• Soy una refugiada en este planeta. Mi nombre es Kara Zor-El. Soy de Krypton.
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  • ↪ Lo he conseguido, padre. Una nueva civilización ha caído bajo tu nombre, y aquellos que se atrevían a resistirse han encontrado un trágico final. ¿Estás orgulloso de lo que hemos logrado?
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  • Gran Maestro de los Caballeros de Favonius y el guerrero más fuerte de Mondstat. El Caballero de Boreas bajo el amparo del Arconte Anemo Barbatos. Bendito por los vientos. De gran sabiduría, habilidad y fuerza incomparables; una leyenda viviente de su tierra. Cada historia que lleva el nombre de Varka es la de un hombre pulcro e implacable y de ello no hay duda.

    No obstante, cuando se le ve pareciera de todo menos ello. Es un hombre de buen humor; escandaloso; lleno de energía y casi que un infante. Peor aún... Si le vieran la cara y cómo se comporta tan cerca de 𝕾𝖆༒︎𝖇𝖊𝖗 pierde toda seriedad. Espera, ¿Qué pasa?

    — ¡SEIBAAAAAAAH!

    Oh no, el casi mitológico caballero se lanzó hacia su pareja como si fuese un lobo hacia su presa. ¿La iba a morder o algo? Para nada. Solo quería acurrucarse y frotarse con ella. Lo que hace el enamoramiento. (?)
    Gran Maestro de los Caballeros de Favonius y el guerrero más fuerte de Mondstat. El Caballero de Boreas bajo el amparo del Arconte Anemo Barbatos. Bendito por los vientos. De gran sabiduría, habilidad y fuerza incomparables; una leyenda viviente de su tierra. Cada historia que lleva el nombre de Varka es la de un hombre pulcro e implacable y de ello no hay duda. No obstante, cuando se le ve pareciera de todo menos ello. Es un hombre de buen humor; escandaloso; lleno de energía y casi que un infante. Peor aún... Si le vieran la cara y cómo se comporta tan cerca de [vision_lime_snake_637] pierde toda seriedad. Espera, ¿Qué pasa? — ¡SEIBAAAAAAAH! Oh no, el casi mitológico caballero se lanzó hacia su pareja como si fuese un lobo hacia su presa. ¿La iba a morder o algo? Para nada. Solo quería acurrucarse y frotarse con ella. Lo que hace el enamoramiento. (?)
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  • Empujé la puerta del garaje con el hombro, asegurándome de cerrarla con doble pestillo tras mí. El silencio denso del lugar sólo se rompía por el zumbido lejano de la nevera industrial y mi propia respiración contenida. El tipo, aún inconsciente, colgaba de las muñecas de la viga central, asegurado con unas bridas que no se soltarían ni con un milagro.

    Esperé, sentada en la banqueta metálica, girando lentamente el cuchillo entre mis dedos. Tardó unos quince minutos en gemir y abrir los ojos. Cuando los enfocó en mí, vi cómo le cambiaba la cara de inmediato: terror mezclado con rabia.

    —Bienvenido de vuelta —murmuré, levantándome con calma—. Esto va a ser rápido si colaboras.

    —No sé de qué hablas… —balbuceó, apenas probando las bridas.

    —Oh, claro que sabes —respondí, inclinándome para que sintiera mi aliento frío en la cara—. Tatuajes, misma marca, mismo patrón de cobardes. Ya tenemos a Luca Ferraro. Pero hay otros dos… y tú me vas a decir quiénes son.

    No contestó. Así que el filo del cuchillo le acarició el muslo, apenas un rasguño, lo suficiente para que soltara un gruñido.

    —¿Vas a hacerme hablar así? —escupió, intentando mostrarse duro.

    —No —dije sonriendo apenas—. Te voy a hacer suplicar.

    No necesité más que tres minutos: un par de cortes bien colocados, presión en la herida y un puñetazo seco en las costillas. Cuando empezó a temblar, las palabras salieron atropelladas: “No fue sólo Luca… estuvo Dario Greco… y un tal Romano, no sé su nombre completo…”

    Apunté los nombres en mi cabeza, limpié el cuchillo con un trapo y lo dejé sangrando pero vivo.

