijo en un tono tan respetuoso que Irene se asustó. ¿Acaso se habían dado cuenta de que había adoptado a una gata callejera y eso incumplía las normas?

“No sé cómo tomarme eso”.

“Simplemente ve. No creo que sea nada malo. Y alegra esa cara, Irene; desde que Mallory no está con nosotros, eres como un fantasma vagabundo”.

Irene se forzó a sonreír. Recogió sus cosas y se dirigió directamente a la oficina del director. La secretaria le indicó que se quedase esperando, y cinco minutos después, el director abrió la puerta y la dejó pasar.

“Tengo que salir un momento. Así puedes leerla con total privacidad”, le dijo tras entregarle la carta y dejarla sola en medio del despacho. No había remitente.

Irene no tuvo valor para abrirla antes de que alguien entrase por la puerta y le rozase el hombro. La chica se asustó y respondió agitando el hombro, girándose con rapidez y dejando caer la carta al suelo. Sin poder evitarlo, una lágrima se escapó y bajó por su mejilla; una lágrima que Mallory se encargó de secar con sus dedos y un beso en la comisura de los labios.

“¿Dónde has estado todo este tiempo?”, logró preguntar entre sollozos.

“Perdida, sin ti”.

“¿Y tus padres?”

Mallory negó con la cabeza.

“Me enviaron a un reformatorio para ‘curarme’. No me rendí y trataron de enviarme a un internado, pero soy adulta y no tienen potestad para ello. Así que me rebelé y la relación se ha roto por completo”. Su gesto era triste, abandonado. Irene la cogió de la mano y salieron del despacho, al otro lado de la puerta estaban el director y su secretaria, charlando animosamente sobre temas de papeleo. Al verlas salir, callaron y el director alzó las cejas. “¿Y bien?”.

“Espero tener plaza a pesar de comenzar a mitad del cuatrimestre”.

“¿Perder a una de nuestras mejores alumnas? Ha costado, pero puedes quedarte. Eleanor se encargará del papeleo”, dijo señalando a la secretaria, una mujer de mediana edad con aspecto afable.



*



Irene llevó a Mallory a su casa. Sin decir palabra, le hizo hueco en el armario para que colocara sus cosas, le presentó a Calisto y le preparó un chocolate caliente en lo que ella se duchaba y se ponía la ropa de estar por casa. Descalza, se acercó a la cocina seguida por la gata gris, que trataba de mordisquearle los pies sin demasiado éxito.

“No tengo a donde ir”.

“Sí tienes un lugar. Aquí, conmigo”, entonces la gata maulló. Irene la cogió en brazos y le hizo arrumacos. “Vale, está bien. Conmigo y contigo, gruñona”.



***



13/oct/2023



Todo volvió más o menos a la normalidad. Poco a poco, Mallory se fue instalando en la pequeña casa de Irene, aunque por motivos extraños, prefería dormir en el sofá. Irene no llegó a permitirlo, así que se mudó ella al salón y dejó toda la cama —gata incluida— a su otrora compañera de habitación.

Trataba de dormir, pero su cabeza pensaba en voz alta. Aunque la chica castaña parecía ser feliz, Irene podía notar la tristeza en sus ojos. No se atrevía a tocarla, y las pocas veces que sus manos se habían rozado, Mallory se había apartado al instante. La seguía notando cercana, pero como si un muro invisible las separase, como si fueran Hades y Perséfone a la llegada de la primavera.

Como el sueño no venía, se levantó y se acercó a la habitación. Mallory estaba dormida plácidamente, de espaldas a ella. Calisto dormía a sus pies. Ocupaba la mitad de la cama, hecha un ovillo. Irene cogió una silla y se sentó, viéndola dormir. Sólo entonces, al saber que se encontraba bien, el sueño le vino de repente y se quedó profundamente dormida.



*



Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, Mallory seguía tumbada en la cama. Tenía un cuaderno en sus manos y un lápiz con el que garabateaba minuciosamente. Entonces sus miradas se encontraron, y la chica dejó de hacer lo que venía estado haciendo desde hacía casi una hora.

