Lucy Weasley revisó por última vez su dormitorio para asegurarse de que no se quedaba nada atrás. Nunca se había dejado nada. No era como otros de sus compañeros y amigos que habían tenido que escribir a casa en la primera semana porque se habían dejado una pieza de su uniforme o incluso algo del material. En el peor de los casos, el libro que era necesario para la primera clase del día siguiente a la llegada.
Pero Lucy era muy cuidadosa con aquellas cosas, especialmente ahora que la única persona que vivía en casa con ella era su padre y probablemente, de dejarse algo, le caería un buen rapapolvo.
Hablando de su padre, este la estaba esperando en la planta baja. Había pedido el día libre en el trabajo, extraño en él, pero desde que se hubiera separado de Audrey y Lucy se hubiera quedado con él, había cambiado un poco. Al menos ahora cuando era necesario usaba sus días libres y no se dedicaba a hacer tantas horas extras cuando ella tenía vacaciones.
“Lucy, vamos a llegar tarde a la estación”.
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La voz del mencionado Percy Weasley se escuchó y Lucy decidió que estaba todo correcto en su cuarto, de modo que salió de este, cerrando tras de sí la puerta que conservaba el pequeño cartel con su nombre que hubiera dibujado cuando pequeña.
—Ya estoy. —Anunció esta mientras bajaba por las escaleras.
Hogwarts había sido su hogar ya por tres años. Aquel era el cuarto. Sólo un año y ya tendría los T.I.M.O.s. Sólo un año y ya tendría que empezar a definir un futuro que cada vez tenía más diluido, más disuelto. Especialmente en los últimos tiempos. Había tenido extrañas sensaciones, pérdida del sentido y lo peor era que una de las pocas explicaciones posible tenía que ver con cosas que todavía ni quería mencionar.
El banquete ya era algo típico, más para encontrarse con aquellos compañeros y amigos con los que no había podido reunirse en verano, que verdaderamente un gran banquete como lo había sentido durante su primer año. Los nuevos alumnos ya no le causaban tanto interés, estando en cuarto año no es que fuera a relacionarse con los de primero, y tampoco aspiraba a ser prefecta o premio anual para tener que entablar esas amistades.
Lo único que se mantenía en sus costumbres desde el primer año era el guardar algo de comida en una servilleta que posteriormente se metía en el bolsillo de la túnica para posteriormente darle de comer algo del Banquete a su conejo, el cual esperaba en la Sala Común junto al resto de los animales de sus compañeras.
—Aquí tienes, Rumpelstiltskin…
Dejó la servilleta sobre la cama abierta con los alimentos que había conseguido, todos eran verduras y frutas que no habían perdido el sabor.
Mientras el conejito comía con toda la tranquila, Lucy le acariciaba el pelaje. Era de las cosas que más le estaban ayudando en los últimos tiempos. Pero en Hogwarts podía sentir que todo estaba bien.
Hogwarts era un hogar.