Sus vacaciones habían llegado por fin. Llevaba ya una temporada necesitando un respiro, demasiado estrés y poco descanso y ahora iba a ponerle solución. Había desactivado por completo la alarma, así que cuando se levantó ya estaba bien entrada la mañana. Se sentó a tomarse un bol de cereales, tranquilamente, sentado en el sofá, mirando a la nada misma, relajado. Tomó su móvil, chequeando si tenía algún mensaje o, incluso, llamada perdida. Suspiró al ver que no. Siguió comiendo entonces, como si nada. Fue entonces cuando Spinel, su gato, alzó la cabeza para quedarse mirando a la puerta de casa, maullando. Danny lo miró, frunciendo el ceño.

 

—¿Ocurre algo, chico? —preguntó, alzando las cejas. De pronto sonó el timbre, lo que hizo que Danny se extrañase incluso más. Aún así se levantó y se fue hacia la puerta, abriendo esta. Para su sorpresa no había nadie. En su lugar había un libro enorme en el suelo, con una nota pegada a la portada en la que se leía: Daniel Bishop. El chico tomó el libro, mirándolo atentamente. —¿Bishop? —aún así se metió en casa con el libro, cerrando la puerta tras de sí. 

 

Se sentó de nuevo en el sofá, abriendo aquel tomo, ojeando el mismo. Pero lo único que encontró fueron páginas en blanco, una tras otra, sin cesar. Extrañado siguió pasando las hojas, esperando encontrar algo. Debía ser una broma o...

 

—Otra vez no, por favor, ya basta —dejó el libro sobre la mesa, pasándose las manos por la cara. Se estaba empezando a agobiar, desde luego. De repente las páginas del libro comenzaron a pasarse solas, hasta llegar a una que sí estaba escrita. —Y una mierda… —murmuró, volviendo a tomar el libro. Leyó atentamente aquella página, curioso.

 

—𝐸𝑥𝑝𝑒𝑟𝑔𝑖𝑠𝑐𝑖𝑚𝑖𝑛𝑖 𝑞𝑢𝑖𝑑 𝑖𝑎𝑚 𝑎𝑘𝑎𝑘𝑒𝑛, 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑒𝑟𝑡𝑒 𝑠𝑎𝑐𝑟𝑎𝑠 𝑝𝑜𝑡𝑒𝑠𝑡𝑎𝑡𝑒𝑠, 𝑟𝑒𝑠𝑡𝑖𝑡𝑢𝑒 𝑞𝑢𝑜𝑑 𝑜𝑙𝑖𝑚 𝑎𝑚𝑖𝑠𝑠𝑢𝑚 𝑒𝑡 𝑎𝑑𝑖𝑢𝑣𝑎 𝑚𝑒 𝑣𝑖𝑎𝑚 𝑚𝑒𝑎𝑚 𝑖𝑛𝑣𝑒𝑛𝑖𝑟𝑒 —dijo en voz alta, lentamente. Sintió entonces un leve mareo. El libro, una vez más, comenzó a pasar las páginas solo, a la par que estas se iban escribiendo poco a poco. —¿Qué está pasando? —se puso de pie, retrocediendo un par de pasos, con los ojos fijados en el libro.

 

—Es magia —se escuchó una voz cerca de él. Cuando Danny se giró lo único que vio fue a su gato. —Oh, no me mires así, es verdad lo que te digo —el chico volvió a retroceder, para entonces girarse hacia la cocina. Se fue directo a uno de los muebles, sacando sus antipsicóticos. —Daniel, no estás loco —hizo una leve pausa. —Perdón, quería decir enfermo, no estás enfermo. ¡Eres un brujo!

 

—Oh, claro, por supuesto. Eso tiene mucho más sentido —ya estaba sacando un par de pastillas para tomarlas.

 

—Vale, no me crees a mí, pero cree al libro —le hizo un gesto, señalando al mismo. Este por fin se había detenido en una página cuyo título llamó la atención de Danny.

 

—El legado de los Bishop… —no sabía por qué, pero se sentía atraído por aquello. Así pues se puso a leer, volviendo a tomar asiento. —Los Bishop se remontan al principio de la magia, siendo una de las primeras familias de brujas de la historia… —comenzó a leer, cada vez necesitando saber más. —Esto dice que han estado en los mayores eventos mágicos de la historia, incluidas las cazas de brujas…

 

—Exacto. Y tú eres un Bishop, por eso estoy yo aquí. Soy tu familiar, tu bestia guardiana —Danny lo miró con una ceja arqueada, algo incrédulo. —En el fondo me crees, igual que al libro, y lo sabes —suspiró entonces el chico, volviendo a dejar el libro en la mesa.

 

—Entonces… Todas las alucinaciones, los delirios y todo eso… ¿Es real? —el gato asintió y, ante aquello, el chico volvió a suspirar. 

 

—Vaya, no pareces muy aliviado de sufrir ninguna enfermedad mental —le dijo entonces con tono sarcástico, mientras se acercaba un poco al chico.

 

—No sé qué prefiero, si que todo lo que he visto a lo largo de mi vida sean alucinaciones o que sea todo real. Son cosas que… Le quitarían el sueño a cualquiera —se puso de pie, paseándose un poco por la habitación. —Vale… ¿Ahora qué?

 

—Bueno, ahora debes entrenar para aprender a controlar tus poderes y entonces podrás proteger a los inocentes —una vez más se quedó mirando al gato, parpadeando un par de veces.

 

En esos momentos Danny no se imaginaba el giro que su iba acababa de dar, pero sin duda su vida se iba a poner patas arriba.