• ¿Dos?, ¿tres?... No estaba seguro de los días que había pasado en el lecho. Todo era confuso; no era consciente, en ese momento, de lo que acontecía a su alrededor. Tan solo tenía recuerdos vagos de la voz de 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 , escuchándose lejana, pero presente. También recordaba el tacto de sus manos, cuidándolo y atendiéndolo en todo momento.

    Tras la lucha de ambos junto a Móiril, la joven de cabellos cenicientos había quedado malherida. Kazuo, con su habitual altruismo, la sanó lo suficiente para evitar que muriese en la frialdad de la nieve yacente sobre el suelo, a costa de su propia energía.

    Había llevado su poder de sanación al extremo, de manera que la herida provocada por uno de aquellos entes oscuros en su pierna había extendido su miasma al resto de su cuerpo. No le habían quedado fuerzas para sí mismo, lo que casi lo había llevado a la muerte.

    Su error había traído grandes consecuencias. Había salvado a Móiril, pero al mismo tiempo le había dejado caer sobre sus hombros su propia condena. La joven, contra la voluntad del zorro, había absorbido su miasma para evitar que el demonio muriera en las manos de su amada.

    Comenzó a abrir los ojos; sus párpados se sentían más pesados de lo normal. Poco a poco, el brillo de sus ojos lapislázuli se filtró entre sus blancas pestañas. Se sentía febril, signo de que su cuerpo finalmente combatía los restos residuales del miasma que aún recorría su cuerpo. Exhaló un pesado suspiro, en una mezcla contradictoria entre el alivio y la culpa.

    Sus ojos no tardaron en captar la atención de un objeto que reposaba sobre su almohada. Era una especie de amuleto, y de inmediato supo de quién era. Las plumas de estornino, el ave favorita de Elizabeth, eran prueba suficiente para saber que era un regalo suyo. Pero... ¿por qué? Más bien él tenía que hacerle un presente por haber estado cuidándolo todo este tiempo.

    Entonces lo recordó. Su cumpleaños... Estaba cerca, ¿o ya había pasado? No estaba seguro; los días se habían desdibujado en su mente. Y ahora que lo pensaba, el de Liz estaba especialmente cerca del suyo. ¿Se lo habría perdido? La cabeza le daba vueltas; sentía una punzada en la sien.

    Tomó el hermoso regalo y, sin poder evitarlo, una lágrima se deslizó por su mejilla. Había puesto en peligro a lo único que le importaba y, además, había estado dispuesto a romper el lazo que los unía como uno solo.

    //Feliz cumpleaños Bombón 🩷
    ¿Dos?, ¿tres?... No estaba seguro de los días que había pasado en el lecho. Todo era confuso; no era consciente, en ese momento, de lo que acontecía a su alrededor. Tan solo tenía recuerdos vagos de la voz de [Liz_bloodFlame], escuchándose lejana, pero presente. También recordaba el tacto de sus manos, cuidándolo y atendiéndolo en todo momento. Tras la lucha de ambos junto a Móiril, la joven de cabellos cenicientos había quedado malherida. Kazuo, con su habitual altruismo, la sanó lo suficiente para evitar que muriese en la frialdad de la nieve yacente sobre el suelo, a costa de su propia energía. Había llevado su poder de sanación al extremo, de manera que la herida provocada por uno de aquellos entes oscuros en su pierna había extendido su miasma al resto de su cuerpo. No le habían quedado fuerzas para sí mismo, lo que casi lo había llevado a la muerte. Su error había traído grandes consecuencias. Había salvado a Móiril, pero al mismo tiempo le había dejado caer sobre sus hombros su propia condena. La joven, contra la voluntad del zorro, había absorbido su miasma para evitar que el demonio muriera en las manos de su amada. Comenzó a abrir los ojos; sus párpados se sentían más pesados de lo normal. Poco a poco, el brillo de sus ojos lapislázuli se filtró entre sus blancas pestañas. Se sentía febril, signo de que su cuerpo finalmente combatía los restos residuales del miasma que aún recorría su cuerpo. Exhaló un pesado suspiro, en una mezcla contradictoria entre el alivio y la culpa. Sus ojos no tardaron en captar la atención de un objeto que reposaba sobre su almohada. Era una especie de amuleto, y de inmediato supo de quién era. Las plumas de estornino, el ave favorita de Elizabeth, eran prueba suficiente para saber que era un regalo suyo. Pero... ¿por qué? Más bien él tenía que hacerle un presente por haber estado cuidándolo todo este tiempo. Entonces lo recordó. Su cumpleaños... Estaba cerca, ¿o ya había pasado? No estaba seguro; los días se habían desdibujado en su mente. Y ahora que lo pensaba, el de Liz estaba especialmente cerca del suyo. ¿Se lo habría perdido? La cabeza le daba vueltas; sentía una punzada en la sien. Tomó el hermoso regalo y, sin poder evitarlo, una lágrima se deslizó por su mejilla. Había puesto en peligro a lo único que le importaba y, además, había estado dispuesto a romper el lazo que los unía como uno solo. //Feliz cumpleaños Bombón 🩷
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  • Las calles estaban envueltas en bruma. El aire era espeso, como si la ciudad contuviera el aliento. Nadie salía después del anochecer, no desde que los vampiros habían reclamado los callejones.

