Interior de una habitación elegante en la villa Di Vincenzo. El crepúsculo baña de oro tenue las paredes, y el silencio parece respirar con ella.
Elisabetta Di Vincenzo estaba sentada frente al espejo, su silueta reflejada con la delicadeza de una pintura viva. El camisón negro de seda abrazaba sus curvas con la misma suavidad que lo hacía la luz, mientras sus dedos, perfectamente cuidados, jugaban con un mechón de su cabello rubio.
Sus ojos violetas brillaban con una calma inusual. Una calma que, para cualquiera, sería un regalo… pero para ella era una advertencia.
—Cuando todo está tan en paz —susurró para sí misma, con una media sonrisa melancólica—, es porque el infierno está conteniendo la respiración.
Se sentía hermosa, serena… como si por fin el mundo la hubiera dejado respirar. Pero lo conocía bien. El mundo no era amable. No con ella.
No con la Farfalla della Morte.
Se levantó lentamente, caminando descalza sobre la alfombra mullida, mientras la brisa nocturna se colaba por la ventana abierta. Algo se avecinaba. Lo sentía en los huesos. Esa quietud no era más que el preludio del caos.
Y aun así, se permitió un instante más. Un momento para ser solo Elisabetta. No la líder. No la hija de Niccolò. Solo una mujer, hermosa y peligrosa, atrapada entre el deseo de paz… y la certeza de que esa paz jamás sería suya.
Elisabetta Di Vincenzo estaba sentada frente al espejo, su silueta reflejada con la delicadeza de una pintura viva. El camisón negro de seda abrazaba sus curvas con la misma suavidad que lo hacía la luz, mientras sus dedos, perfectamente cuidados, jugaban con un mechón de su cabello rubio.
Sus ojos violetas brillaban con una calma inusual. Una calma que, para cualquiera, sería un regalo… pero para ella era una advertencia.
—Cuando todo está tan en paz —susurró para sí misma, con una media sonrisa melancólica—, es porque el infierno está conteniendo la respiración.
Se sentía hermosa, serena… como si por fin el mundo la hubiera dejado respirar. Pero lo conocía bien. El mundo no era amable. No con ella.
No con la Farfalla della Morte.
Se levantó lentamente, caminando descalza sobre la alfombra mullida, mientras la brisa nocturna se colaba por la ventana abierta. Algo se avecinaba. Lo sentía en los huesos. Esa quietud no era más que el preludio del caos.
Y aun así, se permitió un instante más. Un momento para ser solo Elisabetta. No la líder. No la hija de Niccolò. Solo una mujer, hermosa y peligrosa, atrapada entre el deseo de paz… y la certeza de que esa paz jamás sería suya.
🌒 Interior de una habitación elegante en la villa Di Vincenzo. El crepúsculo baña de oro tenue las paredes, y el silencio parece respirar con ella. 🌙
Elisabetta Di Vincenzo estaba sentada frente al espejo, su silueta reflejada con la delicadeza de una pintura viva. El camisón negro de seda abrazaba sus curvas con la misma suavidad que lo hacía la luz, mientras sus dedos, perfectamente cuidados, jugaban con un mechón de su cabello rubio.
Sus ojos violetas brillaban con una calma inusual. Una calma que, para cualquiera, sería un regalo… pero para ella era una advertencia.
—Cuando todo está tan en paz —susurró para sí misma, con una media sonrisa melancólica—, es porque el infierno está conteniendo la respiración.
Se sentía hermosa, serena… como si por fin el mundo la hubiera dejado respirar. Pero lo conocía bien. El mundo no era amable. No con ella.
No con la Farfalla della Morte.
Se levantó lentamente, caminando descalza sobre la alfombra mullida, mientras la brisa nocturna se colaba por la ventana abierta. Algo se avecinaba. Lo sentía en los huesos. Esa quietud no era más que el preludio del caos.
Y aun así, se permitió un instante más. Un momento para ser solo Elisabetta. No la líder. No la hija de Niccolò. Solo una mujer, hermosa y peligrosa, atrapada entre el deseo de paz… y la certeza de que esa paz jamás sería suya.


