• Caída a la Tierra
    Fandom OC
    Categoría Original
    El cielo nocturno se extendía como un manto silencioso sobre el bosque, y entre las hojas húmedas y el aroma a tierra recién mojada y madera en descomposición, yacía un cuerpo que no pertenecía a ese mundo. Raphael Veyrith estaba inmóvil, su respiración apenas perceptible, mientras la bruma del amanecer empezaba a colarse entre los troncos retorcidos. Había caído hace días, quizás semanas; el tiempo carecía de sentido para él en aquel limbo de inconsciencia, donde la gravedad de la Tierra lo abrazaba con una crudeza desconocida. Sus heridas aún ardían, latigazos invisibles de los dioses recorriendo su piel, cada cicatriz un recordatorio punzante de su pasado, de su dolor y de la fragilidad de cualquier ser mortal frente a la divinidad.

    Durante esos primeros días, su cuerpo permaneció dormido, un descanso forzado por el impacto de la caída y el shock del cambio de plano. El aire estaba impregnado de la fragancia de la tierra, de la humedad de la vegetación y de algo más, un susurro de vida que él no podía comprender del todo. Su respiración era lenta, casi inexistente, y sus párpados permanecían cerrados mientras su mente flotaba entre fragmentos de luz celestial y sombras infernales, recordándole quién era y lo que había perdido. Cada instante de inconsciencia estaba poblado de murmullos antiguos, ecos del idioma de los dioses, un lenguaje que vibraba como cuerdas cósmicas: “Ælthar, Nivaur, Shyvalen…”, palabras que no tenían traducción humana, pero que llenaban su mente con significados de poder, dolor y supervivencia.

    Cuando finalmente sus sentidos comenzaron a reaccionar, no fue el sonido ni la luz lo que lo despertó: fue el hambre. Un hambre profundo, primigenio, que recorría sus entrañas y le recordaba que, aunque herido, su naturaleza no podía permanecer pasiva. Abrió los ojos lentamente, sus iris violeta y rojo reflejando el follaje entre las sombras, intentando comprender, aunque no pudiera traducir las señales humanas. Todo era extraño, desde la textura rugosa de las hojas hasta el aroma metálico de la sangre de la Tierra, y su mente, entrenada en la observación y el análisis de mundos imposibles, comenzó a descifrar patrones, movimientos y presencias.

    Su mirada se posó sobre un par de ardillas que correteaban entre las raíces y las ramas bajas. Sus pequeños cuerpos eran ágilmente humanos y animales a la vez, ignorantes de la amenaza que lo observaba desde la penumbra. Raphael inclinó la cabeza, probando mentalmente sonidos en el idioma de los dioses: “Kryv’hal, shalanth… carne, vida…”. Su instinto depredador rugió silencioso. Cada músculo de su cuerpo reaccionó; sus garras apenas perceptibles tensándose bajo la piel, su aliento saliendo en bocanadas controladas para no ahuyentar a la presa.

    Y entonces se movió. Con un silencio casi imposible para un ser de su tamaño y fuerza, se deslizó entre hojas y raíces, siguiendo el aroma y el movimiento. La ardilla, ajena a su destino, saltó entre las ramas, pero no hubo escape que Raphael no pudiera anticipar. Saltó con precisión sobrenatural, sus manos sujetando con fuerza, y su boca, antes acostumbrada a palabras divinas, ahora probaba la carne que tanto necesitaba. La sangre caliente recorrió sus labios y descendió por su barbilla mientras los órganos de la pequeña criatura cedían a su fuerza, y Raphael la devoró con un ritmo instintivo, salvaje, casi ceremonial. Cada mordisco era un recordatorio de su necesidad, de la dualidad entre la gracia angelical y la brutalidad demoníaca que corría por sus venas.

    Entre bocados y respiraciones profundas, murmuró en el idioma de los dioses, como si aquello pudiera explicar lo que hacía o recordarle su origen: “Shyvalen… fuerza… vida… krellthar…”. No había remordimiento, solo el reconocimiento de que para sobrevivir en este mundo debía adaptarse, aceptar su hambre y confiar en sus instintos. Su mirada recorría el bosque, cada sombra y cada árbol evaluado, analizado; los animales, las corrientes de aire, la humedad y el terreno, todo formaba parte de un mapa invisible que solo él podía descifrar.

