La nieve apenas había comenzado a asentarse sobre los jardines de la Mansión Park cuando Soo-min dio inicio al mismo ritual que repetía cada diciembre desde que tenía memoria. El árbol, imponente, alto como un testigo ancestral, aguardaba en el centro del salón principal. No era un símbolo de alegría ni una tradición cálida: era una pieza más de su imperio, un mensaje silencioso destinado a quienes cruzaran aquella entrada.

Mientras colgaba el primer adorno, una esfera negra, brillante como obsidiana húmeda, su memoria la arrastró a una infancia muy distinta: un árbol gigantesco y fastuoso, decorado para impresionar socios, no para una niña. Recordó a su padre presidiendo la sala con mirada orgullosa, y a su madre, súcubo silenciosa, enseñándole a hacerse desear. En aquellas Navidades tempranas, Soo-min descubrió que incluso la luz podía ser usada como arma si se sabía dónde colocarla.

A medida que avanzaba entre ramas y cintas de terciopelo, la adolescencia regresó a ella como un perfume viejo: la última Navidad con sus padres. Una mansión llena de rostros tensos, un banquete que sabía a pacto, una discusión que se filtraba por debajo de las puertas. Después llegó el accidente, la herencia y la soledad envuelta en papel dorado. Ese año no hubo árbol; solo silencio. Y desde entonces, ella decidió que jamás volvería a permitir que diciembre la encontrara vulnerable.

Ya adulta, transformó la fecha en una operación más: invitados cuidadosamente seleccionados, alianzas selladas con brindis, favores envueltos con lazos rojos… y un árbol que vigilaba desde el fondo del salón, erguido como un estandarte de poder.

Soo-min colocó la última figura, una pequeña pieza metálica que perteneció a su madre. La acomodó en el punto exacto donde la luz la alcanzaría sin revelar demasiado. Observó el resultado con la misma satisfacción que sentía al cerrar un trato: impecable, frío, majestuoso.

Para otros, la Navidad era un recuerdo cálido.

Para ella, era un trono silencioso donde año tras año reafirmaba quién era:

la heredera del imperio Park, la Musa Perversa del Tigre Blanco que nadie podía doblegar,

y la súcubo que convertía incluso el invierno en un acto de vasallaje.