• Vaya, pensaba que podía leer tranquilo los libros que le obsequió 𝐋𝐨𝐥𝐚 , más parece que hoy no se podrá...
    Vaya, pensaba que podía leer tranquilo los libros que le obsequió [Lola_2] , más parece que hoy no se podrá...
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  • Los libros dicen que todo tiene un inicio y un final. Sin embargo, me pongo a pensar, ¿por qué el dolor parece no tener fin? Es como si estuviéramos eternamente atados a él. Incluso la felicidad, esa quimera fugaz, se desvanece antes de que podamos aferrarnos a ella.

    En fin, la vida sigue su curso, y yo debo continuar con mis tareas.
    🌺 Los libros dicen que todo tiene un inicio y un final. Sin embargo, me pongo a pensar, ¿por qué el dolor parece no tener fin? Es como si estuviéramos eternamente atados a él. Incluso la felicidad, esa quimera fugaz, se desvanece antes de que podamos aferrarnos a ella. En fin, la vida sigue su curso, y yo debo continuar con mis tareas.
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  • .
    Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas.

    La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente.

    Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse.

    "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido.

    Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro.

    Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche.

    Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama.

    Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche.

    Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía.

    Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.

    . Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas. La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente. Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse. "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido. Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro. Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche. Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama. Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche. Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía. Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.
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  • —Te encontré aquí, entre sombras y libros viejos, como si también estuvieras buscándome a mí—.

    Tan pequeño, tan frágil, tus ojos, dos faroles diminutos en esta penumbra, me miran sin juzgar, como si supieras algo que yo aún no entiendo.

    —Tú también estás solo, ¿verdad? —dije en voz baja, como si temiera despertar al silencio—. En un mundo tan grande y tan lleno de gente que no sabe ver. Humanos… malos, algunos. Otros, indiferentes. Pero tú no. Tú me viste.

    Por un instante, la soledad que tanto pesa se siente… menos sola. Tal vez porque, en el fondo, ni tú ni yo estábamos realmente perdidos. Solo nos estábamos buscando.
    —Te encontré aquí, entre sombras y libros viejos, como si también estuvieras buscándome a mí—. Tan pequeño, tan frágil, tus ojos, dos faroles diminutos en esta penumbra, me miran sin juzgar, como si supieras algo que yo aún no entiendo. —Tú también estás solo, ¿verdad? —dije en voz baja, como si temiera despertar al silencio—. En un mundo tan grande y tan lleno de gente que no sabe ver. Humanos… malos, algunos. Otros, indiferentes. Pero tú no. Tú me viste. Por un instante, la soledad que tanto pesa se siente… menos sola. Tal vez porque, en el fondo, ni tú ni yo estábamos realmente perdidos. Solo nos estábamos buscando.
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  • Ella camina sobre los adoquines, como una ilusión que se materializa con cada paso. Un brazo cargando libros para enriquecer su ya amplio conocimiento, el otro sosteniendo con gracia un parasol, privando al maldito sol de su imagen.
    Sus ojos, como dos lagos perfectos de estrellas, ella apenas me vislumbra con su mirada, y mi alma se desvanece al intentar comprender cómo un ser tan radiante como ella puede siquiera notar la sombra que soy.

    ¿Es este el destino que Mystra ha marcado para mí?
    ¿Es quizás, la existencia misma de esta visión de primavera en mis manos manchadas de sangre, para redimir lo irreparable?

    Ella, como una avecilla que surca cielos, cuya libertad protegería con la misma intensidad con la que la oscuridad me consume.

    Sus dedos, tan delicados, juegan con mi alma como si fuesen las páginas de un libro antiguo, cada gesto suyo enciende en mi pecho una peculiar angustia, mientras su sonrisa, se dibuja cuando decido visitarla de aparente imprevisto.

