• ─ Bueno te tomaría unos 10 años leer todo lo que está en esta biblioteca... Eso sin contar todos los libros que solo los hijos de la luna tenemos la capacidad de leer...

    Alexa era la guardia del conocimiento, sacerdotisas de la diosa, curandera de luna, la única hija de los Selene y guía de las legiones sagradas de la luna. Aunque aún no le habían dado todos sus títulos, pues aún no cumplía con su misión, con la penitencia de entregar Ian el gran traidor de la luna, aún le dolía el corazón cuando pensaba en el y parece que nunca dejaría de ser así mientras ambos vivieran.

    ─ Si yo ya leí todos los libros... Algunos los he leído dos veces...
    ─ Bueno te tomaría unos 10 años leer todo lo que está en esta biblioteca... Eso sin contar todos los libros que solo los hijos de la luna tenemos la capacidad de leer... Alexa era la guardia del conocimiento, sacerdotisas de la diosa, curandera de luna, la única hija de los Selene y guía de las legiones sagradas de la luna. Aunque aún no le habían dado todos sus títulos, pues aún no cumplía con su misión, con la penitencia de entregar Ian el gran traidor de la luna, aún le dolía el corazón cuando pensaba en el y parece que nunca dejaría de ser así mientras ambos vivieran. ─ Si yo ya leí todos los libros... Algunos los he leído dos veces...
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  • *Después de descansar un rato por la tarde, sobre todo por el calor, cuando el sol se mete Adam despierta con la alarma de su teléfono, pero aún se siente perezoso.*

    —Mmmm... No quiero ir a trabajar...

    *Suspira somnoliento y cierra los ojos, pero ahora que está despierto sabe que no se dormirá. Y al recordar las cuentas que aún debe pagar abre los ojos, preparándose para salir de la cama y subir al auto, y así comenzar con la jornada de hoy...*
    *Después de descansar un rato por la tarde, sobre todo por el calor, cuando el sol se mete Adam despierta con la alarma de su teléfono, pero aún se siente perezoso.* —Mmmm... No quiero ir a trabajar... *Suspira somnoliento y cierra los ojos, pero ahora que está despierto sabe que no se dormirá. Y al recordar las cuentas que aún debe pagar abre los ojos, preparándose para salir de la cama y subir al auto, y así comenzar con la jornada de hoy...*
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  • Esta noche, como cada noche, se desliza en silencio por el umbral del reino onírico. Su forma, apenas una bruma plateada, se derrama como rocío sobre las mentes agotadas. No tiene prisa. No la necesita.

    Extiende su esencia sobre un niño que llora por una madre que no llega, sobre una anciana que teme dormir sola, sobre un artista que ha olvidado cómo soñar en color.

    Con su habilidad activa, •Mar de Sueños•, cubre cada conciencia con una bruma sutil, envolviéndolos en un descanso profundo. Y con su don único, •Sembradora de Alivio•, regenera en silencio la voluntad de seguir. Nadie nota su paso, pero todos despiertan con un poco menos de peso sobre el pecho.

    Ella no habla. No interfiere. Solo susurra desde el umbral:
    “Que el descanso repare lo que la vigilia no puede.”

    Y continúa, etérea, presente y ausente a la vez.
    Esta noche, como cada noche, se desliza en silencio por el umbral del reino onírico. Su forma, apenas una bruma plateada, se derrama como rocío sobre las mentes agotadas. No tiene prisa. No la necesita. Extiende su esencia sobre un niño que llora por una madre que no llega, sobre una anciana que teme dormir sola, sobre un artista que ha olvidado cómo soñar en color. Con su habilidad activa, •Mar de Sueños•, cubre cada conciencia con una bruma sutil, envolviéndolos en un descanso profundo. Y con su don único, •Sembradora de Alivio•, regenera en silencio la voluntad de seguir. Nadie nota su paso, pero todos despiertan con un poco menos de peso sobre el pecho. Ella no habla. No interfiere. Solo susurra desde el umbral: “Que el descanso repare lo que la vigilia no puede.” Y continúa, etérea, presente y ausente a la vez.
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  • FLASHBACK — UNA HABITACIÓN DE MOTEL, EN ALGÚN LUGAR ENTRE LA NADA Y EL OLVIDO.

