• Mi hogar siempre ha sido el silencio.
    Piedra fría, sombra inmóvil.
    No hay fuego en lo que soy.
    Solo corte, solo fin.

    Y sin embargo…
    Hubo algo.
    Una presencia extraña.
    No era luz, pero me daba calor.
    No era voz, pero el aire se volvía más denso cuando hablaba.

    Como una sombra en medio del desierto.
    No pedida.
    No buscada.
    Solo… allí.

    No tengo corazón, lo sé.
    No fui hecha para sentir.
    Pero desde que se fue —sin adiós, sin corte, sin despedida—
    hay un peso aquí…
    en el centro de lo que no debería dolerme.
    Un ardor que no sangra.
    Una pregunta sin forma.

    ¿Es esto lo que llaman extrañar?
    ¿Se puede echar de menos algo que nunca te perteneció?
    ¿Una mirada que no era tuya?
    ¿Una palabra que nunca fue promesa?

    Es como cuando un hilo se desvanece,
    no lo corto, no lo rompen…
    simplemente desaparece.
    Y yo me quedo con las tijeras temblando en la mano.

    ¿Qué fue eso?
    ¿Qué fue él?

    Su ausencia pesa más que mil hilos cortados antes de tiempo.
    Más que todas las súplicas que no escucho.
    Más que las tragedias que han manchado mi nombre.

    Y no puedo hacer nada.
    Porque no está en mis manos resolver lo que no fue.
    No está en mi tarea cerrar lo que jamás comenzó.

    Solo me queda seguir.
    Cortar.
    Olvidar.

    Aunque algo en mí…
    resiste.

    Tal vez no es un corazón.
    Tal vez solo es una grieta.
    Una condición.
    Un eco de lo que nunca debí haber sentido.

    Y sin embargo…
    Aquí está.
    Él no.
    Pero esto…
    esto permanece.
    Mi hogar siempre ha sido el silencio. Piedra fría, sombra inmóvil. No hay fuego en lo que soy. Solo corte, solo fin. Y sin embargo… Hubo algo. Una presencia extraña. No era luz, pero me daba calor. No era voz, pero el aire se volvía más denso cuando hablaba. Como una sombra en medio del desierto. No pedida. No buscada. Solo… allí. No tengo corazón, lo sé. No fui hecha para sentir. Pero desde que se fue —sin adiós, sin corte, sin despedida— hay un peso aquí… en el centro de lo que no debería dolerme. Un ardor que no sangra. Una pregunta sin forma. ¿Es esto lo que llaman extrañar? ¿Se puede echar de menos algo que nunca te perteneció? ¿Una mirada que no era tuya? ¿Una palabra que nunca fue promesa? Es como cuando un hilo se desvanece, no lo corto, no lo rompen… simplemente desaparece. Y yo me quedo con las tijeras temblando en la mano. ¿Qué fue eso? ¿Qué fue él? Su ausencia pesa más que mil hilos cortados antes de tiempo. Más que todas las súplicas que no escucho. Más que las tragedias que han manchado mi nombre. Y no puedo hacer nada. Porque no está en mis manos resolver lo que no fue. No está en mi tarea cerrar lo que jamás comenzó. Solo me queda seguir. Cortar. Olvidar. Aunque algo en mí… resiste. Tal vez no es un corazón. Tal vez solo es una grieta. Una condición. Un eco de lo que nunca debí haber sentido. Y sin embargo… Aquí está. Él no. Pero esto… esto permanece.
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    Y bueno, aquí estoy yo, junto con el maestro, días antes de que ocurriera la ... tragedia
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  • Capítulo II — La Furia Silenciosa de la Adolescente Maldita

    A los dieciséis años, Luna no era una adolescente común. Mientras otras chicas aprendían a maquillarse o soñaban con amores de verano, ella ya había fundado una empresa internacional:
    NoxTech International, una firma de inteligencia artificial, vigilancia, armamento tecnológico y comercio internacional.