    La ironía, mi única esperanza y condena, Mystra me has dado una prueba de tu poder.
    Solo algo debo decir ... No haré nada que rompa este frágil hechizo que me mantiene al borde de la perdición y la salvación. No fuerces mi mano, porque tu y yo sabemos que si lo hice una vez, lo volveré a hacer, pero ahora será completamente personal.
    Ella camina sobre los adoquines, como una ilusión que se materializa con cada paso. Un brazo cargando libros para enriquecer su ya amplio conocimiento, el otro sosteniendo con gracia un parasol, privando al maldito sol de su imagen. Sus ojos, como dos lagos perfectos de estrellas, ella apenas me vislumbra con su mirada, y mi alma se desvanece al intentar comprender cómo un ser tan radiante como ella puede siquiera notar la sombra que soy. ¿Es este el destino que Mystra ha marcado para mí? ¿Es quizás, la existencia misma de esta visión de primavera en mis manos manchadas de sangre, para redimir lo irreparable? Ella, como una avecilla que surca cielos, cuya libertad protegería con la misma intensidad con la que la oscuridad me consume. Sus dedos, tan delicados, juegan con mi alma como si fuesen las páginas de un libro antiguo, cada gesto suyo enciende en mi pecho una peculiar angustia, mientras su sonrisa, se dibuja cuando decido visitarla de aparente imprevisto. La ironía, mi única esperanza y condena, Mystra me has dado una prueba de tu poder. Solo algo debo decir ... No haré nada que rompa este frágil hechizo que me mantiene al borde de la perdición y la salvación. No fuerces mi mano, porque tu y yo sabemos que si lo hice una vez, lo volveré a hacer, pero ahora será completamente personal.
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  • El joven estuvo fuera un tiempo, sin embargo ya estaba de regreso en su querido y acogedor hogar.
    El aroma a polvo, libros viejos, madera podrida, todo era perfecto para él.

    Pero entonces... su exaltación fue severa.
    ¡un regalo!
    Su patron le habia traido un regalo para estudiar.
    ¡Tantas cosas que podia hacer!
    ¿Por cual empezar?
    Obvio por la mejor...revivirlo.
    El joven estuvo fuera un tiempo, sin embargo ya estaba de regreso en su querido y acogedor hogar. El aroma a polvo, libros viejos, madera podrida, todo era perfecto para él. Pero entonces... su exaltación fue severa. ¡un regalo! Su patron le habia traido un regalo para estudiar. ¡Tantas cosas que podia hacer! ¿Por cual empezar? Obvio por la mejor...revivirlo.
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  • ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝐹L𝐴S𝐻B𝐴C𝐾
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ16 de enero de 2013




    El Impala rugió suavemente al detenerse frente a una colina desprovista de mayor atractivo. Dean y Sam intercambiaron una mirada incrédula mientras observaban la entrada, que apenas era visible: un viejo portón de metal oxidado empotrado en la roca. El aire olía a tierra húmeda y a misterio.

    —¿Es esto? —preguntó Dean, con una ceja levantada y el sarcasmo aflorando en su tono.

    Sam bajó del auto con un libro antiguo en la mano, el cual había estado revisando durante todo el camino. Comparó la descripción del texto con el paisaje ante ellos.

    —Es aquí —confirmó, aunque su voz también cargaba un leve dejo de duda.

    Dean resopló y caminó hacia la puerta, dando un par de golpes con el dorso de la mano.

    —Bueno, si es un club secreto, lo disimulan bastante bien.

    Sam suspiró y sacó una llave pesada que habían encontrado junto con las instrucciones. Al introducirla, el mecanismo rechinó, pero tras un giro forzado, la puerta cedió con un sonido profundo y resonante.

    —Lo que sea que encontremos aquí, ha estado cerrado mucho tiempo —murmuró Sam.

    Los hermanos entraron con cautela, las linternas de sus celulares iluminando las paredes cubiertas de telarañas y polvo. El pasillo descendente era estrecho, pero al cabo de unos metros, se abrió a un espacio mucho más amplio. Una luz parpadeante, activada por el movimiento, reveló una estancia impresionante.

    —¡Vaya! —Dean exclamó, sus ojos recorriendo el lugar. Había estanterías repletas de libros antiguos, mesas con mapas desplegados y vitrinas llenas de artefactos que parecían de otro mundo.

    —Es increíble —dijo Sam, sin poder ocultar su asombro. Pasó los dedos por el lomo de un libro, dejando una marca limpia en el polvo acumulado.

    Dean caminó hacia una consola de madera con botones e interruptores.

    —Esto parece salido de una película de espías de los 50.

    —No sólo es un escondite —comentó Sam, su voz llena de reverencia—. Es una base de operaciones. Un cuartel general. Los Hombres de Letras usaban esto para registrar todo su conocimiento, planificar sus movimientos...

