• Siempre hay sorpresas
    Fandom Mafias, Asesinos/as a sueldo.
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    Yuri me había felicitado por los trabajos exitosos. Me concedió días libres y transfirió dinero a mi cuenta para que pueda gastarlo en lo que quisiera. Para celebrar, organizó una cena en mi nombre, a la cual asistieron varios asociados con sus familias.
    En mi habitación, un vestido negro con ciertos destellos estaba colgado en el perchero con una nota.

    -Esto es para tí, принцесса. Espero que lo uses en la noche. Yuri.

    Rápidamente me alisté y me puse el vestido. Masha, la ama de llaves, me arregló un poco el cabello trenzándolo de un lado y me prestó unos zapatos de tacón. Al verme en el espejo, se sentía extraño. Aunque se sintiera así, no me quedaba opción. Era lo menos que podía hacer.

    Rápidamente bajé a la sala y empecé a saludar a los invitados. Yuri me acompañaba sujetando mi mano cual padre a su hija. No tuve en cuenta que podría llegar a saludar a alguien que me sorprendería, en cierto modo, por su actitud. Alguien que no solo me haría modificar ciertas perspectivas, si no que despertaría algunas cuestiones que creí inexistentes.
    Yuri me había felicitado por los trabajos exitosos. Me concedió días libres y transfirió dinero a mi cuenta para que pueda gastarlo en lo que quisiera. Para celebrar, organizó una cena en mi nombre, a la cual asistieron varios asociados con sus familias. En mi habitación, un vestido negro con ciertos destellos estaba colgado en el perchero con una nota. -Esto es para tí, принцесса. Espero que lo uses en la noche. Yuri. Rápidamente me alisté y me puse el vestido. Masha, la ama de llaves, me arregló un poco el cabello trenzándolo de un lado y me prestó unos zapatos de tacón. Al verme en el espejo, se sentía extraño. Aunque se sintiera así, no me quedaba opción. Era lo menos que podía hacer. Rápidamente bajé a la sala y empecé a saludar a los invitados. Yuri me acompañaba sujetando mi mano cual padre a su hija. No tuve en cuenta que podría llegar a saludar a alguien que me sorprendería, en cierto modo, por su actitud. Alguien que no solo me haría modificar ciertas perspectivas, si no que despertaría algunas cuestiones que creí inexistentes.
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  • Noche perpetua, un cielo negro que se pierde más allá de la vista.
    Un campo de rosas, pétalos carmesí, gotas escarlatas que se extienden hasta el oscuro horizonte.
    Allí yace Hansel Russo, de rodillas en medio de estatuas grotescamente troceadas y con sus restos esparcidos de un lado a otro.
    Otra vez estaba ahí, en ese mundo odioso y onírico. Pero ésta vez era diferente, pues en una de sus manos se encuentra enredado un peculiar hilo rojizo.

    —Mi pequeño y miserable Hansel, ¿Sabes qué es eso?—

    Russo alzó la mirada con el ceño fruncido, odiaba con su alma aquella voz burlona y arrogante.
    Al verlo notó que el hilo pasa por el lado de ese monstruo y se extiende hasta más allá de noche perpetua. No supo que responder, por lo que guardó silencio.

    —Es una distracción, Hansel, eso es. En algún futuro tratara de hacerte olvidar tu glorioso propósito.—

    —¿Cuál propósito, sufrir hasta los ochenta?—

    —¡Exacto!—

    Russo apretó los dientes, mientras cerraba sus manos en puños que tiemblan de rabia.

    —Pero no te preocupes, mi pequeño y miserable Hansel. Sé perfectamente cómo arreglarlo. —

    Hansel Russo presenció como ese monstruo tomó el hilo rojo desde dos alejados extremos con sus negras zarpas. Él tiró del hilo, lo tensó y lo estiró. Pero en su último intento lo cortó, tuvo que usar tanta fuerza que hizo temblar a Noche perpetua.

    Por un segundo, exactamente uno, Hansel Russo sintió frío, sintió como una aguda punzada atravesó su corazón y lo obligó a detenerse en ese corto momento. Por alguna razón se sentía vacío, como si le faltara algo, sentía un frío totalmente ajeno al que provocaba Noche perpetua.
    El hilo rojo se contrajo hasta perderse en el cielo negro, mientras que la parte de Russo quedó colgando en aquellas negras zarpas. Su brillo rojizo estaba muriendo, cada vez se tornaba más y más opaco.