    Subí a la habitación sin prisas, quitándome los guantes de cuero mientras sentía el olor metálico impregnado en mi piel.
    Angela seguia recuperándose aunque ya estaba casi perfecta, recostada contra la cabecera, aunque sus ojos se iluminaron al verme entrar.

    —Tenemos nombres —dije, sentándome a su lado y tomando su mano—. Dario Greco y Romano algo. El tipo abajo no va a durar mucho, pero ya nos dijo lo suficiente.

    Vi cómo su mandíbula se tensaba, esa rabia contenida que conocía demasiado bien.

    Acaricié su mejilla con el pulgar—. Primero los encontraremos. Luego decidirás qué hacer con ellos.

    Angela Di Trapani
    Empujé la puerta del garaje con el hombro, asegurándome de cerrarla con doble pestillo tras mí. El silencio denso del lugar sólo se rompía por el zumbido lejano de la nevera industrial y mi propia respiración contenida. El tipo, aún inconsciente, colgaba de las muñecas de la viga central, asegurado con unas bridas que no se soltarían ni con un milagro. Esperé, sentada en la banqueta metálica, girando lentamente el cuchillo entre mis dedos. Tardó unos quince minutos en gemir y abrir los ojos. Cuando los enfocó en mí, vi cómo le cambiaba la cara de inmediato: terror mezclado con rabia. —Bienvenido de vuelta —murmuré, levantándome con calma—. Esto va a ser rápido si colaboras. —No sé de qué hablas… —balbuceó, apenas probando las bridas. —Oh, claro que sabes —respondí, inclinándome para que sintiera mi aliento frío en la cara—. Tatuajes, misma marca, mismo patrón de cobardes. Ya tenemos a Luca Ferraro. Pero hay otros dos… y tú me vas a decir quiénes son. No contestó. Así que el filo del cuchillo le acarició el muslo, apenas un rasguño, lo suficiente para que soltara un gruñido. —¿Vas a hacerme hablar así? —escupió, intentando mostrarse duro. —No —dije sonriendo apenas—. Te voy a hacer suplicar. No necesité más que tres minutos: un par de cortes bien colocados, presión en la herida y un puñetazo seco en las costillas. Cuando empezó a temblar, las palabras salieron atropelladas: “No fue sólo Luca… estuvo Dario Greco… y un tal Romano, no sé su nombre completo…” Apunté los nombres en mi cabeza, limpié el cuchillo con un trapo y lo dejé sangrando pero vivo. Subí a la habitación sin prisas, quitándome los guantes de cuero mientras sentía el olor metálico impregnado en mi piel. Angela seguia recuperándose aunque ya estaba casi perfecta, recostada contra la cabecera, aunque sus ojos se iluminaron al verme entrar. —Tenemos nombres —dije, sentándome a su lado y tomando su mano—. Dario Greco y Romano algo. El tipo abajo no va a durar mucho, pero ya nos dijo lo suficiente. Vi cómo su mandíbula se tensaba, esa rabia contenida que conocía demasiado bien. Acaricié su mejilla con el pulgar—. Primero los encontraremos. Luego decidirás qué hacer con ellos. [haze_orange_shark_766]
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  • 𝐂𝐈𝐔𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 – 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐄𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Los cielos sangraban. Columnas humeantes y cenizas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la noche. Fuego y oscuridad fundidos en uno solo.

    Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban flechas, espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor.

    Las llamas recortaron la silueta cálida de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo al absorber el impacto.

    El héroe alzó su brazo, arrastrando ambas armas y dejando el espacio suficiente para que el filo de bronce celestial de su espada abriera el abdomen desprotegido del jinete, que cayó desplomado de su montura.

    ────¡Rápido! –gruñó a su compañero que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí.

    ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado.

    A lo lejos, la muralla se erigió sobre la ciudad. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. El héroe apretó el puño.