    —...y almacenar sus juguetes —añadió Dean, al abrir una vitrina que contenía armas antiguas y objetos cuya utilidad no podía adivinar.

    Mientras exploraban, la magnitud del descubrimiento comenzó a asentarse en ambos. Para Dean, el lugar representaba algo entre un refugio y un legado; para Sam, era un sueño hecho realidad, un tesoro de conocimiento oculto.

    —Este lugar... —Sam se detuvo, buscando las palabras—. No es solo historia. Es nuestra herencia.

    Dean se cruzó de brazos y miró a su hermano con una sonrisa leve.

    —Bueno, parece que vamos a quedarnos un tiempo.

    Y con eso, los Winchester sellaron el inicio de una nueva etapa, una donde el pasado y el presente convergían en un lugar que pronto llamarían hogar.

    Una de las salas más llamativas del búnker era la biblioteca principal. Ocupaba un amplio espacio central y estaba rodeada por estanterías que se elevaban hasta el techo abovedado. Cada pared estaba cargada de volúmenes encuadernados en cuero, y una escalera móvil permitía acceder a los estantes más altos. En el centro, varias mesas robustas de madera estaban dispuestas con lámparas de lectura de estilo vintage, emitiendo una luz cálida y acogedora.

    Sobre una de las mesas descansaban varios mapas antiguos y cuadernos con anotaciones manuscritas, aparentemente dejados por los últimos ocupantes del lugar. Una gran lámpara colgante adornaba el techo, lanzando destellos dorados que acentuaban la majestuosidad de la sala. En una esquina, un pequeño globo terráqueo antiguo giraba silenciosamente con un toque, como si esperara que alguien desentrañara los secretos marcados en sus líneas.

    La atmósfera de la biblioteca era a la vez solemne e inspiradora, un recordatorio del vasto conocimiento acumulado por los Hombres de Letras a lo largo de generaciones.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝐹L𝐴S𝐻B𝐴C𝐾 ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ16 de enero de 2013 ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ El Impala rugió suavemente al detenerse frente a una colina desprovista de mayor atractivo. Dean y Sam intercambiaron una mirada incrédula mientras observaban la entrada, que apenas era visible: un viejo portón de metal oxidado empotrado en la roca. El aire olía a tierra húmeda y a misterio. —¿Es esto? —preguntó Dean, con una ceja levantada y el sarcasmo aflorando en su tono. Sam bajó del auto con un libro antiguo en la mano, el cual había estado revisando durante todo el camino. Comparó la descripción del texto con el paisaje ante ellos. —Es aquí —confirmó, aunque su voz también cargaba un leve dejo de duda. Dean resopló y caminó hacia la puerta, dando un par de golpes con el dorso de la mano. —Bueno, si es un club secreto, lo disimulan bastante bien. Sam suspiró y sacó una llave pesada que habían encontrado junto con las instrucciones. Al introducirla, el mecanismo rechinó, pero tras un giro forzado, la puerta cedió con un sonido profundo y resonante. —Lo que sea que encontremos aquí, ha estado cerrado mucho tiempo —murmuró Sam. Los hermanos entraron con cautela, las linternas de sus celulares iluminando las paredes cubiertas de telarañas y polvo. El pasillo descendente era estrecho, pero al cabo de unos metros, se abrió a un espacio mucho más amplio. Una luz parpadeante, activada por el movimiento, reveló una estancia impresionante. —¡Vaya! —Dean exclamó, sus ojos recorriendo el lugar. Había estanterías repletas de libros antiguos, mesas con mapas desplegados y vitrinas llenas de artefactos que parecían de otro mundo. —Es increíble —dijo Sam, sin poder ocultar su asombro. Pasó los dedos por el lomo de un libro, dejando una marca limpia en el polvo acumulado. Dean caminó hacia una consola de madera con botones e interruptores. —Esto parece salido de una película de espías de los 50. —No sólo es un escondite —comentó Sam, su voz llena de reverencia—. Es una base de operaciones. Un cuartel general. Los Hombres de Letras usaban esto para registrar todo su conocimiento, planificar sus movimientos... —...y almacenar sus juguetes —añadió Dean, al abrir una vitrina que contenía armas antiguas y objetos cuya utilidad no podía adivinar. Mientras exploraban, la magnitud del descubrimiento comenzó a asentarse en ambos. Para Dean, el lugar representaba algo entre un refugio y un legado; para Sam, era un sueño hecho realidad, un tesoro de conocimiento oculto. —Este lugar... —Sam se detuvo, buscando las palabras—. No es solo historia. Es nuestra herencia. Dean se cruzó de brazos y miró a su hermano con una sonrisa leve. —Bueno, parece que vamos a quedarnos un tiempo. Y con eso, los Winchester sellaron el inicio de una nueva etapa, una donde el pasado y el presente convergían en un lugar que pronto llamarían hogar. Una de las salas más llamativas del búnker era la biblioteca principal. Ocupaba un amplio espacio central y estaba rodeada por estanterías que se elevaban hasta el techo abovedado. Cada pared estaba cargada de volúmenes encuadernados en cuero, y una escalera móvil permitía acceder a los estantes más altos. En el centro, varias mesas robustas de madera estaban dispuestas con lámparas de lectura de estilo vintage, emitiendo una luz cálida y acogedora. Sobre una de las mesas descansaban varios mapas antiguos y cuadernos con anotaciones manuscritas, aparentemente dejados por los últimos ocupantes del lugar. Una gran lámpara colgante adornaba el techo, lanzando destellos dorados que acentuaban la majestuosidad de la sala. En una esquina, un pequeño globo terráqueo antiguo giraba silenciosamente con un toque, como si esperara que alguien desentrañara los secretos marcados en sus líneas. La atmósfera de la biblioteca era a la vez solemne e inspiradora, un recordatorio del vasto conocimiento acumulado por los Hombres de Letras a lo largo de generaciones. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Descubierta
    Fandom Los Bridgerton
    Categoría Drama
    En este rol me pondré un au para hacer de la Condesa Viuda Lady Gunningworth

