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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Reglas de Convivencia:
1. No pidas lemon.
2. No pidas ship o partneo. (Eso se gana con rol y ni siquiera es lo que busco xD)
3. No pidas respuesta inmediata.
4. No exijo mínimo de lineas (Mientras sea coherente)
5. Rol por foto o perfil.
6. Puedo adaptarme a rol con personajes que no sean de Bleach (acuerdo previo si es que es una diferencia abismal)
7. Si mi mensaje incluye ''||'' es Off. Por favor de separar usuarios de personaje.
8. No hago romance.*

* Yo decido cuando y con quien.

Ofrezco:
1. Paciencia.
2. Comprensión lectora un poco superior a la de un infante de primaria. (?)
3. Una amistad sana y tranquila.

Busco:
1. Amigos para Orihime.
2. Tal vez un trabajo de medio tiempo.

Es todo por ahora.
Reglas de Convivencia: 1. No pidas lemon. 2. No pidas ship o partneo. (Eso se gana con rol y ni siquiera es lo que busco xD) 3. No pidas respuesta inmediata. 4. No exijo mínimo de lineas (Mientras sea coherente) 5. Rol por foto o perfil. 6. Puedo adaptarme a rol con personajes que no sean de Bleach (acuerdo previo si es que es una diferencia abismal) 7. Si mi mensaje incluye ''||'' es Off. Por favor de separar usuarios de personaje. 8. No hago romance.* * Yo decido cuando y con quien. Ofrezco: 1. Paciencia. 2. Comprensión lectora un poco superior a la de un infante de primaria. (?) 3. Una amistad sana y tranquila. Busco: 1. Amigos para Orihime. 2. Tal vez un trabajo de medio tiempo. Es todo por ahora.
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  • Orihime se desperezó lentamente en el suave silencio de su departamento, envuelta en una calma inusual que solo los días libres le permitían. La luz del sol se filtraba perezosa por las cortinas, proyectando un tibio resplandor que iluminaba su sala llena de detalles vibrantes: las plantas que cuidaba con esmero, los cojines de colores sobre el sofá, y algunos bocetos y papeles esparcidos por la mesa.

    Con una taza de té verde en las manos, se acercó al balcón y se acomodó junto a la ventana, donde el sol acariciaba su rostro con un calor reconfortante. Desde allí, podía ver el ir y venir de la ciudad, escuchar los sonidos lejanos de las personas y los autos, pero en su pequeño refugio, todo se sentía sereno y suspendido en el tiempo.

    Mientras su mirada vagaba hacia el horizonte, sus pensamientos iban y venían, perdiéndose en recuerdos, en sueños por cumplir y en aquellos a quienes apreciaba. Una leve sonrisa iluminó su rostro al imaginar a sus amigos, y por un momento, sintió una chispa de gratitud hacia esos días tranquilos que le permitían detenerse, respirar y reencontrarse consigo misma. Hoy, el tiempo le pertenecía solo a ella.
    Orihime se desperezó lentamente en el suave silencio de su departamento, envuelta en una calma inusual que solo los días libres le permitían. La luz del sol se filtraba perezosa por las cortinas, proyectando un tibio resplandor que iluminaba su sala llena de detalles vibrantes: las plantas que cuidaba con esmero, los cojines de colores sobre el sofá, y algunos bocetos y papeles esparcidos por la mesa. Con una taza de té verde en las manos, se acercó al balcón y se acomodó junto a la ventana, donde el sol acariciaba su rostro con un calor reconfortante. Desde allí, podía ver el ir y venir de la ciudad, escuchar los sonidos lejanos de las personas y los autos, pero en su pequeño refugio, todo se sentía sereno y suspendido en el tiempo. Mientras su mirada vagaba hacia el horizonte, sus pensamientos iban y venían, perdiéndose en recuerdos, en sueños por cumplir y en aquellos a quienes apreciaba. Una leve sonrisa iluminó su rostro al imaginar a sus amigos, y por un momento, sintió una chispa de gratitud hacia esos días tranquilos que le permitían detenerse, respirar y reencontrarse consigo misma. Hoy, el tiempo le pertenecía solo a ella.
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  • Orihime se encontraba en su habitación, observando la suave luz de la luna que se colaba por la ventana. Esa misma luz, fría y distante, parecía iluminar las dudas que se acumulaban en su pecho, las emociones que había intentado reprimir tantas veces pero que siempre regresaban, fuertes y desbordantes.