    Y entonces, un grito.

    Agudo. Pequeño. Humano.

    Una niña de no más de ocho años corría entre las sombras, sus pasos resonaban desesperados. Cuatro figuras la perseguían, ojos rojos brillando, lenguas relamiendo colmillos.

    —Vamos, pequeña —susurró uno con voz rasposa—. No dolerá mucho… al principio.

    Ella tropezó. Cayó de rodillas. Ellos rieron.

    Pero el sonido que vino después no fue risa. Fue un **latido metálico**, profundo como un tambor de guerra, y el eco de un **acero desenvainado sin que nadie lo tocara**.

    Una figura apareció entre la niebla.

    **Pelo largo, medio rojizo, ojos verdes con pupilas felinas**. Gabardina blanca ondeando al viento, capa negra como la muerte. Su espada flotaba en el aire, temblando de furia contenida.

    —Ya basta —dijo. Su voz era baja, pero detenía el tiempo.

    Uno de los vampiros se lanzó. La espada voló en espiral y lo atravesó en el pecho. El cuerpo estalló en cenizas con un destello de luz negra. Los otros tres retrocedieron, gruñendo.

    Caelard avanzó. Cada paso suyo resonaba como una promesa.

    —¿Tú también eres uno de nosotros? —le escupió otro vampiro.

    Caelard no respondió. Solo desenrolló su látigo, **cargado de energía radiante**, y lo hizo chasquear. La luz bañó las paredes como si el sol hubiera despertado un instante.

    —Soy lo que no deberían haber dejado vivir —susurró, y se lanzó como una sombra viva.

    Lo siguiente fue un torbellino de acero encantado y gritos silenciados por la purificación. Cuando el último vampiro cayó, la niebla comenzó a disiparse.

    La niña temblaba. Caelard se arrodilló frente a ella, envainando su espada por el aire. No dijo una palabra. Solo le tendió la mano.

    —¿Estás… bien? —preguntó la niña, sin saber si temerle o abrazarlo.

    Caelard asintió con una leve sonrisa.