    AU Sullivan, ama de llaves de la Condesa viuda Lady GunningworthPenélope Bridgerton

    Araminta

    Durante el desayuno disfrutábamos comiendo en completo silencio como hacemos cada mañana. Mientras nuestro mayordomo finalmente me hace entrega del correo, no hay ningún baile cerca ni nada que merezca la pena leer.
    Rosamund fue directa a sus clases de piano mientras Posy, en verdad no caí en el momento exacto en que abandono el comedor.
    Seguramente este leyendo otro de esos estúpidos libros que no la sirven para nada o bordando.

    Pase el resto de la mañana disfrutando de un día maravilloso de compras.

    A la hora del almuerzo termine comiendo sola, no deseaba la compañía de ninguna de mis dos hijas.

    Estoy decepcionada con Rosamund, puse todas mis esperanzas en ella y no ha conseguido captar la atención de algún candidato digno.
    Tengo que ser mucho más dura con esa insolente muchacha.
    En este rol me pondré un au para hacer de la Condesa Viuda Lady Gunningworth AU Sullivan, ama de llaves de la Condesa viuda Lady Gunningworth[Pluma_CX] Araminta Durante el desayuno disfrutábamos comiendo en completo silencio como hacemos cada mañana. Mientras nuestro mayordomo finalmente me hace entrega del correo, no hay ningún baile cerca ni nada que merezca la pena leer. Rosamund fue directa a sus clases de piano mientras Posy, en verdad no caí en el momento exacto en que abandono el comedor. Seguramente este leyendo otro de esos estúpidos libros que no la sirven para nada o bordando. Pase el resto de la mañana disfrutando de un día maravilloso de compras. A la hora del almuerzo termine comiendo sola, no deseaba la compañía de ninguna de mis dos hijas. Estoy decepcionada con Rosamund, puse todas mis esperanzas en ella y no ha conseguido captar la atención de algún candidato digno. Tengo que ser mucho más dura con esa insolente muchacha.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Terminado
    34 turnos 0 maullidos 423 vistas
  • Desde que dejó de ser profesor, las mañanas son menos caóticas, el café se disfruta con calma, caray, ya ni recuerda el ruido de la gente o las tonadas de cada estación de tren.

    La paz mental que tiene ahora mismo es tanta que no puede evitar descansar.
    Los libros que tiene que corregir, los textos que tiene que evaluar e incluso los documentos científicos que debe revisar se apilan, pero por primera vez en su vida, no le molesta, al contrario, lo disfruta.

