-La emisión nocturna resonó una vez más a través de todos los círculos infernales. Al compás de la música, elevé mi copa con estudiada coquetería y acaricié el micrófono con sensualidad. Justo antes de que empezara mi canto, mis sombras me vistieron con un traje atrevido, mientras otras asumían el papel de coristas. Hicimos vibrar todo el estudio con mi interpretación, que incluía la canción solicitada por una dama de cabellos de oro.-
Espero que disfrutes esta actuación, querida dama.
-La emisión nocturna resonó una vez más a través de todos los círculos infernales. Al compás de la música, elevé mi copa con estudiada coquetería y acaricié el micrófono con sensualidad. Justo antes de que empezara mi canto, mis sombras me vistieron con un traje atrevido, mientras otras asumían el papel de coristas. Hicimos vibrar todo el estudio con mi interpretación, que incluía la canción solicitada por una dama de cabellos de oro.-
Espero que disfrutes esta actuación, querida dama.
https://youtu.be/uPp9rkSvuDQ?si=C_63fiDgk4fim3Eh
*Para una de las pocas veces que decidía dormir para descansar la mente esa noche comencé a soñar y no sabía bien si era un sueño, una pesadilla o algo premonitorio, pues lo único que pude soñar era que caía al mismo vacío, oscuro y silencioso, viendo como las plumas de mis alas se caían una a una rápidamente desvaneciéndose a la lejanía de la caída revelando otras totalmente distintas, a lo lejos durante unos segundos que parecieron minutos podía ver una silueta que pese estar difuminada sabía quién era y por mucho que quería aletear mis alas no respondían, la silueta me echo una mirada para luego darse la vuelta e irse despacio hasta desaparecer y fue en ese entonces que la caída volvió su curso hasta que desperté sobresaltado.
Me incorpore en la cama hasta quedar sentado llevándome una mano agarrándome la camisa del pijama donde el pecho, por unos segundos el corazón me iba a mil hasta que poco a poco me iba calmando, recordando lo que paso en el sueño le di vueltas varios minutos hasta que negué con la cabeza y me levante de la cama, fui al cuarto de baño hasta llegar al lavabo echándome agua fría y después mirarme al espejo*
- Tengo que dejar de comer comida picante antes de irme a dormir…
*Para una de las pocas veces que decidía dormir para descansar la mente esa noche comencé a soñar y no sabía bien si era un sueño, una pesadilla o algo premonitorio, pues lo único que pude soñar era que caía al mismo vacío, oscuro y silencioso, viendo como las plumas de mis alas se caían una a una rápidamente desvaneciéndose a la lejanía de la caída revelando otras totalmente distintas, a lo lejos durante unos segundos que parecieron minutos podía ver una silueta que pese estar difuminada sabía quién era y por mucho que quería aletear mis alas no respondían, la silueta me echo una mirada para luego darse la vuelta e irse despacio hasta desaparecer y fue en ese entonces que la caída volvió su curso hasta que desperté sobresaltado.
Me incorpore en la cama hasta quedar sentado llevándome una mano agarrándome la camisa del pijama donde el pecho, por unos segundos el corazón me iba a mil hasta que poco a poco me iba calmando, recordando lo que paso en el sueño le di vueltas varios minutos hasta que negué con la cabeza y me levante de la cama, fui al cuarto de baño hasta llegar al lavabo echándome agua fría y después mirarme al espejo*
- Tengo que dejar de comer comida picante antes de irme a dormir…
No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque el aire alrededor del estacionamiento se sentía distinto: cargado, tenso, como cuando una tormenta se queda suspendida sin decidirse a caer. Él siempre venía acompañado de esa sensación.
Se apoyó contra la baranda, el cuaderno abierto sobre las piernas, dibujando sin mirar demasiado el papel. No necesitaba hacerlo. Sus manos sabían qué trazar solas. A unos metros, el Camaro rugía bajo el peso del silencio, y Meredith podía sentir la presencia de Billy incluso sin voltearse.
—Estás haciendo mucho ruido —comentó, sin alzar la voz, como si continuara una conversación que nunca había terminado.
