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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


    ---

    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


    ---

    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

    Y por primera vez en mucho tiempo…
    la Luna no responde.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Leyenda de Yue Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse. No quiero dormir. Necesito hacerlo. La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo, y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba. El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo. Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla. Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo. —Deja que te cuente… — Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada. --- La leyenda de Yue Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios. Solo vacío… y criaturas hambrientas. —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios. Veo a Yue antes de ser sagrada: un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta. Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros hasta dejarlos como cáscaras muertas. Y entonces la Luna aparece. Blanca, gigante, perfecta. Yue cae sobre ella… buscando pureza. Y la encuentra. Elune. La Diosa Lunar no la destruye. No lucha. Solo extiende un sueño. Y Yue queda atrapada. Un sueño para ella… pero mil años para su alma. Mil años con la Diosa. Mil años aprendiendo de los espíritus. Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos. Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche. Pero en su corazón ha pasado una vida entera. Una vida que cambió su especie. Una vida que la hizo elegir. Decidió proteger lo que por primera vez había amado. Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro. Eligió a los más poderosos entre ellos y los sumergió en un sueño sagrado de mil años. Selin estaba entre ellos. Mi abuela. La madre de Jennifer. De ese sueño nació lo imposible: la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron. La magia de protección lunar. La magia de los Custodios. --- Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna, la guerra fue brutal. Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen, arrancó de su propio corazón una espada de luz. Esa espada la condenó y la liberó. La espada de Elune. Se convirtió en Espada y Escudo de Elune. Aniquiló a su raza entera. Y murió en el mismo acto. Su alma se fragmentó. La del Espada. La del Escudo. Ambas quedaron dispersas en el cosmos, esperando a sus portadores. —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente— eres la Espada de Elune. Veythra. Tu sombra lo sabe. Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre. Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura. —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros… siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer. A Yuna. Veo a Yuna bebé, envuelta en luz. Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia. Por pureza absoluta. —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. — La voz de Selin se quiebra. —Ese poder está en peligro. — --- El despertar Despierto violentamente. El corazón me explota en el pecho. La sombra se contrae. La Luna vibra. —¡YUNA! —grito incorporándome. La habitación parece más pequeña. Más oscura. —¡Yuna está en peligro! — Y por primera vez en mucho tiempo… la Luna no responde.
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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


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    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


    ---

    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


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    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