    —¿Qué... Qué hiciste?—

    Tartamudeó el confundido Russo, quien miraba sin entender nada. Mientras que el monstruo, él sonreía, mostraba sus puntiagudos dientes en una sonrisa retorcida y demencial.

    —Tenía que ver con algo del destino, una cosa sin importancia; Algo con encontrarse con alguien especial. — Su respuesta iba cargada con aquella burla, con aquella arrogancia que le recordaba a Russo la enorme diferencia entre un humano y un ente de ese tipo.

    —Hansel Russo, aquel que marqué para ser mi punto de conexión con el mundo terrenal. Tu propósito es dar a conocer mi existencia, por cualquier medio que sea necesario. —

    El hombre de la marcas sintió como el aire era despojado de sus pulmones, de una forma tan agresiva que lo hizo caer de cara entre las rosas carmesí. No importa cuánto intentara, el aire simplemente no volvía y de a poco perdía la conciencia.

    —Así como te salvé de que cobraran tu alma en ese mugroso departamento, o como hiciste hace años en ese hospital psiquiátrico. Noche perpetua debe ser conocido, luego mi nombre será revelado. —

    Y eso fue lo último que escuchó Russo, luego de eso se hundió en un profundo silencio entre aquel mar de sangre y pétalos.

    .
    .
    .





    //Cualquiera diría que nomás ando torturando a Hansel a lo wey-
    PERO! Let me cook boy, todo va a tener su sentido- Si es que consigo dárselo

    Noche perpetua, un cielo negro que se pierde más allá de la vista. Un campo de rosas, pétalos carmesí, gotas escarlatas que se extienden hasta el oscuro horizonte. Allí yace Hansel Russo, de rodillas en medio de estatuas grotescamente troceadas y con sus restos esparcidos de un lado a otro. Otra vez estaba ahí, en ese mundo odioso y onírico. Pero ésta vez era diferente, pues en una de sus manos se encuentra enredado un peculiar hilo rojizo. —Mi pequeño y miserable Hansel, ¿Sabes qué es eso?— Russo alzó la mirada con el ceño fruncido, odiaba con su alma aquella voz burlona y arrogante. Al verlo notó que el hilo pasa por el lado de ese monstruo y se extiende hasta más allá de noche perpetua. No supo que responder, por lo que guardó silencio. —Es una distracción, Hansel, eso es. En algún futuro tratara de hacerte olvidar tu glorioso propósito.— —¿Cuál propósito, sufrir hasta los ochenta?— —¡Exacto!— Russo apretó los dientes, mientras cerraba sus manos en puños que tiemblan de rabia. —Pero no te preocupes, mi pequeño y miserable Hansel. Sé perfectamente cómo arreglarlo. — Hansel Russo presenció como ese monstruo tomó el hilo rojo desde dos alejados extremos con sus negras zarpas. Él tiró del hilo, lo tensó y lo estiró. Pero en su último intento lo cortó, tuvo que usar tanta fuerza que hizo temblar a Noche perpetua. Por un segundo, exactamente uno, Hansel Russo sintió frío, sintió como una aguda punzada atravesó su corazón y lo obligó a detenerse en ese corto momento. Por alguna razón se sentía vacío, como si le faltara algo, sentía un frío totalmente ajeno al que provocaba Noche perpetua. El hilo rojo se contrajo hasta perderse en el cielo negro, mientras que la parte de Russo quedó colgando en aquellas negras zarpas. Su brillo rojizo estaba muriendo, cada vez se tornaba más y más opaco. —¿Qué... Qué hiciste?— Tartamudeó el confundido Russo, quien miraba sin entender nada. Mientras que el monstruo, él sonreía, mostraba sus puntiagudos dientes en una sonrisa retorcida y demencial. —Tenía que ver con algo del destino, una cosa sin importancia; Algo con encontrarse con alguien especial. — Su respuesta iba cargada con aquella burla, con aquella arrogancia que le recordaba a Russo la enorme diferencia entre un humano y un ente de ese tipo. —Hansel Russo, aquel que marqué para ser mi punto de conexión con el mundo terrenal. Tu propósito es dar a conocer mi existencia, por cualquier medio que sea necesario. — El hombre de la marcas sintió como el aire era despojado de sus pulmones, de una forma tan agresiva que lo hizo caer de cara entre las rosas carmesí. No importa cuánto intentara, el aire simplemente no volvía y de a poco perdía la conciencia. —Así como te salvé de que cobraran tu alma en ese mugroso departamento, o como hiciste hace años en ese hospital psiquiátrico. Noche perpetua debe ser conocido, luego mi nombre será revelado. — Y eso fue lo último que escuchó Russo, luego de eso se hundió en un profundo silencio entre aquel mar de sangre y pétalos. . . . //Cualquiera diría que nomás ando torturando a Hansel a lo wey- PERO! Let me cook boy, todo va a tener su sentido- Si es que consigo dárselo :STK-21:
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  • " 𝙿𝚊𝚍𝚛𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘, 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝á𝚜 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚌𝚒𝚎𝚕𝚘𝚜 "