Sus ojos se desviaron hacia ese punto vacío, apenas a la derecha del auto. El murmullo volvió, suave, insistente. Meredith frunció el ceño y apoyó el lápiz contra la hoja, marcando una línea más fuerte de lo necesario.
—Hoy están inquietos —añadió, sin explicarse. Billy nunca pedía explicaciones, y por eso ella hablaba.
Cerró el cuaderno al fin y levantó la vista hacia él, expresión serena, curiosa, completamente libre de interés romántico. Con Billy no necesitaba fingir. No intentaba impresionarlo ni esquivarlo. Era una rareza compartida, un acuerdo tácito.
—¿Tú también lo sientes?—preguntó, ladeando la cabeza—. O sólo estás de mal humor otra vez.
La pregunta quedó flotando entre ambos, junto con el ruido lejano de Hawkins fingiendo normalidad.
Meredith esperó, paciente, mientras algo invisible parecía moverse justo detrás de él.
Meredith ya sabía que Billy estaría ahí.
No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque el aire alrededor del estacionamiento se sentía distinto: cargado, tenso, como cuando una tormenta se queda suspendida sin decidirse a caer. Él siempre venía acompañado de esa sensación.
Se apoyó contra la baranda, el cuaderno abierto sobre las piernas, dibujando sin mirar demasiado el papel. No necesitaba hacerlo. Sus manos sabían qué trazar solas. A unos metros, el Camaro rugía bajo el peso del silencio, y Meredith podía sentir la presencia de Billy incluso sin voltearse.
—Estás haciendo mucho ruido —comentó, sin alzar la voz, como si continuara una conversación que nunca había terminado.
Sus ojos se desviaron hacia ese punto vacío, apenas a la derecha del auto. El murmullo volvió, suave, insistente. Meredith frunció el ceño y apoyó el lápiz contra la hoja, marcando una línea más fuerte de lo necesario.
—Hoy están inquietos —añadió, sin explicarse. Billy nunca pedía explicaciones, y por eso ella hablaba.
Cerró el cuaderno al fin y levantó la vista hacia él, expresión serena, curiosa, completamente libre de interés romántico. Con Billy no necesitaba fingir. No intentaba impresionarlo ni esquivarlo. Era una rareza compartida, un acuerdo tácito.
—¿Tú también lo sientes?—preguntó, ladeando la cabeza—. O sólo estás de mal humor otra vez.
La pregunta quedó flotando entre ambos, junto con el ruido lejano de Hawkins fingiendo normalidad.
Meredith esperó, paciente, mientras algo invisible parecía moverse justo detrás de él.
[Billy_Hargrove]
' Dijo mientras esparcía aquel brebaje extraño y brillante, podía sentirse el olor a sangre que este emanaba, además de variedad de intensos y curiosos aromas en una mezcla tan repulsiva como cautivadora, llamando atención de algunos animales, quizás alguna criatura curiosa ... Quizás más que eso. Mientras dicho aroma se esparcía por los alrededores del bosque, que se veía tan hermoso y siniestro como de costumbre, el hechicero se sentaba al costado de un árbol, mirando el brillo de su preparación moverse entre los árboles, como serpientes rojas desvaneciéndose en el camino tan oscuro al frente suyo '
- Tengo ganas de cazar demonios, o quizás de hacerme su amigo, ¿Qué será esta vez?
' Y mientras terminaba de hablar, daba una fuerte pisada al suelo, produciendo un efecto contundente a su alrededor, esparciendo fuera de los límites de su bosque aquel cebo para criaturas oscuras, y se recargaba en el árbol para esperar, esperar ... Siempre era la peor parte, la segunda peor, era limpiar ese aroma ... Y la sangre de demonio de su ropa '
- Que hermosa noche para trabajar.
