Ella emergió del abismo del Inframundo, no como la joven radiante que fue, sino como una presencia madura, una diosa que había alcanzado la serenidad de los sabios y la fuerza de los antiguos. El cielo, oscuro y tumultuoso, se extendía sobre ella, lleno de estrellas que apenas brillaban, opacadas por el caos que había comenzado a desatarse sobre el mundo mortal.

Con un gesto solemne, levantó sus manos hacia el firmamento, no con la ligereza de la juventud, sino con la firmeza de quien ha cargado con el peso del tiempo y el sacrificio. Cada movimiento suyo parecía resonar en el aire, trayendo consigo una corriente invisible que conectaba su esencia con la vitalidad del mundo humano.

Sintió las fuerzas del mundo, el pulso de la vida humana, vibrar con una mezcla de aflicción y pedidos de esperanza. A través de ellas, percibió las vidas rotas, las almas vacías y los corazones que aún batían con una chispa de energía, aunque casi apagada. El caos de la humanidad, causado por la desconexión de los sueños, la desesperanza y el dolor, la envolvía. Pero Hebe ya no era una doncella eterna; su visión ya no era inocente, ni sus emociones impulsivas. Ella había trascendido ese estado. Ahora veía el sufrimiento con la claridad de quien sabe lo que es el sacrificio y la madurez.

Con un profundo respiro, cerró los ojos y su voz resonó en el vasto silencio de la noche, un eco de sabiduría antigua.

—No es tiempo para que se desate el caos absoluto en el mundo mortal. No somos quienes lo causarán. El tiempo dicta algo más allá de lo que nosotros somos como dioses.

Hebe alzó su mirada al cielo caótico, oscuro por el matiz de caos que los humanos padecían en el horizonte. Sus ojos, antes llenos de la luz brillante de la juventud, ahora reflejaban una luz más profunda, un resplandor cálido que irradiaba desde dentro, como una antorcha que guía a los perdidos en la oscuridad.

—Hipnos, he restaurado cada cosa como pude, por favor, por hoy, que no se haga este caos... El equilibrio ha caído en su lugar y… Yo he madurado. He evolucionado y madurado para ser la esperanza y luz de los perdidos.

Sus palabras, como un suave susurro, atravesaron el aire, llenándolo de una calma sutil, pero poderosa. El caos que se cernía sobre aquellos que dormían, los que dormían, los monstruos liberados de la noche, las energías desbordadas, parecían detenerse por un momento, como si el propio mundo reconociera su presencia.

—Por aquellos que no se los vela, por aquellos que aún pueden vitalizarse aunque sus vidas hayan perdido fuerzas, estaré para dioses y mortales. La amistad es luz. Y hoy no ha sido el caos. Hagamos una paz solemne hoy.

Sus manos se alzaron una vez más, y el aire a su alrededor se tornó denso, como si las mismas fuerzas de la naturaleza se inclinaran ante su voluntad. La luz que emanaba de ella se extendió, no solo tocando con la punta de sus dedos y corazón, hacia el cielo, sino cuidando a los mortales que nada tenían que ver con este conflicto. En ese instante, un cambio sutil pero profundo recorrió la tierra: las almas perdidas, aquellas que aún podían ser sanadas, comenzaron a brillar con una luz tenue, como si la vida regresara a sus venas.

Hebe tocó sus dedos al suelo, y al hacerlo, los recuerdos olvidados de aquellos que aún podían sostenerlos volvieron a sus mentes. No todos, pero sí aquellos cuya esencia todavía se mantenía viva. Aquellos que podían reencender la chispa de la vida. Un suspiro recorrió sus labios mientras los veía: humanos, dioses menores, criaturas perdidas en el tiempo, todos ellos restaurados en su alma, sanados en su vitalidad. El proceso era doloroso y lleno de sacrificio. Ella sentía cómo su propia energía se drenaba pero era bueno, tenía mucha para ofrecer hacia los humanos inocentes, pero lo hacía con la paz de quien sabe que está cumpliendo su propósito.

Los que habían sido dañados en su alma y vida vital ahora sentían el regreso de algo perdido, como si un manto de luz les hubiera devuelto algo que no sabían que podían recuperar. Sanados, pero nunca iguales a como fueron antes. Ella no los devolvía a la plenitud, sus sueños y recuerdos pero les ofrecía la oportunidad de encontrar el equilibrio perdido.

—No es tiempo para la guerra en la que hemos sumido a los mortales mediante esta inconformidad entre ambos. No soy yo quien debe desatar este caos ni mucho menos es el tuyo, sino el del tiempo, el cual dictará el destino de todo lo que existe —continuó, con su voz ahora más serena que nunca.

Sus manos, que antes eran suaves y casi etéreas por el poder de ser la fuente que devolvía lo perdido, eran ahora firmes y sabias. Cada gesto de su parte restauraba una chispa de esperanza en la humanidad. Ella ya no era la diosa joven que quería salvarlo todo; ahora era la guardiana de los recuerdos e hilos perdidos, la diosa que había aceptado el peso sobre sus hombros.

—Cumpliré con mi parte, pero la paz que te pido, Hipnos, es la de este día. Dejo que el futuro siga su curso. El caos está contenido por ahora, pero cuando llegue el momento, no intervendré si ese es el destino de los mortales y los nuestros…

Las estrellas comenzaron a brillar con más intensidad, como si la luz de Hebe hubiera restablecido algo en el universo. El caos se mantuvo alejado por ese día. La paz fue un regalo de la diosa, y el equilibrio, aunque frágil, se mantuvo.

Ella miró al cielo, ya sin el brillo inocente de la juventud, pero con una luz madura que era capaz de transformar todo lo que tocaba. Aun cuando su rostro reflejaba la sabiduría de los años vividos, había algo inquebrantable en ella, una fuerza que ya no dependía de la eterna juventud, sino de la convicción de una diosa que había aprendido a abrazar tanto la oscuridad como la luz.

—Mi sacrificio ha sido esta transformación. Ahora sé que todo lo que he hecho ha sido necesario. La vida, la muerte, el olvido… todo tiene un propósito. No intervendré más, pero mi esencia permanecerá, como la luz que da esperanza a los perdidos. Porque ahora soy aquello que he deseado ser. La diosa que no teme al sacrificio, sino que lo abraza con amor.

Al soltar un último suspiro, Hebe se convirtió en una luz que voló por los cielos hasta perderse de las vistas. La paz había llegado, pero ella sabía que aún quedaba mucho por hacer.

El mundo, al menos por ese momento, se hallaba en equilibrio.