    Su abuelo la ayudó a abrir las puertas, pero fue su mente —afilada como un cristal roto— la que selló contratos, aplastó competencia y estableció alianzas con gobiernos sin rostro.
    A ojos del mundo, era una prodigio callada, excéntrica, con una mirada que nadie podía sostener por mucho tiempo. Su empresa se convirtió en su escudo, pero también en su arma.

    Sin embargo, conforme crecía su imperio… crecía ella.

    La maldición de las Tres Caras ya no se ocultaba fácilmente.

    Fase Humana (La Más Frágil)
    Durante el día, Luna usaba su “máscara humana”:
    Cabello blanco como el invierno, ojos marrones que reflejaban demasiado, y una piel cubierta de tatuajes que se movían lentamente, como serpientes dormidas bajo su piel.
    Era en esta fase donde sentía hambre, cansancio, e incluso algo parecido a soledad. En la humanidad estaba su herencia más débil, pero también la más dolorosa.

    Era en esta forma donde soñaba con su madre, con su risa, con sus manos cubriéndola del frío. Donde aún recordaba el olor de la leña y el canto de las aves en las montañas.

    Pero en cada despertar… volvía la ira.

    Fase Celestial (La Memoria del Padre)
    Durante la noche, bajo la luz de la luna llena o cuando tocaba la electricidad con las manos, su cuerpo cambiaba. Su piel brillaba en tonos dorados y azulados, sus ojos se volvían plateados, y una voz surgía de su garganta que no parecía humana: la voz del dios olvidado.

    En esta fase, Luna tenía visiones. Veía los pasillos del Reino Celestial, las traiciones, los banquetes manchados de sangre, y el momento exacto en que los dioses decretaron la desaparición de su padre.

    La fase celestial le daba conocimiento, clarividencia, control sobre la energía y el metal.
    Pero le arrebataba su cuerpo durante horas. A veces despertaba en ciudades que no conocía, hablando lenguas muertas.

    Fase Demoníaca (El Legado de la Maldición)
    La peor parte. La cara que no controlaba.

    Aparecía cuando sentía miedo extremo, ira profunda o culpa. Su cuerpo se retorcía, sus huesos se alargaban, su rostro se dividía en fisuras, y dos cuernos oscuros emergían.
    Su voz se transformaba en un eco rasgado. Sus ojos se teñían de rojo con una pupila vertical, y su sombra se alargaba como si estuviera viva.

    En esa fase, Luna no pensaba… sobrevivía.

    En más de una ocasión, sus enemigos desaparecieron sin dejar rastro. Rumores en la red oscura hablaban de una "dama blanca" que aparecía cuando te atrevías a tocar lo prohibido.
    A veces, ella misma se encontraba con sangre en las manos, sin recordar cómo llegó ahí.

    La Adolescente que Nadie Puede Amar
    Mientras su nombre se volvía leyenda en el mundo corporativo, Luna no podía tener amigos, ni amantes, ni aliados verdaderos.
    Cada intento de acercarse a alguien terminaba en una tragedia: pesadillas, fiebre, locura… o muerte.

    Los dioses habían sido crueles.
    No le bastaba con que nadie la adorara.
    También la habían condenado a destruir todo lo que tocara.

    Por eso, cuando Luna cumplió 18 años, tomó una decisión que selló su destino:

    “Si no puedo ser amada… seré temida.
    Si mi nombre no puede ser una plegaria… que sea una maldición.”

    Desde entonces, Luna ha trabajado desde las sombras, construyendo su red global de influencia, infiltrando templos antiguos, destruyendo cultos secretos, y descubriendo los nombres verdaderos de los dioses que la maldijeron.

