¡Escucha bien, Nyako! ¡Ese olor a tragedia solo significa una cosa: ¡el baño! ¡Rápido, huyamos antes de que el demonio del jabón ose tocarnos.¡CORRE, NYAKO, CORREEE!
¡Escucha bien, Nyako! ¡Ese olor a tragedia solo significa una cosa: ¡el baño! ¡Rápido, huyamos antes de que el demonio del jabón ose tocarnos.¡CORRE, NYAKO, CORREEE!
Meredith no recordaba exactamente cuándo lo había dibujado.
No había fecha, ni contexto, ni memoria clara del momento. Solo el trazo demasiado seguro para haber sido casual.
Últimamente, la imagen regresaba a su mente a diario, apareciendo sin aviso en los momentos más insignificantes: mientras cerraba la heladería, mientras escuchaba la estática de la radio, mientras Hawkins fingía ser un pueblo normal.
El dibujo le provocaba escalofríos, pero no era miedo lo que sentía… era algo peor.
Una molestia persistente.
Como una astilla enterrada bajo la piel.
Había algo en esas líneas que no encajaba, algo que vibraba con la misma frecuencia incómoda que precede a las tragedias. Meredith no lo veía como una pesadilla, sino como un eco adelantado, un presagio torcido de que algo —algo realmente malo— estaba a punto de ocurrir en Hawkins.
Y lo más inquietante no era el dibujo en sí.
Era la certeza silenciosa de que, cuando lo hizo, sabía exactamente lo que estaba viendo.
Meredith no recordaba exactamente cuándo lo había dibujado.
No había fecha, ni contexto, ni memoria clara del momento. Solo el trazo demasiado seguro para haber sido casual.
Últimamente, la imagen regresaba a su mente a diario, apareciendo sin aviso en los momentos más insignificantes: mientras cerraba la heladería, mientras escuchaba la estática de la radio, mientras Hawkins fingía ser un pueblo normal.
El dibujo le provocaba escalofríos, pero no era miedo lo que sentía… era algo peor.
Una molestia persistente.
Como una astilla enterrada bajo la piel.
Había algo en esas líneas que no encajaba, algo que vibraba con la misma frecuencia incómoda que precede a las tragedias. Meredith no lo veía como una pesadilla, sino como un eco adelantado, un presagio torcido de que algo —algo realmente malo— estaba a punto de ocurrir en Hawkins.
Y lo más inquietante no era el dibujo en sí.
Era la certeza silenciosa de que, cuando lo hizo, sabía exactamente lo que estaba viendo.
Sería muy hipócrita de mi parte pedirte perdón, los de mi calaña no cometen equivocaciones, lo hacen todo en absoluta consciencia; no me arrepiento de haber hecho lo que hice.
No importan los sentimientos que ahora mismo te atormentan. El odio, el amor, ¿qué son sino el único recordatorio de que aún sigues viva? Eres mi sombra, incluso cuando a veces me olvido de proyectar una.
¿Has visto todo lo que he hecho? Mis aventuras, las tragedias nacidas del aburrimiento... Espero que te hayas dado cuenta de esto: ninguna de todas esas historias que acarreo conmigo es igual a la tuya.
¿Serás junto a mí cuando otros cielos, ignorantes de mi condición, me sonrían? ¿Serás maldiciendo que haga a alguien más feliz? ¿Seguirás esperando que no pueda contener lo peor de mí?
Solo puedo prometerte que nadie más sufrirá lo mismo que tú.
Sería muy hipócrita de mi parte pedirte perdón, los de mi calaña no cometen equivocaciones, lo hacen todo en absoluta consciencia; no me arrepiento de haber hecho lo que hice.
No importan los sentimientos que ahora mismo te atormentan. El odio, el amor, ¿qué son sino el único recordatorio de que aún sigues viva? Eres mi sombra, incluso cuando a veces me olvido de proyectar una.
¿Has visto todo lo que he hecho? Mis aventuras, las tragedias nacidas del aburrimiento... Espero que te hayas dado cuenta de esto: ninguna de todas esas historias que acarreo conmigo es igual a la tuya.