' Dijo mientras esparcía aquel brebaje extraño y brillante, podía sentirse el olor a sangre que este emanaba, además de variedad de intensos y curiosos aromas en una mezcla tan repulsiva como cautivadora, llamando atención de algunos animales, quizás alguna criatura curiosa ... Quizás más que eso. Mientras dicho aroma se esparcía por los alrededores del bosque, que se veía tan hermoso y siniestro como de costumbre, el hechicero se sentaba al costado de un árbol, mirando el brillo de su preparación moverse entre los árboles, como serpientes rojas desvaneciéndose en el camino tan oscuro al frente suyo '
- Tengo ganas de cazar demonios, o quizás de hacerme su amigo, ¿Qué será esta vez?
' Y mientras terminaba de hablar, daba una fuerte pisada al suelo, produciendo un efecto contundente a su alrededor, esparciendo fuera de los límites de su bosque aquel cebo para criaturas oscuras, y se recargaba en el árbol para esperar, esperar ... Siempre era la peor parte, la segunda peor, era limpiar ese aroma ... Y la sangre de demonio de su ropa '
Fue un duro trabajo entre esclavos, gigantes y golems, pero, las tierras nevadas fueron completamente asimiladas por la hechicera. Días viviendo en pequeñas chozas, torres aisladas y trabajando en zonas horriblemente construidas habían llegado a su fin. La gran ciudad de Eisvhal Mor estaba finalizada, con una gran catedral en el centro y varias casas de aspecto similar, con aquel material oscuro que predominaba en todas sus antiguas construcciones. La hechicera había logrado crear su propia civilización a cual Victor Von Doom.
🔮 UNIVERSO #0.1
Fue un duro trabajo entre esclavos, gigantes y golems, pero, las tierras nevadas fueron completamente asimiladas por la hechicera. Días viviendo en pequeñas chozas, torres aisladas y trabajando en zonas horriblemente construidas habían llegado a su fin. La gran ciudad de Eisvhal Mor estaba finalizada, con una gran catedral en el centro y varias casas de aspecto similar, con aquel material oscuro que predominaba en todas sus antiguas construcciones. La hechicera había logrado crear su propia civilización a cual Victor Von Doom.
8
0
turnos
0
maullidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Hoy es mi aniversario, hice lo que más me apasiona. Estuve pintando a mi musa, pintaba esa máscara plateada, esa indescifrable mirada, esos alineados labios los cuales me desvelan por la noche. Sigo sin saber de ella y estoy perdiendo cada día la locura y la esperanza.
Hoy es mi aniversario, hice lo que más me apasiona. Estuve pintando a mi musa, pintaba esa máscara plateada, esa indescifrable mirada, esos alineados labios los cuales me desvelan por la noche. Sigo sin saber de ella y estoy perdiendo cada día la locura y la esperanza.
S...saludos....colegas... e...ehm... he venido aqui en busca de... de alguien llamado thrall.. e..es asi de grande... fuertote... es.. es mi hermano. de casualidad...
-los gruñidos no eran señal de querer hablar o hacer alguin pacto o haber un atisvo de querer ayudar..-
--segundos mas tarde.--
S-SOCORROOO!!! ESTOS BRUTOS ME QUIEREN HACER CALDITO DE ORCO JOVEN!! NOOOOO NO SOY DELICIOSO! HE..HERMANOO!! ALGUIEEEEEN!!!??
-claramente no tenia alguna arma con que defenderse salvo un palo roto a la mitad de lo que alguna vez era un baston chamanico-
S...saludos....colegas... e...ehm... he venido aqui en busca de... de alguien llamado thrall.. e..es asi de grande... fuertote... es.. es mi hermano. de casualidad...
-los gruñidos no eran señal de querer hablar o hacer alguin pacto o haber un atisvo de querer ayudar..-
--segundos mas tarde.--
S-SOCORROOO!!! ESTOS BRUTOS ME QUIEREN HACER CALDITO DE ORCO JOVEN!! NOOOOO NO SOY DELICIOSO! HE..HERMANOO!! ALGUIEEEEEN!!!??
-claramente no tenia alguna arma con que defenderse salvo un palo roto a la mitad de lo que alguna vez era un baston chamanico-
1
0
turnos
0
maullidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
1
2
comentarios
1
compartido
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.