¿Cuál es el punto límite que indica el exceso de violencia en un relato? ¿Cuando los eventos son demasiado explícitos, o cuando se obliga al lector a tener que forzar la imaginación para comprender cuanto daño ha sufrido el personaje violentado?
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
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Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Akane volvió.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.