¿Serás junto a mí cuando otros cielos, ignorantes de mi condición, me sonrían? ¿Serás maldiciendo que haga a alguien más feliz? ¿Seguirás esperando que no pueda contener lo peor de mí?
Solo puedo prometerte que nadie más sufrirá lo mismo que tú.
Nunca fue conducido por una mano amiga en sus primeros pasos. Al nacer, fue bendecido… una bendición que, a veces, se sentía como una maldición.
En sus primeros cien años de vida aprendió solo, sin nadie que le explicase qué era y por qué estaba adquiriendo ese tipo de conciencia, una que un zorro salvaje jamás desarrollaría. Su camino no fue fácil, al contrario; la tragedia, la venganza y la muerte fueron sus mentores en sus primeros siglos de vida.
No quería que ningún ser celestial pasara por lo mismo que él sufrió. En ocasiones, cuando la luna llena estaba en su punto más alto «la hora en que los espíritus se adueñaban de la oscuridad del bosque», Kazuo entonaba un llamado para que aquellos iguales a él sintieran que no estaban solos en este mundo cruel; que su diferencia no era un error, sino una bendición. Quería que, en sus primeros años, no se desarrollaran bajo la crueldad que el mundo les tenía reservado.
Algunos no trascenderían; vivirían más de lo normal sin llegar a ser conscientes del poder que albergaban. Pero para aquellos cuya cola se partiera en dos, Kazuo deseaba estar allí. Darles ese amor que a él nadie le dió, en una etapa totalmente crucial.
Caminaba por el bosque entonando una melodía que solo aquellos que podían caminar entre dos mundos eran capaces de escuchar. A su paso, la tierra, que había cedido al frío invierno, volvía a llenarse de vida, como si la energía y la luz que emanaban los zorros hicieran que la naturaleza se abriera camino. Era un espectáculo visual, una experiencia casi religiosa y trascendental. Quien fuera testigo de aquel milagro podría considerarse afortunado, pues era algo sagrado, reservado solo para los ojos que miraban el mundo con inocencia, más allá de lo físico.
De pronto se escuchó el crujir de las ramas del suelo, cediendo a un peso ajeno y desconocido. No pertenecía a ninguno de los presentes en aquella marcha celestial. Cuando los kitsunes caminaban, lo hacían con el silencio de un depredador nocturno, sin que la hojarasca protestase bajo sus patas. Aquel sonido hizo que todos los zorros, del color de la luna, corrieran espantados hacia el amparo del manto nocturno. Kazuo fue el único que permaneció allí, con sus nueve colas en un vaivén suave, casi ensayado, manteniendo una calma imperturbable.
Bajó su flauta lentamente, pero con la decisión de quien no teme lo desconocido, mientras sus ojos color zafiro se dirigían hacia el origen del sonido que había perturbado su labor. Aquellas cuencas no eran ojos que perteneciesen del todo a este mundo: la luz interior que poseían se hacía visible en la oscuridad, como si dos luciérnagas azules volaran al mismo compás.
—Has asustado a mis hermanos… ¿Podrías mostrarte para poder ponerte rostro? —musitó con serenidad. No había hostilidad alguna en su voz, tan solo esa calma intrínseca de su ser.
Escena con [masasita_masaru]
Kazuo no solo era mensajero, también era guía.
Nunca fue conducido por una mano amiga en sus primeros pasos. Al nacer, fue bendecido… una bendición que, a veces, se sentía como una maldición.
En sus primeros cien años de vida aprendió solo, sin nadie que le explicase qué era y por qué estaba adquiriendo ese tipo de conciencia, una que un zorro salvaje jamás desarrollaría. Su camino no fue fácil, al contrario; la tragedia, la venganza y la muerte fueron sus mentores en sus primeros siglos de vida.
No quería que ningún ser celestial pasara por lo mismo que él sufrió. En ocasiones, cuando la luna llena estaba en su punto más alto «la hora en que los espíritus se adueñaban de la oscuridad del bosque», Kazuo entonaba un llamado para que aquellos iguales a él sintieran que no estaban solos en este mundo cruel; que su diferencia no era un error, sino una bendición. Quería que, en sus primeros años, no se desarrollaran bajo la crueldad que el mundo les tenía reservado.