    La lluvia golpeaba el tejado de lata como un recordatorio constante de que el mundo afuera seguía, indiferente. La habitación estaba iluminada apenas por la lámpara oxidada del buró; la luz amarilla le daba a las paredes un aire sepia, como si todo estuviera atrapado en un recuerdo que se negaba a morir.

    Reina estaba acostada en la orilla de la cama, las manos entrelazadas como si pudiera contener algo en ellas. El agua de la ducha aún goteaba en el baño, pero hacía rato que se había bañado. No tenía ganas de secarse el cabello. No tenía ganas de nada.

    Una camiseta vieja —suya— le cubría el torso. Una de esas que él dejaba tirada sin pensar, con el olor a acero, madera vieja y ese maldito aroma a él que no se iba ni con los años. Apretó la tela entre sus dedos como si fuera una cuerda que evitaba que se ahogara del todo.

    La televisión estaba encendida en un canal que no veía. Las voces eran solo un ruido blanco. Ella miraba al vacío. Pero en realidad lo miraba a él. En su mente. En esos pequeños fragmentos donde aún existía, donde todavía sonreía torpemente, donde le tocaba la mejilla con esos dedos metálicos como si tuviera miedo de romperla.

    —“No supe qué hacer contigo. Nunca supe qué hacer con todo lo que sentía cuando me mirabas…”

    La frase le golpeó como un eco, como un susurro que él nunca dijo, pero que ella intuía. Siempre había algo contenido en Bucky, una guerra interna que nunca la dejó cruzar del todo. Y aún así… aún así, ella lo amó entero.

    Se inclinó hacia la pequeña mesa de noche y abrió el cajón. Ahí estaba su celular viejo, apagado desde hacía meses. Dudó. Lo encendió. La pantalla tardó más de lo normal, pero finalmente apareció su fondo de pantalla: una foto borrosa de un atardecer que captaron juntos, sin rostros, solo colores, solo una sensación.

    Entró en los mensajes. Deslizó hasta aquel que nunca envió:

    “No espero que vuelvas, solo quiero que sepas que te amé. Que cada segundo contigo me dolió y me sanó al mismo tiempo. Que aún duermo de tu lado de la cama. Que aún guardo tu número… aunque ya no marque nada.”



    El cursor parpadeó como un corazón nervioso. No lo envió. Apagó el celular. Se echó hacia atrás en la cama, dejando que las lágrimas finalmente rodaran sin permiso, sin orgullo.

    La habitación olía a humedad, a encierro, a pasado. Ella olía a él. Y dolía. Cómo dolía seguir amándolo en un mundo donde ya no estaba.

    Cerró los ojos.

    Y por un instante, juraría que él estaba ahí. Sentado en la silla, como antes. Mirándola con ese gesto de culpa y ternura que solo él sabía hacer.

    Pero al abrirlos, solo estaba la lluvia.