    Desde la noche en que se había despedido de Ichigo en silencio, las palabras que le había dicho, aún dormido, seguían resonando en su mente. "Te amo", había susurrado, apenas atreviéndose a pronunciarlo, como si al decirlo en voz alta hubiera invocado un hechizo secreto. Recordaba el ligero roce de sus labios en su mejilla, la mezcla de alegría y tristeza que había sentido. Sabía que no podía esperar nada a cambio, pero no podía evitar soñar, aunque fuera solo en su imaginación.

    Mientras contemplaba el cielo, se preguntó si algún día tendría el valor de decírselo frente a frente, mirándolo a los ojos. Pensó en todas las veces que Ichigo había estado allí para ella, protegiéndola sin dudar. ¿Lo notaba él, acaso? ¿Podía sentir cuánto significaba para ella cada gesto, cada palabra, incluso cuando parecía distante? Orihime sonrió con melancolía. Tal vez Ichigo nunca se enteraría de cuánto lo amaba, pero eso estaba bien. Su felicidad siempre había sido suficiente para ella.

    Apoyó la mano en el vidrio de la ventana y cerró los ojos, imaginando por un momento que Ichigo estaba a su lado, que le sonreía con esa mirada segura que la hacía sentir tan protegida. "Si tan solo supieras…" pensó, mientras el eco de sus sentimientos flotaba en la habitación, en silencio, como un secreto eterno guardado bajo la luz de la luna.
    Orihime se encontraba en su habitación, observando la suave luz de la luna que se colaba por la ventana. Esa misma luz, fría y distante, parecía iluminar las dudas que se acumulaban en su pecho, las emociones que había intentado reprimir tantas veces pero que siempre regresaban, fuertes y desbordantes. Desde la noche en que se había despedido de Ichigo en silencio, las palabras que le había dicho, aún dormido, seguían resonando en su mente. "Te amo", había susurrado, apenas atreviéndose a pronunciarlo, como si al decirlo en voz alta hubiera invocado un hechizo secreto. Recordaba el ligero roce de sus labios en su mejilla, la mezcla de alegría y tristeza que había sentido. Sabía que no podía esperar nada a cambio, pero no podía evitar soñar, aunque fuera solo en su imaginación. Mientras contemplaba el cielo, se preguntó si algún día tendría el valor de decírselo frente a frente, mirándolo a los ojos. Pensó en todas las veces que Ichigo había estado allí para ella, protegiéndola sin dudar. ¿Lo notaba él, acaso? ¿Podía sentir cuánto significaba para ella cada gesto, cada palabra, incluso cuando parecía distante? Orihime sonrió con melancolía. Tal vez Ichigo nunca se enteraría de cuánto lo amaba, pero eso estaba bien. Su felicidad siempre había sido suficiente para ella. Apoyó la mano en el vidrio de la ventana y cerró los ojos, imaginando por un momento que Ichigo estaba a su lado, que le sonreía con esa mirada segura que la hacía sentir tan protegida. "Si tan solo supieras…" pensó, mientras el eco de sus sentimientos flotaba en la habitación, en silencio, como un secreto eterno guardado bajo la luz de la luna.
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  • La familia Inoue no tenía nada que realmente los uniera. Los padres, adictos y abusivos, vivían inmersos en su propia oscuridad. Por eso, cuando Sora, el mayor, cumplió 18 años, decidió hacerse cargo de su hermana pequeña y criarla él mismo. Y, durante un tiempo, todo fue maravilloso. La relación entre los dos hermanos era muy cercana, aunque, como en cualquier convivencia, había pequeños roces.