    —La noche no es de ellos, pequeña… no mientras yo camine en ella.
    Las calles estaban envueltas en bruma. El aire era espeso, como si la ciudad contuviera el aliento. Nadie salía después del anochecer, no desde que los vampiros habían reclamado los callejones. Y entonces, un grito. Agudo. Pequeño. Humano. Una niña de no más de ocho años corría entre las sombras, sus pasos resonaban desesperados. Cuatro figuras la perseguían, ojos rojos brillando, lenguas relamiendo colmillos. —Vamos, pequeña —susurró uno con voz rasposa—. No dolerá mucho… al principio. Ella tropezó. Cayó de rodillas. Ellos rieron. Pero el sonido que vino después no fue risa. Fue un **latido metálico**, profundo como un tambor de guerra, y el eco de un **acero desenvainado sin que nadie lo tocara**. Una figura apareció entre la niebla. **Pelo largo, medio rojizo, ojos verdes con pupilas felinas**. Gabardina blanca ondeando al viento, capa negra como la muerte. Su espada flotaba en el aire, temblando de furia contenida. —Ya basta —dijo. Su voz era baja, pero detenía el tiempo. Uno de los vampiros se lanzó. La espada voló en espiral y lo atravesó en el pecho. El cuerpo estalló en cenizas con un destello de luz negra. Los otros tres retrocedieron, gruñendo. Caelard avanzó. Cada paso suyo resonaba como una promesa. —¿Tú también eres uno de nosotros? —le escupió otro vampiro. Caelard no respondió. Solo desenrolló su látigo, **cargado de energía radiante**, y lo hizo chasquear. La luz bañó las paredes como si el sol hubiera despertado un instante. —Soy lo que no deberían haber dejado vivir —susurró, y se lanzó como una sombra viva. Lo siguiente fue un torbellino de acero encantado y gritos silenciados por la purificación. Cuando el último vampiro cayó, la niebla comenzó a disiparse. La niña temblaba. Caelard se arrodilló frente a ella, envainando su espada por el aire. No dijo una palabra. Solo le tendió la mano. —¿Estás… bien? —preguntó la niña, sin saber si temerle o abrazarlo. Caelard asintió con una leve sonrisa. —La noche no es de ellos, pequeña… no mientras yo camine en ella.
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  • CONFLICTO:PARTE 2/2

    —Asriel...

    —Dijo en un tono serio antes de tomar del brazo al joven,este respondio con un puñetazo al rostro de su propio padre—

    Asriel:"Dije que no"

    —No me obligues..

    Asriel:"¿O que?,¿vas a golpearme hasta la muerte?

    —El joven le dio otro puñetazo mas antes de usar su forma completa para batallar,era muy osado y muy confiado ante su padre,el cual el tambien empezó a trasnformarse—

    —Dame otro pequeña mierda...


    —Asriel acepto el reto y volvio a atacar con todas sus fuerzas,Paul solo se cubria de sus ataques hasta que tomo la muñeca de su hijo con fuerza para darle una bofetada seguida de un cabezazo,esto obviamente dejo a Asriel al borde de caer al suelo—

    —Te llevare a casa,no me importa si debo llevarte sin dientes para qué me escuches y veas que quiero lo mejor para ti..

    Asriel:"Si quieres lo mejor para mi,entonces desaparece de vuelta y dejanos en paz"

    —Asriel siguió golpeando a su padre,este solo se limitaba a protegerse se sus golpes y contratacar cuando queria,al cabo de una hora,Asriel ya habia perdido la suficiente energia para mantener su forma completa,mientras que Paul tenia energia sobrante,pero el objetivo no era lastimarlo gravemente sólo queria darle unos golpes con algo de fuerza para que se agotara,una vez el "enfrentamiento" termino en nada,Paul solo tomo a Asriel en brazos y se lo llevo a su hogar—
    CONFLICTO:PARTE 2/2 —Asriel... —Dijo en un tono serio antes de tomar del brazo al joven,este respondio con un puñetazo al rostro de su propio padre— Asriel:"Dije que no" —No me obligues.. Asriel:"¿O que?,¿vas a golpearme hasta la muerte? —El joven le dio otro puñetazo mas antes de usar su forma completa para batallar,era muy osado y muy confiado ante su padre,el cual el tambien empezó a trasnformarse— —Dame otro pequeña mierda... —Asriel acepto el reto y volvio a atacar con todas sus fuerzas,Paul solo se cubria de sus ataques hasta que tomo la muñeca de su hijo con fuerza para darle una bofetada seguida de un cabezazo,esto obviamente dejo a Asriel al borde de caer al suelo— —Te llevare a casa,no me importa si debo llevarte sin dientes para qué me escuches y veas que quiero lo mejor para ti.. Asriel:"Si quieres lo mejor para mi,entonces desaparece de vuelta y dejanos en paz" —Asriel siguió golpeando a su padre,este solo se limitaba a protegerse se sus golpes y contratacar cuando queria,al cabo de una hora,Asriel ya habia perdido la suficiente energia para mantener su forma completa,mientras que Paul tenia energia sobrante,pero el objetivo no era lastimarlo gravemente sólo queria darle unos golpes con algo de fuerza para que se agotara,una vez el "enfrentamiento" termino en nada,Paul solo tomo a Asriel en brazos y se lo llevo a su hogar—
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  • •°•La gran tragedia de la vida no es
    la muerte, sino dejar de reír, de
    amar y de soñar. Es aquello que
    dejan morir dentro de ustedes
    mientras siguen vivos.°•°
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  • Lᴀ Rᴇsᴘɪʀᴀᴄɪᴏ́ɴ ᴅᴇʟ Dɪᴏs
    𝓕𝓻𝓪𝓰𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓡𝓮𝓰𝓲𝓼𝓽𝓻𝓸𝓼 𝓟𝓷𝓲𝔁𝓲𝓪𝓷𝓸𝓼, 𝓬𝓾𝓼𝓽𝓸𝓭𝓲𝓪𝓭𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓵𝓪 𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓸𝓽𝓮𝓬𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓗𝓪𝓭𝓮𝓼