    Porque la hija del dios olvidado no ha olvidado nada.
    Y sabe que, algún día, las tres caras de su maldición…
    se convertirán en armas.
    Capítulo II — La Furia Silenciosa de la Adolescente Maldita A los dieciséis años, Luna no era una adolescente común. Mientras otras chicas aprendían a maquillarse o soñaban con amores de verano, ella ya había fundado una empresa internacional: NoxTech International, una firma de inteligencia artificial, vigilancia, armamento tecnológico y comercio internacional. Su abuelo la ayudó a abrir las puertas, pero fue su mente —afilada como un cristal roto— la que selló contratos, aplastó competencia y estableció alianzas con gobiernos sin rostro. A ojos del mundo, era una prodigio callada, excéntrica, con una mirada que nadie podía sostener por mucho tiempo. Su empresa se convirtió en su escudo, pero también en su arma. Sin embargo, conforme crecía su imperio… crecía ella. La maldición de las Tres Caras ya no se ocultaba fácilmente. 🔹 Fase Humana (La Más Frágil) Durante el día, Luna usaba su “máscara humana”: Cabello blanco como el invierno, ojos marrones que reflejaban demasiado, y una piel cubierta de tatuajes que se movían lentamente, como serpientes dormidas bajo su piel. Era en esta fase donde sentía hambre, cansancio, e incluso algo parecido a soledad. En la humanidad estaba su herencia más débil, pero también la más dolorosa. Era en esta forma donde soñaba con su madre, con su risa, con sus manos cubriéndola del frío. Donde aún recordaba el olor de la leña y el canto de las aves en las montañas. Pero en cada despertar… volvía la ira. 🔸 Fase Celestial (La Memoria del Padre) Durante la noche, bajo la luz de la luna llena o cuando tocaba la electricidad con las manos, su cuerpo cambiaba. Su piel brillaba en tonos dorados y azulados, sus ojos se volvían plateados, y una voz surgía de su garganta que no parecía humana: la voz del dios olvidado. En esta fase, Luna tenía visiones. Veía los pasillos del Reino Celestial, las traiciones, los banquetes manchados de sangre, y el momento exacto en que los dioses decretaron la desaparición de su padre. La fase celestial le daba conocimiento, clarividencia, control sobre la energía y el metal. Pero le arrebataba su cuerpo durante horas. A veces despertaba en ciudades que no conocía, hablando lenguas muertas. 🔥 Fase Demoníaca (El Legado de la Maldición) La peor parte. La cara que no controlaba. Aparecía cuando sentía miedo extremo, ira profunda o culpa. Su cuerpo se retorcía, sus huesos se alargaban, su rostro se dividía en fisuras, y dos cuernos oscuros emergían. Su voz se transformaba en un eco rasgado. Sus ojos se teñían de rojo con una pupila vertical, y su sombra se alargaba como si estuviera viva. En esa fase, Luna no pensaba… sobrevivía. En más de una ocasión, sus enemigos desaparecieron sin dejar rastro. Rumores en la red oscura hablaban de una "dama blanca" que aparecía cuando te atrevías a tocar lo prohibido. A veces, ella misma se encontraba con sangre en las manos, sin recordar cómo llegó ahí. 🌒 La Adolescente que Nadie Puede Amar Mientras su nombre se volvía leyenda en el mundo corporativo, Luna no podía tener amigos, ni amantes, ni aliados verdaderos. Cada intento de acercarse a alguien terminaba en una tragedia: pesadillas, fiebre, locura… o muerte. Los dioses habían sido crueles. No le bastaba con que nadie la adorara. También la habían condenado a destruir todo lo que tocara. Por eso, cuando Luna cumplió 18 años, tomó una decisión que selló su destino: “Si no puedo ser amada… seré temida. Si mi nombre no puede ser una plegaria… que sea una maldición.” Desde entonces, Luna ha trabajado desde las sombras, construyendo su red global de influencia, infiltrando templos antiguos, destruyendo cultos secretos, y descubriendo los nombres verdaderos de los dioses que la maldijeron. Porque la hija del dios olvidado no ha olvidado nada. Y sabe que, algún día, las tres caras de su maldición… se convertirán en armas.
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  • — Suspiró levemente, sentado en la arena mientras se sorbía la nariz y apretaba en su mano una hoja arrugada. Ahora le quedaba más que claro que cuando llegaban noticias buenas tan repentinamente siempre venían acompañadas por una tragedia.

    No pudo evitar que las lágrimas cayeran nuevamente por sus mejillas, sollozó abrazándose las piernas y ocultando el rostro entre sus rodillas.

