La fiesta ardía como un ritual antiguo, oculta entre los árboles oscuros y la neblina que rozaba las copas con dedos invisibles. Antorchas temblaban al ritmo de tambores lejanos, y el aire se llenaba de un incienso espeso, casi embriagador. Era una celebración de los que ya no temían a los dioses ni a las sombras. Una fiesta pagana, donde lo sagrado y lo profano danzaban entrelazados.
Lilith Blackwood no era el centro de la multitud.
Y sin embargo, era imposible no mirarla.
Se deslizaba entre cuerpos sin rozarlos, como si flotara sobre el suelo de tierra mojada. Su vestido negro —translúcido, etéreo— apenas contenía la promesa de su silueta. La luz del fuego bailaba entre los pliegues de la tela como si obedeciera su voluntad. El cabello, plata líquida, caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Y sus ojos... sus ojos parecían soñadores cerrando los en busca de respuestas y en muestra de lo mucho que disfrutaba ser libre.
Bastaba su risa, baja y cortante como el canto de una copa de cristal, para hacer que las miradas se volvieran hacia ella con hambre. Bastaba su perfume, una mezcla de azahar, sangre y algo más —algo que no debía tener nombre— para que los pasos se dirigieran hacia donde ella estaba, sin que sus dueños supieran por qué.
Bailaba sola, sí.
Pero el círculo a su alrededor crecía limitaneo a observar, como si temieran romper el hechizo. Y ella, Lilith, danzaba con una lentitud peligrosa, como si bailara no para entretener, sino para ella misma , buscando la libertad en cada uno de sus pasos con sus pies descalzos, lo que empezó como solo una fiesta ahora un momento de liberación para ella.
Cómo si el aire cambiará para Lilith detuvo su giro, casi mperceptiblemente, como si algo —o alguien— hubiera alterado el flujo invisible que seguía su danza. No fue una mirada lo que la llamó, ni una palabra. Fue una presencia.
De entre las sombras logro divisar la mirada de un extraño -no tan extraño- y sin romper su ritmo se acercó, con el cabello revuelto por bailar y por el aire , agitada pero feliz, extendio su mano a el
—Baila conmigo —fue lo único que dijo mientras su sonrisa , su paz y esa energía aún seguían en su cuerpo desprendiéndose y contagiando a quien se acercara, no era un conjuro, no era un hechizo era Lilith siendo ella misma.
La fiesta ardía como un ritual antiguo, oculta entre los árboles oscuros y la neblina que rozaba las copas con dedos invisibles. Antorchas temblaban al ritmo de tambores lejanos, y el aire se llenaba de un incienso espeso, casi embriagador. Era una celebración de los que ya no temían a los dioses ni a las sombras. Una fiesta pagana, donde lo sagrado y lo profano danzaban entrelazados.
Lilith Blackwood no era el centro de la multitud.
Y sin embargo, era imposible no mirarla.
Se deslizaba entre cuerpos sin rozarlos, como si flotara sobre el suelo de tierra mojada. Su vestido negro —translúcido, etéreo— apenas contenía la promesa de su silueta. La luz del fuego bailaba entre los pliegues de la tela como si obedeciera su voluntad. El cabello, plata líquida, caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Y sus ojos... sus ojos parecían soñadores cerrando los en busca de respuestas y en muestra de lo mucho que disfrutaba ser libre.
Bastaba su risa, baja y cortante como el canto de una copa de cristal, para hacer que las miradas se volvieran hacia ella con hambre. Bastaba su perfume, una mezcla de azahar, sangre y algo más —algo que no debía tener nombre— para que los pasos se dirigieran hacia donde ella estaba, sin que sus dueños supieran por qué.
Bailaba sola, sí.
Pero el círculo a su alrededor crecía limitaneo a observar, como si temieran romper el hechizo. Y ella, Lilith, danzaba con una lentitud peligrosa, como si bailara no para entretener, sino para ella misma , buscando la libertad en cada uno de sus pasos con sus pies descalzos, lo que empezó como solo una fiesta ahora un momento de liberación para ella.
Cómo si el aire cambiará para Lilith detuvo su giro, casi mperceptiblemente, como si algo —o alguien— hubiera alterado el flujo invisible que seguía su danza. No fue una mirada lo que la llamó, ni una palabra. Fue una presencia.
De entre las sombras logro divisar la mirada de un extraño -no tan extraño- y sin romper su ritmo se acercó, con el cabello revuelto por bailar y por el aire , agitada pero feliz, extendio su mano a el
—Baila conmigo —fue lo único que dijo mientras su sonrisa , su paz y esa energía aún seguían en su cuerpo desprendiéndose y contagiando a quien se acercara, no era un conjuro, no era un hechizo era Lilith siendo ella misma.