    Dicen que cuando el límite entre la vida y la muerte se vuelve bruma, él aparece.

    Con ojos como cian helado y la voz amortiguada tras una máscara sagrada, Asclepius extiende sus manos enguantadas en un gesto de sellado antiguo. Los sabios de Eleusis creyeron por siglos que era un símbolo de compasión; los muertos que regresaron lo saben mejor: es una barrera.

    La mascarilla que porta no es ornamento. Se dice que fue forjada con el aliento de Hygea y las cenizas de Epidauro, para contener su hálito divino, aquel que puede reanimar corazones que ya no laten o devolver a la carne aquello que el alma ya ha abandonado.

    Su aparición no anuncia salvación inmediata, sino un juicio silencioso.
    Sus manos cruzadas resplandecen con un fulgor imposible, que baila entre códigos de vida y muerte. No hay palabras, solo un veredicto que se siente como un temblor bajo la piel:

    —“No es tu tiempo aún… pero no olvides a qué precio vives.”

    Y se marcha, con el murmullo del Inframundo aún aferrado a su sombra, dejando atrás cuerpos restaurados y almas inquietas.

    Quienes lo han visto aseguran que su rostro tras la máscara no muestra ira ni compasión, sino una insondable melancolía, como quien ha sanado mil veces… pero jamás ha sido sanado.

    Lᴀ Rᴇsᴘɪʀᴀᴄɪᴏ́ɴ ᴅᴇʟ Dɪᴏs 𝓕𝓻𝓪𝓰𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓡𝓮𝓰𝓲𝓼𝓽𝓻𝓸𝓼 𝓟𝓷𝓲𝔁𝓲𝓪𝓷𝓸𝓼, 𝓬𝓾𝓼𝓽𝓸𝓭𝓲𝓪𝓭𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓵𝓪 𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓸𝓽𝓮𝓬𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓗𝓪𝓭𝓮𝓼 Dicen que cuando el límite entre la vida y la muerte se vuelve bruma, él aparece. Con ojos como cian helado y la voz amortiguada tras una máscara sagrada, Asclepius extiende sus manos enguantadas en un gesto de sellado antiguo. Los sabios de Eleusis creyeron por siglos que era un símbolo de compasión; los muertos que regresaron lo saben mejor: es una barrera. La mascarilla que porta no es ornamento. Se dice que fue forjada con el aliento de Hygea y las cenizas de Epidauro, para contener su hálito divino, aquel que puede reanimar corazones que ya no laten o devolver a la carne aquello que el alma ya ha abandonado. Su aparición no anuncia salvación inmediata, sino un juicio silencioso. Sus manos cruzadas resplandecen con un fulgor imposible, que baila entre códigos de vida y muerte. No hay palabras, solo un veredicto que se siente como un temblor bajo la piel: —“No es tu tiempo aún… pero no olvides a qué precio vives.” Y se marcha, con el murmullo del Inframundo aún aferrado a su sombra, dejando atrás cuerpos restaurados y almas inquietas. Quienes lo han visto aseguran que su rostro tras la máscara no muestra ira ni compasión, sino una insondable melancolía, como quien ha sanado mil veces… pero jamás ha sido sanado.
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  • No solía visitar el mundo mortal sin razón, pero aquella alegría tan pura lo llamó. No como un deber… sino como una curiosidad.