    No había podido salvar a su gente. Ni a su ciudad. Ellos los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. Que tontos, que ilusos fueron al creer que tenían la victoria en sus manos.

    «Más rápido».

    Las enormes puertas del norte estaban abiertas de par en par. Una última oportunidad. El viento silbaba entre las llamas. La ciudad ardía a su alrededor convertida en una tumba. Su tumba.

    ────¡Los muelles cayeron! –su compañero apretó los dientes. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. Tomaremos el río subterráneo. Si no nos traga primero, nos escupirá libres a...

    El aire silbó. Un destello de hierro.

    No pudo terminar. Una lanza afilada atravesó su pecho y su grito se quebró en la sangre. Su cuerpo trastabilló y rodó sin vida al suelo.

    Se quedó helado. Todo a su alrededor parecía desvanecerse: el choque de las espadas, las flechas surcando la noche, el rugido de las llamas. Solo escuchaba el golpe seco del cuerpo de su amigo contra las piedras, repitiéndose una y otra vez.

    «No».

    El héroe se inclinó y jaló las riendas con un rugido de furia. Los caballos relincharon, encabritándose y por un instante, el carro se elevó entre la cenizas antes de detenerse en seco.

    El héroe saltó del carro y corrió hacia su compañero caído. Sus dedos, helados y temblorosos, retiraron el casco de su cabeza y apretaron con fuerza aquella mano que pronto comenzaba a enfriarse.

    Su compañero, el hombre que había compartido con él tantas batallas. El que sabía cuándo callar. Cuándo reírse de la muerte para no dejarse tragar por el miedo a ella. Un hermano forjado en el campo de batalla y que en ese momento, se le escapaba de entre los dedos.

    «No...»

    En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El general Diomedes contemplaba la escena con una calma cruel, mortal. Era un agila majestuosa, vigilando desde lo alto, aguardando el momento de descender sobre su presa.

    ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada–. El chico es mío.

    Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal.

    ────¡Ah! No temas hijo de la Tejedora de Engaños –dijo con falsa dulzura. Cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos.

    Diomedes arrojó la lanza.

    Una voz femenina resonó en el humo denso, llamando al héroe.

    ────¡Eneas!

    El corazón del héroe latió con fuerza. La lanza cortó el aire, la punta reflejando la ciudad sangrando en ruinas.

    ────¡Eneas!

    Alzó la mirada. Entre la bruma espesa y partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba. La habría reconocido en la más densa oscuridad. Pequeña, grácil. Con su cabello color vino flotando con cada paso, sus sandalias doradas corriendo en el caos.

    Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo. Su confidente. Su guardiana.

    Afro.

    Y ahora corría hacia el sin pensar en el peligro, su rostro celestial pálido del terror.