Algunos no trascenderían; vivirían más de lo normal sin llegar a ser conscientes del poder que albergaban. Pero para aquellos cuya cola se partiera en dos, Kazuo deseaba estar allí. Darles ese amor que a él nadie le dió, en una etapa totalmente crucial.
Caminaba por el bosque entonando una melodía que solo aquellos que podían caminar entre dos mundos eran capaces de escuchar. A su paso, la tierra, que había cedido al frío invierno, volvía a llenarse de vida, como si la energía y la luz que emanaban los zorros hicieran que la naturaleza se abriera camino. Era un espectáculo visual, una experiencia casi religiosa y trascendental. Quien fuera testigo de aquel milagro podría considerarse afortunado, pues era algo sagrado, reservado solo para los ojos que miraban el mundo con inocencia, más allá de lo físico.
De pronto se escuchó el crujir de las ramas del suelo, cediendo a un peso ajeno y desconocido. No pertenecía a ninguno de los presentes en aquella marcha celestial. Cuando los kitsunes caminaban, lo hacían con el silencio de un depredador nocturno, sin que la hojarasca protestase bajo sus patas. Aquel sonido hizo que todos los zorros, del color de la luna, corrieran espantados hacia el amparo del manto nocturno. Kazuo fue el único que permaneció allí, con sus nueve colas en un vaivén suave, casi ensayado, manteniendo una calma imperturbable.
Bajó su flauta lentamente, pero con la decisión de quien no teme lo desconocido, mientras sus ojos color zafiro se dirigían hacia el origen del sonido que había perturbado su labor. Aquellas cuencas no eran ojos que perteneciesen del todo a este mundo: la luz interior que poseían se hacía visible en la oscuridad, como si dos luciérnagas azules volaran al mismo compás.
—Has asustado a mis hermanos… ¿Podrías mostrarte para poder ponerte rostro? —musitó con serenidad. No había hostilidad alguna en su voz, tan solo esa calma intrínseca de su ser.
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El aire en Camlann era pesado, no por la lluvia que pronto caería, sino por el peso de las vidas que había tomado y el peso del futuro que yo, como Rey, debía cargar.
Me llamaron el "Rey de los Caballeros". No era un título que buscara, sino una carga que acepté. Desde el momento en que saqué a Caliburn de la piedra, dejé de ser una persona. Dejé de ser una niña, una mujer, o cualquier cosa que pudiera sentir calidez. Me convertí en un símbolo, en la espada. Y la espada no tiene emociones.
Mi primer sentimiento fue la soledad. Al tomar la corona, el mundo de los humanos se cerró para mí. Los vi sonreír, amar, llorar por cosas pequeñas, y yo solo podía mirarlos desde la distancia, envuelta en mi armadura plateada. Debía ser fuerte, inquebrantable, por ellos. Si yo mostraba debilidad, el reino caería. Por eso, enterré mi corazón bajo promesas de hierro.
Luego vino la esperanza. Cuando reuní a mis Caballeros de la Mesa Redonda, pensé que mi sueño era posible. Lancelot, Gawain, Bedivere... eran los pilares de Camelot, la prueba de que la nobleza existía. Por un tiempo, creí que ese momento dorado duraría para siempre. Creí que podríamos crear una utopía donde la gente no sufriera.
Pero la esperanza dio paso al dolor. Vi a Lancelot caer, a Gawain perder la fe, y, finalmente, vi la traición de Mordred, mi propia sangre. Me esforcé tanto en ser el rey perfecto, en seguir cada norma, en no cometer ni un solo error, que fallé en lo más importante: la humanidad. Fui un rey, pero nunca fui un padre, ni una amiga, ni una esposa. Solo fui una máquina para dirigir.
Enfrentar a Mordred en Camlann no fue una batalla; fue la ejecución de mi propio ideal. Mientras alzaba a Excalibur, no sentía ira, solo una profunda y desgarradora tristeza. La luz de mi espada era la luz que borraba mi error, el error de haber creído que podía negar mi propia naturaleza para salvar a otros.