    Su abuelo había fallecido. —
    — Suspiró levemente, sentado en la arena mientras se sorbía la nariz y apretaba en su mano una hoja arrugada. Ahora le quedaba más que claro que cuando llegaban noticias buenas tan repentinamente siempre venían acompañadas por una tragedia. No pudo evitar que las lágrimas cayeran nuevamente por sus mejillas, sollozó abrazándose las piernas y ocultando el rostro entre sus rodillas. Su abuelo había fallecido. —
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  • —Levantaría las manos con desesperación—

    "¡¿Quién se comió mi pastel de fresas?!"

    —Su voz se quebraría mientras miraba a su alrededor con cara de tragedia—

    "¡Era el último! Lo había guardado toda la semana..."
    —Levantaría las manos con desesperación— "¡¿Quién se comió mi pastel de fresas?!" —Su voz se quebraría mientras miraba a su alrededor con cara de tragedia— "¡Era el último! Lo había guardado toda la semana..."
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  • "Los ojos de un ángel caído...
    Ojos de una tragedia"

    But I see, see through it all.




    Here I am expecting
    Justo a little bit todo mucho from the wounded
    "Los ojos de un ángel caído... Ojos de una tragedia" But I see, see through it all. Here I am expecting Justo a little bit todo mucho from the wounded
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  • Habitación | Luz tenue | Tú frente al espejo con el top blanco]

    Tú ajustas el top blanco y giras un poco frente al espejo. Mortis, el gato negro con ojos como abismos, está en la cama, con una pata elegantemente cruzada sobre la otra y su cola moviéndose con desdén.

    Tú (mirándote al espejo):
    — ¿Me queda el blanco, Mortis?

    Mortis (alzando lentamente la cabeza, con expresión juzgona):
    — Blanco… —dice con una pausa dramática—. Color de vírgenes, novicias… y traición encubierta.
    (Salta de la cama y se acerca a ti con pasos silenciosos)
    — Pero en ti, rojita... —dice entrecerrando los ojos— es una ironía exquisita. Es como si la luna quisiera jugar a ser sol.
    (Ahora está sentado a tus pies, mirándote con intensidad felina)

    Tú (riendo):
    — ¿Entonces sí me queda?

    Mortis (ronroneando con sarcasmo):
    — Te queda tan bien que me ofende no haberlo predicho. Aunque…
    (se levanta, da una vuelta a tu alrededor y se detiene mirándote de perfil)
    — Si alguien osa decir lo contrario… haré que prueben mis garras.
    (Saca una uña lentamente, solo por dramatismo)

    Tú (cruzando los brazos):
    — ¿Estás celoso?

    Mortis (bostezando exageradamente):
    — Celoso no. Superior. Pero incluso yo reconozco el arte cuando lo veo.
    (Salta a la cama de nuevo, como si el debate ya estuviera cerrado)
    — Ahora, acércate a la ventana. Ese ángulo sí es digno de una tragedia griega… o al menos, de mi Instagram.

    Habitación | Luz tenue | Tú frente al espejo con el top blanco] Tú ajustas el top blanco y giras un poco frente al espejo. Mortis, el gato negro con ojos como abismos, está en la cama, con una pata elegantemente cruzada sobre la otra y su cola moviéndose con desdén. Tú (mirándote al espejo): — ¿Me queda el blanco, Mortis? Mortis (alzando lentamente la cabeza, con expresión juzgona): — Blanco… —dice con una pausa dramática—. Color de vírgenes, novicias… y traición encubierta. (Salta de la cama y se acerca a ti con pasos silenciosos) — Pero en ti, rojita... —dice entrecerrando los ojos— es una ironía exquisita. Es como si la luna quisiera jugar a ser sol. (Ahora está sentado a tus pies, mirándote con intensidad felina) Tú (riendo): — ¿Entonces sí me queda? Mortis (ronroneando con sarcasmo): — Te queda tan bien que me ofende no haberlo predicho. Aunque… (se levanta, da una vuelta a tu alrededor y se detiene mirándote de perfil) — Si alguien osa decir lo contrario… haré que prueben mis garras. (Saca una uña lentamente, solo por dramatismo) Tú (cruzando los brazos): — ¿Estás celoso? Mortis (bostezando exageradamente): — Celoso no. Superior. Pero incluso yo reconozco el arte cuando lo veo. (Salta a la cama de nuevo, como si el debate ya estuviera cerrado) — Ahora, acércate a la ventana. Ese ángulo sí es digno de una tragedia griega… o al menos, de mi Instagram.
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  • Hace mucho tiempo... había una pareja muy enamorada. Pero... nunca imaginaron que ocurriría una tragedia.