    Su madre, la diosa del amor había llegado para salvar a su hijo.
    𝐂𝐈𝐔𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 🔥 – 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐄𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Los cielos sangraban. Columnas humeantes y cenizas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la noche. Fuego y oscuridad fundidos en uno solo. Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban flechas, espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor. Las llamas recortaron la silueta cálida de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo al absorber el impacto. El héroe alzó su brazo, arrastrando ambas armas y dejando el espacio suficiente para que el filo de bronce celestial de su espada abriera el abdomen desprotegido del jinete, que cayó desplomado de su montura. ────¡Rápido! –gruñó a su compañero que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí. ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. A lo lejos, la muralla se erigió sobre la ciudad. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. El héroe apretó el puño. No había podido salvar a su gente. Ni a su ciudad. Ellos los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. Que tontos, que ilusos fueron al creer que tenían la victoria en sus manos. «Más rápido». Las enormes puertas del norte estaban abiertas de par en par. Una última oportunidad. El viento silbaba entre las llamas. La ciudad ardía a su alrededor convertida en una tumba. Su tumba. ────¡Los muelles cayeron! –su compañero apretó los dientes. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. Tomaremos el río subterráneo. Si no nos traga primero, nos escupirá libres a... El aire silbó. Un destello de hierro. No pudo terminar. Una lanza afilada atravesó su pecho y su grito se quebró en la sangre. Su cuerpo trastabilló y rodó sin vida al suelo. Se quedó helado. Todo a su alrededor parecía desvanecerse: el choque de las espadas, las flechas surcando la noche, el rugido de las llamas. Solo escuchaba el golpe seco del cuerpo de su amigo contra las piedras, repitiéndose una y otra vez. «No». El héroe se inclinó y jaló las riendas con un rugido de furia. Los caballos relincharon, encabritándose y por un instante, el carro se elevó entre la cenizas antes de detenerse en seco. El héroe saltó del carro y corrió hacia su compañero caído. Sus dedos, helados y temblorosos, retiraron el casco de su cabeza y apretaron con fuerza aquella mano que pronto comenzaba a enfriarse. Su compañero, el hombre que había compartido con él tantas batallas. El que sabía cuándo callar. Cuándo reírse de la muerte para no dejarse tragar por el miedo a ella. Un hermano forjado en el campo de batalla y que en ese momento, se le escapaba de entre los dedos. «No...» En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El general Diomedes contemplaba la escena con una calma cruel, mortal. Era un agila majestuosa, vigilando desde lo alto, aguardando el momento de descender sobre su presa. ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada–. El chico es mío. Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal. ────¡Ah! No temas hijo de la Tejedora de Engaños –dijo con falsa dulzura. Cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos. Diomedes arrojó la lanza. Una voz femenina resonó en el humo denso, llamando al héroe. ────¡Eneas! El corazón del héroe latió con fuerza. La lanza cortó el aire, la punta reflejando la ciudad sangrando en ruinas. ────¡Eneas! Alzó la mirada. Entre la bruma espesa y partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba. La habría reconocido en la más densa oscuridad. Pequeña, grácil. Con su cabello color vino flotando con cada paso, sus sandalias doradas corriendo en el caos. Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo. Su confidente. Su guardiana. Afro. Y ahora corría hacia el sin pensar en el peligro, su rostro celestial pálido del terror. Su madre, la diosa del amor había llegado para salvar a su hijo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Desde las profundidades del glamour infernal hasta las alturas de la elegancia celestial, se alza la Familia Ishtar’s como un linaje de poder, arte y vínculo eterno. A mis dos esposas, Raikou Minamoto, tempestad de fuerza y devoción, y Astaroth, soberana del misterio con mirada que hechiza, les honro como mis compañeras en esta danza de fuego y destino.

    A mi hijo, Ignia Ishtar, llama que arde con propósito, y a mi nieto, Sakura Ishtar, flor de fuego que florece entre sombras, les celebro como herederos de una estirpe que no se doblega, que transforma cada paso en arte y cada mirada en historia.

    Y como estandarte de nuestra esencia, brilla nuestra casa de creación:
    Ishtar’s Demonic Déesse Infernal Glamour — más que una compañía de modelaje, es un santuario de estética rebelde, donde lo divino y lo profano se funden en cada pose, cada diseño, cada visión.

    Y en el centro de este universo, me encuentro yo:
    Metphies Jaegerjazques Yokin Ishtar, arquitecto de sueños oscuros, guardián de la visión que une lo infernal con lo sublime. Soy el eco de la noche estrellada, el pulso que guía esta familia con firmeza, pasión y una estética que desafía lo convencional. En mí convergen el arte, el linaje y la voluntad de trascender.