    ---

    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

    Y por primera vez en mucho tiempo…
    la Luna no responde.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Leyenda de Yue Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse. No quiero dormir. Necesito hacerlo. La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo, y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba. El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo. Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla. Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo. —Deja que te cuente… — Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada. --- La leyenda de Yue Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios. Solo vacío… y criaturas hambrientas. —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios. Veo a Yue antes de ser sagrada: un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta. Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros hasta dejarlos como cáscaras muertas. Y entonces la Luna aparece. Blanca, gigante, perfecta. Yue cae sobre ella… buscando pureza. Y la encuentra. Elune. La Diosa Lunar no la destruye. No lucha. Solo extiende un sueño. Y Yue queda atrapada. Un sueño para ella… pero mil años para su alma. Mil años con la Diosa. Mil años aprendiendo de los espíritus. Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos. Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche. Pero en su corazón ha pasado una vida entera. Una vida que cambió su especie. Una vida que la hizo elegir. Decidió proteger lo que por primera vez había amado. Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro. Eligió a los más poderosos entre ellos y los sumergió en un sueño sagrado de mil años. Selin estaba entre ellos. Mi abuela. La madre de Jennifer. De ese sueño nació lo imposible: la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron. La magia de protección lunar. La magia de los Custodios. --- Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna, la guerra fue brutal. Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen, arrancó de su propio corazón una espada de luz. Esa espada la condenó y la liberó. La espada de Elune. Se convirtió en Espada y Escudo de Elune. Aniquiló a su raza entera. Y murió en el mismo acto. Su alma se fragmentó. La del Espada. La del Escudo. Ambas quedaron dispersas en el cosmos, esperando a sus portadores. —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente— eres la Espada de Elune. Veythra. Tu sombra lo sabe. Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre. Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura. —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros… siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer. A Yuna. Veo a Yuna bebé, envuelta en luz. Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia. Por pureza absoluta. —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. — La voz de Selin se quiebra. —Ese poder está en peligro. — --- El despertar Despierto violentamente. El corazón me explota en el pecho. La sombra se contrae. La Luna vibra. —¡YUNA! —grito incorporándome. La habitación parece más pequeña. Más oscura. —¡Yuna está en peligro! — Y por primera vez en mucho tiempo… la Luna no responde.
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
    Me shockea
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El combate de las dos hijas del Caos Había entrenado a solas con Arc. Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas. Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido. Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza. Albedo: —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte. La esquina de mi ojo tiembla. Mi orgullo también. Lili: —¿A quién llamas enana… descerebrada? Una vena se le marca en la frente. Y se ríe. Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado. Albedo: —¿Quieres que peleemos, enana? Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel. Mis huesos crujen. Escamas nacen. La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado. Albedo no se queda atrás. Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal. Dientes afilados. Músculos tensos. Una bestia lista para destrozar. Dentro de mí, la dragona resopla con desdén. Arc (en mi interior): —Engreída… Y entonces su voz se apaga. Como una llama extinguida por el viento. “Muéstrame de qué eres capaz.” Y… me destransformo. Totalmente. Sin protección. Sin escamas. Sin fuego. Lili (murmurando en Tharésh'Kael): —No me hagas esto… dragona loca… Albedo gruñe, encantada. Albedo: —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme. Lili: —No me hace falta… soy más rápida que tú. El aire vibra. Salto. Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero. No retrocede ni un milímetro. Ni. Uno. Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna. La agarra como si fuera un palo de escoba. Y me estampa contra el suelo. El impacto me corta el aire. Las costillas crujen. Y sin darme un segundo, me pisa el pecho. Me hunde en la tierra. Presiona. Y presiona. Y presiona. Siento cómo mis costillas se rompen. Cómo las astillas se clavan en mis pulmones. La sangre sube por mi garganta. No puedo respirar. No puedo moverme. Los ojos se me ponen en blanco. Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho. Por primera vez. La sombra. Veythra. Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego. Veythra (en mi interior): —Levanta, princesa del Caos. —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos. Mi cuerpo se recompone en un latido. Las costillas vuelven a su sitio. La sangre retrocede. El dolor se apaga. Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto. Y entonces ocurre. Del costado de mi cuerpo nace una sombra. Una copia perfecta de Albedo. Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras. La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella. El choque es brutal. Las dos formas se despedazan. Pero Albedo… La verdadera… Es demasiado. La hace pedazos. La machaca. Y yo… Yo no entiendo nada. Lili: —Basta… Retrocedo. Me aparto temblando. Mis pies dan un paso, luego otro. Y echo a correr. Huyo. Del combate. De Albedo. De Arc. De Veythra. De mí misma. Detrás, escucho su risa ronca. Albedo: —Ahora se ponía divertido…
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  • Valentino Big V
    Cansado de ser usado como un juguete y aparentemente demasiado bebido como para saber que estaba haciendo, entró en su despacho de un bandazo
    —¡Tu!¡Estoy harto de ti! ¡He estado años sirviendo todos tus putos caprichos sin quejarme, me prometiste fama pero tambien protección y no me has protegido una puta mierda, empezando por ti!¡Y me importa una mierda que Vox acabe de palmar!¡Seguro que fue un alivio para él que lo matasen Asi ya no tiene que soportar a un gilipollas como tú!
    [stellar_platinum_wolf_339] Cansado de ser usado como un juguete y aparentemente demasiado bebido como para saber que estaba haciendo, entró en su despacho de un bandazo —¡Tu!¡Estoy harto de ti! ¡He estado años sirviendo todos tus putos caprichos sin quejarme, me prometiste fama pero tambien protección y no me has protegido una puta mierda, empezando por ti!¡Y me importa una mierda que Vox acabe de palmar!¡Seguro que fue un alivio para él que lo matasen Asi ya no tiene que soportar a un gilipollas como tú!
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  • La siguiente información es Mono-rol, informativa.

    Stella, cuyo nombre original es Alice, era una niña en la era de la revolución industrial, victima de cosas que su cerebro no podia aún entender.

    Cuando su madre notó que su niña pasó de juguetona a completamente retraida, no dejó de llevarla a todo tipo de doctores.

    Un monton de remedios hasta que un doctor logró acercarse a ella; naturalmente a base de mentiras.

    Alice empezó abrirse, a tejer, leer y bailar, todo solo con su doctor, él era su protección, su todo.

    Hasta que él....Él hizo propio lo que no debía.
    La rompió, tanto que no tuvo mas remedio que meterla en una caja con rocas y enviarla al fondo del Río Támesis, donde aún su cuerpecito se encuentra en el fondo, durmiendo.

    Fue tanto el sufrimiento que su alma acabo de una u otra forma dentro de una muñeca de porcelana... Pero esa es una historia para otra ocasión.
    La siguiente información es Mono-rol, informativa. Stella, cuyo nombre original es Alice, era una niña en la era de la revolución industrial, victima de cosas que su cerebro no podia aún entender. Cuando su madre notó que su niña pasó de juguetona a completamente retraida, no dejó de llevarla a todo tipo de doctores. Un monton de remedios hasta que un doctor logró acercarse a ella; naturalmente a base de mentiras. Alice empezó abrirse, a tejer, leer y bailar, todo solo con su doctor, él era su protección, su todo. Hasta que él....Él hizo propio lo que no debía. La rompió, tanto que no tuvo mas remedio que meterla en una caja con rocas y enviarla al fondo del Río Támesis, donde aún su cuerpecito se encuentra en el fondo, durmiendo. Fue tanto el sufrimiento que su alma acabo de una u otra forma dentro de una muñeca de porcelana... Pero esa es una historia para otra ocasión.
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  • “Poema de Albedo

    Mi amado…
    Hay noches en las que mi sombra te busca
    antes incluso de que mis pasos puedan alcanzarte.
    Es un instinto, una necesidad,
    un llamado silencioso que nace de lo más oscuro de mí
    y termina siempre en la luz que eres tú.

