La quietud se extendía por el paisaje, una calma que no traía consuelo. La luz de la luna apenas lograba atravesar las densas ramas de los árboles, creando manchas plateadas sobre el suelo cubierto de hojas secas. La noche, envuelta en su manto de sombras, parecía absorber cada resquicio de sonido, hasta que el crujir lejano de una rama rota rompía la quietud. Pero todo volvía a caer en silencio, como si el propio aire hubiera aprendido a callar.

En el centro de ese vacío, su figura se destacaba. No era una presencia que sobresaliera por su tamaño, sino por la sensación de que nada a su alrededor podía desafiarla. Su manto oscuro caía en pliegues suaves, apenas tocando el suelo, y se movía con el viento como si fuera parte de él, ajeno a las reglas que regían el mundo a su alrededor. Los bordes de la capa, desgastados por el tiempo, dejaban ver la armadura que se ocultaba debajo: cuero y metal, marcado por innumerables cicatrices, como si hubiera sido testigo de tantas batallas que ya no tuviera memoria de cuántas realmente había librado.

El viento se deslizaba alrededor de su rostro, acariciando la máscara que lo ocultaba. No era una máscara que desfigurara, sino que apenas dejaba entrever, como una sombra más en su rostro. Un diseño sin formas claras, un reflejo de una vida llena de transiciones y transformaciones, de caras que ya no tenían nombre. A través de las pequeñas aberturas, sus ojos brillaban, pero no con el fulgor de la vida. Era una mirada que parecía perforar la oscuridad, buscando algo más allá, en un lugar al que nunca llegaba. No eran ojos vacíos, pero estaban llenos de algo que nadie podría comprender, algo que ni ella misma parecía poder nombrar.

Cada paso que daba era una resonancia suave sobre la tierra que ya no recordaba el peso de la huella. Su figura avanzaba sin prisa, pero con una determinación implícita. No había rastro de cansancio, pero tampoco de alivio. El movimiento no parecía impulsado por el deseo de llegar a algún lugar, sino por la necesidad de no quedarse quieta, de seguir adelante como si el hecho mismo de estar en movimiento le otorgara alguna forma de consuelo. Era una criatura atrapada en su propia existencia, como una viajera que no podía encontrar un puerto donde atracar.

La oscuridad a su alrededor parecía seguirla, la abrazaba, pero no con la dulzura del refugio. Era una oscuridad que la observaba, que la acechaba, como si supiera que en ella habitaba algo más que un ser humano. Algo roto, algo fragmentado, que no terminaba de encontrarse a sí misma. Pero su caminar no se detenía. No podía detenerse.

En sus brazos, los guantes de cuero bien ajustados no dejaban ver las marcas que su piel debía haber dejado, pero ella sentía el peso de cada cicatriz que no se veía. Eran heridas invisibles, enterradas profundamente en su ser, esas que la marcaban de una manera que ni el paso del tiempo lograba desvanecer. ¿Era el tiempo, entonces, lo que había pasado sobre ella? O tal vez era ella misma, despojada de cada faceta de lo que alguna vez fue, forjándose una identidad nueva, pero a costa de lo que había quedado atrás.

No había dolor, al menos no uno físico, pero su ser entero vibraba con la tensión de una batalla que nunca había terminado. Los ecos de lo que alguna vez fue resonaban dentro de su cabeza, recordándole lo que había sido y lo que había dejado de ser. Había momentos en que la verdad de su existencia se sentía como un peso aplastante, y había otros, más sombríos, en los que ni siquiera el esfuerzo de recordar podía arrancarla de su propia indiferencia.

A veces, el aire pesado a su alrededor la hacía sentirse como si fuera parte de la noche misma, como si, al menos por un breve instante, pudiera fusionarse con la oscuridad, perderse en ella y dejar de ser algo. Cualquier cosa, menos lo que era. Pero cuando esos pensamientos se alzaban, se desvanecían al instante, como sombras disipadas por una ráfaga de viento. Su ser era una contradicción viva. No podía escapar de sí misma.

La quietud se mantenía, y ella permanecía inmóvil en medio de ella, como una figura observada por el universo entero pero nunca entendida. Las ruinas a su alrededor eran testigos de su solitaria presencia, sus paredes quebradas un reflejo de su interior. Había algo en el ambiente, una vibración sutil, como si el lugar mismo estuviera esperando algo, pero ella no lo sabía. O tal vez lo sabía, pero se negaba a darle forma.

Un suspiro escapó de sus labios, suave, casi inaudible, como si la respiración misma fuera un acto que rehuía. Su mirada se perdió en la distancia, buscando algo que nunca podría encontrar, atrapada entre las sombras de lo que había sido y lo que aún era.

Móiril se quedó allí, de pie, sin moverse, dejando que el viento se llevara la última de sus dudas. Sin promesas, sin respuestas. Solo la interminable danza entre lo que había sido y lo que ya no podría ser.



Comentarios de usuario:


-El personaje no tiene ficha a propósito, ya que la idea es que se vaya descubriendo según se vaya roleando.

-Todo tipo de tramas serán bien recibidas, ya que puede ser llevada a otros AU. No roleo con un guión específico y puede ser tanto en starters o escenas, como por privado.

-El personaje está abierto a tramas románticas, aunque no va a ser fácil.

-No meta-rol, power-rol, god-rol o mano negra. 

-Vengo a rolear, para forjar amistades tengo límites. Tengo una vida fuera de la página y me gustaría que se respete y se tenga paciencia.

Gracias por leer.~