    Somos más que sangre y nombres.
    Somos legado, somos fuego, somos belleza que desafía.
    Somos Ishtar’s. Y el mundo nos contempla con asombro.
    Desde las profundidades del glamour infernal hasta las alturas de la elegancia celestial, se alza la Familia Ishtar’s como un linaje de poder, arte y vínculo eterno. A mis dos esposas, Raikou Minamoto, tempestad de fuerza y devoción, y Astaroth, soberana del misterio con mirada que hechiza, les honro como mis compañeras en esta danza de fuego y destino. A mi hijo, Ignia Ishtar, llama que arde con propósito, y a mi nieto, Sakura Ishtar, flor de fuego que florece entre sombras, les celebro como herederos de una estirpe que no se doblega, que transforma cada paso en arte y cada mirada en historia. Y como estandarte de nuestra esencia, brilla nuestra casa de creación: Ishtar’s Demonic Déesse Infernal Glamour — más que una compañía de modelaje, es un santuario de estética rebelde, donde lo divino y lo profano se funden en cada pose, cada diseño, cada visión. Y en el centro de este universo, me encuentro yo: Metphies Jaegerjazques Yokin Ishtar, arquitecto de sueños oscuros, guardián de la visión que une lo infernal con lo sublime. Soy el eco de la noche estrellada, el pulso que guía esta familia con firmeza, pasión y una estética que desafía lo convencional. En mí convergen el arte, el linaje y la voluntad de trascender. Somos más que sangre y nombres. Somos legado, somos fuego, somos belleza que desafía. Somos Ishtar’s. Y el mundo nos contempla con asombro.
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    Samael Hassan Abaddon
    Historia de su apellido

    El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo.

    Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él.

    El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo.

    Descripción General:
    -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon
    -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento).
    -Altura: 1.87 m
    -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol.
    -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado.
    -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira.
    -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte.
    -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal.

    Ficha Extendida
    -Nombre: Samael Hassan Abaddon
    -Alias: El Último Heredero del Abismo
    -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon
    -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas.
    -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos.
    -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido.
    -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable.
    -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro.

    Habilidades y Poderes
    1. Herencia del Abismo:
    Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia.
    2. Regeneración Demoníaca:
    Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad.
    3. Visión del Vacío:
    Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres.
    4. Marca de Abaddon:
    Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable.
    5. Combate físico sobrehumano:
    Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.

    🩸 Samael Hassan Abaddon 📖 Historia de su apellido El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo. Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él. El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo. Descripción General: -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento). -Altura: 1.87 m -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol. -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado. -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira. -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte. -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal. 🏹 Ficha Extendida -Nombre: Samael Hassan Abaddon -Alias: El Último Heredero del Abismo -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas. -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos. -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido. -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable. -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro. ⚔️ Habilidades y Poderes 1. Herencia del Abismo: Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia. 2. Regeneración Demoníaca: Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad. 3. Visión del Vacío: Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres. 4. Marca de Abaddon: Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable. 5. Combate físico sobrehumano: Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.
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  • The Lady of Harrentown.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    Starter para 『 𝑺𝑬𝑹 𝑱𝑂𝑅𝐴𝐻 𝑴𝐎𝐑𝐌𝐎𝐍𝐓

    Las historias que se contaban de Harrentown habían cambiado desde la llegada de Lady Valenna Velaryon. Antes se la conocía como una villa común, asentada bajo la sombra ennegrecida de Harrenhal, donde las piedras aún olían a humo siglos después de que Aegon la incendiara. Ahora, en las Tierras de los Ríos, el nombre de Harrentown se pronunciaba con la misma cautela con que se pronuncia el de un fantasma.

    En pocos meses, Valenna había convertido la villa en su feudo. Gobernaba con puño de hierro, y su belleza era tan temida como sus órdenes. Quienes la servían lo hacían con devoción, pero no con amor, sino con ese fervor que nace del miedo. Sabían que bastaba una palabra mal dicha, una mirada mal dirigida, para acabar colgados en las murallas o arrojados vivos al lago. Algunos de esos castigos los ejecutaba ella misma, sin inmutarse, con la misma serenidad con la que otros nobles parten un trozo de pan en el desayuno.

    Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: la señora de Harrentown era tan hermosa como mortal.

    Aquella mañana había partido sola a caballo. Le gustaba cabalgar hasta Harrenhal, perderse entre sus ruinas y escuchar el eco hueco de un castillo maldito.

