Toronto parecía más cálido ese otoño, como si el aire supiera que algo se estaba gestando. Las hojas caían en espirales doradas, las vitrinas se llenaban de vestidos de gala, y yo caminaba con una carpeta de proveedores bajo el brazo, soñando con flores blancas y mesas largas llenas de gente que me queria, y de gente que se volveria mi familia.
Tenía veintiún años.
Estaba comprometida.
Me sentía completa con el y que yo lo complementaba a el , que estupida fui
La boda estaba planeada para noviembre, tod estaba listo, ya teníamos el lugar —una casa antigua con jardín de glicinas—, el menú —salmón con mantequilla de limón y pastel de lavanda—, y el vestido… Ah, el vestido marfil, con encaje en los hombros, una caída suave que me hacía sentir como una princesa de cuentos de hadas, esa princesa que desde pequeña soñe, este lo guardaba en el armario, envuelto en tul, era mi mayor tesoro, era el vestido de mi boda, de mi nuevo futuro con un hombre que...
Dos meses antes de la boda, lo encontré con otra.
No fue una escena dramática. No hubo gritos ni portazos. Solo llegué a su departamento antes de lo previsto, con una sonrisa -que no volvería a usar-. Entré con la llave que él me había dado, y ahí estaban. Él y ella. En nuestra sala. En nuestro sofá. El mismo donde habíamos hablado de nombres para futuros hijos, de viajes a Roma, de cómo sería envejecer juntos, sueños que se vieron manchados al igual que mi sofa favorito.
Ella se cubrió con la manta del sofá no tuvo la pena siquiera de esconder su rostro, él se levantó, sin culpa, sin prisa.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó, como si yo fuera la intrusa.
—Tenía que entregarte los contratos del catering —respondí, sin levantar la voz.
Me miró como si yo fuera un error que no sabía cómo corregir.
—Mira, Lilian… esto no está funcionando. Tú eres… demasiado tranquila. No me haces sentir nada. Me estoy ahogando contigo— lo decia como si yo fuera una molestia, como si lo hubiera hecho aproposito, cuando el juraba amar ese lado de mi.
No dije nada.
—No me mires así. No eres la víctima. Eres aburrida. No te necesito—Ahí estaba, la frase, la misma que escuché de niña, cuando los hogares temporales donde me recibian con los brazos abiertos simplemente decidian que ya no era necesaria. Cuando las manos que me sostenían se retiraban sin explicación.
Me acerqué a la mesa. Saqué el anillo de compromiso de mi dedo. Lo coloqué junto a la llave del departamento.
—Gracias por hacerlo antes de la boda —dije, con voz serena, calmada —. Me ahorraste el vestido, los votos, la humillación pública — de mis labios no se dibujaba mas que una sonrisa que trataba de ser cortes y sarcastica a la vez.
Él frunció el ceño, como si esperara que gritara, que llorara, que hiciera algo que lo hiciera sentir que su desliz, que su accion valio la pena.
Pero no lo hice.
Me di la vuelta, me despedi de la chica, cerre la puerta sin ruido y me aleje, camine, camine lo suficiente para que el no me viera, para que no viera como conforme caminaba, fragmentos de mi corazon caia y yo los pisaba uno tras uno.
Fue mi culpa por confiar, fue mi culpa por amar... no... simplemente quise tener esperanzas de nuevo.
Llegue a mi casa hecha un mar de lagrimas, cerre la puerta y como pude, -ya que las piernas me flaqueaban- llegue a mi habitacion, y apenas toque la cama, las lagrimas salieron sin control, esa noche lloré hasta quedarme dormida, no comía, no respondí llamadas, no fui al trabajo durante una semana solo me encerré en mi cuarto con las cortinas cerradas y los espejos cubiertos.
No quería verme.
No quería existir.
El vestido lo saqué del armario tres días después. Lo colgué en la ventana, lo miré durante horas, y luego lo doblé con cuidado. Lo llevé a un centro comunitario donde ayudaban a novias sin recursos, no dije mi nombre, solo lo dejé ahí, era mi vestido de princesa, era EL VESTIDO, pero comprendi que ya solo era un mal recuerdo que de solo verlo me atormentaba.
La conversación con su madre fue peor que el engaño. Me llamó al día siguiente, con voz temblorosa, me dijo que lo sentía, que no entendía cómo su hijo podía hacerme eso, pero luego, como todos, terminó justificándolo.
—Tal vez fue el estrés. Tal vez tú eres demasiado tranquila. Él necesita alguien que lo rete— Me quedé en silencio, no le dije que yo también necesitaba a alguien que se quedara apesar de todo, a alguien que me amara siendo como era.
Me tomó dos años salir de esa depresión, dos años de escribir sin publicar, de caminar sin mirar, de fingir sonrisas en sesiones de fotos y lo peor de fingir sonrisas en el restaurante para mis clientes favoritos, mis niños.
Recuerdo que mi July, mi unica y verdadera amiga desde niñas, me dijo una vez mientras me preparaba un té:
—Es más fácil romper un tazón que arreglarlo, Lilian. Pero tú no eres un tazón. Eres fuego y el fuego no se rompe se transforma—
Me aferré a esa frase como quien se aferra a una cuerda en medio del naufragio sin rumbo fijo, y poco a poco, entre libros, gatos, y tardes de lluvia, me reconstruí, tarde 3 años pero lo hice, volvi a ser quien era yo, no como antes, pero sabia que sane y creci como yo necesitaba.