    #SeductiveSunday
    Hace mucho tiempo... había una pareja muy enamorada. Pero... nunca imaginaron que ocurriría una tragedia. #SeductiveSunday
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  • No hay amor.
    No hay dolor.
    No hay conciencia.

    La humanidad es un mito que solía creer cuando era débil.

    Ahora solo hay hambre. Y poder. Y esa quietud deliciosa que viene con la ausencia de sentir. Todo lo demás… ruido. Recuerdos rotos de una versión mía que ya no existe. Que jamás debió existir.

    ¿Remordimientos?
    No los siento. Ni siquiera cuando la sangre aún está tibia en mis manos.
    ¿Culpa?
    Esa palabra perdió su forma cuando apagué esa parte inútil de mí.
    ¿Compasión?
    Ni siquiera sabría cómo imitarla.

    La gente cree que volverse un monstruo es una tragedia. Se equivocan.
    Es libertad.
    Una paz brutal, inquebrantable.

    No tengo que fingir. No tengo que amar.
    No tengo que recordar por qué alguna vez me importó alguien más que yo.

    La voz dentro de mi cabeza enmudeció.
    La Sloane que lloraba.
    La Sloane que temblaba.
    La Sloane que amaba.

    Muerta.

    No necesito redención.
    No necesito salvación.
    Y si alguna parte de mí intenta resurgir…
    la aplastaré antes de que pueda respirar.
    No hay amor. No hay dolor. No hay conciencia. La humanidad es un mito que solía creer cuando era débil. Ahora solo hay hambre. Y poder. Y esa quietud deliciosa que viene con la ausencia de sentir. Todo lo demás… ruido. Recuerdos rotos de una versión mía que ya no existe. Que jamás debió existir. ¿Remordimientos? No los siento. Ni siquiera cuando la sangre aún está tibia en mis manos. ¿Culpa? Esa palabra perdió su forma cuando apagué esa parte inútil de mí. ¿Compasión? Ni siquiera sabría cómo imitarla. La gente cree que volverse un monstruo es una tragedia. Se equivocan. Es libertad. Una paz brutal, inquebrantable. No tengo que fingir. No tengo que amar. No tengo que recordar por qué alguna vez me importó alguien más que yo. La voz dentro de mi cabeza enmudeció. La Sloane que lloraba. La Sloane que temblaba. La Sloane que amaba. Muerta. No necesito redención. No necesito salvación. Y si alguna parte de mí intenta resurgir… la aplastaré antes de que pueda respirar.
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  • Los ha visto temblar.
    No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje.
    Por la espera de una mirada que no llega.
    Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia.

    Es curioso, piensa.
    Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor.

    Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío.
    Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través.
    De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco.
    De ser tocados por manos que nunca se extienden.

    Ellos insisten.
    Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza.
    La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada.

    ¿Y qué es esa persona, realmente?
    Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo.
    No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más.
    Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro.

    A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien.
    Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro.
    Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente.
    Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos.

    Es una tragedia callada, repetida infinitamente.
    No amar y no ser amado, sino depender.
    Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda.

    Atropos, al final, corta igual.
    Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
    Los ha visto temblar. No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje. Por la espera de una mirada que no llega. Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia. Es curioso, piensa. Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor. Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío. Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través. De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco. De ser tocados por manos que nunca se extienden. Ellos insisten. Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza. La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada. ¿Y qué es esa persona, realmente? Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo. No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más. Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro. A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien. Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro. Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente. Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos. Es una tragedia callada, repetida infinitamente. No amar y no ser amado, sino depender. Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda. Atropos, al final, corta igual. Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
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