    Cuando terminó, se recostó entre raíces y musgo, con la sangre aún manchando sus labios, y por primera vez percibió la magnitud del bosque, su aislamiento, y la realidad de estar extraño y solo en un mundo que no comprendía. No había palabras humanas, no había aldeanos, solo la respiración de la Tierra y el eco de los dioses en su mente. Y mientras el sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, Raphael sintió que algo dentro de él comenzaba a despertar más allá del hambre: la conciencia de que su historia en esta tierra apenas empezaba, y que cada sombra, cada sonido, cada criatura que cruzara su camino podría ser tanto un enemigo como un alimento, o quizás un secreto que desvelaría su verdadero propósito.
    El cielo nocturno se extendía como un manto silencioso sobre el bosque, y entre las hojas húmedas y el aroma a tierra recién mojada y madera en descomposición, yacía un cuerpo que no pertenecía a ese mundo. Raphael Veyrith estaba inmóvil, su respiración apenas perceptible, mientras la bruma del amanecer empezaba a colarse entre los troncos retorcidos. Había caído hace días, quizás semanas; el tiempo carecía de sentido para él en aquel limbo de inconsciencia, donde la gravedad de la Tierra lo abrazaba con una crudeza desconocida. Sus heridas aún ardían, latigazos invisibles de los dioses recorriendo su piel, cada cicatriz un recordatorio punzante de su pasado, de su dolor y de la fragilidad de cualquier ser mortal frente a la divinidad. Durante esos primeros días, su cuerpo permaneció dormido, un descanso forzado por el impacto de la caída y el shock del cambio de plano. El aire estaba impregnado de la fragancia de la tierra, de la humedad de la vegetación y de algo más, un susurro de vida que él no podía comprender del todo. Su respiración era lenta, casi inexistente, y sus párpados permanecían cerrados mientras su mente flotaba entre fragmentos de luz celestial y sombras infernales, recordándole quién era y lo que había perdido. Cada instante de inconsciencia estaba poblado de murmullos antiguos, ecos del idioma de los dioses, un lenguaje que vibraba como cuerdas cósmicas: “Ælthar, Nivaur, Shyvalen…”, palabras que no tenían traducción humana, pero que llenaban su mente con significados de poder, dolor y supervivencia. Cuando finalmente sus sentidos comenzaron a reaccionar, no fue el sonido ni la luz lo que lo despertó: fue el hambre. Un hambre profundo, primigenio, que recorría sus entrañas y le recordaba que, aunque herido, su naturaleza no podía permanecer pasiva. Abrió los ojos lentamente, sus iris violeta y rojo reflejando el follaje entre las sombras, intentando comprender, aunque no pudiera traducir las señales humanas. Todo era extraño, desde la textura rugosa de las hojas hasta el aroma metálico de la sangre de la Tierra, y su mente, entrenada en la observación y el análisis de mundos imposibles, comenzó a descifrar patrones, movimientos y presencias. Su mirada se posó sobre un par de ardillas que correteaban entre las raíces y las ramas bajas. Sus pequeños cuerpos eran ágilmente humanos y animales a la vez, ignorantes de la amenaza que lo observaba desde la penumbra. Raphael inclinó la cabeza, probando mentalmente sonidos en el idioma de los dioses: “Kryv’hal, shalanth… carne, vida…”. Su instinto depredador rugió silencioso. Cada músculo de su cuerpo reaccionó; sus garras apenas perceptibles tensándose bajo la piel, su aliento saliendo en bocanadas controladas para no ahuyentar a la presa. Y entonces se movió. Con un silencio casi imposible para un ser de su tamaño y fuerza, se deslizó entre hojas y raíces, siguiendo el aroma y el movimiento. La ardilla, ajena a su destino, saltó entre las ramas, pero no hubo escape que Raphael no pudiera anticipar. Saltó con precisión sobrenatural, sus manos sujetando con fuerza, y su boca, antes acostumbrada a palabras divinas, ahora probaba la carne que tanto necesitaba. La sangre caliente recorrió sus labios y descendió por su barbilla mientras los órganos de la pequeña criatura cedían a su fuerza, y Raphael la devoró con un ritmo instintivo, salvaje, casi ceremonial. Cada mordisco era un recordatorio de su necesidad, de la dualidad entre la gracia angelical y la brutalidad demoníaca que corría por sus venas. Entre bocados y respiraciones profundas, murmuró en el idioma de los dioses, como si aquello pudiera explicar lo que hacía o recordarle su origen: “Shyvalen… fuerza… vida… krellthar…”. No había remordimiento, solo el reconocimiento de que para sobrevivir en este mundo debía adaptarse, aceptar su hambre y confiar en sus instintos. Su mirada recorría el bosque, cada sombra y cada árbol evaluado, analizado; los animales, las corrientes de aire, la humedad y el terreno, todo formaba parte de un mapa invisible que solo él podía descifrar. Cuando terminó, se recostó entre raíces y musgo, con la sangre aún manchando sus labios, y por primera vez percibió la magnitud del bosque, su aislamiento, y la realidad de estar extraño y solo en un mundo que no comprendía. No había palabras humanas, no había aldeanos, solo la respiración de la Tierra y el eco de los dioses en su mente. Y mientras el sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, Raphael sintió que algo dentro de él comenzaba a despertar más allá del hambre: la conciencia de que su historia en esta tierra apenas empezaba, y que cada sombra, cada sonido, cada criatura que cruzara su camino podría ser tanto un enemigo como un alimento, o quizás un secreto que desvelaría su verdadero propósito.
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  • ⸻ A las afueras de Londres, en la actualidad ⸻