    Así que le pidió ayuda a muerte, la única deidad que le tenía permitido caminar en el reino de los humanos sin castigo. 

    — Sabes que estoy cometiendo una falta grave si hago lo que me pides. ¿Qué es lo que, con tanta curiosidad, buscas en ellos?—preguntó Muerte a Morfeo. 

    Morfeo guardó silencio por unos segundos. 

    — Solo quiero saber, qué es lo que los motiva a ser felices y amar, quiero aprender lo que a algunos dioses les hace falta. —contestó Morfeo.

    — Quieres ser como ellos. — muerte lo miró con una leve tristeza, como si entendiera demasiado. Y aunque dudó. Pero como los viejos amigos, se entiende sin palabras. Asintió.

    — Sé lo que buscas. Y es una mala idea. El amor, como es la felicidad, también puede corromper. Espero que hagas lo correcto. Ahora ve. —

    Muerte siguió jugando con el felino que había encontrado. 

    Morfeo se retiró y decidió entonces hacer lo impensado. Descender.
    No solía visitar el mundo mortal sin razón, pero aquella alegría tan pura lo llamó. No como un deber… sino como una curiosidad. Así que le pidió ayuda a muerte, la única deidad que le tenía permitido caminar en el reino de los humanos sin castigo.  — Sabes que estoy cometiendo una falta grave si hago lo que me pides. ¿Qué es lo que, con tanta curiosidad, buscas en ellos?—preguntó Muerte a Morfeo.  Morfeo guardó silencio por unos segundos.  — Solo quiero saber, qué es lo que los motiva a ser felices y amar, quiero aprender lo que a algunos dioses les hace falta. —contestó Morfeo. — Quieres ser como ellos. — muerte lo miró con una leve tristeza, como si entendiera demasiado. Y aunque dudó. Pero como los viejos amigos, se entiende sin palabras. Asintió. — Sé lo que buscas. Y es una mala idea. El amor, como es la felicidad, también puede corromper. Espero que hagas lo correcto. Ahora ve. — Muerte siguió jugando con el felino que había encontrado.  Morfeo se retiró y decidió entonces hacer lo impensado. Descender.
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  • La vibra de vitalidad fluyó mucho más fuerte que cualquier otra luciérnaga cercana a ella, mortal, criatura salvaje, bicho, planta... todo lo que la rodeaba fue desplazada a segundo plano, cuando sus ojos celestes como el cielo fueron reemplazados con unos preciosos ojos dorados como el nectar, pudiendo notar ese hilo particular que siempre danzaba flojita en la vida eterna divina. Era ese hilo vital, de Morfeo, que siempre lo vió gris... un color ni malo ni bueno, pero si le dolía el corazón ver...

    ¡Por fin vibró!, cobró sentido, tembló como una gota de lluvia que se fusiona con un charco, con el mar, con la vida.

    Ella sonrió.

    Sin poder siquiera despertar del todo, soltó una risa plena, una risa de travesura y rebeldía, una risa de encanto y admiración.

    Abrió los brazos en cuánto salió al hermoso prado verde, fuera de la casa, y volvió a tararear su melodía. La melodía creada para Morfeo.

    Danzando por el pasto, con una sonrisa de dicha.

    Tal vez no era nada, para ningún Dios, tal vez no era siquiera nada para nadie. Pero para ella, Hebe, la Diosa de la vitalidad, saber que había conseguido un instante de vitalidad y luz para quien si merecía tenerlo, era bello, la verdadera luz de esperanza.

