[Monorol]

 

“Los Oscuros Inmemoriales calmaron sus ánimos tras terminar la guerra por la profecía de los gemelos Oro y Plata, los inmortales y la Última generación volvieron a sus escondites entre los humanos para evitar ser descubiertos y esperar por el siguiente llamado. Esperamos que eso nunca pase, no otra vez… no tengo la paciencia como para lidiar con otra batalla sin sentido pues estamos tratando con seres que viven enfrascados en el pasado y no aceptan que haya algo nuevo y distinto de todo lo que antes conocían. 

Jeanne y yo decidimos regresar a París para seguir con nuestras vidas, pese a que fue una semana totalmente agitada, mi trabajo como estrella de rock en Alemania no cesaba, y ahora tengo mucho más material para inspirar nuevas melodías, Jeanne me ayudaría y estaría a mi lado eternamente. Eso es lo que creía… “

 

Dos años después de la Guerra:

Domrémy-la-Pucelle, las campanas de la basílica comenzaron a sonar en un pausado ritmo anunciando no un momento alegre, sino tragedia: una procesión fúnebre. El día parecía de lo más agradable y brillante, no obstante, los matices contrastaban en el interior del recinto sagrado, ya que en solitario frente al altar aquel joven solitario que se mantenía arrodillado junto a la caja fúnebre que albergaba el ser más querido en toda la tierra: su esposa.

Aquel afligido hombre sollozaba en silencio mientras sostenía la mano de su amada con fuerza,

pero también con mucha delicadeza. El cuerpo se mostraba tan vívido porque su aura había sido la responsable para evitar que ésta palideciera o se deteriorara más. Su oscura cabellera colgaba frente a su rostro funcionando como una cortina azabache que ennegrecía su faz para evitar que su sentimiento fuese descubierto. Aquel hombre se lamentaba, se lastimaba y se condenaba por su inutilidad, había perdido el amor de su vida.

Había decorado el altar con demasiados arreglos con flores de Lis y Lirios, todos en color blanco, pues no podrán encontrar un color más afín a ella, pues ella representaba no solo el valor y la justicia que sus palabras inspiraban, sino también la pureza que una mujer podría ofrecer al amar a quienes le rodearon y generar un gran cambio sin la necesidad de obligarles a nada.

En la primera fila se hallaban sus seres más cercanos, sus amigos: la pareja Flamel, la guerrera Scáthach, el escritor William Shakespeare, la pareja Aoife y Niten, y Sophie, todos mostrando un espectral y melancólico suceso que fue devastador e impactante para todos pues pensar que alguien inmortal llegase a morir resultaba algo contradictorio y hasta ilógico. Pero ya lo había citado varias veces el Alquimista Nicolás Flamel en alguna de sus aventuras en conjunto: “Somos inmortales, no invulnerables”.Incluso Niccólo Machiavelli y su amigo Billy mostraron sus respetos tres o cuatro filas atrás. 

Todos mostraron sus condolencias al Conde, quien se mantenía ahogado en su silencio, repitiendo las escenas en su mente, aquellas malditas escenas en las que se lamentaba haber llegado demasiado tarde en poder apoyar a su mujer a combatir aquel oscuro enemigo que había sido lo suficientemente astuto como para haber doblegado a la mejor soldado de la Guerra de los Cien años, a la Dama de Orleans.Uno a uno comenzaron a irse siendo la pareja Flamel los últimos en despedirse para dejar al viudo a solas y seguir reflexionando lo siguiente que iba a realizar.

 

Otros dos años más tarde:

 

“He abandonado muchas de mis aficiones como la música, la pintura, la escritura y el teatro para dedicarme a recorrer el mundo y, durante el proceso, limpiar las impurezas que puedan surgir, aquellas anomalías que uno actualmente consideraría poco ‘normal’, sin Jeanne a mi lado para inspirarme a tocar las más bellas melodías, nada tiene sentido, excepto el sentido de justicia que ella inspiraba a otros… Así que si así puedo dar con el paradero del que me arrebató a mi Jeanne, entonces así será…

… Mi misión es matar el tiempo, y la del tiempo es matarme a mí. ¡Qué cómodo se encuentra uno entre asesinos! Pero aquél que se llevó a mi Jeanne… Oh, a él le espera algo peor que la muerte."

