Historia Navideña de Yukine

La nieve caía suave sobre los tejados recién reconstruidos del pequeño pueblo, como si el cielo quisiera cubrir las cicatrices de la guerra con un manto de pureza.
Yukine, aún marcado por las batallas contra el Señor de las Sombras, caminaba con paso firme entre las calles iluminadas por faroles y guirnaldas improvisadas. En sus brazos llevaba un saco lleno de juguetes tallados a mano, dulces envueltos en papel brillante y pequeñas cartas con palabras de aliento.

Los niños, huérfanos de la invasión, lo miraban con ojos que mezclaban tristeza y curiosidad. Yukine sonrió, y con esa sonrisa encendió algo que el pueblo creía perdido: la esperanza.
Cada regalo no era solo un objeto, sino un símbolo de que la luz había regresado, de que la Navidad podía ser celebrada incluso después de la oscuridad más profunda.

En la plaza central, levantó un árbol adornado con cintas rojas y estrellas de madera. Al encender la primera vela, dijo:
"Que esta llama recuerde a quienes partieron, y que su memoria nos guíe hacia un futuro de paz."

Los niños se acercaron, algunos con lágrimas, otros con risas tímidas, y pronto la plaza se llenó de canciones improvisadas. Yukine, por primera vez en meses, sintió que la batalla había valido la pena: no por la victoria, sino por la posibilidad de devolver alegría a quienes más la necesitaban.
Historia Navideña de Yukine La nieve caía suave sobre los tejados recién reconstruidos del pequeño pueblo, como si el cielo quisiera cubrir las cicatrices de la guerra con un manto de pureza. Yukine, aún marcado por las batallas contra el Señor de las Sombras, caminaba con paso firme entre las calles iluminadas por faroles y guirnaldas improvisadas. En sus brazos llevaba un saco lleno de juguetes tallados a mano, dulces envueltos en papel brillante y pequeñas cartas con palabras de aliento. Los niños, huérfanos de la invasión, lo miraban con ojos que mezclaban tristeza y curiosidad. Yukine sonrió, y con esa sonrisa encendió algo que el pueblo creía perdido: la esperanza. Cada regalo no era solo un objeto, sino un símbolo de que la luz había regresado, de que la Navidad podía ser celebrada incluso después de la oscuridad más profunda. En la plaza central, levantó un árbol adornado con cintas rojas y estrellas de madera. Al encender la primera vela, dijo: "Que esta llama recuerde a quienes partieron, y que su memoria nos guíe hacia un futuro de paz." Los niños se acercaron, algunos con lágrimas, otros con risas tímidas, y pronto la plaza se llenó de canciones improvisadas. Yukine, por primera vez en meses, sintió que la batalla había valido la pena: no por la victoria, sino por la posibilidad de devolver alegría a quienes más la necesitaban.
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