Irene sentía el cuerpo entumecido, pero el corazón llenito. Los dolores musculares no eran nada comparado a la felicidad de ver a Mallory sonreír, aunque no pudiera tocarla. Deseaba hacerlo, simplemente rozar su piel, pero no lo haría hasta que la chica estuviera preparada. Había cometido errores antes, ahora prefería ir a paso lento, detenerse si fuera preciso.

“No me he podido resistir”, fue lo que dijo al voltear la libreta y enseñarle el dibujo. Faltaban algunas sombras, pequeños detalles sin importancia. “Gracias por dejar que me quede, aunque te haya echado de tu propia cama”.

“No me importa. Estás aquí, ¿no? Aquí estás a salvo, no dejaré que nada ni nadie te haga daño”.

Con la mano temblorosa, Mallory acarició su mejilla. Se acercó al borde de la cama y dejó un beso en la comisura de los labios de Irene.

“¿Por qué eres tan buena conmigo?”

En su mirada podía percibirse cierto miedo. Como si ella fuese minúscula y tuviera que enfrentarse a un titán. Irene sintió furia, odio hacia los padres de la chica a la que tanto quería. ¿Cómo era posible que unos padres le hicieran eso a su propia hija?

Irene se regodeó en el instantáneo momento. La miró y su voz sonó más firme de lo que pensaba.

“Porque te quiero. Es así de simple”.

Mallory apartó la mirada. Se giró y se levantó de la cama. De espaldas a Irene, se quitó el camisón que llevaba para dormir y descubrió su espalda desnuda, salpicada de lunares que Irene deseó tocar y unir en una constelación singular. Irene se levantó con cierto esfuerzo y sus miradas volvieron a encontrarse.

“Te esperaré el tiempo que haga falta”.



***



2/nov/2023



Las clases transcurrían sin mucho entusiasmo. El estar ya en tercer curso hacía que las clases fueran cada vez más individuales, indicando un camino a seguir por cada uno de los alumnos. Irene tenía cierto miedo, pues le apasionaba la pintura; pero en su fuero interno la fotografía ocupaba un lugar importante. Tener que matricularse únicamente en una de las asignaturas había sido cosa de suertes, viéndose obligada a despedirse de la fotografía al apostar al número incorrecto.

Sin embargo, el quince de octubre recibió un correo. Al principio pensó que se trataba de algún spam, pero al ver el remitente lo abrió con cierto miedo. Tuvo que leerlo varias veces para cerciorarse de que no se trataba de una broma.

“¿Qué te tiene tan absorta?”. Mallory acababa de llegar, soltando las carpetas donde llevaba diversos trabajos. Se sentó a su lado y leyó el mensaje en voz baja. “¿Vas a aceptar?”

“Aunque tenga que rebuscar tiempo hasta de debajo de las piedras”.

El mensaje no era otro que su profesora de fotografía, que le daría clases de estraperlo. Presa de la emoción del momento, abrazó a la chica castaña con fuerza, dándose cuenta después de que el roce seguía siendo un problema para Mallory.

Sin embargo, aquella vez fue diferente. Mallory la buscó con la mirada, la abrazó y le dejó un beso en la mejilla. Irene suspiró.

“Estoy tan feliz por ti. Por mi chica”.

El corazón de Irene se desbocó.



*



En el Andromeda todo continuaba igual. Algunos camareros desaparecieron al terminar su periplo universitario, siendo reemplazados por otros de primer año que, al igual que ella, buscaban un sustento con el que sobrellevar la vida universitaria. Algunos eran bastante torpes, otros eran verdaderos expertos. Irene los observaba desde una esquina de la barra, en un pequeño descanso que aprovechó para hacer caja.

A ella sólo le quedaba un año así. Rodeada de gente joven y alegre, que comenzaba una vida nueva lejos de la mirada de sus padres. Otros parecían estar agotados de su paso por el campus, como un último esfuerzo para ganarse un puesto en la vida adulta.