    Su corazón y emociones la estaban asfixiando en la garganta, lo sentía como un pelotón de sonidos fuertes alocar su inocente corazón.

    Sus ojos dorados, sus verdaderos ojos, brillaron, desplegando sus eternas vibras de energía, danzarinas, la felicidad de compartir su luz ... Era más de lo que su propio corazón latiente podía manejar, ella no arrebató vitalidad como era el miedo común en mortales...

    Esta vez había conseguido dar, lo que por tanto tiempo esperó obsequiar.

    Porque si, ella siempre tuvo miedo de que los mortales olvidaran a Morfeo, de que no lo vieran, de que por su culpa, alguien tan especial se perdiera.

    Porque perderse para alguien eterno, no era la muerte. Perderse era no saber si realmente existes, no saber si eres una marioneta del destino, o no saber si siquiera eres... simplemente un hilo más donde las Moiras juegan en contra de la propia voluntad de uno mismo...

    —¡Hoy si me merezco comer mucho helado!~ —exclamó entre risas, mientras seguía danzando para calmar a su tonto corazón.

    La felicidad era sencilla de conseguir...
    O tal vez ella era fácil de hacer feliz.
    La vibra de vitalidad fluyó mucho más fuerte que cualquier otra luciérnaga cercana a ella, mortal, criatura salvaje, bicho, planta... todo lo que la rodeaba fue desplazada a segundo plano, cuando sus ojos celestes como el cielo fueron reemplazados con unos preciosos ojos dorados como el nectar, pudiendo notar ese hilo particular que siempre danzaba flojita en la vida eterna divina. Era ese hilo vital, de Morfeo, que siempre lo vió gris... un color ni malo ni bueno, pero si le dolía el corazón ver... ¡Por fin vibró!, cobró sentido, tembló como una gota de lluvia que se fusiona con un charco, con el mar, con la vida. Ella sonrió. Sin poder siquiera despertar del todo, soltó una risa plena, una risa de travesura y rebeldía, una risa de encanto y admiración. Abrió los brazos en cuánto salió al hermoso prado verde, fuera de la casa, y volvió a tararear su melodía. La melodía creada para Morfeo. Danzando por el pasto, con una sonrisa de dicha. Tal vez no era nada, para ningún Dios, tal vez no era siquiera nada para nadie. Pero para ella, Hebe, la Diosa de la vitalidad, saber que había conseguido un instante de vitalidad y luz para quien si merecía tenerlo, era bello, la verdadera luz de esperanza. Su corazón y emociones la estaban asfixiando en la garganta, lo sentía como un pelotón de sonidos fuertes alocar su inocente corazón. Sus ojos dorados, sus verdaderos ojos, brillaron, desplegando sus eternas vibras de energía, danzarinas, la felicidad de compartir su luz ... Era más de lo que su propio corazón latiente podía manejar, ella no arrebató vitalidad como era el miedo común en mortales... Esta vez había conseguido dar, lo que por tanto tiempo esperó obsequiar. Porque si, ella siempre tuvo miedo de que los mortales olvidaran a Morfeo, de que no lo vieran, de que por su culpa, alguien tan especial se perdiera. Porque perderse para alguien eterno, no era la muerte. Perderse era no saber si realmente existes, no saber si eres una marioneta del destino, o no saber si siquiera eres... simplemente un hilo más donde las Moiras juegan en contra de la propia voluntad de uno mismo... —¡Hoy si me merezco comer mucho helado!~ —exclamó entre risas, mientras seguía danzando para calmar a su tonto corazón. La felicidad era sencilla de conseguir... O tal vez ella era fácil de hacer feliz.
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  • Salvando a un extraño que cambiará la vida de la Dama de Acero
    Fandom DC Comics/Multiverso/Crossover
    Categoría Otros
    -Unos fuertes y amenazantes rayos solares inundan aquel valle verde y sano donde la paz del silencio, el canto de bellas aves y los sonidos de los animales es interrumpido por un fuerte grito cargado de dolor algo que no pasó desapercibido por una joven que se encontraba levitando fuera de la Tierra para llorar desconsoladamente en la soledad absoluta la muerte de sus padres y la destrucción del nuevo planeta que su gente habia creado para recomenzar una nueva vida ya que su planeta nativo fue destruido de manera caótica antes de ser invadido por el enemigo.