《("El deseo de ganar ya no estaba allí. Solo la necesidad de terminar. De pagar el precio por el sueño roto.")》
Cuando la luz de Excalibur se desvaneció, y yo caí, herida de muerte, sentí, por primera y última vez bajo la armadura, una punzada de alivio. Alivio de que el trabajo había terminado. Alivio de poder devolver la espada, el símbolo de mi carga, al lago.
Y al final, mientras Bedivere me veía morir, no lamenté la muerte. Lamenté mi vida. Mi último pensamiento no fue para el reino o la gloria, sino un simple y vano deseo:
—Ojalá nunca hubiera sido Rey. Ojalá hubiera podido vivir como una persona normal, y no como una espada.—
Morí en paz, al menos, sabiendo que, aunque mi sueño fue una tragedia, cumplí mi juramento. Y ese es el único consuelo que un rey puede llevarse.
—𝕿𝖍𝖊 𝕶𝖎𝖓𝖌'𝖘 𝕭𝖚𝖗𝖉𝖊𝖓.
El aire en Camlann era pesado, no por la lluvia que pronto caería, sino por el peso de las vidas que había tomado y el peso del futuro que yo, como Rey, debía cargar.
Me llamaron el "Rey de los Caballeros". No era un título que buscara, sino una carga que acepté. Desde el momento en que saqué a Caliburn de la piedra, dejé de ser una persona. Dejé de ser una niña, una mujer, o cualquier cosa que pudiera sentir calidez. Me convertí en un símbolo, en la espada. Y la espada no tiene emociones.
Mi primer sentimiento fue la soledad. Al tomar la corona, el mundo de los humanos se cerró para mí. Los vi sonreír, amar, llorar por cosas pequeñas, y yo solo podía mirarlos desde la distancia, envuelta en mi armadura plateada. Debía ser fuerte, inquebrantable, por ellos. Si yo mostraba debilidad, el reino caería. Por eso, enterré mi corazón bajo promesas de hierro.
Luego vino la esperanza. Cuando reuní a mis Caballeros de la Mesa Redonda, pensé que mi sueño era posible. Lancelot, Gawain, Bedivere... eran los pilares de Camelot, la prueba de que la nobleza existía. Por un tiempo, creí que ese momento dorado duraría para siempre. Creí que podríamos crear una utopía donde la gente no sufriera.
Pero la esperanza dio paso al dolor. Vi a Lancelot caer, a Gawain perder la fe, y, finalmente, vi la traición de Mordred, mi propia sangre. Me esforcé tanto en ser el rey perfecto, en seguir cada norma, en no cometer ni un solo error, que fallé en lo más importante: la humanidad. Fui un rey, pero nunca fui un padre, ni una amiga, ni una esposa. Solo fui una máquina para dirigir.
Enfrentar a Mordred en Camlann no fue una batalla; fue la ejecución de mi propio ideal. Mientras alzaba a Excalibur, no sentía ira, solo una profunda y desgarradora tristeza. La luz de mi espada era la luz que borraba mi error, el error de haber creído que podía negar mi propia naturaleza para salvar a otros.
《("El deseo de ganar ya no estaba allí. Solo la necesidad de terminar. De pagar el precio por el sueño roto.")》
Cuando la luz de Excalibur se desvaneció, y yo caí, herida de muerte, sentí, por primera y última vez bajo la armadura, una punzada de alivio. Alivio de que el trabajo había terminado. Alivio de poder devolver la espada, el símbolo de mi carga, al lago.
Y al final, mientras Bedivere me veía morir, no lamenté la muerte. Lamenté mi vida. Mi último pensamiento no fue para el reino o la gloria, sino un simple y vano deseo:
—Ojalá nunca hubiera sido Rey. Ojalá hubiera podido vivir como una persona normal, y no como una espada.—
Morí en paz, al menos, sabiendo que, aunque mi sueño fue una tragedia, cumplí mi juramento. Y ese es el único consuelo que un rey puede llevarse.
