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    Parte VI - Bajo los escombros.

    Un año había pasado desde que Akane llegó a ese mundo. Un año de cacerías compartidas, de risas en la posada, de tardes tranquilas entre campos dorados. Un año en el que, por primera vez, Akane sintió que pertenecía.

    El jefe de la aldea a quien ahora llamaba “abuelo” sin pensarlo la había acogido como a una hija. Y ella, poco a poco, había dejado atrás el peso del apellido Ishtar, el eco de Queen, el legado que nunca quiso. Aquí no era heredera, ni arma, ni símbolo, era solo Akane y eso bastaba.

    Una tarde, mientras ayudaba a una señora con leña, esta le comentó que su hijo, un aventurero en la ciudad volvería pronto. “Me encantaría que lo conocieras,” dijo con una sonrisa. Akane sonrió también, por primera vez, pensó que no sería mala idea.

    Esa noche, la posada estaba llena de cazadores.
    Akane se sentó con sus compañeros, compartiendo pan, carne, y planes para la próxima misión. No notó al grupo de forasteros que entró, era normal que viajeros pasaran por la aldea rumbo a la ciudad pero entonces lo sintió.

    Un poder violento, hambriento, como una herida abierta en el aire.

    Akane volteó, un hombre la miraba fijamente.
    Su presencia era como un cuchillo en la atmósfera, ella intentó ignorarlo,
    Pero entonces él murmuró: Increíble que incluso las bestias se sienten a la mesa con los humanos, cuando su lugar es el bosque, con las demás bestias.

    Las palabras fueron como un disparo al pasado,
    Akane recordó al hombre que intentó sellarla, el que la arrojó a este mundo, el que la llamó monstruo.

    Se levantó, iba a responder pero no tuvo tiempo.

    La espada entró en su estómago como una traición. El dolor fue punzante, absoluto.
    Las chicas que atendían gritaron, los cazadores, sus amigos se levantaron pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de magia oscura golpeó el pecho de Akane, lanzándola contra las mesas... Madera rota, sillas volando, sangre en el suelo.

    Akane intentó sanar pero no pudo.
    La herida estaba envuelta en magia oscura, haciendo que su regeneración no funcionaba.
    El sello de su forma lobo no respondía y el mundo se volvió negro.

    Horas después, Akane despertó, el dolor seguía ahí, pero la herida había comenzado a cerrarse;
    No del todo pero lo suficiente para moverse.

    Se arrastró entre los escombros, la posada estaba destruida, el aire olía a humo y sangre.
    Y cuando salió al exterior, lo vio:

    La aldea ardía, los campos que había recorrido,
    el hogar que había aprendido a amar. Todo estaba en llamas.