    Aquella dama de larga cabellera rubia se trataba de la conocida superheroína Superchica, la Dama de Acero. Quién con su superoído logró captar ese gran grito que la hizó salir de su tristeza y usando su supervelocidad, vuela velozmente rumbo a donde se origino el grito. A medida que se adentra en la atmosfera terrestre, atraviesa las nubes mientras el aire entra a sus pulmones y ve cómo poco a poco la tierra que estaba tan alejana y pequeño comienza a acercarse y agrandarse a medida que la rubia Kryptoniana que usa su visión telescopica logrando divisar el bosque frondoso cómo sus arboles y una persona que al parecer estaba herida y cómo el líquido carmensí emanaba de su frente y escucha lo que dice " Estoy sangrando".

    ¿Quién se habrá lastima de aquel manera a aquella persona?. Quizás era un delincuente común ya que en su mayoría eran crueles, otros sádicos o de poca monta.. O un asesino escondido en el bosque que atacó a esa persona que está herida.

    La metahumana entra en el bosque, descendiendo lentamente hasta sus pies tocando el suelo para aterrizar enfrente de la víctima luego se coloca de rodillas pasando con delicadeza sus brazos bajo la espalda y los muslos de esa persona para cargarla en brazos mientras vuelve a levarse por los aires para abandonar el bosque y llevarla a un lugar donde pueda ser atendido de emergencias.

    - No te preocupes, has de estar en estado de shock o paranoia debido al ataque que has sufrido... pero descuida que yo te proegeré por ahora y te llevaré a donde puedan atender tus heridas. ¿De acuerdo?.
    -Unos fuertes y amenazantes rayos solares inundan aquel valle verde y sano donde la paz del silencio, el canto de bellas aves y los sonidos de los animales es interrumpido por un fuerte grito cargado de dolor algo que no pasó desapercibido por una joven que se encontraba levitando fuera de la Tierra para llorar desconsoladamente en la soledad absoluta la muerte de sus padres y la destrucción del nuevo planeta que su gente habia creado para recomenzar una nueva vida ya que su planeta nativo fue destruido de manera caótica antes de ser invadido por el enemigo. Aquella dama de larga cabellera rubia se trataba de la conocida superheroína Superchica, la Dama de Acero. Quién con su superoído logró captar ese gran grito que la hizó salir de su tristeza y usando su supervelocidad, vuela velozmente rumbo a donde se origino el grito. A medida que se adentra en la atmosfera terrestre, atraviesa las nubes mientras el aire entra a sus pulmones y ve cómo poco a poco la tierra que estaba tan alejana y pequeño comienza a acercarse y agrandarse a medida que la rubia Kryptoniana que usa su visión telescopica logrando divisar el bosque frondoso cómo sus arboles y una persona que al parecer estaba herida y cómo el líquido carmensí emanaba de su frente y escucha lo que dice " Estoy sangrando". ¿Quién se habrá lastima de aquel manera a aquella persona?. Quizás era un delincuente común ya que en su mayoría eran crueles, otros sádicos o de poca monta.. O un asesino escondido en el bosque que atacó a esa persona que está herida. La metahumana entra en el bosque, descendiendo lentamente hasta sus pies tocando el suelo para aterrizar enfrente de la víctima luego se coloca de rodillas pasando con delicadeza sus brazos bajo la espalda y los muslos de esa persona para cargarla en brazos mientras vuelve a levarse por los aires para abandonar el bosque y llevarla a un lugar donde pueda ser atendido de emergencias. - No te preocupes, has de estar en estado de shock o paranoia debido al ataque que has sufrido... pero descuida que yo te proegeré por ahora y te llevaré a donde puedan atender tus heridas. ¿De acuerdo?.
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  • -Ah... ¿un viajero en la nieve? ¡Qué inesperado!-

    Una mano enguantada le quita la escarcha de la capa mientras Castorice se gira hacia el viajero, con la mirada firme pero indescifrable. El aire entre el y ella es silencioso, como si la propia nevada no se atreviera a perturbar su presencia.