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Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena,
Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías.
No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición.
Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación.
Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise.
Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir.
Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija.
Con pesar y amor,
Arturia Pendragon, El Rey.
— Una Carta no Escrita a mi Caballero, Mordred.~
Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena,
Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías.
No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición.
Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación.
Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise.
Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir.
Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija.
Con pesar y amor,
Arturia Pendragon, El Rey.
Extraño a un amigo al cual.. siento que a veces llamo con el alma.
Y comprendo el cansancio que a de sentir y el como pudo rendirse ante quizá una cierta desilusión.
Lo siento como una pequeña tragedia, porque me recuerda a todos a los que se han ido.
Al final de cuentas todos están de paso, y nadie está para quedarse mucho tiempo o toda la vida... Y lo extraño demaciado.
Una persona realmente increíble, su forma de ser tan libre que me hacía reír y estar cómoda.
Pero su estancia conmigo termino y decidió no volver más, a pesar de haber tenido ideas juntos que no se pudieron llevar a cabo.
Realmente llevo un año o más aquí, y el echo de esas ausencias de tan maravillosas personas, me hacen sentir melancólica... Y extrañar todo de ellas.
No pido que me lleve Diosito verdad? Jaja pero... Suelo disfrutar de quienes están sin que se den cuenta, de lo tanto que me gusta su compañía.
Y aunque posiblemente no sea la más divertida todo el tiempo, disfruto de ello como disfrutar de un buen pan con relleno cremoso y suave por dentro, a la par de un chocolate caliente.
Disfruten del presente, como yo muchas veces disfruto de sus presencias.
Extraño a un amigo al cual.. siento que a veces llamo con el alma.
Y comprendo el cansancio que a de sentir y el como pudo rendirse ante quizá una cierta desilusión.
Lo siento como una pequeña tragedia, porque me recuerda a todos a los que se han ido.
Al final de cuentas todos están de paso, y nadie está para quedarse mucho tiempo o toda la vida... Y lo extraño demaciado.
Una persona realmente increíble, su forma de ser tan libre que me hacía reír y estar cómoda.
Pero su estancia conmigo termino y decidió no volver más, a pesar de haber tenido ideas juntos que no se pudieron llevar a cabo.
Realmente llevo un año o más aquí, y el echo de esas ausencias de tan maravillosas personas, me hacen sentir melancólica... Y extrañar todo de ellas.
No pido que me lleve Diosito verdad? Jaja pero... Suelo disfrutar de quienes están sin que se den cuenta, de lo tanto que me gusta su compañía.
Y aunque posiblemente no sea la más divertida todo el tiempo, disfruto de ello como disfrutar de un buen pan con relleno cremoso y suave por dentro, a la par de un chocolate caliente.
Disfruten del presente, como yo muchas veces disfruto de sus presencias.
RECUERDO: Horas después de la boda entre Rihanna y Larry, el recién matrimonio disfrutaba de su hermosa luna de miel, ambos sentían un amor incondicional, fueron los días más felices de Rihanna en esos años, sin embargo, nunca se imaginaría que en unos años sufriría la pérdida más dolorosa de su vida.
Rihanna:
Cariño, gracias por hacerme la mujer más felíz, te amo tanto mi amor.
Larry:
Gracias a tí mi amor, me has hecho el hombre más felíz del mundo desde que llegaste a mi vida.
Ambos han vivido un hermoso matrimonio por unos 4 años, hasta que la tragedia tocaría la puerta de la peor manera.
RECUERDO: Horas después de la boda entre Rihanna y Larry, el recién matrimonio disfrutaba de su hermosa luna de miel, ambos sentían un amor incondicional, fueron los días más felices de Rihanna en esos años, sin embargo, nunca se imaginaría que en unos años sufriría la pérdida más dolorosa de su vida.
Rihanna:
Cariño, gracias por hacerme la mujer más felíz, te amo tanto mi amor.
Larry:
Gracias a tí mi amor, me has hecho el hombre más felíz del mundo desde que llegaste a mi vida.
