(Anteriormente publique esta historia pero estaba incompleta, ahora está completa disfrútenlo).
Todo empezó una tarde como cualquier otra. El viento chocaba con las hojas de los árboles, y el sonido de los animales silvestres —aves, perros, gallinas— eranmi compañía. Nada fuera de lo común en un lugar rural.
Me encontraba solo en mi casa, sin nada que hacer. Estaba deslizando en mi teléfono cuando un pensamiento apareció como por arte de magia, un pensamiento que me hizo dejar de mirar videos sin sentido y llamar a un viejo amigo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, esperando una respuesta algo predecible.
—Nada —me respondió mi amigo sin emoción alguna.
—¿Qué te parece si vienes a mi casa? —respondí felizmente.
—De una —respondió mi amigo emocionado, para posteriormente colgar la llamada.
Me senté en la parte delantera de mi casa, esperando pacientemente a mi amigo, que no tardaba en llegar. Mientras pensaba en qué le iba a brindar de tomar, un grito me sacó de mi línea de pensamiento.
—Hola —dijo mi amigo con una sonrisa tatuada en su rostro.
—Hola, hermano. ¿Cómo te encuentras? Adelante, pasa —respondí algo sorprendido, pues él llegó más temprano de lo que había pensado.
Mi amigo entró y se sentó junto a mí. Tras un rato de recordar cosas de los viejos tiempos, le sugerí que saliéramos a dar un paseo por las montañas, a lo cual él accedió sin problema alguno.
Antes de partir, preparé una mochila que tenía cosas esenciales para una caminata de por lo menos una hora: agua, aperitivos y unos binoculares.
—¿Estás listo? —pregunté, a lo cual él contestó con mucha convicción:
—Nací listo.
Comenzamos a avanzar en dirección a unas montañas cercanas a mi casa. A medida que caminábamos, íbamos hablando de diversas cosas como conspiraciones, ciencia, tecnología y experiencias personales.
El terreno era muy árido; tenía muchas rocas, tierra seca, casi no existía vegetación, y, aparte, hacía un tremendo calor.
Al llegar a la cima de una montaña, un poco acalorado, le pregunté:
—¿Estás seguro de que quieres continuar?
Mi amigo se limitó a sonreír y a decirme:
—Vamos, soy un hombre, no un niño. Sigamos.
Él no lo sabía, pero ese comentario me había ofendido muchísimo, pues me encontraba un poco cansado y ese comentario me hizo sentir como si yo fuera un niño. Me molesté un poco, pero no le di tanta importancia. Tomamos un poco de agua y seguimos avanzando.
No faltaba mucho para el lugar de nuestro destino. Bajamos la montaña y nos dirigimos a un sendero que nos llevaría al lugar donde lo quería llevar. Tras caminar unos instantes, llegamos a una sección un poco incómoda, en la cual teníamos que adentrarnos en una montaña que tenía muchos árboles con espinas.
Mi amigo lo dudó un poco, pero luego decidió tomar la delantera. Subimos la montaña sin mayores contratiempos. En ese lugar nos esperaba una bella vista panorámica desde donde podíamos ver kilómetros y kilómetros de terrenos rurales. También desde allí teníamos vista al cementerio municipal y a un área que era reconocida por ser muy peligrosa, pues allí se comercializaban sustancias ilícitas, y nos habían comentado que no les gustan las visitas inesperadas. Ponle atención a este detalle porque es muy importante para más adelante.
Y allí estábamos, disfrutando de esa espectacular vista y del aire puro de ese lugar. Nos sentamos debajo de la sombra de un gran árbol y continuamos nuestra plática.
Mientras estábamos hablando, pudimos apreciar cómo el ambiente se volvía más pesado, pero esto no es como si nos importara mucho, pues estábamos concentrados en nuestra conversación.
—¿Te acuerdas de la vez que…? —dijo mi amigo, para posteriormente hacerme recordar una buena anécdota que tuvimos juntos. Las risas brotaron después de escuchar una de nuestras tantas locuras que hicimos juntos. Tras las risas, el ambiente de incomodidad volvió a aparecer.
No entendía por qué me sentía tan incómodo si no estábamos hablando ni haciendo nada inadecuado.
Escuché unos pasos detrás de nosotros y fue justo en ese momento cuando lo entendí…
Estábamos en problemas. Al parecer, la gente de la maña ya nos había ubicado.
Permanecí tranquilo, pues mi amigo no parecía nervioso ni alterado. Muy discretamente, miré hacia atrás para percatarme de que efectivamente teníamos a una persona detrás: un tipo como de 1.70, con un machete en la mano derecha y un walkie-talkie en la mano izquierda. Mi amigo seguía hablando como si nada, y esta acción no hacía más que confundirme.
—Bro, detrás de nosotros tenemos a una persona —dije esto en voz baja mientras me acercaba a mi amigo.
Él simplemente guardó silencio por unos segundos y se puso de pie.
—Vámonos —me dijo.
Yo ni siquiera respondí. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección al lugar por donde habíamos subido. Pensé que ya la habíamos librado, pero no. La persona que se encontraba detrás de nosotros nos siguió.
—¿Qué están haciendo por aquí? —gritó ásperamente. Simplemente nos quedamos paralizados y nos volteamos en dirección a esta persona.
—Mmmmm… solo estábamos explorando el lugar —respondimos con inseguridad.
El sujeto nos observó en silencio durante lo que parecieron interminables segundos. No podía creer que nuestra pequeña aventura pudiera terminar de forma tan peligrosa.
Finalmente, el hombre habló:
—Váyanse de aquí. Este es un sitio muy peligroso. Si el jefe hubiera estado aquí, ya los habrían picado.
Nos quedamos sin saber qué decir. Agradecimos rápidamente y nos marchamos sin mirar atrás.
Mientras nos alejábamos, escuché al hombre hablar por su walkie-talkie:
—Tranquilos, solo eran dos gays en busca de aventuras.
Me sentí ofendido, pero sabía que lo mejor era no responder.
Esta experiencia cambió mi manera de relacionarme con los lugares naturales. Ahora, siempre antes de visitar algún sitio rural, sendero o ruta, me aseguro de preguntar a los locales si la zona es segura.
Gracias por leer mi historia.