 

 

 

 [ 5:00 am después de una visita al bar local.] 

Se había cansado de vagar por todo el mundo, ya han pasado 4 años de que Jeanne se fue, pero su partida aún se sentía fresca pues el asesino había permanecido oculto durante tanto tiempo que casi podría denominarlo como el “crimen perfecto”. Sin embargo, aquellos últimos momentos de su amada con vida le recordaban algunas cosas adicionales a esto: un aroma fuerte y desagradable, un aroma como el hierro, como la sangre.

Había tenido una discusión terriblemente acalorada con Scáthach por sus habilidades del fuego, continuando con aquella discusión que había tenido lugar en su casa cuando su Maestro Nicolás Flamel había llegado a buscar refugio para los gemelos, en París. Aquella discusión en su cocina, que recapitulaba el haber robado la magia del fuego al tío de la guerrera celta, y que la misma Bruja de Endor (su abuela), también guardaba cierto resentimiento hacia el Conde.

Ahora, la idea de ir a buscar al responsable por el asesinato de su esposa, y mejor amiga de la guerrera, parecía una idea totalmente descabellada por parte de la última que alegaba el no tener suficiente evidencia para encontrar al responsable y que sólo el aroma no era suficiente para poder identificarlo. Ella tambíen había guardado cierto recelo por no poder haber estado ahí con su amiga y hermana de sangre. La idea era consultar ya sea a Sophie o a la misma Bruja en persona. Sophie ya había pasado por mucho estrés en la Guerra de la Profecía, ya no quería involucrarla más en esos problemas, por lo que la respuesta a tal duda era evidente…

 

— Así que el pequeño “ladrón” finalmente viene a hacer cuentas por acá. — dijo Doris (La Bruja de Endor).

— Por lo general soy una persona muy paciente, pero... no voy a permitir que me sigas humillando más por lo ocurrido en el pasado. — replicó el Conde quien ahora había cambiado el tono de sus cabellos a rubio, quien había seguido el consejo de Nicolás Flamel para no ser reconocido fácilmente por el asesino o sus aliados.

— No responderé preguntas hasta que accedas a renunciar a la magia del fuego y devolvérselo a Prometeo, o me permitas sellarlo.— 

 

Respondió la bruja quien demostraba mayor edad y sapiencia que el mismo Conde. Cualquiera se sentiría bendecido con el oponente si éste fuese un anciano como lo era aquella mujer frente a él, pero él sabía perfectamente que su longevidad la hacía alguien de temer. De hecho, aún con todo ese valor que sacaba a relucir, su interior se hallaba hundido en miedo por la poca fuerza que tenía junto a ella. A fin de cuentas era la legendaria "Bruja de Endor" un ser ancestral que ni reyes serían capaces de ofenderle o reclamarle. Pero él lo hacía sin ningún remordimiento debido a que tenía un motivo más fuerte que el miedo: el amor a su difunta esposa.

 

— Vengo a consultar tu sabiduría infinita para hallar a un ser de las sombras… seguro que has de saber dónde se encuentra. — espetó el Conde.

— Te he mencionado mi condición, “Ladrón”. —

— Me debes un favor… — replicó el rubio.

— ¿Insinúas que ayudaste a tu Maestro sólo para que yo te pidiera un favor y después cobrarlo inescrupulosamente? Sí que has caído demasiado bajo Conde de Saint Germain.— observó la bruja con suspicacia.

— Lo habría hecho sin haberlo pedir algo a cambio. Sin embargo, considerando el desprecio que tu familia tiene hacia mí lo consideraría algo justo ya que he tenido que lidiar los ataques de tu descendencia. — explicó.

 — Eres bastante audaz por hacer esto por simple resentimiento a mi familia. Pero no me estás diciendo todo y eso es igual a una mentira, por lo que si vienes a pedir algo hablando con verdades a medias, entonces no tiene caso esta conversación.. esfúmate o te reduciré a polvo. — amenazó Doris. 