    Ya serán veinte años desde que cerraron la casa. Veinte años sin pasos, sin voces, sin calor. Veinte años en los que la seda de araña y el polvo han tejido cortinas sobre los muebles y en cada rincón, donde la luz se cuela a hurtadillas por cristales rotos y se vuelve pálida y fría como el rostro de un muerto.

    Las puertas crujen. Los retratos me observan con ojos vacíos. Los cuervos anidan en la despensa abandonada.

    ¿Por qué sigo aquí?
    ¿Por qué no puedo escapar?

    La casa se ha vuelto un cuerpo herido y yo el latido de su moribundo corazón, atrapado en su pecho desvencijado hasta que el tiempo carcoma los cimientos.

    Soy el grito, la voz detrás de la pared, el aliento frío en la nuca de quien se atreva a visitarnos.
    ⸻ A las afueras de Londres, en la actualidad ⸻ Ya serán veinte años desde que cerraron la casa. Veinte años sin pasos, sin voces, sin calor. Veinte años en los que la seda de araña y el polvo han tejido cortinas sobre los muebles y en cada rincón, donde la luz se cuela a hurtadillas por cristales rotos y se vuelve pálida y fría como el rostro de un muerto. Las puertas crujen. Los retratos me observan con ojos vacíos. Los cuervos anidan en la despensa abandonada. ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué no puedo escapar? La casa se ha vuelto un cuerpo herido y yo el latido de su moribundo corazón, atrapado en su pecho desvencijado hasta que el tiempo carcoma los cimientos. Soy el grito, la voz detrás de la pared, el aliento frío en la nuca de quien se atreva a visitarnos.
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  • La Bibliotecaria Empedernida
    Fandom (?)
    Categoría Fantasía






    - ✩̣̣̣̣̣ͯ┄•͙𖥨ํ∘̥⃟⸽⃟ — ︎︎♡.♡ (?)
    ° . •͙✧⃝•͙•͙͙ 𒆜𝑷𝒂𝒕𝒄𝒉𝒚 ┊ 安全 𐑺ִ ᴘʟᴀᴄᴇ
    ° . . . . . . ♡-⁞ . .﹙집﹚៸ㅤ



    ° . . . . . . . . . . . . . . ฅ - 𝘼𝘾𝙋 = 𝘾𝙊𝙈𝙈𝙀𝙉𝙏 ◞
    ° . . . . . . . . . . . . . . . . . ♡ (⁠ᗒ⁠ᗩ⁠ᗕ⁠)˚ .


    - . . . . ☏ █ Tantos días han pasado, tantas noches he contado, "¿Habrán valido pena alguna?" Eso es
    algo que no he podido responder aún. Todo era igual, todo estaba igual y al parecer todo estaría igual en este mundo reducido a una biblioteca donde el pasar del día o la noche no era más que mera distracción para desfijar mi vista de los libros que tanto aprecio. "¿Realmente puedo vivir así? ¿Podré seguir viviendo de esta forma? ¿Llegará el día en el que mi apego a este lugar no sea solo por mi enfermedad o por el querer del saber cada vez más?" Tal vez, aunque esa pregunta se hacía cada vez más irrelevante ante el hecho de que los muros de la mansión en la que estoy situada eran fronteras que nunca me dejarían migrar por mis propios miedos. La última vez que alguien a diferencia de las residentes de este lugar me hablara parecía haber pasado hace milenios, y tener el renombre de "La bruja y bibliotecaria del saber" solo me ha pesado al recordar que con todo lo que aprendo día a día no he podido encontrar algo que cure mis enfermedades, y mucho menos ese miedo; Ese miedo adrenalínico que me invade al querer saber lo que se encuentra más allá de estas puertas, incrustado en lo más profundo por no querer el rechazo, y superar ese mismo no se ha convertido más que en un sueño inalcanzable a cumplir. Tantos días de pensamientos, tantas noches de desvelo, ahora todo reducido a un juego de quedarme aquí aprendiendo o morir enfrentando mi mayor miedo.

    ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— ♡. 𝑷𝒂𝒕𝒄𝒉𝒚.





    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅞 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅟 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅔 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅝 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆




    - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— El cielo sobre la mansión era un mar de sombras teñidas de neón, donde las nubes luminosas que hacían presencia esa noche proyectaban promesas inalcanzables en caracteres Kanji y romaji, titilando con un ritmo que parecía seguir el pulso errático del lugar mismo. Ese lugar donde la presencia del viento mismo era casi satisfactoria, como si las hojas coloridas que jugueteaban sostenidas en el aire al contraste del silbido contra los árboles, murieran caídas en la tierra al final de su camino en un silencio ensordecedor. Los animales se resguardaban en sus hogares; Algunos grandes, otros pequeños, mientras que los indiferentes caminaban por entre sus senderos, ciegos, guiados por simple y bruto instinto de vivir su vida sin caer en una de las mil muertes frente a sus ojos, dándole a los oyentes esos dulces y melodiosos cantos suyos a lo que solo tomamos superficialmente como su forma de comunicarse. Los pasillos principales dentro de esa mansión situada en lo profundo del bosque, vibraban con un estruendo que parecía casi perpetuo: Pasos apurados resonaban como ecos que se mezclaban con conversaciones fragmentadas, apenas murmuradas entre las ondas de un tránsito inexistente de personas incesantes, cuyo zumbido monótono sugería una especie de latido colectivo que marcaba el tiempo de un lugar que nunca parecía detenerse.


    ♡▐ [. . .]


    - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— En contraste, las estrechas callejuelas dentro de la biblioteca, la misma escondida en algún lugar de la mansión, parecían ser mundos encapsulados como si las lámparas de papel colgantes, delicadas y desgastadas, contuvieran un microcosmos que apenas podía sostener su resplandor tenue. Ese brillo insuficiente que alcanzaba apenas a acariciar las fachadas de madera de los estantes que, despojados por el tiempo, parecían susurrar historias olvidadas en cada grieta llena de información contenida en hojas de papel. Desde libros interminables, estantes de nunca acabar que desafiaban la lógica de los espacios, y secciones ocultamente improvisadas tras cortinas de noren, emanaban aromas profundos que llenaban el aire con una sinfonía caótica de lo viejo pero cuidado, y lo nuevo pero olvidado, completaban una mezcla que convivía con el olor aromático y persistente de castañas confitadas y laurel que llenaba cada rincón del impresionante y fantástico lugar.


    ♡▐ [. . .]


    - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— La figura de una chica aparecía de por entre los estantes repletos de libros vestida con una pijama, con una naturalidad y calma que parecía ser casi apreciable; La misma mantenía en su paso una cualidad frágil pero constante, resonando sus pasos en el solitario lugar. Su mirada inquisitiva pero distante, rozaba de vez en cuando las minas de información a sus lares con un interés que nunca llegaba a consumarse, como si sus ojos morados miraran todo y nada al mismo tiempo tras sus gafas de montura fina. Los colores, los aromas, el lugar en sí parecía perder intensidad a medida que la chica de largo y lácio pelo morado se acercaba a una gran puerta que daba entrada y salida a todo aquél dentro y fuera de la biblioteca. Se detuvo a metros de la susodicha, y en solo un instante la misma se llenó de pensamientos antes de simplemente dar media vuelta para apartarse mientras abría un libro en su diestra. En su mente solo le quedaba seguir con su rutina de nunca acabar hasta que algo diferente cambiara su vida en un abrir y cerrar de ojos.





    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅒 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅛 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅞 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅢 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆
    ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅔 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆





