Lucifer jamás fue un ángel de quedarse quieto y atado, ese espíritu libre le seguía aún después del destierro, buscando hacer su santa voluntad como y cuanto pudiera.

Encontró la manera hace años, el modo de pasar a la tierra a pesar de que su castigo lo impedía, ver la bondad humana y, por ende, tener cero contacto con los humanos hasta que estos morían y caían como pecadores.
¿Eso lo detuvo? En absoluto, pues su poder finalmente había llegado a tal punto que pudo abrir un portal directo al mundo humano, saliendo en un pantano y, apenas atravesar, con sus poderes mitigados en parte de la penitencia, su aspecto cambió ligeramente a uno más acorde.

Lo que viviría a partir de ese momento era incertidumbre pura, no conocía nada, no sabía nada de aquel mundo tan distinto y de su gente, pero de algo estaba seguro, debía hacerse con un alma para poder mantenerse ahí más tiempo, con una ligadura que no lo dejara indefenso.
Bastaría un humano ansioso, un contrato y, tal vez, algo más.