— Nada más alejado de la realidad lo que supones. Es verdad que lo hago por un motivo personal y que sus matices no sean tan claros como el cielo que está por alzarse, pero mi motivo yace a tres metros bajo el suelo volviéndose una con Gea y cada vez más alejándose de mí. —

— Y ¿Qué harás cuando te diga lo que quieres saber? — cuestionó pudiendo leer las intenciones del inmortal francés. — ¿Vengarte? ¿Incrementar ese círculo de odio? Pese a tu edad, me sorprende que busques algo tan banal como la venganza, en especial tú, quien ha preferido evitar los conflictos, más nunca buscarlos. No te ayudaré. —

 

Dijo terminantemente aquella mujer de edad avanzada para darle la espalda al rubio mientras regresaba al interior de su casa detrás de aquella tienda de antigüedades. Por otra parte, aquel muchacho comenzó a acumular algunas partículas de maná mientras su aura se encargaba de concentrarlo en su mano y darle forma. En su mente tan solo yacía la idea de continuar recolectando toda la información necesaria para lograr su objetivo de venganza.

Ahora, ya no estaría dispuesto a seguir sufriendo aquel desprecio por un simple capricho que su hijo no pudo manejar. Tenía algo que hacer y si eso implicaba levantarse en contra de los Antiguos Inmemoriales, entonces no dudaría en librar una batalla él solo.

 

— Necesito respuestas, porque no tengo tiempo que seguir perdiendo... ¡Habla! — ordenó con fuerza.

— Es curioso que me digas que te quedas sin tiempo, cuando eres inmortal; eres realmente alguien cabezota por hacer esto por la mujer quien amas. — dijo sin dejar de darle la espalda al rubio. — Dame tu mejor golpe antes de que pueda eliminarte. —

 

Tras aquella declaración aquel se hallaba totalmente enfocado, sus pupilas se habían contraído en desesperación y la bruja se hallaba firme e indiferente al sufrimiento de éste. Tan sólo una sonrisa ladina se percibió de ella, confiada en que éste no podía hacerle ni un rasguño. Mientras tanto, la acumulación de poder mágico en la palma del chico comenzaba a despedir descargas eléctricas en señal de que la concentración era bastante densa y realmente destructiva. Tanto, que incluso el suelo comenzaban a nacer nuevas grietas y cada vez más profundas. A su vez, aquella aura carmesí que le rodeaba, era tan intensa que el aroma de de hojas a las brasas, comenzó a inundar el lugar junto con un toque de canela que era despedido por parte de la anciana hechicera.

 

 

Era una charla en el que las palabras no iban a solucionar nada, sino sus actos. Ambos liberaron sus respectivas descargas de energía logrando que la cima de aquella montaña fuese tragada por un cegador resplandor que encendió aquel bosque por un instante, como juegos pirotécnicos que con sus variados colores iluminaban el cielo nocturno. Acompañado de un fuerte estruendo que resonó hasta dispersarse en un eco que moría con el pasar de los segundos.

Aquella pequeña vivienda en la que vivía aquella bruja, fue reducida a polvo, no quedó nada, ni una astilla. Sólo una meseta vacía y seca con aquellos individuos parados frente a frente, separados por lo que serían al menos dos autobuses a lo largo.

Ambos permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro, como si realmente fuesen a continuar con aquel encuentro que recién iniciaba. No obstante, una corriente gélida cruzó el sitio meciendo ambas cabelleras: la platinada de la bruja y la dorada del "ladrón"; hasta que el cuerpo de éste último titubeó al estar de pie y cayó de frente de lleno contra el suelo. Había sido el perdedor de aquel breve encuentro, algo que él ya había contemplado aún estando consciente de su evidente derrota.

Pesada fue su caída contra el suelo polvoriento, que incluso levantó una nube de partículas de polvo. No emitió quejido al caer, había sido un fuerte golpe, aunque quizás el golpe más fuerte había sido el que recibió al perder a sus seres amados, en este caso Jeanne y sus amigos Scáthach, Gilgamesh, William, Perenelle y Nicolás. Quedó inconsciente mientras aquella bruja se acercó al rubio y le miró con indiferencia, reconociendo que para un "ladrón" había tenido bastante valor y descaro por encararla. Pero sin ánimo de cooperar o atender sus heridas, le abandonó en aquella meseta, no sin antes dibujar sobre el suelo cierta torre con un reloj.

 

 

 

Continuación