Jugueteaba con los anillos que adornaban sus manos. Recordó entonces cuando se fijó en las manos de Mallory y cómo no podía dejar de mirarlos, los comentarios que le hacía y la ilusión que sintió cuando vio un anillo plateado un día que decidió salir a hacer deporte. Recuerdos que se le antojaban tan lejanos como su propia vida en el instituto.

Precisamente fue la chica que ocupaba sus pensamientos la que le trajo de vuelta a la realidad. Se había colado tras la barra, la cogió de la mano y tiró de ella hasta un lugar que no pudo identificar puesto que le había quitado la vista con un pañuelo sobre los ojos. El camino no duró demasiado, seguramente no habrían salido del campus.

Se equivocó. En una pequeña zona residencial, muy cerca de donde compartían casa, Irene se encontró con un mural donde podía verse a sí misma, de espaldas, desnuda y con la cabeza girada para mirar hacia atrás.

“Es mi regalo para ti. Así es como yo te veo”.

Sin miedo en sus ojos, buscó sus labios y los encontró. Aunque fuese torpe, aunque fuera apresurado y lleno de vergüenzas adolescentes, para Irene pudo ser el mejor que había dado en toda su vida. Tenía a la chica que quería en sus brazos, le había hecho un puñetero mural en medio de la ciudad y su vida parecía correr por fin por un camino liso y sin baches.

“Te quiero como no he querido nunca a nadie”.



*



Irene le había preparado una sorpresa. Desapareció en mitad de la tarde, después de terminar su turno en el Andromeda un poco antes de lo debido; Tahara, al ser testigo de lo que pasaba, se lo permitió sin dudar. “Anda, márchate antes de que se te eche el tiempo encima, pequeña Romeo”, le dijo, prácticamente echándola del bar.

Le dejó una carta sobre el escritorio, sobre las carpetas que llevaba siempre consigo. Recuperar aquella costumbre en última instancia fue como dar un paso atrás, volviendo a un tiempo donde eran felices y no lo sabían. Entonces ella recogió sus cosas y se marchó a las duchas donde los equipos deportivos terminaban sus entrenamientos.

Poco le importó que la mirasen. Aunque no fuera de las más populares del campus, tenía cierto renombre por sus cuadros y era una cara conocida por trabajar en el Andromeda. Punto aparte su apellido, de los más ricos del condado, pero que Irene trataba de distanciarse lo máximo posible.

Cuando la vieron salir trajeada y con la pajarita de pinceles adornando su vestimenta, algunas animadoras suspiraron. Otras dejaron escapar una risita, y un par de ellas incluso le pidieron una foto. “Para tener un recuerdo cuando te hagas famosa, Callahan”, le decían. A ella no le importó.





*



La llegada de la noche se le hizo eterna. Había reservado en un restaurante que conocía gracias a su padre, aunque fuera en otro estado en la otra punta del país. Tenía la peculiaridad de tener mesas de piedra, de cantos irregulares y romos, sin cristal de por medio. Y bajo la mesa, luces que simulaban ser de fuego, sin el peligro de quemarte.

Era un local un poco lúgubre y recatado, conocido por la élite debido a sus precios casi astronómicos. A Irene no le tembló el pulso al gastarse el sueldo de un mes sólo en la reserva. Todo mereció la pena cuando vio a Mallory ataviada con un vestido rojo de tirantes, con el escote en V y que le llegaba hasta los pies. El cabello le caía suelto sobre los hombros. Caminó hacia ella con paso elegante, con gesto decidido y los ojos brillantes de puro asombro.

Ella era la princesa con la que quería pasar el resto de su vida. Ella era la Buttercup de su Westley.



*



En la cama de Irene, con sus sábanas de tonos azules, Mallory se sentó a horcajadas sobre el regazo de Irene. Con el vestido rojo olvidado en un rincón de la habitación, la chaqueta tirada en el suelo y los pantalones a medio bajar, los besos parecían ser insuficientes. Movimientos apresurados y torpes, el ansia por tocarse mutuamente las carcomía. Sus cuerpos chocaban, sus dientes mordían y las risas salpicaban el silencio de vez en cuando.

