Un breve recorrido en las diferentes historias que hemos construido...

 

En un mundo mágico.

Una noche de curiosidad infantil en la biblioteca llevó a Junior a conocer a una bruja, quien, sin que él lo supiera, se convertiría en su más grande amiga.
Apareció de forma insólita: de la nada.
Y sin advertir las consecuencias que sus acciones tendrían en la vida del pequeño genio, la bruja le abrió las puertas a un mundo nuevo y fantástico.

Gracias a ello, ahora Junior ocupaba su tiempo en asuntos más “sanos”, como aprender sobre magia y especializarse en todo tipo de hechizos conocidos y por haber. Sin embargo, este nuevo enfoque despertó en él ciertas dudas.

¿Cuál era su objetivo ahora?

Claramente, el que se había impuesto hace algunos años atrás ya no era el mismo.

Convertirse en el líder de la familia Phantomhive y ser reconocidoo ya no parecía ser lo que realmente deseaba… ahora había algo más interesante y mucho más grande.

Y si lo lograba, no solo sería gracias a su brillante intelecto, sino también a esa bruja que lo apoyaba en todo lo que hacía sin dudar: Bloom.

En otro mundo mágico...

En los vibrantes bosques del norte, Junior se encontró con una chica misteriosa, amistosa y mágica.
En los pocos minutos que compartieron, además de mostrarle que existía algo tan increíble como la magia, ella le tendió la mano sin reservas, ofreciéndole una amistad incondicional.

Y sin que se diera cuenta, algo bastante curioso para un genio como él, su corazón fue abriéndose lentamente. 

Tal vez confiar en alguien no estaba tan mal.

En un mundo... ¿con un ser sintético?

No lo soportaba.

Su sonrisa amplia, inquebrantablemente feliz.

Su forma de ser imprudente y crédula.

No parecía entender nada de lo que Junior decía.

“¡Váyase!”, y se acercaba. “¡Hable con propiedad!”, y respondía de manera tan informal que le provocaba dolor de cabeza. Incluso había llegado tan lejos como para abrazarlo, ¡abrazarlo a él, que detestaba que lo tocaran!

¿Qué había pasado por la mente de su padre para contratarle un “niñero”?

¡Como si Junior tuviera cinco años!

¡Y ni siquiera a esa edad había necesitado de uno; ya podía atarse los cordones de los zapatos por sí mismo!

Aunque podía comprender las razones de su padre para incrementar la seguridad en la casa. A fin de cuentas, la familia Phantomhive tenía muchos enemigos, Junior solo deseaba que ese extraño hombre-robot se mantuviera lo más lejos posible.

Sin embargo, con el paso del tiempo, aquel peculiar adolescente, con su manera única de ser, fue abriéndose paso en el corazón de Junior sin que él lo notara.
Ahora, cada vez que lo veía tan alegre y efusivo, lo alejaba como siempre, pero, en el fondo, ya no lo encontraba tan molesto.

“Quisiera ser su amigo”, pensaba a veces. Pero los amigos no se usan como peones en un tablero de ajedrez. Por eso, ellos nunca serían amigos.

Junior jamás tendría amigos.

Pero esa aseveración se debilitaba con el tiempo que transcurrían juntos.

En un mundo donde las emociones florecen.

La curiosidad por conocer más allá de las cuatro paredes de la mansión Phantomhive lo llevó a infiltrarse en una mascarada.
Sin mucho preámbulo: fue una decepción.
Lo único que Junior pudo rescatar de aquella noche fue a un hombre, cuyo rostro permanecía oculto tras una máscara. Había algo en él que transmitía una melancolía tan profunda que Junior, de algún modo, sintió una conexión inmediata, y tal vez por eso lo recordó más de lo que debía.

Sorprendentemente, mientras paseaba por el pueblo cercano a la mansión, volvió a encontrarse con aquel hombre melancólico.

Esta vez, sin máscaras de por medio, pudo ver su rostro, y él, a su vez, vio el suyo.

La identidad de Junior corría peligro, pero logró evadir las preguntas con maestría. Sin embargo, al retirarse, una torpeza —quizá heredada de su padre, el conde Phantomhive— lo hizo tropezar y caer, lastimándose el tobillo. Incapaz de regresar por su cuenta, se vio humillantemente obligado a depender de aquel hombre, quien incluso lo cargó hasta la planta alta de la mansión.

Durante las noches siguientes, Junior se sintió abrumado por la vergüenza al recordar el incidente, aunque su naturaleza práctica lo llevó rápidamente a desechar esos pensamientos para enfocarse en algo más productivo.

Los años pasaron, y el recuerdo de aquel hombre melancólico, amable y cálido, se diluyó en el mar de pensamientos del ahora adulto genio. Su pseudónimo quedó olvidado; ahora usaba su verdadero nombre, dejando atrás ese capricho infantil (o más bien trauma), pues se había presentado oficialmente a la sociedad como el herededo del conde Phantomhive.

 Y en una fría noche londinense, Jean volvió a encontrarse nuevamente con aquel hombre.
“Se ve mejor”, pensó, sorprendido por la alegría que le provocaba verlo de nuevo y claramente distinto; ya no parecía ese hombre meláncolico.

Pero a igual que él, Jean había cambiado con el paso de los años. Su cinismo se había incrementado y no titubeaba cuando debía manipular o usar a una persona para su conveniencia; además, era un Phantomhive hasta la médula: un águila que, al visualizar a una presa, se lanzaba sin vacilar. Por eso, al instante se dio cuenta que el señor Heinrich era una presa fácil.

“Un peón. Útil hasta cierto punto.”

Sin embargo, algo lo detenía de utilizarlo por completo.

Tal vez era su naturaleza amable; él lo había ayudado antes, entonces ahora, de alguna manera, tenía que devolverle el favor.

Además... su calidez lo atraía irremediablemente, como una polilla a la luz.

Realmente, Jean no estaba seguro de cómo proceder con este hombre.

Era la primera vez que un dilema así de fuerte se interponía en su camino.

Al final, ¿a dónde lo llevaría esto?

En un mundo donde tú y yo nos conocimos.

—Estimado o estimada compañera de aventuras… Hoy me permito romper la cuarta pared para dirigirte unas breves, pero emotivas palabras.

Con una expresión serena, caminó tranquilamente hacia su sillón favorito en la biblioteca. Una vez acomodado, retomó su discurso.

—El año está a punto de llegar a su fin, y al mirar atrás, me siento feliz de haber tomado la decisión de establecerme en este sitio. Gracias a ello, he tenido el privilegio de conocer a personas maravillosas, entre ellas, a ti. Eso, sin duda, es un regalo invaluable que llevaré siempre conmigo.

Alzó su mano izquierda, y con un sonoro ¡PLOM!, apareció una copa repleta de champán, brillante y espumante.

—Por eso, te deseo un próspero y feliz Año Nuevo —añadió con una sonrisa brillante, levantando la copa en un brindis simbólico hacia el frente. —Gracias por permitirme conocerte.