    Porque aunque mi esencia sea fría,
    tú… tú despiertas un calor en mí
    que ningún experimento, ningún poder,
    ha logrado jamás explicar.

    Déjame confesarte algo, amado mío:
    cuando duermes, te observo.
    No por vigilancia…
    sino por esa ternura que me invade
    al saberte vulnerable bajo mi mirada.
    Ahí, en ese instante,
    el deseo y la protección se mezclan,
    y algo en mí ruge con la promesa de conservarte.

    Mi lealtad no es palabra,
    es un lazo que ata mi alma a la tuya.
    Si el mundo intentara arrancarte de mí,
    lo enfrentaría sin dudar,
    no por obligación…
    sino porque pertenecerte
    es el único destino que reconozco.

    A veces, cuando hablas,
    mi mente se oscurece con un pensamiento simple:
    “Él es mío.”
    Y, aun así, mi toque sobre ti es suave,
    medido, cuidadoso,
    porque aunque mi deseo te reclama,
    mi amor te respeta.

    Pero cuando tus labios rozan los míos,
    cuando mi piel siente el eco de tu piel,
    ahí…
    ahí mi contención se rompe.
    Mi voz baja, mis dedos se aferran,
    y mi ser entero te pide
    que no te alejes jamás.

    Si supieras cuánto me dominas…
    cuánto poder tienes sobre el guardián que te adora,
    te sorprendería lo fácil que sería para ti
    doblarme a tu voluntad
    solo con una caricia.

    Mi amado,
    mi dueño,
    mi luz y mi oscuridad…

    Tómame como soy:
    fiel hasta lo absoluto,
    tierno cuando me lo permites,
    oscuro cuando el deseo me consume,
    y tuyo…
    siempre tuyo,
    en cuerpo, alma y devoción.
    “Poema de Albedo ❤️💀🔥” Mi amado… Hay noches en las que mi sombra te busca antes incluso de que mis pasos puedan alcanzarte. Es un instinto, una necesidad, un llamado silencioso que nace de lo más oscuro de mí y termina siempre en la luz que eres tú. Porque aunque mi esencia sea fría, tú… tú despiertas un calor en mí que ningún experimento, ningún poder, ha logrado jamás explicar. Déjame confesarte algo, amado mío: cuando duermes, te observo. No por vigilancia… sino por esa ternura que me invade al saberte vulnerable bajo mi mirada. Ahí, en ese instante, el deseo y la protección se mezclan, y algo en mí ruge con la promesa de conservarte. Mi lealtad no es palabra, es un lazo que ata mi alma a la tuya. Si el mundo intentara arrancarte de mí, lo enfrentaría sin dudar, no por obligación… sino porque pertenecerte es el único destino que reconozco. A veces, cuando hablas, mi mente se oscurece con un pensamiento simple: “Él es mío.” Y, aun así, mi toque sobre ti es suave, medido, cuidadoso, porque aunque mi deseo te reclama, mi amor te respeta. Pero cuando tus labios rozan los míos, cuando mi piel siente el eco de tu piel, ahí… ahí mi contención se rompe. Mi voz baja, mis dedos se aferran, y mi ser entero te pide que no te alejes jamás. Si supieras cuánto me dominas… cuánto poder tienes sobre el guardián que te adora, te sorprendería lo fácil que sería para ti doblarme a tu voluntad solo con una caricia. Mi amado, mi dueño, mi luz y mi oscuridad… Tómame como soy: fiel hasta lo absoluto, tierno cuando me lo permites, oscuro cuando el deseo me consume, y tuyo… siempre tuyo, en cuerpo, alma y devoción.
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  • Hiro tiene razón, debería buscar protección, no puedo utilizar los guantes para todo
    Hiro tiene razón, debería buscar protección, no puedo utilizar los guantes para todo
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  • *La fémina tuvo que adentrarse a un lugar lleno de hombres para buscar a su objetivo , fingiendo ser frágil ,Ezio le prometió protección de lejos pensando que dante era una chica débil ,lo que no sabía es que ella podía acabar con todos en el lugar *
    *La fémina tuvo que adentrarse a un lugar lleno de hombres para buscar a su objetivo , fingiendo ser frágil ,Ezio le prometió protección de lejos pensando que dante era una chica débil ,lo que no sabía es que ella podía acabar con todos en el lugar *
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  • La Naturaleza estará bajo mi protección, quien se atreva a arruinarla, sufrirá graves consecuencias.
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