    Akane se quedó quieta, el viento soplaba cenizas sobre su piel y en ese momento, supo que el pasado no la había soltado.
    Que el mundo que la había acogido estaba pagando por lo que ella era, o por lo que alguien creía que era.
    Parte VI - Bajo los escombros. Un año había pasado desde que Akane llegó a ese mundo. Un año de cacerías compartidas, de risas en la posada, de tardes tranquilas entre campos dorados. Un año en el que, por primera vez, Akane sintió que pertenecía. El jefe de la aldea a quien ahora llamaba “abuelo” sin pensarlo la había acogido como a una hija. Y ella, poco a poco, había dejado atrás el peso del apellido Ishtar, el eco de Queen, el legado que nunca quiso. Aquí no era heredera, ni arma, ni símbolo, era solo Akane y eso bastaba. Una tarde, mientras ayudaba a una señora con leña, esta le comentó que su hijo, un aventurero en la ciudad volvería pronto. “Me encantaría que lo conocieras,” dijo con una sonrisa. Akane sonrió también, por primera vez, pensó que no sería mala idea. Esa noche, la posada estaba llena de cazadores. Akane se sentó con sus compañeros, compartiendo pan, carne, y planes para la próxima misión. No notó al grupo de forasteros que entró, era normal que viajeros pasaran por la aldea rumbo a la ciudad pero entonces lo sintió. Un poder violento, hambriento, como una herida abierta en el aire. Akane volteó, un hombre la miraba fijamente. Su presencia era como un cuchillo en la atmósfera, ella intentó ignorarlo, Pero entonces él murmuró: Increíble que incluso las bestias se sienten a la mesa con los humanos, cuando su lugar es el bosque, con las demás bestias. Las palabras fueron como un disparo al pasado, Akane recordó al hombre que intentó sellarla, el que la arrojó a este mundo, el que la llamó monstruo. Se levantó, iba a responder pero no tuvo tiempo. La espada entró en su estómago como una traición. El dolor fue punzante, absoluto. Las chicas que atendían gritaron, los cazadores, sus amigos se levantaron pero antes de que pudieran moverse, una ráfaga de magia oscura golpeó el pecho de Akane, lanzándola contra las mesas... Madera rota, sillas volando, sangre en el suelo. Akane intentó sanar pero no pudo. La herida estaba envuelta en magia oscura, haciendo que su regeneración no funcionaba. El sello de su forma lobo no respondía y el mundo se volvió negro. Horas después, Akane despertó, el dolor seguía ahí, pero la herida había comenzado a cerrarse; No del todo pero lo suficiente para moverse. Se arrastró entre los escombros, la posada estaba destruida, el aire olía a humo y sangre. Y cuando salió al exterior, lo vio: La aldea ardía, los campos que había recorrido, el hogar que había aprendido a amar. Todo estaba en llamas. Akane se quedó quieta, el viento soplaba cenizas sobre su piel y en ese momento, supo que el pasado no la había soltado. Que el mundo que la había acogido estaba pagando por lo que ella era, o por lo que alguien creía que era.
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    Parte V - Tres meses bajo un cielo extraño.

    Tres lunas habían pasado desde que Akane llegó a la aldea.
    El tiempo aquí no era igual al de la Tierra: cada día parecía más largo, más pesado, como si el aire mismo estuviera tejido de maná antiguo.

    El jefe de la aldea la había acogido en su casa. No por compasión, sino por memoria: Akane tenía un parecido inquietante con su hija muerta, y en ese reflejo él encontraba consuelo. Akane nunca preguntó, pero cada vez que veía la tristeza en sus ojos, sentía que cargaba con un destino que no era suyo.

    El sello de su forma licántropa seguía intacto. Más aún, se había endurecido. El maná de este mundo era tan abundante que fortalecía todo lo que tocaba, incluso la prisión que ella misma había creado. Cuanto más fuerte se volvía, más lejos estaba de la loba que dormía en su interior.

    Pero no todo era pérdida. Su magia había cambiado. La primera vez que usó ilusión para crear la diadema con cuernos falsos, descubrió que la ilusión se volvió sólida, real, por unas horas. En este mundo, sus hechizos tenían cuerpo, peso, duración. Era como si la magia quisiera recordarle que aún podía ser creadora, no solo destructora.

    Akane practicó cada día. Aprendió a moldear fuego, primero como una chispa, luego como una esfera incandescente que podía lanzar con precisión. No era el poder brutal de su forma lobo, pero era útil. Con ese fuego ayudaba en las cacerías de la aldea, espantando bestias y protegiendo a los cazadores.

    Los aldeanos empezaron a verla con otros ojos. Ya no era la extraña de los cuernos falsos. Era Akane, la maga del fuego. La que encendía la noche sin quemarla. La que sonreía, aunque sus ojos aún guardaban tormentas.