    Su cuerpo estaba tirado en el sofá de su oficina, el estrés lo estaba matando. Los problemas solo parecían llegar uno tras otro. Y lo único que lo atormentaba eran aquellas palabras que habían salido de la boca de aquella mujer.

    Tomo una de las fichas que estaban dispersas en el suelo. Eran todas de hombres que trabajaban para el padre de Kiev. Uno le llamo la atención.


    "𝑺𝒂𝒏𝒕𝒊𝒇𝒊𝒄𝒂𝒅𝒐 𝒔𝒆𝒂 𝒕𝒐𝒖 𝒏𝒐𝒎𝒆"

    El señor Marco Isagaretti, un hombre cristiano de 45 años, que se dedicaba al tráfico de personas, alguien muy activo en la iglesia, ofreciendo donaciones en nombre de Dios.

    "𝑽𝒆𝒏𝒈𝒂 𝒂 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔 𝒕𝒖 𝒓𝒆𝒊𝒏𝒐"

    Se levantó del sofá con la intención de hacer el trabajo. Normalmente ese hombre iba a la iglesia en la tarde, sus hombres vigilaban todo el lugar, así que tenía que ver cómo entrar.

    — ¿Y si me visto de padre? — Sonrió y chasqueo los dedos ante la idea. Hacia tiempo que no se disfrazaba.

    "𝑯á𝒈𝒂𝒔𝒆 𝒕𝒖 𝒗𝒐𝒍𝒖𝒏𝒕𝒂𝒅 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐"

    — Puedes hablar hermano.

    Estaba del otro lado del confesionario, escuchando atentamente cada delito cometido y que iba a cometer aquel hombre.

    "𝑫𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒚, 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐 𝒑𝒂𝒏 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒅𝒂 𝒅í𝒂; 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒐𝒏𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒐𝒇𝒆𝒏𝒔𝒂𝒔."

    — Una cosa más. — El viejo señor añadió — Deseo a una mujer. Y creo que la voy a tomar a la fuerza. Se que es malo, pero ella es preciosa como una joya ,y la quiero para mí, incluso su nombre le hace justicia... "Rubí"

    "𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒕𝒂𝒎𝒃𝒊é𝒏 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒐𝒏𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐𝒔 𝒐𝒇𝒆𝒏𝒅𝒆𝒏; "

    La mirada de Ryan se oscureció, sus latidos se aceleraron, su sangre hervía y su cuerpo temblaba de rabia. Solo cerro los ojos un segundo, y ya estába sobre él, la sangre se escurría de sus manos y la escena era de horror.

    Su cuerpo y respiración agitado, lo decía todo. Había perdido el control.


    " 𝒏𝒐 𝒏𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒋𝒆𝒔 𝒄𝒂𝒆𝒓 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂𝒄𝒊ó𝒏, 𝒚 𝒍í𝒃𝒓𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒍. "

    — Amén. — Sus dedos temblantes y sangrientos, dibujaban una cruz en el aire.
    " 𝙿𝚊𝚍𝚛𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘, 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝á𝚜 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚌𝚒𝚎𝚕𝚘𝚜 " Su cuerpo estaba tirado en el sofá de su oficina, el estrés lo estaba matando. Los problemas solo parecían llegar uno tras otro. Y lo único que lo atormentaba eran aquellas palabras que habían salido de la boca de aquella mujer. Tomo una de las fichas que estaban dispersas en el suelo. Eran todas de hombres que trabajaban para el padre de Kiev. Uno le llamo la atención. "𝑺𝒂𝒏𝒕𝒊𝒇𝒊𝒄𝒂𝒅𝒐 𝒔𝒆𝒂 𝒕𝒐𝒖 𝒏𝒐𝒎𝒆" El señor Marco Isagaretti, un hombre cristiano de 45 años, que se dedicaba al tráfico de personas, alguien muy activo en la iglesia, ofreciendo donaciones en nombre de Dios. "𝑽𝒆𝒏𝒈𝒂 𝒂 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔 𝒕𝒖 𝒓𝒆𝒊𝒏𝒐" Se levantó del sofá con la intención de hacer el trabajo. Normalmente ese hombre iba a la iglesia en la tarde, sus hombres vigilaban todo el lugar, así que tenía que ver cómo entrar. — ¿Y si me visto de padre? — Sonrió y chasqueo los dedos ante la idea. Hacia tiempo que no se disfrazaba. "𝑯á𝒈𝒂𝒔𝒆 𝒕𝒖 𝒗𝒐𝒍𝒖𝒏𝒕𝒂𝒅 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐" — Puedes hablar hermano. Estaba del otro lado del confesionario, escuchando atentamente cada delito cometido y que iba a cometer aquel hombre. "𝑫𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒚, 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐 𝒑𝒂𝒏 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒅𝒂 𝒅í𝒂; 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒐𝒏𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒐𝒇𝒆𝒏𝒔𝒂𝒔." — Una cosa más. — El viejo señor añadió — Deseo a una mujer. Y creo que la voy a tomar a la fuerza. Se que es malo, pero ella es preciosa como una joya ,y la quiero para mí, incluso su nombre le hace justicia... "Rubí" "𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒕𝒂𝒎𝒃𝒊é𝒏 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒐𝒏𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐𝒔 𝒐𝒇𝒆𝒏𝒅𝒆𝒏; " La mirada de Ryan se oscureció, sus latidos se aceleraron, su sangre hervía y su cuerpo temblaba de rabia. Solo cerro los ojos un segundo, y ya estába sobre él, la sangre se escurría de sus manos y la escena era de horror. Su cuerpo y respiración agitado, lo decía todo. Había perdido el control. " 𝒏𝒐 𝒏𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒋𝒆𝒔 𝒄𝒂𝒆𝒓 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂𝒄𝒊ó𝒏, 𝒚 𝒍í𝒃𝒓𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒍. " — Amén. — Sus dedos temblantes y sangrientos, dibujaban una cruz en el aire.
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  • Aqui llego la Ángel del Amor Jade, os ayudare en nombre del amor * Sonriendo feliz*
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  • 「 Even before I knew it 」Priv.c/Heeseung Lee
    Fandom Original
    Categoría Fantasía
    Heeseung Lee ⸻⟢

    – Te encontré –.

    Sonó esa voz a espaldas del contrario, como si viniese desde lejos, como si ya no quedasen fuerzas en esas cuerdas vocales después de aquel día que se hizo eterno, más eterno que su propia existencia. Y bastó con que se volteara para confirmarlo con los ojos embebidos en una angustia que no nacía desde la tristeza sino desde un tangible y tan ajeno cansancio.

    Se hacían sobre su rostro las marcas de los golpes que había recibido esa mañana y notable la inestabilidad con la que, dueño de tantas emociones extrañas, ahora debía lidiar. Avanzó así, sin pensarlo, casi como si aquel fuese el encuentro de dos almas conocidas, de dos viejos amigos y es que aunque ese chico no supiera, lo había estado observando por tanto tiempo, lo sentía tan cercano – Al fin… –.

    Se compungía al pronunciarse y siendo la primera vez en que cada consonante se ataba a su vocal en medio de aquel plano, una sonrisa que pronto iba a desvanecerse precedió a aquel nombre...

    – Heeseung –.

    Iba a avanzar, iba hacia él, necesitaba tanto acortar la distancia. No obstante el aire se le fue, al igual que se quebraba ese último hilo de vitalidad que sostenía luego de haber vivido como un mortal por contadas horas, padeciéndolo como el peor de los martirios.