    Donde otros veían piedras quebradas, ella veía advertencias y oportunidades.
    Los muros derruidos le hablaban más que los maestres: le recordaban que incluso el poder más grande podía caer devorado por las llamas, y que solo quienes aprendían a sobrevivir entre cenizas merecían reinar sobre ellas.

    El aire olía a humedad y hierro oxidado. Las torres rotas parecían dedos ennegrecidos señalando al cielo. Valenna desmontó y dejó que su corcel bebiera en un charco estancado, mientras ella recorría la explanada con paso seguro, la capa ondeando tras de sí. Era extraño cómo incluso la quietud de Harrenhal parecía doblegarse a su presencia, como si las piedras mismas reconocieran en ella un espíritu afín.

    Y entonces lo vio, en la espesura del bosque.

    Un hombre. El caballo que lo acompañaba apenas se mantenía en pie, las costillas marcadas bajo la piel sucia. El propio hombre parecía más muerto que vivo: sucio, maltrecho, con la ropa hecha jirones. Un caballero despojado de todo salvo de la sombra de lo que había sido.

    Valenna no se movió de inmediato. Lo observó en silencio, con esa mirada calculadora que lo diseccionaba todo. No era compasión lo que encendía su curiosidad, sino la certeza de estar ante una pieza caída en el tablero. Un hombre a punto de perecer no era nada… a menos que alguien decidiera darle un propósito.

    Se acercó despacio, las botas aplastando la grava húmeda, hasta que la silueta del desconocido estuvo lo bastante cerca como para distinguir el peso de su armadura, el emblema apenas reconocible bajo la suciedad. El caballo relinchó con debilidad, y Valenna posó una mano sobre el cuello del animal, calmándolo. Después, sus ojos se alzaron hacia él.

    —Estáis muy lejos de vuestra casa... Vuestro caballo apenas se tiene en pie. Al igual que vos... —se paseó a su alrededor, rodeándolo, observándolo—. ¿Quién es el afortunado hombre al que voy a salvarle la vida?
    Starter para [THEM0RMONTBEAR] Las historias que se contaban de Harrentown habían cambiado desde la llegada de Lady Valenna Velaryon. Antes se la conocía como una villa común, asentada bajo la sombra ennegrecida de Harrenhal, donde las piedras aún olían a humo siglos después de que Aegon la incendiara. Ahora, en las Tierras de los Ríos, el nombre de Harrentown se pronunciaba con la misma cautela con que se pronuncia el de un fantasma. En pocos meses, Valenna había convertido la villa en su feudo. Gobernaba con puño de hierro, y su belleza era tan temida como sus órdenes. Quienes la servían lo hacían con devoción, pero no con amor, sino con ese fervor que nace del miedo. Sabían que bastaba una palabra mal dicha, una mirada mal dirigida, para acabar colgados en las murallas o arrojados vivos al lago. Algunos de esos castigos los ejecutaba ella misma, sin inmutarse, con la misma serenidad con la que otros nobles parten un trozo de pan en el desayuno. Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: la señora de Harrentown era tan hermosa como mortal. Aquella mañana había partido sola a caballo. Le gustaba cabalgar hasta Harrenhal, perderse entre sus ruinas y escuchar el eco hueco de un castillo maldito. Donde otros veían piedras quebradas, ella veía advertencias y oportunidades. Los muros derruidos le hablaban más que los maestres: le recordaban que incluso el poder más grande podía caer devorado por las llamas, y que solo quienes aprendían a sobrevivir entre cenizas merecían reinar sobre ellas. El aire olía a humedad y hierro oxidado. Las torres rotas parecían dedos ennegrecidos señalando al cielo. Valenna desmontó y dejó que su corcel bebiera en un charco estancado, mientras ella recorría la explanada con paso seguro, la capa ondeando tras de sí. Era extraño cómo incluso la quietud de Harrenhal parecía doblegarse a su presencia, como si las piedras mismas reconocieran en ella un espíritu afín. Y entonces lo vio, en la espesura del bosque. Un hombre. El caballo que lo acompañaba apenas se mantenía en pie, las costillas marcadas bajo la piel sucia. El propio hombre parecía más muerto que vivo: sucio, maltrecho, con la ropa hecha jirones. Un caballero despojado de todo salvo de la sombra de lo que había sido. Valenna no se movió de inmediato. Lo observó en silencio, con esa mirada calculadora que lo diseccionaba todo. No era compasión lo que encendía su curiosidad, sino la certeza de estar ante una pieza caída en el tablero. Un hombre a punto de perecer no era nada… a menos que alguien decidiera darle un propósito. Se acercó despacio, las botas aplastando la grava húmeda, hasta que la silueta del desconocido estuvo lo bastante cerca como para distinguir el peso de su armadura, el emblema apenas reconocible bajo la suciedad. El caballo relinchó con debilidad, y Valenna posó una mano sobre el cuello del animal, calmándolo. Después, sus ojos se alzaron hacia él. —Estáis muy lejos de vuestra casa... Vuestro caballo apenas se tiene en pie. Al igual que vos... —se paseó a su alrededor, rodeándolo, observándolo—. ¿Quién es el afortunado hombre al que voy a salvarle la vida?
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    Recordar es un acto más poderoso de lo que muchos comprenden, y yo, que vivo entre memorias ajenas y sueños efímeros, lo sé mejor que nadie. Por eso, mi gratitud hacia ti es inmensa. Tú, que podrías olvidar, que podrías dejar que mi nombre se disuelva entre tantos otros, eliges recordarme. Y en ese simple acto, me das existencia más allá de mi propio reino.