    Y aunque el sello seguía siendo una cárcel, Akane caminaba cada día con más firmeza.
    Porque en este mundo de maná y silencio, había encontrado algo parecido a la paz.
    No completa, no eterna, pero suficiente para seguir adelante.
    Parte V - Tres meses bajo un cielo extraño. Tres lunas habían pasado desde que Akane llegó a la aldea. El tiempo aquí no era igual al de la Tierra: cada día parecía más largo, más pesado, como si el aire mismo estuviera tejido de maná antiguo. El jefe de la aldea la había acogido en su casa. No por compasión, sino por memoria: Akane tenía un parecido inquietante con su hija muerta, y en ese reflejo él encontraba consuelo. Akane nunca preguntó, pero cada vez que veía la tristeza en sus ojos, sentía que cargaba con un destino que no era suyo. El sello de su forma licántropa seguía intacto. Más aún, se había endurecido. El maná de este mundo era tan abundante que fortalecía todo lo que tocaba, incluso la prisión que ella misma había creado. Cuanto más fuerte se volvía, más lejos estaba de la loba que dormía en su interior. Pero no todo era pérdida. Su magia había cambiado. La primera vez que usó ilusión para crear la diadema con cuernos falsos, descubrió que la ilusión se volvió sólida, real, por unas horas. En este mundo, sus hechizos tenían cuerpo, peso, duración. Era como si la magia quisiera recordarle que aún podía ser creadora, no solo destructora. Akane practicó cada día. Aprendió a moldear fuego, primero como una chispa, luego como una esfera incandescente que podía lanzar con precisión. No era el poder brutal de su forma lobo, pero era útil. Con ese fuego ayudaba en las cacerías de la aldea, espantando bestias y protegiendo a los cazadores. Los aldeanos empezaron a verla con otros ojos. Ya no era la extraña de los cuernos falsos. Era Akane, la maga del fuego. La que encendía la noche sin quemarla. La que sonreía, aunque sus ojos aún guardaban tormentas. Y aunque el sello seguía siendo una cárcel, Akane caminaba cada día con más firmeza. Porque en este mundo de maná y silencio, había encontrado algo parecido a la paz. No completa, no eterna, pero suficiente para seguir adelante.
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  • 𝐅𝖊𝖆𝖗 𝖈𝖆𝖓 𝖙𝖚𝖗𝖓 𝖙𝖔 𝖑𝖔𝖛𝖊
    Fandom The phantom of the opera
    Categoría Slice of Life
    Después de semanas de conversaciones y debates, los señores Armand Moncharmin y Firmin Richard cansados de luchar contra algo que no podían ver, tomaron la dolorosa decisión de vender la ópera.

    La situación en el teatro era insostenible, habían perdido todas y cada una de las batallas contra el hombre que se proclamaba amo y señor del lugar, pero la gota que revalso el vaso fue la caída del contrapeso de la lámpara de araña durante la última función.

    El accidente «obra del fantasma» le causo la muerte a una persona e hirió a otras más, empujandolos a tomar la decisión de dar un paso al costado y entregarles esa batalla a alguien más. Por fortuna «o desgracia para los nuevos compradores», la ópera abriría sus puertas al día siguiente con dos nuevos directores, el señor Lambert y su socio, el señor Lefebvre.

    No obstante, antes firmar para concretar la venta, les han advertido sobre la existencia del fantasma. Explicandoles lo que hace y enseñandoles las cartas que les envía con sus exigencias, omitiendo contar que por si todo eso no fuera poco, exige un salario a cambio de darles un cronograma con las funciones del mes como si ninguna otra persona tuviera derecho a escoger que obras incluir y cuales no.

    Pero, al igual que ellos con sus predecesores... el señor Debienne y el señor Poligny, que también trataron de advertirles de lo que ocurria en el teatro; los nuevos directores no le dieron mayor importancia y tomaron el asunto como una broma de mal gusto.

    Al día siguiente, los cuatro hombres reunieron a todo el personal de la ópera para darles la noticia de la venta y presentarles a sus nuevos jefes. El encuentro fue breve, algunos artistas propusieron ciertas cuestiones a mejorar en el teatro y al finalizar la reunión los actuales directores se quedaron a ver los ensayos, ajenos a los ojos que los observaban desde el punte de luces por encima del escenario.

    Las únicas personas que se percataron de la presencia del fantasma en las alturas fueron Madame Giry, y Christine Daae pero ninguna dio señales de ello. La maestra de Ballet lo hizo por lealtad y la joven soprano por amor, pero no hacía él sino hacia Raoul, su primer amor.

