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La noche era fría y silenciosa en el palacio de Albagard. Archibald había partido temprano hacia el reino de Lagos, dejando tras de sí un ambiente tenso pero relajado entre los guardias. Los consejeros destituidos sabían que esta era su única oportunidad.
A las cuatro de la mañana, cuando los soldados estaban cansados y desprevenidos, Barristan, Adelaida y Agatha se pusieron en marcha. Cada uno ocupó su posición según el plan: los ancianos se dirigieron al ala sur para iniciar la distracción, mientras Agatha aguardaba en su habitación, lista para liberar a su dragona y escapar hacia las ciudades blancas.
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Barristan ajustó la bata azul oscuro que llevaba sobre su túnica blanca, mientras observaba las llamas danzar en la mecha que acababa de encender. Su rostro estaba sereno, igual que el de Adelaida, quien vestía una túnica marrón que resaltaba su porte solemne. Ninguno mostraba miedo ni dudas; habían aceptado las consecuencias de su plan desde el principio.
—Es ahora o nunca —murmuró Barristan con calma, encendiendo el chisquero que había guardado durante semanas.
Adelaida asintió, sacando un frasco de aceite oculto entre sus pertenencias. Con movimientos rápidos y coordinados, comenzaron a derramarlo sobre los muebles y cortinas de la habitación. El fuerte olor del combustible llenó el aire, pero ellos permanecieron enfocados, como si cada segundo contara.
—Si esto funciona, Agatha tendrá tiempo suficiente para llegar a su dragona —dijo Adelaida, su voz tranquila pero firme.
—Y si no funciona, nuestras familias tomarán medidas. Archibald no podrá evitarlo —respondió Barristan, lanzando una antorcha encendida hacia las cortinas.
El fuego se extendió rápidamente, iluminando el cuarto con un resplandor anaranjado que proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. Ambos salieron al pasillo con pasos firmes, sus voces resonando con fuerza.
—¡Fuego! ¡Fuego en el ala sur! —gritó Barristan, atrayendo la atención de los guardias cercanos.
El sonido de pasos apresurados llenó los corredores mientras los soldados corrían hacia la habitación en llamas. El caos comenzaba a propagarse por el palacio, justo como lo habían planeado.
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Agatha ajustó la capa oscura sobre sus hombros y revisó las correas de sus botas, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Su atuendo negro se fundía con la penumbra del palacio, diseñado para evitar ser vista mientras se movía con rapidez. Respiró hondo y abrió la puerta de su alcoba, asomándose al pasillo vacío.
El eco de las alarmas y el caos provocado por el fuego llenaba los corredores. Agatha avanzó con pasos ágiles, manteniéndose cerca de las sombras. El plan estaba funcionando: los guardias estaban distraídos, y el camino hacia la fosa donde mantenían a su dragona parecía despejado.
Sin embargo, su suerte cambió al doblar una esquina. Se encontró con un sabueso de arena, una criatura del tamaño de un lobo pero formada por partículas doradas que brillaban con patrones rojos. Sus ojos resplandecían como rubíes, y sus patas se movían con una agilidad sobrenatural. El sabueso emitió un rugido gutural que hizo eco en los pasillos, y Agatha no tardó en darse cuenta de que había sido detectada.
El pasillo en el que se encontraba se abría hacia un jardín interior, donde la luz de la luna iluminaba los arbustos y las fuentes. Agatha no tenía tiempo que perder.
El sabueso comenzó a correr tras ella, sus patas dejando marcas brillantes en el suelo de piedra. Agatha zigzagueaba entre las columnas del pasillo y las sombras del jardín, buscando cualquier ventaja para ganar tiempo. Los guardias no tardaron en unirse a la persecución, pero el sabueso de patrón rojo era el más rápido y persistente, acercándose cada vez más.
En un momento, Agatha se dio cuenta de que no podría escapar de esa manera. Los pasos de los guardias se sumaban a la presión, y el sabueso estaba demasiado cerca. Con rapidez, metió la mano en su cinturón y sacó el artefacto que Adelaida le había dado. Lo apretó con fuerza, y un destello cegador iluminó el pasillo y el jardín, dejando a los guardias y al sabueso desorientados.
Aprovechando el caos, Agatha corrió hacia la salida que conducía a la fosa de su dragona, sin mirar atrás. El aire fresco de la madrugada le golpeó el rostro cuando finalmente dejó atrás a sus perseguidores.
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Adelaida estaba concentrada en su tarea, el fuego que había iniciado en el vestíbulo ya se extendía, alimentado por la madera y las cortinas que ella misma había dispuesto estratégicamente. El calor aumentaba, pero no mostró signos de detenerse. Sabía que el tiempo se agotaba, y el plan debía ejecutarse a la perfección.
—Barristan, ve a la zona este. Te será más útil allí-, le ordenó con firmeza, sus ojos fijos en el fuego que comenzaba a consumir la habitación. —Yo me quedo aquí, no hay tiempo que perder.
Barristan la miró brevemente, su rostro marcado por la edad, pero decidido. Asintió sin decir palabra, sabiendo que no había vuelta atrás. Con pasos rápidos, se alejó del lugar, dispuesto a cumplir con su parte del plan.
Adelaida, por su parte, continuó con su tarea. El fuego ya comenzaba a propagarse por las paredes, y los guardias se acercaban, algunos intentando sofocar las llamas, otros buscando escapar del edificio en llamas. Pero ella no iba a dejar que ninguno de ellos tuviera una salida fácil.
La anciana derribó a un guardia que intentaba bloquearle el paso, pero la fuerza de los otros era demasiado para ella. La diferencia de edad y energía jugaba en su contra. Sin embargo, su determinación no flaqueó. Con un esfuerzo sobrehumano, subió por las escaleras, arrastrando el fuego consigo, asegurándose de que los guardias no pudieran escapar.