    Gritos, confusión, sangre y desesperación. Los recuerdos más vívidos de una noche fatídica. ¿Quién lo hubiera imaginado? A los 9 años, aún una niña, perdió a su hermano. Fue un golpe devastador, y tuvo que enfrentar sola, otra vez, las crueldades de la vida.

    Hoy en día, encuentra consuelo en hablar con su hermano frente al altar que tiene en casa, o cuando visita su tumba. Durante esos momentos, al menos, ya no se siente tan sola. Claro, tiene amigos, pero no puede decir que llenan por completo el vacío que Sora dejó.

    —¿Cómo has estado? —susurraba mientras organizaba unas flores—. Pasé con muy buenas calificaciones mis exámenes. Esta semana comí pan con chocolate en el almuerzo. Estaba pensando en probar con mermelada de piña y el chocolate que me sobró. ¡Debe saber genial! Ah, y, por cierto, ¿viste? Sigo usando las horquillas que me diste. No sé por qué pensé que se veían infantiles. Ya no soy tan pequeña y ahora creo que son hermosas... Me recuerdan a tu sonrisa.

    Guardó silencio por un minuto, un gesto solemne que terminó con un fuerte aplauso, señal de respeto en su familia.

    —Sé que he sido una mala hermana, que soy torpe y descuidada. ¡Por favor, cuídame! Estoy haciendo lo mejor que puedo sola.

    Unas lágrimas pequeñas escaparon de sus ojos, pero las limpió casi de inmediato con el dorso de su mano. Recogió sus cosas y, antes de marcharse, se despidió del lugar con una sonrisa llena de determinación.

    —Intentaré volver pronto, ¿sí?
    La familia Inoue no tenía nada que realmente los uniera. Los padres, adictos y abusivos, vivían inmersos en su propia oscuridad. Por eso, cuando Sora, el mayor, cumplió 18 años, decidió hacerse cargo de su hermana pequeña y criarla él mismo. Y, durante un tiempo, todo fue maravilloso. La relación entre los dos hermanos era muy cercana, aunque, como en cualquier convivencia, había pequeños roces. Gritos, confusión, sangre y desesperación. Los recuerdos más vívidos de una noche fatídica. ¿Quién lo hubiera imaginado? A los 9 años, aún una niña, perdió a su hermano. Fue un golpe devastador, y tuvo que enfrentar sola, otra vez, las crueldades de la vida. Hoy en día, encuentra consuelo en hablar con su hermano frente al altar que tiene en casa, o cuando visita su tumba. Durante esos momentos, al menos, ya no se siente tan sola. Claro, tiene amigos, pero no puede decir que llenan por completo el vacío que Sora dejó. —¿Cómo has estado? —susurraba mientras organizaba unas flores—. Pasé con muy buenas calificaciones mis exámenes. Esta semana comí pan con chocolate en el almuerzo. Estaba pensando en probar con mermelada de piña y el chocolate que me sobró. ¡Debe saber genial! Ah, y, por cierto, ¿viste? Sigo usando las horquillas que me diste. No sé por qué pensé que se veían infantiles. Ya no soy tan pequeña y ahora creo que son hermosas... Me recuerdan a tu sonrisa. Guardó silencio por un minuto, un gesto solemne que terminó con un fuerte aplauso, señal de respeto en su familia. —Sé que he sido una mala hermana, que soy torpe y descuidada. ¡Por favor, cuídame! Estoy haciendo lo mejor que puedo sola. Unas lágrimas pequeñas escaparon de sus ojos, pero las limpió casi de inmediato con el dorso de su mano. Recogió sus cosas y, antes de marcharse, se despidió del lugar con una sonrisa llena de determinación. —Intentaré volver pronto, ¿sí?
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