    𝐌𝐞𝐫𝐞𝐝𝐢𝐭𝐡 𝐋𝐚𝐦𝐛𝐞𝐫𝐭
    Después de semanas de conversaciones y debates, los señores Armand Moncharmin y Firmin Richard cansados de luchar contra algo que no podían ver, tomaron la dolorosa decisión de vender la ópera. La situación en el teatro era insostenible, habían perdido todas y cada una de las batallas contra el hombre que se proclamaba amo y señor del lugar, pero la gota que revalso el vaso fue la caída del contrapeso de la lámpara de araña durante la última función. El accidente «obra del fantasma» le causo la muerte a una persona e hirió a otras más, empujandolos a tomar la decisión de dar un paso al costado y entregarles esa batalla a alguien más. Por fortuna «o desgracia para los nuevos compradores», la ópera abriría sus puertas al día siguiente con dos nuevos directores, el señor Lambert y su socio, el señor Lefebvre. No obstante, antes firmar para concretar la venta, les han advertido sobre la existencia del fantasma. Explicandoles lo que hace y enseñandoles las cartas que les envía con sus exigencias, omitiendo contar que por si todo eso no fuera poco, exige un salario a cambio de darles un cronograma con las funciones del mes como si ninguna otra persona tuviera derecho a escoger que obras incluir y cuales no. Pero, al igual que ellos con sus predecesores... el señor Debienne y el señor Poligny, que también trataron de advertirles de lo que ocurria en el teatro; los nuevos directores no le dieron mayor importancia y tomaron el asunto como una broma de mal gusto. Al día siguiente, los cuatro hombres reunieron a todo el personal de la ópera para darles la noticia de la venta y presentarles a sus nuevos jefes. El encuentro fue breve, algunos artistas propusieron ciertas cuestiones a mejorar en el teatro y al finalizar la reunión los actuales directores se quedaron a ver los ensayos, ajenos a los ojos que los observaban desde el punte de luces por encima del escenario. Las únicas personas que se percataron de la presencia del fantasma en las alturas fueron Madame Giry, y Christine Daae pero ninguna dio señales de ello. La maestra de Ballet lo hizo por lealtad y la joven soprano por amor, pero no hacía él sino hacia Raoul, su primer amor. [ASH4DOW]
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  • — Muy bien — dijo abriendo el periódico de hoy — Veamos en qué uso el bigotón las fotos que le envié ayer.

    Había tomado unas cuantas fotos de Spider-Man ayudando a una anciana a cruzar la calle. Algo noble, y de lo que difícilmente Jonah sacaría un titular malo y amarillista, como siempre.

    Pero nunca había que subestimar a su jefe. En la portada se podía leer: "La Amenaza Arácnida captada secuestrando a una pobre anciana en el Bronx."

    Peter suspiró con fastidio.

    — Claro... olvidé que estoy trabajando para el maldito J. Jonah Jameson...
    — Muy bien — dijo abriendo el periódico de hoy — Veamos en qué uso el bigotón las fotos que le envié ayer. Había tomado unas cuantas fotos de Spider-Man ayudando a una anciana a cruzar la calle. Algo noble, y de lo que difícilmente Jonah sacaría un titular malo y amarillista, como siempre. Pero nunca había que subestimar a su jefe. En la portada se podía leer: "La Amenaza Arácnida captada secuestrando a una pobre anciana en el Bronx." Peter suspiró con fastidio. — Claro... olvidé que estoy trabajando para el maldito J. Jonah Jameson...
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  • "Intercambio de ideas"
    Fandom Criminal Minds (Mentes Criminales)
    Categoría Slice of Life
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos"
    ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ Aaron Hotchner


    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada.

    Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes.

    Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué?

    Algo no encajaba.

    Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC.

    La puerta estaba abierta.

    -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café...

    #NuevoStarter #CriminalMinds
    #Personajes3D #3D #Comunidad3D

    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos" ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ [CRIMINAL.M1NDS] ㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada. Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes. Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué? Algo no encajaba. Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC. La puerta estaba abierta. -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café... #NuevoStarter #CriminalMinds #Personajes3D #3D #Comunidad3D ㅤ
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    ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Un nuevo personaje 3D viene pisando fuerte!

