Me voy, con esta sonrisa que engaña al espejo,
como quien oculta en el gesto un abismo,
sin dejar más que el eco de un susurro,
como un adiós que nunca se escucha.
Fue el 26 de diciembre, el día más oscuro,
la fecha marcada en mi pecho como una herida,
el instante en que tomé una decisión tan honda
que activó una alarma cuyo eco aún no sé cuándo llegará.
Ese día, coronel de mis propias misiones,
di la orden de iniciar esta guerra interna,
de enfrentar al corazón contra el frío juicio,
y desde entonces arden mis trincheras de dudas.
He sido fuego y silencio, estallido y calma,
un soldado en un campo que nadie ha visto,
con la armadura rota y la mirada perdida,
luchando entre razón y latido,
cuerpo y espíritu, vida y vacío.
Así me despido, sin cartas ni promesas,
con esta sonrisa que no ofrece respuestas.
Que el vacío me acoja y el silencio me envuelva,
quizá allí, al final de esta guerra,
haya paz para el sueño, descanso sin fin.
Para vosotros, de nosotros, una muerte pactada y yo. ~G.W