    Y un silencio que nunca dejaría de sonar.
    FLASHBACK — UNA HABITACIÓN DE MOTEL, EN ALGÚN LUGAR ENTRE LA NADA Y EL OLVIDO. La lluvia golpeaba el tejado de lata como un recordatorio constante de que el mundo afuera seguía, indiferente. La habitación estaba iluminada apenas por la lámpara oxidada del buró; la luz amarilla le daba a las paredes un aire sepia, como si todo estuviera atrapado en un recuerdo que se negaba a morir. Reina estaba acostada en la orilla de la cama, las manos entrelazadas como si pudiera contener algo en ellas. El agua de la ducha aún goteaba en el baño, pero hacía rato que se había bañado. No tenía ganas de secarse el cabello. No tenía ganas de nada. Una camiseta vieja —suya— le cubría el torso. Una de esas que él dejaba tirada sin pensar, con el olor a acero, madera vieja y ese maldito aroma a él que no se iba ni con los años. Apretó la tela entre sus dedos como si fuera una cuerda que evitaba que se ahogara del todo. La televisión estaba encendida en un canal que no veía. Las voces eran solo un ruido blanco. Ella miraba al vacío. Pero en realidad lo miraba a él. En su mente. En esos pequeños fragmentos donde aún existía, donde todavía sonreía torpemente, donde le tocaba la mejilla con esos dedos metálicos como si tuviera miedo de romperla. —“No supe qué hacer contigo. Nunca supe qué hacer con todo lo que sentía cuando me mirabas…” La frase le golpeó como un eco, como un susurro que él nunca dijo, pero que ella intuía. Siempre había algo contenido en Bucky, una guerra interna que nunca la dejó cruzar del todo. Y aún así… aún así, ella lo amó entero. Se inclinó hacia la pequeña mesa de noche y abrió el cajón. Ahí estaba su celular viejo, apagado desde hacía meses. Dudó. Lo encendió. La pantalla tardó más de lo normal, pero finalmente apareció su fondo de pantalla: una foto borrosa de un atardecer que captaron juntos, sin rostros, solo colores, solo una sensación. Entró en los mensajes. Deslizó hasta aquel que nunca envió: “No espero que vuelvas, solo quiero que sepas que te amé. Que cada segundo contigo me dolió y me sanó al mismo tiempo. Que aún duermo de tu lado de la cama. Que aún guardo tu número… aunque ya no marque nada.” El cursor parpadeó como un corazón nervioso. No lo envió. Apagó el celular. Se echó hacia atrás en la cama, dejando que las lágrimas finalmente rodaran sin permiso, sin orgullo. La habitación olía a humedad, a encierro, a pasado. Ella olía a él. Y dolía. Cómo dolía seguir amándolo en un mundo donde ya no estaba. Cerró los ojos. Y por un instante, juraría que él estaba ahí. Sentado en la silla, como antes. Mirándola con ese gesto de culpa y ternura que solo él sabía hacer. Pero al abrirlos, solo estaba la lluvia. Y un silencio que nunca dejaría de sonar.
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  • 𝐅𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨
    𝐀𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐦𝐮ñ𝐞𝐜𝐚 𝐬𝐞 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐯𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐞𝐬𝐚𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚

    { https://youtu.be/On7lY0uexEM?si=5WfFD7U-_Qmy4wAu }


    // Another pic of Ayla as a teenager~.
    𝐅𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐀𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐦𝐮ñ𝐞𝐜𝐚 𝐬𝐞 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐯𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐞𝐬𝐚𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚 { https://youtu.be/On7lY0uexEM?si=5WfFD7U-_Qmy4wAu } // Another pic of Ayla as a teenager~.
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    - Albedo y su lado tiranosaurio rex, al ver que su querida hermana Shalltear coquetea con su amo. Las hermanas pelean por ser la primera esposa.
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    Ver el reflejo de las auroras boreales en
    su pelaje blanco.. supe que la octava maravilla era ella y yo era un maldito afortunado de ser el único en visualizar tal maravilla.
    Ver el reflejo de las auroras boreales en su pelaje blanco.. supe que la octava maravilla era ella y yo era un maldito afortunado de ser el único en visualizar tal maravilla.
    La aurora baila sobre nosotros como testigo de nuestro destino. No somos solo dos criaturas de la noche: somos historia escrita en la escarcha, susurros grabados en el viento. Y cada vez que aúllas, el universo escucha mi nombre.

    Fotito de luna de miel, especial entre nosotros.
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  • *Tras ponerse una camisa, y aunque somnoliento, Adam está listo para enfrentar el día.*

    —Em verdad me olvidé que vendrías... Pero ya estoy listo, disculpa por la espera.
    *Tras ponerse una camisa, y aunque somnoliento, Adam está listo para enfrentar el día.* —Em verdad me olvidé que vendrías... Pero ya estoy listo, disculpa por la espera.
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  • ¡Las aventuras de nuestra luna de miel continúan!

    Próximamente haré un breve resumen de la moto de nieve, de la cueva mágica con aguas termales, de las auroras boreales... En fin, todo mágico, pero como para no serlo si tengo a una Diosa por esposa.
    ¡Las aventuras de nuestra luna de miel continúan! Próximamente haré un breve resumen de la moto de nieve, de la cueva mágica con aguas termales, de las auroras boreales... En fin, todo mágico, pero como para no serlo si tengo a una Diosa por esposa.
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  • FLASHBACK: “El último regalo de Wade”

    La ciudad huele a metal quemado, a pólvora y decepción. El cielo, cubierto por nubes tan grises como su humor. Reina está sola en una azotea, con los nudillos partidos y el orgullo intacto. Ya no está Wade. Y lo más jodido de todo… es que lo extraña. Pero no lo diría ni aunque le pagaran.