    Una mente ocupada no tiene tiempo para pensar en el corazón, en el abandono y las traiciones.

    https://music.youtube.com/watch?v=Qy9LTRu89FA
    Desde que dejó de ser profesor, las mañanas son menos caóticas, el café se disfruta con calma, caray, ya ni recuerda el ruido de la gente o las tonadas de cada estación de tren. La paz mental que tiene ahora mismo es tanta que no puede evitar descansar. Los libros que tiene que corregir, los textos que tiene que evaluar e incluso los documentos científicos que debe revisar se apilan, pero por primera vez en su vida, no le molesta, al contrario, lo disfruta. Una mente ocupada no tiene tiempo para pensar en el corazón, en el abandono y las traiciones. https://music.youtube.com/watch?v=Qy9LTRu89FA
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  • La Cena Silenciosa

    La mesa era enorme, de mármol blanco pulido, rodeada de sillas tapizadas en terciopelo gris. Un candelabro de cristal colgaba sobre ellos, iluminando la sala con una luz cálida pero distante, como si quisiera ofrecer consuelo sin lograrlo. La casa era, sin duda, un reflejo del éxito de su padre: todo impecable, todo caro, todo intocable. Pero para Cho, no era más que un escenario vacío.

    Sentada en una de las esquinas de la mesa, Cho observaba en silencio mientras su padre, su esposa y su hermanastro interactuaban como si ella no estuviera ahí. Su padre llevaba una camisa perfectamente planchada y hablaba animadamente con su esposa, una mujer que parecía diseñada para encajar en esa vida de lujo: cabello impecable, uñas perfectamente pintadas, y una sonrisa ensayada que solo usaba para quienes le importaban. Su hermanastro, un niño de seis años con energía desbordante, interrumpía constantemente, pidiendo más jugo o mostrando sus garabatos escolares.

    "Papá, mira esto, lo hice hoy en la escuela", dijo el niño, agitando un papel lleno de líneas torcidas y colores saturados.

    "¡Es increíble, campeón!", respondió su padre con una sonrisa amplia y genuina.

    Cho, por otro lado, se limitaba a picar la comida en su plato, sin probar bocado. Nadie le preguntó cómo había estado su día. Nadie notó que había llegado tarde porque había perdido el primer autobús. Nadie se percató de que no había dicho una sola palabra desde que se sentó.

    De vez en cuando, su padre la miraba de reojo, pero no decía nada. Tal vez no sabía qué decirle. Tal vez no le importaba. Cho ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que tuvieron una conversación que fuera más allá de lo básico.

    "¿Te gusta el salmón, Cho?" preguntó la esposa de su padre de repente, rompiendo el silencio.

    Cho levantó la mirada y asintió ligeramente. — Sí, está bien —, murmuró, aunque no había probado un solo bocado.

    La mujer simplemente asintió y volvió a concentrarse en su marido, como si la respuesta de Cho no hubiera tenido relevancia alguna.

    Mientras los demás reían y compartían anécdotas, Cho se sentía cada vez más pequeña, más ajena. Esta no era su familia. No importaba cuántas cenas compartieran o cuántas veces su padre intentara incluirla en su vida perfecta, siempre sería la hija del matrimonio anterior, la pieza que nunca encajaba.

    Terminó la cena sin decir nada más. Se levantó para llevar su plato a la cocina, pero nadie lo notó. Luego subió las escaleras hacia su habitación, su único refugio en esa casa.

    Al abrir la puerta, la familiaridad de su espacio la tranquilizó un poco. La habitación era grande, con muebles de madera tallada a mano y sábanas de las mejores telas, todo elegido con el dinero de su padre, quizá como una forma de limpiar su conciencia. Pero Cho se había asegurado de que el lugar tuviera su propio toque. Las paredes estaban cubiertas de pósters de sus bandas favoritas, un contraste extraño pero reconfortante con los acabados lujosos. Había estanterías repletas de libros de magia, cristales y objetos esotéricos, y veladoras que llenaban el aire con un tenue aroma a lavanda y sándalo. Sobre el escritorio, varios collares, anillos y pequeños amuletos se esparcían desordenadamente, junto con un diario abierto, donde a veces volcaba pensamientos que no podía decir en voz alta.

    Se dejó caer sobre la cama, mirando el techo alto decorado con molduras intrincadas. Aunque había llenado la habitación con cosas que la representaban, el espacio seguía pareciendo ajeno. Todo en esa casa le recordaba que no pertenecía ahí, ni a esa vida, ni a esa familia.