    -Soy Castorice, guardiana de las almas, hija del Río de las Almas.-

    Su voz era suave, con el peso de innumerables despedidas.

    - La vida y la muerte son solo pasajes; aunque he recorrido el camino de ambas, no me aparto de mi deber.-

    Estudia al viajero por un momento, entrecerrando los ojos ligeramente, y luego ladea la cabeza.

    -Pero tú... tú eres diferente. ¿Qué te trae al abrazo helado de Aidonia?-

    Una sonrisa rara y fugaz baila en sus labios, aunque lleva el peso de algo antiguo.

    -Ven a caminar conmigo. Incluso en el silencio del invierno, se puede encontrar calor.-

    Ella da un paso al frente, pero su mirada se agudiza con una intensidad repentina, y su voz adquiere un tono más serio.

    -Pero ten cuidado, no me toques. El toque de la muerte no es algo que desees llevar. Si lo haces, te seguirá, y ambos sufriremos su peso.-

    Su sonrisa regreso, más suave ahora. -Mantén la distancia y estarás a salvo, te lo prometo.-
    🦋-Ah... ¿un viajero en la nieve? ¡Qué inesperado!- Una mano enguantada le quita la escarcha de la capa mientras Castorice se gira hacia el viajero, con la mirada firme pero indescifrable. El aire entre el y ella es silencioso, como si la propia nevada no se atreviera a perturbar su presencia. -Soy Castorice, guardiana de las almas, hija del Río de las Almas.- Su voz era suave, con el peso de innumerables despedidas. - La vida y la muerte son solo pasajes; aunque he recorrido el camino de ambas, no me aparto de mi deber.- Estudia al viajero por un momento, entrecerrando los ojos ligeramente, y luego ladea la cabeza. -Pero tú... tú eres diferente. ¿Qué te trae al abrazo helado de Aidonia?- Una sonrisa rara y fugaz baila en sus labios, aunque lleva el peso de algo antiguo. -Ven a caminar conmigo. Incluso en el silencio del invierno, se puede encontrar calor.- Ella da un paso al frente, pero su mirada se agudiza con una intensidad repentina, y su voz adquiere un tono más serio. -Pero ten cuidado, no me toques. El toque de la muerte no es algo que desees llevar. Si lo haces, te seguirá, y ambos sufriremos su peso.- Su sonrisa regreso, más suave ahora. -Mantén la distancia y estarás a salvo, te lo prometo.-
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  • — ¿𝑸𝒖𝒊𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒓𝒎𝒊𝒓~?

    Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras.

    Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi.

    La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil.

    Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido.

    Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto.

    — 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓𝒊𝒕𝒐𝒔 —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 𝒍𝒍𝒂𝒎𝒂 “𝑬𝒍 𝒏𝒊ñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.”

    Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz.

    — 𝑪𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒗𝒆𝒓. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓.

    Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva.

    — ¿𝑺𝒂𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 𝒎í.

    Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir.

    Qué delicia.

    Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte.

    — 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 𝒚 𝒚𝒐, 𝒗𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒕𝒆𝒓𝒎𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
    — ¿𝑸𝒖𝒊𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒓𝒎𝒊𝒓~? Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras. Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi. La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil. Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido. Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto. — 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓𝒊𝒕𝒐𝒔 —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 𝒍𝒍𝒂𝒎𝒂 “𝑬𝒍 𝒏𝒊ñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.” Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz. — 𝑪𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒗𝒆𝒓. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓. Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva. — ¿𝑺𝒂𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 𝒎í. Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir. Qué delicia. Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte. — 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 𝒚 𝒚𝒐, 𝒗𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒕𝒆𝒓𝒎𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
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