    Se desvaneció frente a su protegido, delante de ese muchacho a quien había elegido al fin, convencido de que sería el indicado, el que le daría finalmente la posibilidad de graduarse como ángel guardián. Yacía desmayado a sus pies, a merced de la bondad de quien, sabía, por extraño que todo resultase, no iba a dejarlo sólo.
    [Lee_space20] ⸻⟢ – Te encontré –. Sonó esa voz a espaldas del contrario, como si viniese desde lejos, como si ya no quedasen fuerzas en esas cuerdas vocales después de aquel día que se hizo eterno, más eterno que su propia existencia. Y bastó con que se volteara para confirmarlo con los ojos embebidos en una angustia que no nacía desde la tristeza sino desde un tangible y tan ajeno cansancio. Se hacían sobre su rostro las marcas de los golpes que había recibido esa mañana y notable la inestabilidad con la que, dueño de tantas emociones extrañas, ahora debía lidiar. Avanzó así, sin pensarlo, casi como si aquel fuese el encuentro de dos almas conocidas, de dos viejos amigos y es que aunque ese chico no supiera, lo había estado observando por tanto tiempo, lo sentía tan cercano – Al fin… –. Se compungía al pronunciarse y siendo la primera vez en que cada consonante se ataba a su vocal en medio de aquel plano, una sonrisa que pronto iba a desvanecerse precedió a aquel nombre... – Heeseung –. Iba a avanzar, iba hacia él, necesitaba tanto acortar la distancia. No obstante el aire se le fue, al igual que se quebraba ese último hilo de vitalidad que sostenía luego de haber vivido como un mortal por contadas horas, padeciéndolo como el peor de los martirios. Se desvaneció frente a su protegido, delante de ese muchacho a quien había elegido al fin, convencido de que sería el indicado, el que le daría finalmente la posibilidad de graduarse como ángel guardián. Yacía desmayado a sus pies, a merced de la bondad de quien, sabía, por extraño que todo resultase, no iba a dejarlo sólo.
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  • Te recuerdo

    En esta vida y en la pasada , recuerdo el aroma de su cabello, la suavidad de tu manos incluso la gentileza de tu voz

    Recuerdo el sentimiento de tenerte entre mis manos y el que provocabas al pronunciar mi nombre

    Incluso el recuerdo y sentimiento de que no te merezco y estás mejor lejos de mi prevalece

    Pero aún no recuerdo tu rostro
    Te recuerdo En esta vida y en la pasada , recuerdo el aroma de su cabello, la suavidad de tu manos incluso la gentileza de tu voz Recuerdo el sentimiento de tenerte entre mis manos y el que provocabas al pronunciar mi nombre Incluso el recuerdo y sentimiento de que no te merezco y estás mejor lejos de mi prevalece Pero aún no recuerdo tu rostro
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  • —Los medios habían vuelto a hacer a Norman titular en los diarios. La primera plana traía su nombre y todos se hacían la misma pregunta. "¿Dónde está Norman Osborn?"

    ¿Será que se oculta de algo? ¿De alguien?—
    —Los medios habían vuelto a hacer a Norman titular en los diarios. La primera plana traía su nombre y todos se hacían la misma pregunta. "¿Dónde está Norman Osborn?" ¿Será que se oculta de algo? ¿De alguien?—
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  • "Esta rosa del desierto llama a la lluvia. Quién venera su presencia; acude como un condenado a sus melodías. Cada uno de los pasos que lo acercan a mí es una llamada de paraísos primigenios pese a que desconozco si lograré encontrarlo entre mis brazos para siempre. Aún perdura su estampa en este corazón que arrastra todas mis ilusiones. Mis huellas a ópera silente; porque no hay espíritu que lo pueda invocar y traerlo hasta mí".

    Sus palabras susurran delineados a sol de invierno y nieve de verano. La habitación produce que su corazón latiera y lagrimeara, sin derramar una lágrima alguna. Reparte una caricia entre los barrotes; la jaula no está oxidada pero reposa en matiz bronce. Ahí perduran sus memorias. El cofre en que las ha sepultado resuena música. Melodías que silban una La crecida, que delinean un Re escrito con hilares de lana. Las Mi que hechizan los dedos que tocan sus hoscos rostros; esos revestidos con vidrioso orégano y laureles circunspectos. Delimita una forma de prestarle los ojos de sus manos. Vislumbra las alineaciones de los astros que pecan de inocentes.

