Capítulo I: El Foco y el Silencio.
El estudio de fotografía, amplio y revestido de un blanco inmaculado, parecía contener el aliento ante la figura de Deianira Zhorkeas. La luz, meticulosamente calibrada, rebotaba sobre su cabello rubio platino, transformándolo en una cascada de oro líquido que contrastaba con el conjunto de lencería de seda negra que llevaba puesto, una pieza clave de la nueva colección de Destroyer of Men. Cada movimiento suyo era estudiado, una coreografía ensayada entre el poder de una CEO y la sensualidad precisa de una supermodelo de Victoria's Secret.
Acababa de tomar una breve pausa. El equipo, consciente del valor de su tiempo y de su temperamento, se había retirado a una distancia respetuosa. Ella se acercó al gran espejo de cuerpo entero, no para admirarse, sino para inspeccionar la mercancía. Sus labios, recién retocados con un burdeos profundo, formaban una línea dura de concentración.
Deianira era una mujer que había aprendido a convertir la presión en una armadura. Horas antes, había cerrado un acuerdo que aseguraba la expansión de su imperio cosmético en tres continentes. Ahora, su trabajo era vender la fantasía que había creado, ser la encarnación perfecta de su propia marca: inalcanzable y absolutamente deseada.
La fotógrafa, Elya, rompió el silencio con una instrucción suave: —Deianira, de nuevo al centro, por favor. Necesito esa mirada de que el mundo te pertenece.
Deianira asintió con un movimiento apenas perceptible. Dejó el pequeño espejo sobre la mesa auxiliar y se dirigió de nuevo al punto marcado con una cruz en el suelo. El mármol frío bajo sus tacones era un recordatorio constante de la altura a la que operaba.
Elevó la barbilla, sus ojos azules, usualmente fríos y analíticos, se encendieron con la intensidad que solo ella podía conjurar.
La rubia no modelaba, reinaba.
La cámara hizo un clic seco, capturando el momento. Ella estaba lista.
¿Estaba listo el mundo para el brillo que la inundaba?
Capítulo I: El Foco y el Silencio.
El estudio de fotografía, amplio y revestido de un blanco inmaculado, parecía contener el aliento ante la figura de Deianira Zhorkeas. La luz, meticulosamente calibrada, rebotaba sobre su cabello rubio platino, transformándolo en una cascada de oro líquido que contrastaba con el conjunto de lencería de seda negra que llevaba puesto, una pieza clave de la nueva colección de Destroyer of Men. Cada movimiento suyo era estudiado, una coreografía ensayada entre el poder de una CEO y la sensualidad precisa de una supermodelo de Victoria's Secret.
Acababa de tomar una breve pausa. El equipo, consciente del valor de su tiempo y de su temperamento, se había retirado a una distancia respetuosa. Ella se acercó al gran espejo de cuerpo entero, no para admirarse, sino para inspeccionar la mercancía. Sus labios, recién retocados con un burdeos profundo, formaban una línea dura de concentración.
Deianira era una mujer que había aprendido a convertir la presión en una armadura. Horas antes, había cerrado un acuerdo que aseguraba la expansión de su imperio cosmético en tres continentes. Ahora, su trabajo era vender la fantasía que había creado, ser la encarnación perfecta de su propia marca: inalcanzable y absolutamente deseada.
La fotógrafa, Elya, rompió el silencio con una instrucción suave: —Deianira, de nuevo al centro, por favor. Necesito esa mirada de que el mundo te pertenece.
Deianira asintió con un movimiento apenas perceptible. Dejó el pequeño espejo sobre la mesa auxiliar y se dirigió de nuevo al punto marcado con una cruz en el suelo. El mármol frío bajo sus tacones era un recordatorio constante de la altura a la que operaba.
Elevó la barbilla, sus ojos azules, usualmente fríos y analíticos, se encendieron con la intensidad que solo ella podía conjurar.
La rubia no modelaba, reinaba.
La cámara hizo un clic seco, capturando el momento. Ella estaba lista.
¿Estaba listo el mundo para el brillo que la inundaba?