Cuando llegó al piso superior, el calor era insoportable. Las llamas ya se habían apoderado de las habitaciones, y el edificio comenzaba a ceder. Adelaida cayó al suelo, agotada, pero alzó la mirada, su vista nublada por el humo. Fue entonces cuando vio una figura en la distancia, una mujer joven, una visión familiar. Sonrió débilmente, reconociendo la aceptación en los ojos de aquella figura, y en un instante comprendió: era ella misma, de joven, mirándola con una sonrisa tranquila, como si le dijera que lo había hecho bien.
Pero antes de que pudiera procesarlo completamente, el edificio crujió con fuerza, y toda la habitación comenzó a derrumbarse sobre ella. En cuestión de segundos, las llamas y las ruinas sepultaron su cuerpo, llevándose consigo a los guardias que no habían logrado escapar.
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Barristan se movía rápidamente por los pasillos, escuchando los ecos de los pasos de los guardias que se acercaban. Sabía que debía llegar al lugar donde Agatha estaba a punto de liberar a la dragona. Había visto cómo algunos de los guardias se dirigían hacia esa zona, y su misión era asegurarse de que Agatha tuviera tiempo suficiente para escapar.
Al doblar una esquina, Barristan se encontró cara a cara con un sabueso. Era una criatura imponente, hecha de arena, con patrones brillantes de color amarillo que recorrían su cuerpo. El sabueso, al detectar su presencia, comenzó a gruñir y a avanzar hacia él. Barristan no dudó, tomando la espada de un objeto decorativo cercano y preparándose para el combate. El sabueso atacó primero, lanzándose con gran velocidad hacia Barristan. Con habilidad, esquivó el primer embate, pero la criatura no dejó de moverse con rapidez.
La batalla se trasladó rápidamente hacia las escaleras, donde Barristan logró bloquear varios de los ataques, aunque el sabueso era fuerte y no mostraba signos de cansancio. Al principio, parecía que Barristan ganaba ventaja, pero todo era parte de una trampa.
El sabueso, con un movimiento astuto, llevó a Barristan a un piso superior donde varios guardias lo esperaban. A pesar de la desventaja numérica, Barristan no se rindió. Su espada brillaba con determinación mientras se preparaba para enfrentar a los guardias.
La lucha se intensificó. Barristan, a pesar de su edad, seguía demostrando una habilidad impresionante, pero los guardias eran demasiados. Cada uno de ellos tenía una formación y fuerza que dificultaba aún más la pelea. Barristan sabía que su tiempo se agotaba, pero su deber era claro: asegurar la fuga de Agatha.
La pelea continuaba, y Barristan, con cada golpe, sentía que la batalla se tornaba más difícil. Pero su determinación no flaqueaba. Sabía que debía aguantar, al menos el tiempo suficiente para que Agatha y la dragona pudieran escapar.
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Agatha se movía con cautela por los pasillos, sabiendo que cada segundo contaba. El sonido de los guardias y el sabueso la habían retrasado, pero ahora, al fin, se encontraba cerca del lugar donde su dragona estaba cautiva. Su corazón latía con fuerza, no solo por la adrenalina del escape, sino también por la tristeza que sentía al ver el maltrato que su compañera había sufrido.
Al llegar a la fosa donde la dragona descansaba, Agatha se detuvo un momento, observando la figura de la criatura. La dragona, una joven de escamas blancas, estaba acostada sobre el suelo frío, su respiración débil y entrecortada. Agatha notó las marcas de desnutrición, las heridas mal curadas y la falta de cuidados que debería haber recibido. La rabia y la tristeza se mezclaban en su pecho.
—Lo siento, amiga mía...- susurró Agatha, acercándose con cautela, para no asustarla. La dragona levantó la cabeza débilmente, sus ojos brillando con una luz apagada.
Agatha, con manos temblorosas pero decididas, comenzó a cortar las cadenas que la mantenían cautiva. Cada movimiento era preciso, aunque su mente estaba centrada en algo más grande: la libertad de su amiga y su propia huida. La dragona, al principio débil, comenzó a moverse lentamente, reconociendo a su compañera y respondiendo a su toque.
De repente, tres guardias aparecieron en la entrada, alertados por el sonido de la liberación. Agatha se giró rápidamente, tomando una postura defensiva.
—¡No!- gritó uno de los guardias, levantando su arma para atacar.
Pero antes de que pudieran hacer algo, la dragona, ahora con más fuerza, rugió con furia. En un abrir y cerrar de ojos, las garras de la criatura se clavaron en los guardias, destrozándolos en un instante. La dragona, aunque débil, estaba dispuesta a defender a su amiga a toda costa.
Agatha, sorprendida por la rapidez de la reacción, no perdió tiempo. Corrió hacia la dragona, montándose en su lomo. La criatura, con esfuerzo, comenzó a levantarse, sus alas extendiéndose lentamente. Agatha sintió cómo la dragona luchaba por mantenerse en pie, pero su determinación era clara.
—Vamos, amiga, podemos hacerlo - murmuró Agatha, abrazándose con fuerza a su dragona.
La dragona, con un esfuerzo tremendo, comenzó a correr hacia la salida. El sonido de las alas rompiendo el aire era todo lo que Agatha necesitaba para saber que estaban en movimiento. La dragona, aunque herida, logró despegarse del suelo, alzándose en el aire con un rugido que resonó por todo el palacio.
La luna brillaba en lo alto, iluminando el cielo, mientras la dragona y Agatha comenzaban su vuelo hacia Estrella Blanca, dejando atrás el palacio de Albagard.
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