    El abrigo de sus rezos calma los sollozos del genuino imberbe con aroma a condenado; él matiza la arena con la que le calienta los pies. El orgullo de sus crímenes, signos de bosques y triadas de metal, esos que esgrimen una venía a sus denarios de dientes de leche y huesos de cimitarras; pigmentados con tinta indeleble para siempre en un pozo de ríos de paraísos sin final.

    Él presta a callar sus sentires; él imprime sus huellas dactilares en un esbozo que musita un esgrimido de hazañas y recodos de piedras en el centro de su vesícula. Tiene hambre y viste de espejismos y cayenas. Ofrece café de uvas; pastel de zanahorias y ciruelas pasas que pastan con el rencor de las palabras mudas que se elevan, se elevan, se elevan con el futuro de los céfiros y el humo de adviento que hace el Amor con sus delicadas promesas.

    Él abre la jaula. No persiste el juicio que lo condenó a vagar en la realidad sin siquiera moverse. Sus dedos se mueven, tejen un lagrimeo de lilas y árboles de lima. Las naranjas que crecen en su interior, que pare de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez retienen los rostros infantiles de sus vástagos. Edifican pilares, consciencia con aroma a popurrí. Seda de huesos de besos. Desde el secuestro escriben una historia interminable; venenos y antídotos han trinado y sesgado a sus dominios; derrite a la razón de sus suspiros. Retira la sentencia en las nocturnas haladas que pregonan juntos; cada vez que abren las alas. Cada vez que fotografía su anatomía y la borda en el centro de su ombligo.

    Cada tanto que cuenta el tiempo que anda y, con anhelantes rezos, describe a la fantasía justo a su sangre y altares. A él acude cada vez que se equivoca en las lecciones. A él confiesa sus dolencias; la magia punza y retiene lo poco de cordura que les queda. Comparten el lecho de plumas y piojos de ganso. Sobre ellos crecen flores cristalinas; la fiereza de sus voces al llamarse sin palabras hiere a sus engaños. Jamás se abandonarán el uno al otro, el otro al uno, el uno al dos.

    Ambos son prisioneros y verdugos de su Amor, melodía decorosa que viste a la tumba de sus hilos rojos del Destino y muñecas con aroma a Sol. El otoño crece entre sus ramas: un firmamento anhelante de sal de mar. Un sueño que repite su ciclo de principio a fin con vestigios de cisnes y cigüeñas hechas de tejidos de papel. Hiela una brizna y recita la buena nueva de su historia en estos aquí y estos ahora.

    Amor y dolor. Duermen y sueñan con ellos mismos; sueños de dulces cunas. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Un lamento de sus ecos alcanza a rasgar el silencio que escuda sus penas que aguardan ante como monolitos colgantes de pies descalzos; ellos se abrazan, aún en la distancia. Ellos hacen el Amor siempre entre desnudadas pérdidas y reencuentros de crueldades magnánimas, tan sólo son dos soñadores radicales que se anhelan; tan sólo el firmamento y el mar que se llaman entre los bordes del tiempo. Están ahí, y se desmoronan, similares a un leve susurro; a un encanto. Un sagrado sueño que los unifica y en el que se buscan sin siquiera conocer sus nombres verdaderos.