    Tomó una de las veladoras de su mesita y la encendió, observando la llama parpadear en el aire quieto. Quizá, pensó, el dinero podía comprar muebles lujosos y un techo perfecto, pero no podía comprar amor, ni cercanía, ni ese hogar que había perdido hacía mucho tiempo.
    La Cena Silenciosa La mesa era enorme, de mármol blanco pulido, rodeada de sillas tapizadas en terciopelo gris. Un candelabro de cristal colgaba sobre ellos, iluminando la sala con una luz cálida pero distante, como si quisiera ofrecer consuelo sin lograrlo. La casa era, sin duda, un reflejo del éxito de su padre: todo impecable, todo caro, todo intocable. Pero para Cho, no era más que un escenario vacío. Sentada en una de las esquinas de la mesa, Cho observaba en silencio mientras su padre, su esposa y su hermanastro interactuaban como si ella no estuviera ahí. Su padre llevaba una camisa perfectamente planchada y hablaba animadamente con su esposa, una mujer que parecía diseñada para encajar en esa vida de lujo: cabello impecable, uñas perfectamente pintadas, y una sonrisa ensayada que solo usaba para quienes le importaban. Su hermanastro, un niño de seis años con energía desbordante, interrumpía constantemente, pidiendo más jugo o mostrando sus garabatos escolares. "Papá, mira esto, lo hice hoy en la escuela", dijo el niño, agitando un papel lleno de líneas torcidas y colores saturados. "¡Es increíble, campeón!", respondió su padre con una sonrisa amplia y genuina. Cho, por otro lado, se limitaba a picar la comida en su plato, sin probar bocado. Nadie le preguntó cómo había estado su día. Nadie notó que había llegado tarde porque había perdido el primer autobús. Nadie se percató de que no había dicho una sola palabra desde que se sentó. De vez en cuando, su padre la miraba de reojo, pero no decía nada. Tal vez no sabía qué decirle. Tal vez no le importaba. Cho ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que tuvieron una conversación que fuera más allá de lo básico. "¿Te gusta el salmón, Cho?" preguntó la esposa de su padre de repente, rompiendo el silencio. Cho levantó la mirada y asintió ligeramente. — Sí, está bien —, murmuró, aunque no había probado un solo bocado. La mujer simplemente asintió y volvió a concentrarse en su marido, como si la respuesta de Cho no hubiera tenido relevancia alguna. Mientras los demás reían y compartían anécdotas, Cho se sentía cada vez más pequeña, más ajena. Esta no era su familia. No importaba cuántas cenas compartieran o cuántas veces su padre intentara incluirla en su vida perfecta, siempre sería la hija del matrimonio anterior, la pieza que nunca encajaba. Terminó la cena sin decir nada más. Se levantó para llevar su plato a la cocina, pero nadie lo notó. Luego subió las escaleras hacia su habitación, su único refugio en esa casa. Al abrir la puerta, la familiaridad de su espacio la tranquilizó un poco. La habitación era grande, con muebles de madera tallada a mano y sábanas de las mejores telas, todo elegido con el dinero de su padre, quizá como una forma de limpiar su conciencia. Pero Cho se había asegurado de que el lugar tuviera su propio toque. Las paredes estaban cubiertas de pósters de sus bandas favoritas, un contraste extraño pero reconfortante con los acabados lujosos. Había estanterías repletas de libros de magia, cristales y objetos esotéricos, y veladoras que llenaban el aire con un tenue aroma a lavanda y sándalo. Sobre el escritorio, varios collares, anillos y pequeños amuletos se esparcían desordenadamente, junto con un diario abierto, donde a veces volcaba pensamientos que no podía decir en voz alta. Se dejó caer sobre la cama, mirando el techo alto decorado con molduras intrincadas. Aunque había llenado la habitación con cosas que la representaban, el espacio seguía pareciendo ajeno. Todo en esa casa le recordaba que no pertenecía ahí, ni a esa vida, ni a esa familia. Tomó una de las veladoras de su mesita y la encendió, observando la llama parpadear en el aire quieto. Quizá, pensó, el dinero podía comprar muebles lujosos y un techo perfecto, pero no podía comprar amor, ni cercanía, ni ese hogar que había perdido hacía mucho tiempo.
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