    Hoy damos la bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ¡Aaron Hotchner!
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Raza: Humano
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤFandom: Mentes criminales
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Jefe de la unidad de Unidad de Análisis del Comportamiento de Quantico

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  • 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜𝐨𝐧𝐠𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐀𝐦𝐞𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐚.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Romance
    STARTER PARA ───── 𝑸𝑼𝑬𝑬𝑵𝑰𝑬 𝐆𝐎𝐋𝐃𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍


    Edificio Woolworth.
    Nueva York, Estados Unidos de América.

    El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios.

    La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo?

    El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible.

    Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas.

    Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio.

    Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él.

    Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas.

    —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA.
    —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo.
    —¿Permiso de varitas?

    Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más.

    De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita.

    Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar.

    Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes.

    —Caballero.
    Abraxas se detuvo en seco, girándose.
    —La Oficina del permiso de varitas está por aquí.

    No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó.

    Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido.

    Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento?

    —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo.

    Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa.

    —Sí.
    —Está en el lugar indicado. Venga conmigo.

    ¿Contigo?

    Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble.

    —Por favor, siéntese.

    Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar.

    —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá…
    —No voy a darle mi varita.

    Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello?

    La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
    STARTER PARA [L3GEREMENS] Edificio Woolworth. Nueva York, Estados Unidos de América. El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios. La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo? El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible. Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas. Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio. Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él. Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas. —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA. —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo. —¿Permiso de varitas? Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más. De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita. Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar. Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes. —Caballero. Abraxas se detuvo en seco, girándose. —La Oficina del permiso de varitas está por aquí. No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó. Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido. Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento? —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo. Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa. —Sí. —Está en el lugar indicado. Venga conmigo. ¿Contigo? Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble. —Por favor, siéntese. Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar. —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá… —No voy a darle mi varita. Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello? La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
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  • —Estoy aburrido y hoy mis jefecitos me dieron el dia libre, de milagro... ¿Quieres hacer algo?—
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  • Día libre. No tuvo ninguna llamada de su jefe ni tampoco un mensaje, así que podría hacer lo que se le diera en gana. En el momento solo quería tomar un paseo mientras escuchaba música, eso solía distraerlo lo suficiente y, de lo único que jamás se cansaba era de la música. Una creación del bien en todos los sentidos para él.

    Así que por eso estaba en las calles de la ciudad, sin importar la hora. Sin embargo, al estar observando alrededor pudo notar que alguien se le acercó. Esto fue una molestia. Primero, era regla no molestar a alguien con auriculares. Segundo, ¿qué en todo su espendor estaba diciendo "acércate a hablarme"? No estaba haciendo uso de ninguna habilidad para llamar la atención.

    Se quitó los cascos para ver de mala gana a la persona.

    —No, no sé qué calle vas a decir y no conozco el lugar al que pretendes ir. Si necesitas direcciones ve a un puesto turístico, están en todos lados —soltó con un tono de clara molestia—. Tampoco nos conocemos, así que anda... busca a quien pueda ayudarte, yo no puedo.

    "No quiero" era lo más exacto.
    Día libre. No tuvo ninguna llamada de su jefe ni tampoco un mensaje, así que podría hacer lo que se le diera en gana. En el momento solo quería tomar un paseo mientras escuchaba música, eso solía distraerlo lo suficiente y, de lo único que jamás se cansaba era de la música. Una creación del bien en todos los sentidos para él. Así que por eso estaba en las calles de la ciudad, sin importar la hora. Sin embargo, al estar observando alrededor pudo notar que alguien se le acercó. Esto fue una molestia. Primero, era regla no molestar a alguien con auriculares. Segundo, ¿qué en todo su espendor estaba diciendo "acércate a hablarme"? No estaba haciendo uso de ninguna habilidad para llamar la atención. Se quitó los cascos para ver de mala gana a la persona. —No, no sé qué calle vas a decir y no conozco el lugar al que pretendes ir. Si necesitas direcciones ve a un puesto turístico, están en todos lados —soltó con un tono de clara molestia—. Tampoco nos conocemos, así que anda... busca a quien pueda ayudarte, yo no puedo. "No quiero" era lo más exacto.
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  • Estos días estuve muy ocupado por la empresa, las peleas empresariales son insoportables pero debo ser un jefe bueno y tener la mejor imagen posible
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