Ambos han vivido un hermoso matrimonio por unos 4 años, hasta que la tragedia tocaría la puerta de la peor manera.
━━ La cosecha de este año es productiva, estamos recuperando lo que alguna vez nos fue arrebatado le traeremos orgullo a nuestro creador.
Expresó rebosante de energía, de dicha misma, el incidente y la matanza lograron su cometido y sin embargo, sigue habiendo quien se opone a las tragedias.
━━ ¿Monjas embarazadas?
Fue solo el pináculo de las creencias, de las semejanza de su Dios. ¿Por qué hemos de recibir la culpa?. Explícate mujer, tu sola presencia me pone los pelos de punta.
━━ La cosecha de este año es productiva, estamos recuperando lo que alguna vez nos fue arrebatado le traeremos orgullo a nuestro creador.
Expresó rebosante de energía, de dicha misma, el incidente y la matanza lograron su cometido y sin embargo, sigue habiendo quien se opone a las tragedias.
━━ ¿Monjas embarazadas?
Fue solo el pináculo de las creencias, de las semejanza de su Dios. ¿Por qué hemos de recibir la culpa?. Explícate mujer, tu sola presencia me pone los pelos de punta.
Nicole disfrutaba de una semana de vacaciones en una de las ciudades más remotas y movilizadas del país Británico, caminando por las calles de Londres de camino al hotel en dónde hacía su estadía, en un oscuro callejón logra ver lo que sería una confrontación entre dos hombres, Nicole alcanzó a acercarme para ver mejor, ya que era de noche. Logra ver a dos sujetos discutiendo y luego comenzaron a pelear, sin embargo la cosa no pintaba bien, menos cuando uno de ellos decidió sacó del bolsillo un arma de fuego, y le disparó al otro en el pecho, acto seguido este le robaría algunas pertenencias de valor, y decide irse por el otro lado del callejón. Nicole aterrada inmediatamente decide asistir al hombre herido, sin embargo, su teléfono celular se hallaba sin batería, por lo que no podía llamar a la ambulancia, y era tarde por la noche.
Así que decidió utilizar uno de sus hechizos para evitar el hombre sufriera más de lo que estaba, y además evitar una tragedia.
— No se preocupe, yo me encargo de esto!—. Exclamó Nicole preocupada y desesperada.
Acto seguido, Nicole usa su hechizo de curación para sanar la gravísima herida que le dejó el disparo de su presunto asesino. El fuego verde rodea al hombre herido como una especie de energía verde y que poco a poco va controlando la hemorragia, desintegrando la bala dentro del pecho del tipo, cicatrizando la herida, hasta regenerar su piel por completo.
22 de Abril del 2016, Londres, Inglaterra.
Nicole disfrutaba de una semana de vacaciones en una de las ciudades más remotas y movilizadas del país Británico, caminando por las calles de Londres de camino al hotel en dónde hacía su estadía, en un oscuro callejón logra ver lo que sería una confrontación entre dos hombres, Nicole alcanzó a acercarme para ver mejor, ya que era de noche. Logra ver a dos sujetos discutiendo y luego comenzaron a pelear, sin embargo la cosa no pintaba bien, menos cuando uno de ellos decidió sacó del bolsillo un arma de fuego, y le disparó al otro en el pecho, acto seguido este le robaría algunas pertenencias de valor, y decide irse por el otro lado del callejón. Nicole aterrada inmediatamente decide asistir al hombre herido, sin embargo, su teléfono celular se hallaba sin batería, por lo que no podía llamar a la ambulancia, y era tarde por la noche.
Así que decidió utilizar uno de sus hechizos para evitar el hombre sufriera más de lo que estaba, y además evitar una tragedia.
— No se preocupe, yo me encargo de esto!—. Exclamó Nicole preocupada y desesperada.
Acto seguido, Nicole usa su hechizo de curación para sanar la gravísima herida que le dejó el disparo de su presunto asesino. El fuego verde rodea al hombre herido como una especie de energía verde y que poco a poco va controlando la hemorragia, desintegrando la bala dentro del pecho del tipo, cicatrizando la herida, hasta regenerar su piel por completo.