Pronto estuvieron desnudas, y sus cuerpos parecían encajar perfectamente uno sobre el otro. Mallory se entregó a Irene como nunca nadie se había entregado a nada en su vida. Mientras Irene le hacía el amor, iba adueñándose de cada parte de su cuerpo como si fuera un mapa del mundo e Irene pudiera elegir de qué país apoderarse con sólo poner un dedo sobre él. Mientras la besaba, las manos de Mallory se anclaron como un viejo barco que finalmente encontró su muelle. Acarició la piel de su abdomen, siendo al instante dueña de cada poro que lo cubría.

Sus pies desnudos se anclaron a la espalda de Irene, empujándola más hacia sí. Sus muslos la aprisionaron en su cuerpo, como si la obligase a no irse jamás. Cada rincón de Mallory dejó de ser suyo, y ya no le quedaba nada. Entonces cometió el error de abrir los ojos, de ver el mar grisáceo con el que Irene la miraba, y Mallory experimentó la sensación más placentera de toda su vida. Su cuerpo se estremeció en brazos de Irene, que la acogió sobre sí misma mientras la castaña recuperaba el aliento, con el rostro escondido en la curvatura del cuello de Irene. Abrió la boca y mordisqueó a conciencia, logrando que Irene girase la cabeza y buscase su boca de nuevo, mirándola orgullosa. Por segunda vez en su vida, con su chica en brazos, desnuda y desprotegida del mundo, murmuró:

“Eres tan perfecta”.

Mallory no pudo más que sonreír.



***



3/nov/2023



Desayunar desnuda no era algo a lo que Irene estuviera acostumbrada. Ver a Mallory devorar lo que había preparado le hizo sentirse como en casa, como cuando era pequeña y sus padres formaban una familia normal y corriente.

A pesar de tener hambre, no podía quitarse el miedo del cuerpo. La noche se les quedó corta, y temía que Mallory saliera huyendo después de lo que había pasado entre ellas. Aquella vez fue diferente, se había entregado a ella como nadie, había sentido el amor de una mujer por primera vez. Y eso la aterraba.

Una parte de ella quería salir huyendo, la parte más cobarde y sinvergüenza que seguía habitando en un rincón de su cerebro. Pero el amor que sentía por Mallory le hacía quedarse, le hacía tranquilizarse y caminar, a paso lento y seguro, hacia un futuro que construir juntas.

Cuando la bandeja estuvo completamente vacía, volvieron a tumbarse en la cama. Apenas eran capaces de estar sin rozarse: una mano traviesa, un beso robado, los dedos de Irene entrelazados en la larga melena de Mallory. El calor pronto se hizo escaso y las sábanas volvieron a cubrirlas, y sin poder evitarlo, se entregaron la una a la otra como la noche anterior. Entonces Irene supo que aquel era el sitio donde debía estar.

“Vente conmigo. Aquí. En Nueva York. En Los Ángeles. Donde el tiempo y el arte nos lleve”.

Mallory no respondió de inmediato. Alzó su cuerpo sobre Irene, sintiendo las cosquillas de sus manos temblorosas que le apartaban los mechones rebeldes de su rostro.

“Me iré contigo, con una condición”.

Irene sintió miedo, pero esta vez era un miedo diferente. Sabía que Mallory no la abandonaría. Era un paso que tendrían que dar juntas.

“Cásate conmigo. Formemos una familia juntas. Sé mi musa, mi artista, mi inspiración”.

Sólo había una respuesta válida para aquello.

Irene se quitó el anillo plateado que adornaba su dedo corazón, el de la mano derecha. Un anillo de doble banda, sencillo, unido en Z. Cogió la mano de Mallory y se lo puso en su dedo corazón.

“Adonde vayas, estaré contigo. Aunque estemos separadas, con este anillo sabrás donde está mi corazón”.

Irene había encontrado su destino. Mallory era su princesa prometida.