    - . . . . . ☏ █ https://youtu.be/Ug5PEHr-SxQ?si=qKd-s-DNpGZuM6Zs (Canción con fines de ambientación).
    • - ✩̣̣̣̣̣ͯ┄•͙𖥨ํ∘̥⃟⸽⃟ — ︎︎♡.♡ (?) ° . •͙✧⃝•͙•͙͙ 𒆜𝑷𝒂𝒕𝒄𝒉𝒚 ┊ 安全 𐑺ִ ᴘʟᴀᴄᴇ ° . . . . . . ♡-⁞ . .﹙집﹚៸ㅤ ° . . . . . . . . . . . . . . ฅ - 𝘼𝘾𝙋 = 𝘾𝙊𝙈𝙈𝙀𝙉𝙏 ◞ ° . . . . . . . . . . . . . . . . . ♡ (⁠ᗒ⁠ᗩ⁠ᗕ⁠)˚ . - . . . . ☏ █ Tantos días han pasado, tantas noches he contado, "¿Habrán valido pena alguna?" Eso es algo que no he podido responder aún. Todo era igual, todo estaba igual y al parecer todo estaría igual en este mundo reducido a una biblioteca donde el pasar del día o la noche no era más que mera distracción para desfijar mi vista de los libros que tanto aprecio. "¿Realmente puedo vivir así? ¿Podré seguir viviendo de esta forma? ¿Llegará el día en el que mi apego a este lugar no sea solo por mi enfermedad o por el querer del saber cada vez más?" Tal vez, aunque esa pregunta se hacía cada vez más irrelevante ante el hecho de que los muros de la mansión en la que estoy situada eran fronteras que nunca me dejarían migrar por mis propios miedos. La última vez que alguien a diferencia de las residentes de este lugar me hablara parecía haber pasado hace milenios, y tener el renombre de "La bruja y bibliotecaria del saber" solo me ha pesado al recordar que con todo lo que aprendo día a día no he podido encontrar algo que cure mis enfermedades, y mucho menos ese miedo; Ese miedo adrenalínico que me invade al querer saber lo que se encuentra más allá de estas puertas, incrustado en lo más profundo por no querer el rechazo, y superar ese mismo no se ha convertido más que en un sueño inalcanzable a cumplir. Tantos días de pensamientos, tantas noches de desvelo, ahora todo reducido a un juego de quedarme aquí aprendiendo o morir enfrentando mi mayor miedo. ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— ♡. 𝑷𝒂𝒕𝒄𝒉𝒚. ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅞 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅟 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅔 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅝 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— El cielo sobre la mansión era un mar de sombras teñidas de neón, donde las nubes luminosas que hacían presencia esa noche proyectaban promesas inalcanzables en caracteres Kanji y romaji, titilando con un ritmo que parecía seguir el pulso errático del lugar mismo. Ese lugar donde la presencia del viento mismo era casi satisfactoria, como si las hojas coloridas que jugueteaban sostenidas en el aire al contraste del silbido contra los árboles, murieran caídas en la tierra al final de su camino en un silencio ensordecedor. Los animales se resguardaban en sus hogares; Algunos grandes, otros pequeños, mientras que los indiferentes caminaban por entre sus senderos, ciegos, guiados por simple y bruto instinto de vivir su vida sin caer en una de las mil muertes frente a sus ojos, dándole a los oyentes esos dulces y melodiosos cantos suyos a lo que solo tomamos superficialmente como su forma de comunicarse. Los pasillos principales dentro de esa mansión situada en lo profundo del bosque, vibraban con un estruendo que parecía casi perpetuo: Pasos apurados resonaban como ecos que se mezclaban con conversaciones fragmentadas, apenas murmuradas entre las ondas de un tránsito inexistente de personas incesantes, cuyo zumbido monótono sugería una especie de latido colectivo que marcaba el tiempo de un lugar que nunca parecía detenerse. ♡▐ [. . .] - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— En contraste, las estrechas callejuelas dentro de la biblioteca, la misma escondida en algún lugar de la mansión, parecían ser mundos encapsulados como si las lámparas de papel colgantes, delicadas y desgastadas, contuvieran un microcosmos que apenas podía sostener su resplandor tenue. Ese brillo insuficiente que alcanzaba apenas a acariciar las fachadas de madera de los estantes que, despojados por el tiempo, parecían susurrar historias olvidadas en cada grieta llena de información contenida en hojas de papel. Desde libros interminables, estantes de nunca acabar que desafiaban la lógica de los espacios, y secciones ocultamente improvisadas tras cortinas de noren, emanaban aromas profundos que llenaban el aire con una sinfonía caótica de lo viejo pero cuidado, y lo nuevo pero olvidado, completaban una mezcla que convivía con el olor aromático y persistente de castañas confitadas y laurel que llenaba cada rincón del impresionante y fantástico lugar. ♡▐ [. . .] - . . . . ✩̣̣̣̣̣ͯ☽— La figura de una chica aparecía de por entre los estantes repletos de libros vestida con una pijama, con una naturalidad y calma que parecía ser casi apreciable; La misma mantenía en su paso una cualidad frágil pero constante, resonando sus pasos en el solitario lugar. Su mirada inquisitiva pero distante, rozaba de vez en cuando las minas de información a sus lares con un interés que nunca llegaba a consumarse, como si sus ojos morados miraran todo y nada al mismo tiempo tras sus gafas de montura fina. Los colores, los aromas, el lugar en sí parecía perder intensidad a medida que la chica de largo y lácio pelo morado se acercaba a una gran puerta que daba entrada y salida a todo aquél dentro y fuera de la biblioteca. Se detuvo a metros de la susodicha, y en solo un instante la misma se llenó de pensamientos antes de simplemente dar media vuelta para apartarse mientras abría un libro en su diestra. En su mente solo le quedaba seguir con su rutina de nunca acabar hasta que algo diferente cambiara su vida en un abrir y cerrar de ojos. ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅒 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅛 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅞 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅢 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ ◆ ⃟ ⃟ ░▒▓ ҈ ҈ ҈ ҈ ⃟ 🅔 ⃟ ҈ ҈ ҈ ҈▓▒░ ⃟ ⃟ ◆ - . . . . . ☏ █ https://youtu.be/Ug5PEHr-SxQ?si=qKd-s-DNpGZuM6Zs (Canción con fines de ambientación).
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  • ¿Cuánto tiempo pasó desde que me quede inconsciente?. Estaba volando y me desvanecí.
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  • "Un nuevo comienzo: la soledad de los Señores del Tiempo"
    Fandom Doctor Who
    Categoría Ciencia ficción
    — La neblina envolvía la noche londinense, el ambiente era fresco, y aun así las pocas personas que paseaban por el muelle lo hacían sin disgusto alguno, nadie reparaba en nadie, era una simple noche más.