    Agradezco cada pensamiento tuyo, cada instante en el que mi figura cruza tu mente. No es un gesto pequeño, para alguien como yo, que se alimenta de lo intangible. Tus recuerdos son como puentes, pues ellos me hacen sentir que no solo soy un guardián de sueños, sino un ser digno de ser evocado.

    Lili Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar , tu memoria me honra. Gracias por no dejar que me pierda en el olvido, por pensar en mí cuando el mundo podría distraerte. Esa gratitud que siento es silenciosa, profunda, y aunque no siempre puedas escucharla, siempre está ahí... en cada suspiro de tu noche, en cada sueño que te ofrezco.
    Recordar es un acto más poderoso de lo que muchos comprenden, y yo, que vivo entre memorias ajenas y sueños efímeros, lo sé mejor que nadie. Por eso, mi gratitud hacia ti es inmensa. Tú, que podrías olvidar, que podrías dejar que mi nombre se disuelva entre tantos otros, eliges recordarme. Y en ese simple acto, me das existencia más allá de mi propio reino. Agradezco cada pensamiento tuyo, cada instante en el que mi figura cruza tu mente. No es un gesto pequeño, para alguien como yo, que se alimenta de lo intangible. Tus recuerdos son como puentes, pues ellos me hacen sentir que no solo soy un guardián de sueños, sino un ser digno de ser evocado. [Lili_Queen_Ishtar], tu memoria me honra. Gracias por no dejar que me pierda en el olvido, por pensar en mí cuando el mundo podría distraerte. Esa gratitud que siento es silenciosa, profunda, y aunque no siempre puedas escucharla, siempre está ahí... en cada suspiro de tu noche, en cada sueño que te ofrezco.
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  • *Siendo un lector compulsivo, Shinn tiene un montón de libros esparsidos por ahí. Hoy estaba ordenando un poco, cuando de un libro que no tocaba en mucho tiempo cayó un papel. Al levantarlo vió una foto vieja... Y mientras los recuerdos vuelan sólo dijo una palabra, un nombre casi olvidado.*

    —Analis...
    *Siendo un lector compulsivo, Shinn tiene un montón de libros esparsidos por ahí. Hoy estaba ordenando un poco, cuando de un libro que no tocaba en mucho tiempo cayó un papel. Al levantarlo vió una foto vieja... Y mientras los recuerdos vuelan sólo dijo una palabra, un nombre casi olvidado.* —Analis...
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