    "Esta rosa del desierto llama a la lluvia. Quién venera su presencia; acude como un condenado a sus melodías. Cada uno de los pasos que lo acercan a mí es una llamada de paraísos primigenios pese a que desconozco si lograré encontrarlo entre mis brazos para siempre. Aún perdura su estampa en este corazón que arrastra todas mis ilusiones. Mis huellas a ópera silente; porque no hay espíritu que lo pueda invocar y traerlo hasta mí". Sus palabras susurran delineados a sol de invierno y nieve de verano. La habitación produce que su corazón latiera y lagrimeara, sin derramar una lágrima alguna. Reparte una caricia entre los barrotes; la jaula no está oxidada pero reposa en matiz bronce. Ahí perduran sus memorias. El cofre en que las ha sepultado resuena música. Melodías que silban una La crecida, que delinean un Re escrito con hilares de lana. Las Mi que hechizan los dedos que tocan sus hoscos rostros; esos revestidos con vidrioso orégano y laureles circunspectos. Delimita una forma de prestarle los ojos de sus manos. Vislumbra las alineaciones de los astros que pecan de inocentes. El abrigo de sus rezos calma los sollozos del genuino imberbe con aroma a condenado; él matiza la arena con la que le calienta los pies. El orgullo de sus crímenes, signos de bosques y triadas de metal, esos que esgrimen una venía a sus denarios de dientes de leche y huesos de cimitarras; pigmentados con tinta indeleble para siempre en un pozo de ríos de paraísos sin final. Él presta a callar sus sentires; él imprime sus huellas dactilares en un esbozo que musita un esgrimido de hazañas y recodos de piedras en el centro de su vesícula. Tiene hambre y viste de espejismos y cayenas. Ofrece café de uvas; pastel de zanahorias y ciruelas pasas que pastan con el rencor de las palabras mudas que se elevan, se elevan, se elevan con el futuro de los céfiros y el humo de adviento que hace el Amor con sus delicadas promesas. Él abre la jaula. No persiste el juicio que lo condenó a vagar en la realidad sin siquiera moverse. Sus dedos se mueven, tejen un lagrimeo de lilas y árboles de lima. Las naranjas que crecen en su interior, que pare de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez retienen los rostros infantiles de sus vástagos. Edifican pilares, consciencia con aroma a popurrí. Seda de huesos de besos. Desde el secuestro escriben una historia interminable; venenos y antídotos han trinado y sesgado a sus dominios; derrite a la razón de sus suspiros. Retira la sentencia en las nocturnas haladas que pregonan juntos; cada vez que abren las alas. Cada vez que fotografía su anatomía y la borda en el centro de su ombligo. Cada tanto que cuenta el tiempo que anda y, con anhelantes rezos, describe a la fantasía justo a su sangre y altares. A él acude cada vez que se equivoca en las lecciones. A él confiesa sus dolencias; la magia punza y retiene lo poco de cordura que les queda. Comparten el lecho de plumas y piojos de ganso. Sobre ellos crecen flores cristalinas; la fiereza de sus voces al llamarse sin palabras hiere a sus engaños. Jamás se abandonarán el uno al otro, el otro al uno, el uno al dos. Ambos son prisioneros y verdugos de su Amor, melodía decorosa que viste a la tumba de sus hilos rojos del Destino y muñecas con aroma a Sol. El otoño crece entre sus ramas: un firmamento anhelante de sal de mar. Un sueño que repite su ciclo de principio a fin con vestigios de cisnes y cigüeñas hechas de tejidos de papel. Hiela una brizna y recita la buena nueva de su historia en estos aquí y estos ahora. Amor y dolor. Duermen y sueñan con ellos mismos; sueños de dulces cunas. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Un lamento de sus ecos alcanza a rasgar el silencio que escuda sus penas que aguardan ante como monolitos colgantes de pies descalzos; ellos se abrazan, aún en la distancia. Ellos hacen el Amor siempre entre desnudadas pérdidas y reencuentros de crueldades magnánimas, tan sólo son dos soñadores radicales que se anhelan; tan sólo el firmamento y el mar que se llaman entre los bordes del tiempo. Están ahí, y se desmoronan, similares a un leve susurro; a un encanto. Un sagrado sueño que los unifica y en el que se buscan sin siquiera conocer sus nombres verdaderos.
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  • *Entonces Aimi síguendo el reporte de un posible avistamiento de un portador de la maldición, salió de su cuarto de hotel para caminar sola por las desoladas calles de París, en busca de aquel vampiro cuyo nombre real fue corrompido. *

    Las cosas que hago, mientras esos dos me dejaron tirada.

    *Comentó tras un suspiro para seguir explorando *

    ✶ Fandom: #VanitasNoCarte
    ✶ Comunidad: #Comunidad2D #Personaje2D
    *Entonces Aimi síguendo el reporte de un posible avistamiento de un portador de la maldición, salió de su cuarto de hotel para caminar sola por las desoladas calles de París, en busca de aquel vampiro cuyo nombre real fue corrompido. * Las cosas que hago, mientras esos dos me dejaron tirada. *Comentó tras un suspiro para seguir explorando * ✶ Fandom: #VanitasNoCarte ✶ Comunidad: #Comunidad2D #Personaje2D
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  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
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