    Y, como cada noche más, un hombre con apariencia madura, de pelo rubio (casi casi rapado), barba de varios días, envuelto en una gabardina negra y con la cabeza gacha en actitud tranquila, se encontraba apoyado en una de las barandas, mirando en dirección al agua, al horizonte, al infinito.

    A las estrellas.

    Roy Grace le llamaban, o así se hacía llamar entre sus semejantes. Pero había sido también Sam Tyler, Harold Saxon. Nombres que escondían una historia. Una aventura. Y sin embargo, él sabía quien era realmente.

    El Amo. El ser más peligroso de todo el universo.

    El vaho salía de sus labios con cada respiración. Estar tanto tiempo manteniendo esa identidad lo consumía, el no tener un propósito claro lo mataba por dentro. Hacía demasiado tiempo que no conseguía llevar a cabo sus malvados planes de dominación y conquista, de hacer daño a las personas. Tanto tiempo entre humanos lo había afectado considerablemente, y era momento de que eso cambiara.

    Sus largos dedos tiraron el cigarrillo que estos sostenían, pisándolo con el tacón del zapato. Con un giro elegante y las manos introducidas en los bolsillos de su gabardina, comenzó a andar lentamente camuflándose entre la niebla, entre los pocos paseantes, dirección a las escaleras desvencijadas que bajaban a la zona más escondida de la playa y los muelles.

    Dónde solamente su niña bonita era la única que podía continuar dándole su esencia de Time Lord. —
    — La neblina envolvía la noche londinense, el ambiente era fresco, y aun así las pocas personas que paseaban por el muelle lo hacían sin disgusto alguno, nadie reparaba en nadie, era una simple noche más. Y, como cada noche más, un hombre con apariencia madura, de pelo rubio (casi casi rapado), barba de varios días, envuelto en una gabardina negra y con la cabeza gacha en actitud tranquila, se encontraba apoyado en una de las barandas, mirando en dirección al agua, al horizonte, al infinito. A las estrellas. Roy Grace le llamaban, o así se hacía llamar entre sus semejantes. Pero había sido también Sam Tyler, Harold Saxon. Nombres que escondían una historia. Una aventura. Y sin embargo, él sabía quien era realmente. El Amo. El ser más peligroso de todo el universo. El vaho salía de sus labios con cada respiración. Estar tanto tiempo manteniendo esa identidad lo consumía, el no tener un propósito claro lo mataba por dentro. Hacía demasiado tiempo que no conseguía llevar a cabo sus malvados planes de dominación y conquista, de hacer daño a las personas. Tanto tiempo entre humanos lo había afectado considerablemente, y era momento de que eso cambiara. Sus largos dedos tiraron el cigarrillo que estos sostenían, pisándolo con el tacón del zapato. Con un giro elegante y las manos introducidas en los bolsillos de su gabardina, comenzó a andar lentamente camuflándose entre la niebla, entre los pocos paseantes, dirección a las escaleras desvencijadas que bajaban a la zona más escondida de la playa y los muelles. Dónde solamente su niña bonita era la única que podía continuar dándole su esencia de Time Lord. —
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  • 𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐦𝐲𝐨𝐮: 𝐞𝐥 "𝐒𝐢𝐧 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞".