    —Claro que sí, Wade. Abandoname con todo este mierdero encima. Muy en tu estilo. —masculla, mientras escupe sangre al suelo y se acomoda el hombro dislocado como si fuera rutina. Porque ya lo es.

    La pelea fue brutal. No fue contra una amenaza mundial, ni un supervillano de película. Fue contra un grupo de imbéciles con complejo de semidios, traficantes de tecnología Chitauri modificada. Pero para Reina fue más que una misión: fue la primera sin él.

    Y dolía.

    —¿Dónde carajos estás cuando te necesito, idiota? —le grita al vacío. Como si Wade respondiera desde algún rincón del multiverso con un chiste inapropiado.

    No lo hace. Pero en su cabeza, lo escucha:

    —“¿Otra vez te estás metiendo en peleas sin mí, pequeña psicópata? Maldita sea, te crié bien.”

    Eso le arranca una risa. Amarga. Como un trago de whisky barato después de una pelea que no querías ganar. Wade le enseñó muchas cosas: a usar su ira como arma, a reírse mientras sangra, a no pedir permiso. Pero también le enseñó a no confiar demasiado, porque incluso él se fue.

    —“El día que pelees sin mí y no mueras, vas a saber quién carajos eres.” —le había dicho una vez, entre tacos de carnitas y explosiones.

    Y ahora, ahí estaba. Viva. Ensangrentada. Y sola.

    —Bueno, Wade… sobreviví. ¿Ahora qué? —susurra al cielo.

    Una patrulla vuela por el horizonte. Ella baja la mirada. Camina hacia el borde de la azotea. Y justo antes de saltar al siguiente edificio, deja una pequeña bomba de humo con una calcomanía pegada.

    Un unicornio con una espada. La firma de Wade.

    —Pero si vuelves, idiota... más te vale no haberme olvidado. —y desaparece entre el humo.
    FLASHBACK: “El último regalo de Wade” La ciudad huele a metal quemado, a pólvora y decepción. El cielo, cubierto por nubes tan grises como su humor. Reina está sola en una azotea, con los nudillos partidos y el orgullo intacto. Ya no está Wade. Y lo más jodido de todo… es que lo extraña. Pero no lo diría ni aunque le pagaran. —Claro que sí, Wade. Abandoname con todo este mierdero encima. Muy en tu estilo. —masculla, mientras escupe sangre al suelo y se acomoda el hombro dislocado como si fuera rutina. Porque ya lo es. La pelea fue brutal. No fue contra una amenaza mundial, ni un supervillano de película. Fue contra un grupo de imbéciles con complejo de semidios, traficantes de tecnología Chitauri modificada. Pero para Reina fue más que una misión: fue la primera sin él. Y dolía. —¿Dónde carajos estás cuando te necesito, idiota? —le grita al vacío. Como si Wade respondiera desde algún rincón del multiverso con un chiste inapropiado. No lo hace. Pero en su cabeza, lo escucha: —“¿Otra vez te estás metiendo en peleas sin mí, pequeña psicópata? Maldita sea, te crié bien.” Eso le arranca una risa. Amarga. Como un trago de whisky barato después de una pelea que no querías ganar. Wade le enseñó muchas cosas: a usar su ira como arma, a reírse mientras sangra, a no pedir permiso. Pero también le enseñó a no confiar demasiado, porque incluso él se fue. —“El día que pelees sin mí y no mueras, vas a saber quién carajos eres.” —le había dicho una vez, entre tacos de carnitas y explosiones. Y ahora, ahí estaba. Viva. Ensangrentada. Y sola. —Bueno, Wade… sobreviví. ¿Ahora qué? —susurra al cielo. Una patrulla vuela por el horizonte. Ella baja la mirada. Camina hacia el borde de la azotea. Y justo antes de saltar al siguiente edificio, deja una pequeña bomba de humo con una calcomanía pegada. Un unicornio con una espada. La firma de Wade. —Pero si vuelves, idiota... más te vale no haberme olvidado. —y desaparece entre el humo.
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