    Kurogiri Mumyou no siempre fue conocido por ese nombre. En su juventud, ingresó al Cuerpo de Exterminio con el entusiasmo de un guerrero convencido de que el sacrificio era un precio justo por la victoria. Tenía un escuadrón, camaradas con los que compartía entrenamientos, risas y el juramento de proteger la vida de los inocentes.

    Su primera misión importante los llevó a un pueblo montañoso, donde rumores hablaban de desapariciones nocturnas. El aire era espeso, y el silencio de la aldea, perturbador. Esa noche, la luna apenas iluminaba el sendero cuando el demonio apareció. Era más fuerte de lo que cualquier informe había advertido, un monstruo despiadado que parecía disfrutar prolongando el sufrimiento.

    La batalla fue rápida, brutal. Uno tras otro, sus compañeros fueron cayendo. El joven Kurogiri luchó con todas sus fuerzas, pero pronto comprendió que moriría igual que ellos. El instinto, o quizás el miedo, lo llevó a esconderse entre las sombras, aguardando un momento, una apertura. Allí, vio cómo sus amigos eran devorados, cómo gritaban sus nombres entre la oscuridad, rogando no ser olvidados.

    Cuando el demonio bajó la guardia, él emergió de su escondite. Con un golpe preciso, casi desesperado, logró herirlo lo suficiente para obligarlo a huir hacia la noche. Fue el único que quedó en pie.

    Al regresar, los superiores le preguntaron por lo sucedido. Le pidieron los nombres de los caídos, para registrar su sacrificio en los libros del Cuerpo. Fue entonces cuando ocurrió lo imperdonable: en medio de su trauma, de su dolor y de la adrenalina que aún le corría por las venas, Kurogiri no pudo recordar todos los nombres. Algunos se desvanecieron de su memoria como si nunca hubieran existido.

    Ese vacío lo destrozó más que la batalla misma. La idea de haber sobrevivido gracias al silencio, gracias a esconderse, mientras los demás murieron con dignidad… era un peso insoportable.

    Cuando le preguntaron por su propio nombre, respondió con voz quebrada:

    —Ellos murieron con nombre. Yo sigo vivo sin merecer el mío. Desde entonces, llámenme Mumyou… el que no merece ser recordado.

    Desde ese día, se convirtió en una figura sombría dentro del Cuerpo. Peleaba con fiereza, salvaba vidas, pero jamás buscó gloria. Rehuía los honores, las ceremonias, incluso los vínculos demasiado cercanos. Porque cada vez que alguien pronunciaba su nombre, él lo sentía vacío, un recordatorio de que estaba vivo gracias a las sombras y al olvido.

    El joven que una vez creyó en la justicia se transformó en el hombre que aprendió a vivir en silencio. Así nació Kurogiri Mumyou, el Pilar de la Sombra en ese entonces, marcado por la tragedia y por los nombres que no pudo recordar.
    𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐦𝐲𝐨𝐮: 𝐞𝐥 "𝐒𝐢𝐧 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞". Kurogiri Mumyou no siempre fue conocido por ese nombre. En su juventud, ingresó al Cuerpo de Exterminio con el entusiasmo de un guerrero convencido de que el sacrificio era un precio justo por la victoria. Tenía un escuadrón, camaradas con los que compartía entrenamientos, risas y el juramento de proteger la vida de los inocentes. Su primera misión importante los llevó a un pueblo montañoso, donde rumores hablaban de desapariciones nocturnas. El aire era espeso, y el silencio de la aldea, perturbador. Esa noche, la luna apenas iluminaba el sendero cuando el demonio apareció. Era más fuerte de lo que cualquier informe había advertido, un monstruo despiadado que parecía disfrutar prolongando el sufrimiento. La batalla fue rápida, brutal. Uno tras otro, sus compañeros fueron cayendo. El joven Kurogiri luchó con todas sus fuerzas, pero pronto comprendió que moriría igual que ellos. El instinto, o quizás el miedo, lo llevó a esconderse entre las sombras, aguardando un momento, una apertura. Allí, vio cómo sus amigos eran devorados, cómo gritaban sus nombres entre la oscuridad, rogando no ser olvidados. Cuando el demonio bajó la guardia, él emergió de su escondite. Con un golpe preciso, casi desesperado, logró herirlo lo suficiente para obligarlo a huir hacia la noche. Fue el único que quedó en pie. Al regresar, los superiores le preguntaron por lo sucedido. Le pidieron los nombres de los caídos, para registrar su sacrificio en los libros del Cuerpo. Fue entonces cuando ocurrió lo imperdonable: en medio de su trauma, de su dolor y de la adrenalina que aún le corría por las venas, Kurogiri no pudo recordar todos los nombres. Algunos se desvanecieron de su memoria como si nunca hubieran existido. Ese vacío lo destrozó más que la batalla misma. La idea de haber sobrevivido gracias al silencio, gracias a esconderse, mientras los demás murieron con dignidad… era un peso insoportable. Cuando le preguntaron por su propio nombre, respondió con voz quebrada: —Ellos murieron con nombre. Yo sigo vivo sin merecer el mío. Desde entonces, llámenme Mumyou… el que no merece ser recordado. Desde ese día, se convirtió en una figura sombría dentro del Cuerpo. Peleaba con fiereza, salvaba vidas, pero jamás buscó gloria. Rehuía los honores, las ceremonias, incluso los vínculos demasiado cercanos. Porque cada vez que alguien pronunciaba su nombre, él lo sentía vacío, un recordatorio de que estaba vivo gracias a las sombras y al olvido. El joven que una vez creyó en la justicia se transformó en el hombre que aprendió a vivir en silencio. Así nació Kurogiri Mumyou, el Pilar de la Sombra en ese entonces, marcado por la tragedia y por los nombres que no pudo recordar.
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  • Si no despierto. Si los sueños me llevan, ¿Te encontraré en las estrellas?

    ¿Eres un punto de luz que guarda mi nombre en su órbita? ¿Un susurro del tiempo que me espera cuando todo lo demás se desvanece?

    Si los sueños son el puente, dejaré que me arrastren. Me entregaré a la deriva entre los cielos de Morfeo, con la tonta esperanza de que tus brazos me arropen sin preguntar por mi forma.

    Y si no eres una estrella, sino un recuerdo, me basta imaginar tu aliento sobre mi cuello para sobrellevar las heladas noches.

    Porque si todo termina siendo silencio, prefiero morir dormido buscándote en sueños que vivir despierto sin la idea de encontrarte.
    Si no despierto. Si los sueños me llevan, ¿Te encontraré en las estrellas? ¿Eres un punto de luz que guarda mi nombre en su órbita? ¿Un susurro del tiempo que me espera cuando todo lo demás se desvanece? Si los sueños son el puente, dejaré que me arrastren. Me entregaré a la deriva entre los cielos de Morfeo, con la tonta esperanza de que tus brazos me arropen sin preguntar por mi forma. Y si no eres una estrella, sino un recuerdo, me basta imaginar tu aliento sobre mi cuello para sobrellevar las heladas noches. Porque si todo termina siendo silencio, prefiero morir dormido buscándote en sueños que vivir despierto sin la idea de encontrarte.
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  • Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad.

    ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada?

    Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente.

    «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía.

    "Cállate", pensó él.

    «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?»

    —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró.

    «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦»

    Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando.

    Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro.

    Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre.

    Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba.

    «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
    Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada? Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente. «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía. "Cállate", pensó él. «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?» —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró. «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦» Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando. Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro. Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre. Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba. «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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  • ¿Por qué avergonzarse de querer ir más allá?

    ¿Por qué temer a lo desconocido si ahí aguardan las mejores historias?

    Debemos ser dueños de nuestro propio destino ¿No?
    Aunque el filo frio y devastador de nuestras sombras busquen el control de nuestra valentía. No hay que temer a sentir ese terror al enfrentarlas, hay que abrazarlo, luchar con garras y colmillos contra ello para liberarnos de aquellas ataduras que nos impiden explorar el más allá, los misterios... Lo oculto a simple vista que aguarda en la oscuridad a qué llegue una luz que lo desvelé.
    ¿Por qué avergonzarse de querer ir más allá? ¿Por qué temer a lo desconocido si ahí aguardan las mejores historias? Debemos ser dueños de nuestro propio destino ¿No? Aunque el filo frio y devastador de nuestras sombras busquen el control de nuestra valentía. No hay que temer a sentir ese terror al enfrentarlas, hay que abrazarlo, luchar con garras y colmillos contra ello para liberarnos de aquellas ataduras que nos impiden explorar el más allá, los misterios... Lo oculto a simple vista que aguarda en la oscuridad a qué llegue una luz que lo desvelé.
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